martes, 15 de julio de 2025

Viajes. México 6. Semana Santa en el D.F.


Relatos breves de un itinerario que abarcó parte del Distrito Federal y ciudades y pueblos de la península de Yucatán entre Cancún y Campeche. Una aproximación a un país exuberante en su historia, su cultura, su geografía y su pueblo. (Publicada originalmente en vaconfirma.com.ar)

Gerardo Burton

geburt@gmail.com

Dicen que en México hay una especial devoción por el papa Juan Pablo II. Dicen que visitó cinco veces el país. Una de ellas fue en Puebla con los obispos latinoamericanos reunidos para “renovar” los documentos de Medellín, que se redactaron en 1968 con el envión del Concilio Vaticano II.

Pero el papa polaco tenía otra intención: poner en caja a los católicos latinoamericanos comprometidos con la teología de la liberación, seducidos por la religiosidad popular, impulsores del cambio profundo en la Iglesia. Nada de eso para Karol Wojtila, alineado con Reagan y Thatcher y animador de su ariete Lech Walessa, un cuarteto nada fabuloso cuya principal (acaso única) tarea fue demoler el comunismo, empezando por Polonia.

Y hacia adentro de la Iglesia, la vuelta a la gran disciplina: nada de jesuitas rebeldes ni curas obreros. No más tercer mundo, ahora sólo opciones por los pobres; nada de barrios ni de comunidades de base, ahora vuelta a los templos y al hábito que sí hace al monje. La Iglesia católica volvió a sus atrios. Le ganó al comunismo, sí, pero perdió a los pobres, que ahora se van detrás de cualquier secta que promete la vida eterna sin alcoholismo ni drogas ni infidelidades y con traje, corbata y polleras bajo las rodillas. Y exige el diezmo para pagar esa salvación.

Por eso hay monumentos (estatuas de bronce de cuerpo entero) que glorifican al papa polaco. Acaso una estatuaria exagerada. No lo suficiente como para expurgar los pecados de pederastia de la Legión de Cristo, por ejemplo.

En el atrio de la Catedral de México; en el monasterio San Antonio de Padua de Izamal, la bella ciudad amarilla; en Mérida; en la basílica de la guadalupana hay algunas estatuas que lo recuerdan. Todos aman a Juan Pablo II, ahora santo por la gracia de Dios y del papa Francisco. Por eso, dicen, merece sus monumentos.

hay que mirar el dolor de frente

como acá

ponerlo en piedra

en metal, en oro

como acá

el dolor sólido, brillante

de sangre y lágrimas cubierto el dolor


mirarlo aunque duela

mi dulce niña

mirarlo en la tarde, temerlo

en la noche

mirar al dolor como quien pelea

o está dispuesto

a que haya poesía también ahí

sobre todo ahí

nada más que ahí


y que el calvario sea

el  lugar

del salto

de la caída

donde ya no más

la cruel sonrisa de la vida

sea borrada


La ciudad se construyó sobre el territorio ganado al lago Texcoco, que rodeaba a Tenochtitlán, la capital azteca. Sucesivos drenajes y procesos de desecación permitieron la expansión urbana del distrito federal.

Sin embargo, estas edificaciones están sometidas, desde la época colonial, a un lento, implacable hundimiento. El atrio de la catedral, construida en el siglo XVI, está hoy a un metro y medio por debajo del nivel del ábside, aunque dicen que la diferencia llegó a ser de tres metros. Se percibe, desde el Zócalo, una leve inclinación de las torres, y nada permite dudar de que el Palacio Nacional y el resto de los edificios del Zócalo estén en la misma situación.

En el interior de la iglesia, un péndulo oscila en el pasillo principal, sujeto a la cúpula. Ese movimiento no hace más que confirmar el inexorable y pausado desplazamiento de la catedral, acaso penitente por los pecados de los siglos. 

En el subsuelo, descansan en sus tumbas restos de obispos, nobles, militares y benefactores. Nadie recuerda a quienes la levantaron con piedras extraídas de los templos que los conquistadores les encargaron demoler. Demolieron y construyeron las mismas manos que fueron sometidas por los invasores. Sus nombres duermen en el limo fecundo y anónimo de la historia. 

levantaron los templos

los demolieron

levantaron otros

volvieron a derribarlos

hasta que dijo basta

el conquistador


ahora la laguna

poco a poco

con paciencia

se los traga


Viernes santo


el abandonado tiene sed

lejos de dios

nostalgia siente de su

muerte demorada


sólo el dolor

queda con él

a tanta distancia de la luz

como del abrazo



Pascua

ellos también

esperan la hora cero del tercer día


levantarse

del vacío absoluto, del extremo sufrimiento

a esa vida

que abraza desde los pliegues

que viene

sin esperanza de salvar


y salva 

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