sábado, 13 de septiembre de 2008

Irma Cuña, mujer y poeta




Hablar de Irma Cuña, es hablar de la mujer y de la poeta, ambas van entramadas, son una, porque hacer poesía para Irma, era, y lo sigue siendo a través de sus poemas y lectores, hacer poiesis, amasar la vida, abrazar los riesgos, inclusive en el miedo y en los sinsabores, en la ingratitud y el desamparo. Como mujer se hizo cargo de los roles que se nos atribuyen tradicional y paternalmente, y también de los otros, de aquellos roles que pudo arrebatar en su lucha cotidiana de mujer del sur: fue hija, hermana, madre, abuela, esposa, vecina, pero también amiga, estudiante, becaria universitaria, doctoranda, docente en diferentes niveles de enseñanza, especialmente en el terciario y universitario, empleada, investigadora, difusora cultural, escritora, poeta, académica. Supo asimismo del sabor de los exilios, no solo del exilio externo, sino también de los exilios internos, dentro de la propia tierra, y de aquellos que no suelen nombrarse, los exilios interiores, de las listas no listas, del ninguneo y del olvido.
Nació en la capital neuquina, ciudad a la cual volvió en 1992 para quedarse. Aquí, en su comarca, quiso dormir el largo sueño, como ella misma preanunció en su poema Neuquina. Murió en la ciudad de Neuquén, “... sonrisa del desierto”, en el año del Centenario de su Capitalidad, un domingo de otoño, el 16 de mayo del 2004. Había nacido el 14 de setiembre de l932.
Hizo poesía con su arte y con su vida. Desarrolló docencia terciaria y universitaria (Universidad de Morón, Universidad Nacional del Comahue, Instituto Nacional del Profesorado Joaquín V. González, entre otros), fue investigadora del CONICET, desde donde se dedicó al discurso utópico latinoamericano. Profesora y doctora en Letras Españolas, vivió en México cuatro años. Se casó en Bs.As. con el escritor y economista Enrique Silvestein, quien falleció en 1973.
Tuvo hijas y nietas. Quiso a su tierra y amó la literatura.
Escribió poesía y ensayo. Publicó en libros unitarios, en antologías, en revistas, diarios, plaquetas y cassettes. Algunos títulos, en ensayo, Identidad y Utopía, UNCo, 2000; en poesía: “El riesgo del olvido”, Ediciones Culturales de la Ciudad, Municipalidad de Neuquén, l992; El extraño, cuya primera edición la realizó Siringa, Neuquén, 1977; Antología Poética, Fondo Nacional de las Artes, 1996. Este libro se ubica en la Serie Poetas Argentinos Contemporáneos, donde se hallan publicados entre otros, los poetas argentinos Diana Bellessi, Leopoldo Castilla, Horacio Castillo, Santiago Kovadloff; Poesía Junta, Ediciones Último Reino, 2000. En edición artesanal aparece en el 2003 estar en Ti/ Salmos en Neuquén, arteletra, tal vez el último de sus libros editados en vida. En el 2005 la Municipalidad de Neuquén publicó Patagónica, Neuquina y otros poemas.
El compromiso vital de Irma Cuña se evidencia en toda su obra escritural, entendiendo por compromiso no solamente el tratamiento de temas del entorno social y sus pujas de poder: a Irma le entusiasmaba la vida y con ella se comprometió. En una entrevista que tuve con la poeta en 1998 se refiere conceptual y fundadamente a varios temas, pero sobre todo al de las identidades: “Nuestra tierra es indígena, pero de un indígena asesinado. Sin embargo, es también Sayhueque, Collipilli, los que resistieron. Ellos preferían ser asesinados en masa, antes de ser tomados por el blanco. Esto queda. Como queda en las culturas el descubrir los huesos de dinosaurios. Estamos caminando sobre los dinosaurios y sobre los asesinados. El desierto tiene como definición el no: no hay pájaros, no hay flores, no hay plantas. Definirse por el no es una forma de definición. Eso gravita y se detecta a veces en las expresiones: el cegarnos para no ver ni ser lastimados por el reverbero o el desierto, nos obliga a protegernos en el imaginario, entonces ya no vivimos en una comarca real, sino en un imaginario. En ese juego de bisagra está la zona de definición de nuestra literatura, de las obras de teatro, del arte, etc. Creamos un mundo imaginario: lo real insoportable, y lo imaginario soportable, aunque no edulcorado, es allí donde estaría nuestra literatura. Huir de la realidad es una presencia que está en toda la literatura argentina (…)”.
Poesía la de Irma Cuña de gestos esbozados en palabras, apenas leves, aleteadas casi; poesía con marcas de humor e ironía, de rebeldía, de misticismo; poesía que teje y desteje múltiples campos de sentido. Lectora y lector pueden percibir esa carencia y ese no al cual se refería la poeta “...Sólo la arena es cierta:/ Me reconozco en ella. / Esa arena sin rostro, / Irrepetible...”.; también la presencia de la tierra en los detalles de la cotidianeidad, una de las tantas presencias de la memoria y las identidades. Colores y sabores se muestran en Mediodía (…) “Ya he comido/ jugando/ algunas frutas/ y ya he bebido/ por mucha sed, por el calor/ recienvenido. / Hay algunos rumores en la casa/ y apenas murmurando/ mis palabras/ voy saludando/ a los hermanos/ todos/ (…) “ En estos campos de sentido hechos con el sabor y dolor de las palabras, que no es ni más ni menos que el dolor y sabor de haber vivido, están presentes asimismo las utopías de trascendencia, no exentas del lenguaje coloquial y juguetón que acarrea ecos de la infancia en imágenes y palabras de otro tiempo: “mascarita”. En el mismo poema Mediodía expresa “(…) Saludo en Ti, Señor,/a aquellos amigables, / y a los otros/ hirsutos/ desvaídos/ mis hermanos./ Débiles como yo/ aunque atrevidos/ como yo/ simulanta y mascarita./ Hola, pues, mi Señor/” , mientras que en No me dejes caer , podemos casi oír con el corazón de la niñez la plegaria al ángel que nos cuida “(…) Cúbreme con Tus alas/ reconfórtame/restáurame/destruye el desespero./ (…)”. En otros poemas el yo lírico intenta transferirse más explícitamente al tú, al otro, a los otros, “... hay que salir al sol, a la calle, a los compañeros alargando la palabra como una mano. Jugándole al viento para airear el áspero y tierno corazón humano (…)” Su poesía sacude con el vestigio de la movilidad. Vuelvo como lectora al tópico de la arena y la duna “(...) La duna es el recuadro de mi valle (…) la duna es el paisaje de mí misma” ; la duna, móvil en su morosidad, constantemente se esfuma, pero a la vez se delinea en forma nuevamente, en inacabadas maneras de ser la mismidad y lo otro. “(…) Hay infinitas maneras de morir, aunque una sola sea la definitiva.”. Quizá por eso, como extraña y extranjera de sus propios territorios, Irma diga y prediga en El extraño, “Partimos a olvidar nuestro dedo de sombra en el desierto./ ¡Tanto andar por el aire para tocar la interminable arena !”.
. Lilí Muñoz -
lidiar@arnet.com.ar
(Publicado en el diario "Río Negro", el 13 de septiembre de 2008).

martes, 9 de septiembre de 2008

El centenario de Pavese, figura central


Retrato del escritor que se quiso salvar con la palabra
Opuso la jerga de la calle a lo que dictaba la academia sin perder un ápice de su excelencia literaria. Pavese soportó la amenaza fascista, el desengaño amoroso y la cárcel: paradójicamente, la sombra del suicidio lo alcanzó en su mejor momento.


Por Silvina Friera

Pavese se suicidó el 27 de agosto de 1950 en Turín. Quizá los mejores ingenios y los espíritus más generosos sean los más melancólicos. Desde las fotos, los ojos de Cesare Pavese miran fatigados por una enfermedad que parece incurable. Terminal. Tal vez el origen de esa pena fue una orfandad prematura –tenía seis años cuando murió su padre; veintidós cuando perdió a su madre– combinada letalmente con un cúmulo de naufragios amorosos, desde “la mujer de la voz ronca” que se casó con otro cuando regresó del destierro en Calabria, a la actriz Constance Dowling, a la que dedicó sus últimos versos Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. “Algunas veces estaba muy triste, pero durante mucho tiempo nosotros pensamos que se curaría de esa tristeza como de muchacho, la melancolía voluptuosa y despistada del muchacho que todavía no tiene los pies sobre la tierra y se mueve en el mundo árido y solitario de los sueños”, describió Natalia Ginzburg al escritor italiano en uno de los relatos de Las pequeñas virtudes. La lectura, la escritura y la traducción fueron necesarias pero no suficientes para paliar esa incomodidad existencial, que apareció registrada tempranamente en una de las entradas de su diario, El oficio de vivir: “Sé que estoy condenado a pensar en el suicidio ante cada dolor”. Postergó durante varios años esa sentencia. Pero la condena se cumplió el 27 de agosto de 1950, cuando en el hotel Roma de Turín se tomó el contenido de veinte sobres de los somníferos que utilizaba para combatir el insomnio. Hace cien años nacía Pavese en Santo Stefano Belbo, en el Piamonte, el mejor escritor italiano de la posguerra que arremetió contra la poesía italiana contemporánea, decadente, crepuscular y hermética y que reemplazó la afectación de los jerarcas literarios por las jergas de la calle.

El joven Pavese estudió con pasión las literaturas clásicas y la inglesa en la Facultad de Letras de la Universidad de Turín, donde se doctoró con una tesis sobre la interpretación de la poesía de Walt Whitman. La gangrena del fascismo, ese “miedo al porvenir”, la sospecha permanente, el desorden y la violencia infectaban a la sociedad italiana. En ese contexto irrespirable el escritor atisbó un soplo de libertad en la narrativa norteamericana que empezó a leer y traducir: Nuestro señor Wrenn, de Sinclair Lewis; Moby Dick, de Herman Melville; El paralelo 42 y Una montaña de dinero, ambas de John Dos Passos; Hombres y ratas, de John Steinbeck; Aventuras y desventuras de la famosa Moll Flanders, de Daniel Defoe; David Copperfield, de Dickens; Autobiografía de Alice Toklas, de Gertrude Stein, y La línea de sombra, de Conrad, entre otras. En la década del ’30, mientras escribía poemas, cuentos y traducía, comenzó a publicar en la revista Cultura ensayos sobre escritores norteamericanos (Lewis, Sherwood Anderson y Dos Passos, entre otros). Cuando lo detuvieron en 1935 por ayudar a su primer gran amor, “la mujer de voz ronca” –así la llama el primer biógrafo de Pavese, Davide Lajolo–, que desempeñaba importantes labores clandestinas en el Partido Comunista, Italia combatía en Abisinia. Tras algunos meses de cárcel, el escritor fue condenado a tres años de destierro en Brancaleone, Calabria, donde comenzó a escribir, en octubre de 1935, El oficio de vivir.

En ese destierro, Pavese encontró en las palabras la mejor manera de levantarse por encima del vacuo nacionalismo de los fascistas. “Por las palabras que un escritor emplea puedes saber quién es. Mira los camaradas de la guerra de España: unos les llamaban rojos, otros leales, unos, comunistas y subversivos, otros, patriotas. Esas palabras te indicaban con quién hablabas, y en cada caso significaban una cosa distinta. En las palabras que usas están tu clase y tu trabajo, lo que sabes, lo que comes, las personas que tratas. En las palabras está todo”, escribió en La literatura norteamericana y otros ensayos, publicado en 1951, un año después de la muerte del escritor, libro que Italo Calvino calificó como “la más rica y explícita autobiografía intelectual de Cesare Pavese”. Todavía estaba confinado cuando se publicó su colección de poemas Trabajar cansa, en 1936. “Al menos por un tiempo, la creí lo mejor que se estaba escribiendo en Italia”, dijo sobre su primer poemario, aunque también anotó en su diario: “Hacer poemas es como hacer el amor, no se sabrá nunca si la propia alegría es compartida”. A fines de 1936, debido a sus ataques de asma, le fue condonada la pena y pudo regresar a Turín, pero purgó una condena peor: “la mujer de la voz ronca” se había casado. “Ir al confinamiento no es nada. Volver es atroz”, registró en su diario.

Su estrategia vital, su modo de luchar contra la angustia existencial y el fracaso amoroso consistió en entregarse frenéticamente a la traducción y a la escritura. La reanudación de su relación con la editorial Einaudi fue un soplo de energía y esperanza. En 1941 apareció por entregas en la revista romana Lettere d’Oggi la novela breve La playa, que se editaría en formato libro un año después, y De tu tierra, que marcaría su consagración como narrador. Cuando en 1944 los alemanes ocuparon Turín, el escritor se refugió en las colinas piamontesas. Después de la liberación se reabrió la sede turinesa de Einaudi y Pavese se erigió en el factotum de la editorial. Hacia fines de los años cuarenta publicó Diálogos con Leucó (1947), Antes que cante el gallo (1948), que incluía La casa en la colina y La cárcel, título que alude al episodio evangélico en el que Cristo anuncia a Pedro que antes de que el gallo cante él lo negará tres veces; El hermoso verano (1949), que además de la novela homónima incluía El diablo en las colinas y Entre mujeres solas, y La luna y las fogatas (1950), su mejor novela, publicada cuatro meses antes de que el autor se quitara la vida, reeditada en la Argentina por Adriana Hidalgo, con traducción del poeta Silvio Mattoni y ensayos de Gian Luigi Beccaria, Franco Fortini e Italo Calvino.

El protagonista de La luna y las fogatas regresa a los viñedos de su pueblo natal después de haber recorrido el mundo y haber hecho fortuna en América. “Uno se cansa y trata de echar raíces, unirse a la tierra y a la región, para que la propia carne valga algo y perdure un poco más que un simple cambio de estación”, dice el protagonista en la primera página. Detrás del retorno y la reinserción en una sociedad, donde vivió míseramente adoptado y criado por agricultores pobres, de la mano de su propio Virgilio, el inolvidable Nuto, carpintero y trompetista de la banda del pueblo (“un hombre hecho y derecho”), el personaje busca comprender por qué un pueblo es un pueblo. “Nos hace falta un país, aunque sólo fuera por el placer de abandonarlo. Un país quiere decir no estar solos, saber que en la gente, en las plantas, en la tierra hay algo tuyo, que aun cuando no estés te sigue esperando.” Es la experiencia radical del huérfano, del bastardo, del hombre de mundo que todavía no sabe cuál es su país.

Aunque acababa de recibir el gran premio de la literatura italiana, el Strega; aunque parecía haber tocado el cielo con las manos, las últimas dos anotaciones en su diario revelan que Pavese se había quedado solo, sin país, sin conexiones con las plantas y la tierra. El 17 de agosto de 1950 prenunció el final que se avecinaba: “Los suicidios son homicidios tímidos”. A modo de un ajuste de cuentas con su pasado, agregaba: “Es la primera vez que hago balance de un año todavía no terminado. En mi oficio soy rey. En diez años lo he hecho todo. ¡Si pienso en las dudas de entonces! Nunca he estado más desesperado y perdido que entonces. ¿Qué he conseguido? Nada. He ignorado durante unos años mis taras, he vivido como si no existiesen. He sido estoico. ¿Era heroísmo? No, no me ha costado nada. Y luego, al primer asalto de la ‘inquieta acongojada’, he vuelto a caer en las arenas movedizas. Desde marzo me debato en ellas (...) No tengo nada que desear en este mundo, salvo lo que quince años de fracasos excluyen ahora. Este es el balance del año no acabado, que no acabaré. ¿Te asombra que los demás pasen a tu lado y no sepan, cuando tú pasas al lado de tantos y no sabes, no te interesa, cuál es su pena, su cáncer secreto?”. Un día después, el 18, escribió: “Todo esto da asco. No palabras. Un gesto. No escribiré más”. El 27 de agosto, en la habitación que había alquilado en el hotel Roma de Turín, junto al cuerpo sin vida de Pavese se encontró una nota en el ejemplar de Diálogos con Leucó que tenía en la mesa de noche: “Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No chismorreen demasiado”.




El hermano Pavese
Por María Teresa Andruetto *

Tenía 17 años cuando, recién llegada a Córdoba desde mi pueblo en la llanura, cursé Literatura Italiana y me encontré con Pavese. De no haberlo leído, la condición piamontesa, el origen inculto de los campesinos llegados al país en el siglo XIX y el castellano mal hablado de mis abuelos hubieran sido vergonzantes. “Descubrí a un escritor que parece que hablara de nosotros”, le dije a mi padre cuando regresé al pueblo. Mi padre había nacido en Airasca, al borde de las langas, en 1921, apenas trece años después de Pavese, fue llamado al ejército fascista, un año más tarde desertó, se unió al movimiento partisano hasta el final de la guerra y emigró a Argentina en diciembre de 1948. “¿Pavese? –preguntó–, yo lo conocí, me lo presentó Lucia Neiroti, una prima mía pariente del beato Neiroti, ése al que le nació un lirio en el pecho. Fue en Torino, cuando terminó la guerra...” Mi padre murió en 1990. Poco después, contando el pequeño, modesto, mito familiar a una amiga, apareció la idea y el deseo de escribir las dos versiones del poema que titulé “Pavese”.

Mi madre nació en Argentina y nunca fue a Italia, pero puede recorrer en la memoria cada pueblo de la geografía piamontesa por donde mi padre y sus padres estuvieron, cada primo lejano con su historia. Se siente profundamente argentina, pese a que su primera lengua fue el piamontés que sus padres, hermanos, abuela y vecinos hablaban aquí y pese a ser hija de un hombre de Magliano Alpi y una mujer de Michelino. Años más tarde, cuando creía ya haber salido de la influencia de Pavese, en una lectura de poemas pertenecientes a Kodak, alguien que no me conocía se acercó y me dijo: “Su poesía me recuerda a Pavese, él siempre habla de los cuñados y los tíos y en sus poemas hay personajes que conversan...”. Hasta entonces yo había creído que Kodak era un libro marcado por la lectura de poetas norteamericanos, pero la frase del ocasional oyente de mis poemas no resulta tan extraña si pensamos que Pavese se liberó de los excesos del lirismo italiano finisecular con la lectura sostenida y la depurada traducción de literatura norteamericana. Se trata de un italiano que leyó como pocos la literatura norteamericana, lo que también es decir un escritor impregnado de todo aquello que influyó con fuerza en la escritura de los latinoamericanos, quizá por eso –porque es tan profundamente regional como universal– su influencia, aunque no siempre reconocida, fue grande en la generación de los escritores argentinos de provincias que en los ’60 le dieron una vuelta definitiva a la literatura regional.

Hace dos años estuve otra vez en el Piamonte e hice con unos primos un moroso paseo desde Canelli hasta Magliano Alpi, atravesando los viñedos de uva moscato y los campitos de avellanos, deteniéndonos en cada pequeño pueblo de las langas, Monticello, Alba, Caravanzana, Barbaresco, Gaminella, Camo, Santo Stefano... esperaba ese viaje delicioso a su territorio de escritura, lo esperaba con ansia. Sin embargo, lo que él me dice y algo que va más allá de lo que dicen sus libros, puedo encontrarlo también aquí, en mi pueblo y en el pueblo de mi madre, una verdad que está en el lenguaje, una coloratura del habla regional capaz de dar cuenta de una nostalgia heredada, nostalgia del que quiere volver pero no vuelve, del que no quiere volver sino en el mito... trazos de vida en la memoria heredada de otros y conmovedora percepción de las miserias y la rudeza de su pueblo (un cineasta de Torino me hizo notar que en la lengua piamontesa no existe la palabra amor), porque lo que se añora es un lugar emocional que ya no existe, porque no se trata sólo de un lugar, sino también de un tiempo, y entonces el regreso sólo es posible a través de las palabras.

Encontrarme con los libros de Pavese me permitió comprender que la lengua que yo hablaba en casa, el castellano de mi casa y de mi gente, con sus coloraturas regionales, estaba atravesado, casi tanto como el italiano d
e Pavese, de una presencia piamontesa libre de ostentaciones y pintoresquismos. Que en su lengua impregnada de hondura, late gris, austera, la tremenda cosmovisión del mundo que subyace en mis ancestros y que, sostenida por el sustrato regional en que los suyos y los míos habitaron, nos alimenta y nos hermana.

* Escritora, autora de Pavese/Kodak (Ediciones del Dock, 2008).

Publicado en Página/12, el 9 de septiembre de 2008

martes, 2 de septiembre de 2008

Arnaldo Calveyra: "siempre escribo el mismo libro"


Radicado en Francia desde 1961, observa con cierto asombro el creciente reconocimiento que está teniendo su obra entre escritores y críticos. El sello Adriana Hidalgo acaba de publicar su Poesía reunida, nueve libros de poemas, que incluye uno inédito.
Por Silvina Friera

“Lograr un poema es la patriada mayor, así sea de tres sílabas, de tres líneas”, señala Calveyra. Una súbita alegría blanquea el rostro de Arnaldo Calveyra cuando abre la puerta del departamento de la calle Maipú. Bajo la claridad espejeante que entra por la ventana, la última ofrenda de ese sol de rayos oblicuos y mezquinos, propios del atardecer, los gestos del poeta, como en ciertos negativos de algunas fotos, son un terruño por revelar. “Estoy de viaje todavía”, dice, recién llegado de París, ciudad en la que reside desde la década del sesenta, mientras sus ojos viajan hacia esos retazos de cielo estampados por unas nubes algodonosas entre las que parece hamacarse su mirada. En ese vaivén, que quizás sea tributario de la cuarta dimensión en la que admite que vive, intenta que nada de la fugacidad de ese paisaje escape de su lente. Mira y excava esa diminuta parcela del horizonte en silencio. Sobre la mesa del living hay un ejemplar de su Poesía reunida, edición al cuidado de Pablo Gianera y Daniel Saimolovich, recientemente publicada por Adriana Hidalgo. El libro incluye nueve poemarios desde el primero, Carta para que la alegría (1959), hasta el inédito Estaciones en el día 25 de junio de 1966. “Son como filamentos que se juntan, pero una cosa tan desorganizada de entrada, sin pretensión alguna, que ahora esté ahí, es rarísimo”, cuenta Calveyra a Página/12 mientras una sonrisa de agradecimiento se expande por sus mejillas.

–Quizá lo que le resulta extraño es el reconocimiento que está recibiendo su obra, el hecho de sentirse un poeta contemporáneo. ¿Cómo se lleva con este asunto?

–Es que no me doy cuenta de que me pasó a mí. Pasa y me pasa, pero no llego a darme cuenta, y creo que es mejor. No sé qué sentís como lectora al ver una cosa así (señala el libro).

–Se lee una vida.

–Y entonces, ¿cómo se hace una vida? Es casi como una cuarta dimensión. Mi traductor al francés dice que en cada nuevo libro excavo en el mismo lugar, siempre más abajo, pero los temas son los mismos: será el tiempo que pasa, las palabras, Francia, Argentina, Entre Ríos, el campo, el horizonte... No quiero ser injusto conmigo mismo, pero creo que es el mismo libro. Claro, cada libro fue trabajado de distinta manera; no puedo decir que sea una fotocopia del anterior ni del que va a seguir. Pero es la voz. Si uno encuentra algo que se parece a una voz, está en el camino correcto. Y no hay muchas voces en la vida.

–El encuentro con esa voz está en su primer libro, Carta para que la alegría. ¿Qué recuerdos tiene de esa escritura?

–Siempre me sorprendió que lo escribí en una semana. Pero lo previo, el trabajo de zapa del libro, es el campo, es la voz de la gente que yo conocía, el habla de ellos más sofisticada. Creo que los silencios en mi obra vienen de la gente del campo; lo que va de una palabra a otra es el tiempo de la gente de campo, con infinitas otras sofisticaciones porque yo era producto de la universidad, de las lecturas, de (Carlos) Mastronardi. Lo curioso es que no hice lo que hacía Mastronardi, y eso por un tiempo fue motivo de sorpresa: cómo no lo imitaba. Ahora me doy cuenta de que lo imito en alguna palabra que quiero que esté por amor hacia Mastronardi, porque quiero estar con él y que él esté conmigo. No es imitación servil; lo hago a conciencia para seguir con él, que tanto me dio.

–En casi todos los libros, por ejemplo en Iguana, iguana, especialmente en Maizal del gregoriano, y en los poemas inéditos de Estaciones en el día 25 de junio de 1966, aparece mucho la palabra “cuchicheo”. ¿Cómo explica esta recurrencia?

–No sé... habría que ver el contexto, las palabras anteriores, el poema que las concita o las hace emerger. ¡Pero qué lindo!, es un tema de trabajo para mí.

–¿Cuchicheo estaría asociada con la aparición de las palabras en el poema?

–Seguro, viene de la creación de un mundo. Hay un momento en que el poema se va haciendo con el cuchicheo. También en las iglesias, la gente que reza cuchichea, y yo de chico escuchaba eso. Es rarísimo, ¿qué es eso que no alcanzás a entender? Pero hay un llamado a más claridad.

–Y siempre está la preocupación por la sílaba, por las palabras que no se terminan de articular...

–Son esas palabras que están completamente de costado y que de alguna manera tienen que tener su sentido, su derecho y su revés. Ese es el trabajo más fuerte tal vez, porque lo otro, el contenido, uno lo lleva como una cosa más dada de antemano. Me acuerdo muy bien del cuchicheo de los muertos en Pedro Páramo. Rulfo dice que lo único que progresa es el cuchicheo. Escribí un texto sobre Rulfo que está inédito en libro, como tantos inéditos que tengo y que en su momento saldrán. Lo principal es que están escritos; después publicar viene solo. Lo otro es, ¿podré?, ¿se podrá? Cuando querés alejarte un poco de la cuestión, hablás en tercera persona (risas). Yo estoy contento con mi trabajo. Nunca lo pensé como compañía para otros, eso es lo que no deja de asombrarme, que haya gente que me diga “cómo me gustó tal cosa” ahora que salieron todos mis poemas. Eso no estaba en el programa. Bueno, ahora está.

–¿Y qué estaba en el programa original cuando empezó a escribir?

–Lograr un poema es la patriada mayor, así sea de tres sílabas, de tres líneas. Eso estaba como conquista. Y hacer lo necesario para que esas tres líneas emergieran, cuchichearan, ahora ya te voy a parafrasear, hacer eso sin piedad. He trabajado como traductor para la Unesco y llegaba un momento en que estaba tan cansado de cargar con palabras ajenas que andar con las mías ni por las tapas... En eso he sido muy pero muy duro para conmigo mismo. Menos plata, menos lo que quieras, pero tiempo para escribir. Hice todo lo posible para que quedara tiempo, que hubiera un margen entre un trabajo y mi trabajo.

–Sin embargo, en Diario del fumigador de guardia, hay un verso en que dice: “Años de ningún poema...” ¿Hubo épocas en que no pudo escribir?

–Sí. Recién escuchaba en la radio a un peluquero de Córdoba que decía que una vida es larga. Ahora los poetas están muy apurados, pero yo les digo: la vida es larga. Yo puedo esperar; tengo unos poemas y quizás pasen veinte o treinta años y yo no esté, pero ellos estarán ahí, en mi pieza. No me voy a apurar porque esté cerca de la muerte. Siempre los poemas esperaron porque yo quería darles una buena vida después, que tuvieran la mejor vida posible...

–Que no envejecieran rápido, ¿no?

–Claro. El otro día hablaba con Ovidio García Valdés, que acaba de obtener en España el Premio Nacional de Poesía, y me dijo por Diario del fumigador...: “¿Cómo hiciste para que esa poesía no envejeciera?”. Claro, va a envejecer, pero más lentamente.

–Diario del fumigador de guardia es de 1951, ¿cómo trabajó esos poemas para que no envejecieran?

–Yo creo, pero no creas que lo sé todo, lejos de eso, que hay que cuidar el adjetivo. Lo más traicionero es el adjetivo; te vas por el adjetivo y perdiste la partida de entrada. Si podés, huí del adjetivo; son como fórmulas de curandero (risas). Hay que huir del adjetivo para todo. En el teatro los problemas son otros, es la distancia para con el personaje; hay que tenerlos lejos, que no se te vengan encima y no te hagan declaraciones de amor. No hay amor entre un autor y su personaje, tiene que haber trabajo y cuidado. En cambio en la poesía, los adjetivos se te vienen encima. La sensiblería es común a todos los mortales. Yo también soy sensiblero, ¿o qué te creés?, pero cuido, leo y veo. Y me alejo, cuando hay que alejarse. Es muy difícil que un libro mío haya salido casi enseguida después de estar terminado. ¿Para qué? ¿Qué apuro hay? No hay ninguno.

–A propósito de esta obsesión con los adjetivos, hay un poema en que dice: “No es cierto, en el comienzo no fue el verbo, el cronista del Génesis se equivocó por exceso de envión lírico; en el comienzo, seguro, fue el nombre”.

–Hay mucho de broma, pero a la vez es mejor el sustantivo que el verbo. A mí me tranquiliza más estar en buenas relaciones con un sustantivo. En cambio el verbo, uf, me doy cuenta de que puedo poner varias opciones, pero para un poema eso es mentira. Estás engañando al poema poniendo varias opciones verbales. Es una forma de trabajo como cualquier otra, como los andamios que utilizás para ver cómo van a salir las cosas, cuál es el producto final entre comillas.

Calveyra madura poemas, pero también silencios. En Receta para hacerse de un poema recomienda: “Tomar la mayor cantidad posible de palabras, estar con ellas el mayor tiempo posible: en la ciudad, en el campo, en el baño, en el empleo. Jugar con ellas mucho rato todas las tardes, todas las mañanas, todos los días, en suma: entretenerlas lo mejor posible, entretenerlas hasta que, por distracción, algunas de entre ellas viren al poema”. Hay un libro aún no publicado, Diario del recluta, que escribió a fines de los años cuarenta mientras esperaba la revisión médica previa al servicio militar. “Habla de un pianista que dice que cuando él se sienta al piano programa los silencios con los que va a trabajar –explica el poeta–. Ya a esa edad, veinte años, me daba cuenta de la importancia del silencio.”

La bruma de ese período de sequía poética que padeció en la década del cuarenta no empaña los destellos de felicidad que irradian los ojos de Calveyra. “Me faltaba una conciencia poética, no estaba hecho. Me acuerdo de que a Mastronardi le gustó Alberdi, pero eso no quiere decir que los poemas que salieron después fueron logrados como ése. Eran años duros, era tan difícil saber con qué pie caminar. Tal vez había un exceso de querer; hay un poema en que se dice que el exceso de querer dañaba las cosas. No estaba urgido, justamente lo contrario, pero quería estar de acuerdo con lo que hacía. Fueron años de formación y cuando uno se forma, se hace lo que se puede. Diario del fumigador de guardia como planteo estaba bien, pero era un planteo para madurar poéticamente y no volver a fracasar. No quería pasar como un poeta folklorista.”

–El poeta que nació en Mansilla, en un pueblo, ¿era una mochila que le pesaba?

–Sí, y lo tenía muy claro. Y eso me habrá quitado mis noches de sueño, perdé cuidado. Pero ya está, no tengo ese problema, ahora tengo otros (risas). El problema de escribir bien, de escribir un buen poema, de que salga.

–En su último libro, Diario de Eleusis, se lee: “Escribo en presente, escrita esta página para tratar con presentes sucesivos, páginas que logren un libro en presente”. Esta necesidad de que el poema sea en “tiempo presente”, ¿estará relacionada con el hecho de vivir “entre” lugares: Entre Ríos y Francia?

–Sí, es vivir con los dos horizontes, el europeo y el de aquí, esa cuarta dimensión a la que, por suerte, estoy sometido. Y estoy encantado, no me molesta, no me cansa, no me disgusta, no me saca años, como las madres que les dicen a los chicos que no quieren comer: “me estás sacando la vida” (risas). Es estar siempre entre dos mundos, porque estoy allá, pero estoy aquí también. Espero no tener Alzheimer porque entonces se me va a acabar todo esto, porque estoy viviendo en un gozo continuo.

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Martes, 2 de Septiembre de 2008

La ficha
Poeta, novelista, cuentista, dramaturgo, Arnaldo Calveyra nació en Mansilla, provincia de Entre Ríos, en 1929. Se licenció en Letras en la Universidad Nacional de La Plata y a comienzos de la década del sesenta obtuvo una beca para su tesis sobre los trovadores provenzales en París, ciudad en la que reside desde 1961. Publicó los libros de poemas Cartas para que la alegría, Iguana, iguana, El hombre del Luxemburgo, Diario del fumigador de guardia, Libro de las mariposas, Maizal del gregoriano y Diario de Eleusis; la novela La cama de Aurelia; el libro de relatos El origen de la luz, y el ensayo Si la Argentina fuera una novela. Varias de sus obras de teatro, Latin American Trip, Moctezuma y Cartas de Mozart, fueron representadas en Argentina y en el extranjero. La mayor parte de su obra ha sido traducida al francés y editada por la editorial Actes Sud.


Martes, 02 de Septiembre de 2008
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Martes, 2 de Septiembre de 2008

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El mundo como biografía






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Por Pablo Gianera y Daniel Saimolovich *

La poética de Calveyra, se ha dicho, desafía los géneros. Drama, narración, siempre poesía, su escritura se ensimisma en el ritmo e inventa una lengua utópica que procrea la relación adánica que mantiene con las cosas: todo lo que nombra parece nombrado por primera vez. La escritora italiana Cristina Ocampo observaba que quien haya tenido la suerte de nacer en el campo llevará consigo durante toda la vida la posesión de un lenguaje arcano y un despliegue musical de las frases. La poética de Calveyra parece haberse conformado de una vez y para siempre en esa matriz del habla entrerriana. Pero mientras que en su primer libro, Cartas para que la alegría (y aun antes, en Diario del fumigador de guardia, escrito hacia 1951 aunque publicado en 2002), Calveyra trabaja una retórica de breves frases rítmicas, en Maizal del gregoriano opta por formas más extensas, cercanas al versículo, y por el cultivo de un letanía ascética que remite a las inflexiones de los cantos entonados regularmente en el templo. Y aunque prescinde de los cortes de versos, el poema –cuyas frases se parecen engañosamente a la prosa– dota a cada palabra de una alta temperatura que se juega en el encuentro con el silencio, pero no de cualquier silencio: el silencio, si cabe, que le pertenece a esa palabra, que la rodea como a un objeto único.

Lo que asombra del castellano de Calveyra es que suena “cierto”, no literario; el más leve examen muestra que, con su viva raíz campesina, no es, empero, una lengua mimética del habla del campo ni de ninguna otra; es un habla –y especialmente una gramática– inventada, fruto a la vez del más fino oído y la mayor libertad inventiva: una cosa habilita la otra. Tal vez sea un efecto del hecho de que el español no es, desde hace muchos años, su lengua de comunicación cotidiana, o quizás algo inherente a su persona, o a su vocación de escritor: cada frase, pero también cada momento, persona y animal y planta, parece ser para él un ejemplar de una especie en extinción, parte de un juego donde la finitud es la prenda de una infinita seriedad y la novedad y la sorpresa las prendas de una pánica alegría. “Mete miedo –dice de él Cristina Campo, que lo conoció recién llegado a Francia—; transforma en alegría todo lo que toca.”

* Fragmento de El mundo como biografía, en Poesía reunida (Adriana Hidalgo).





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lunes, 1 de septiembre de 2008

A los 30, escribir poesía en el Valle

Éste es apenas un muestrario de poéticas en construcción: hay quienes privilegian el estudio y ejercicio del verso; quienes bucean por la percepción y el concepto o por la mirada lapidaria y resentida desde el margen. También el desgarramiento por el amor perdido o que, quizás, nunca estuvo. Son obras en marcha de jóvenes nacidos y criados, migrantes o nómades. Dos mujeres, Verónica Padín y Selva Sepúlveda, y dos varones, Héctor Kalamicoy y Mario Inostroza.

Gerardo Burton



NEUQUÉN.- Son poéticas en construcción, obras en marcha cuyos hacedores abrevan de fuentes diversas y apuntan a caminos también diferentes. Hay pocos datos comunes: la conciencia –precoz, en muchos casos- subrayada en el ejercicio del hacer poético y el valor de la palabra; la estética del rock contemporáneo y su hibridación con la cultura de comienzos del milenio; el escenario compartido –los cuatro viven o vivieron en ciudades del Alto Valle-, la edad –rondan los treinta o se acercan- y la casi absoluta condición de inéditos, salvo excepciones.
No los unen propuestas estéticas; sí acaso concepciones políticas o sociales pero ocupan un espacio común: hacen literatura desde circuitos no oficiales ni institucionales y también su existencia transcurre en los pliegues de la sociedad.
Recuerdan a Rainer Maria Rilke cuando le aconsejaba al joven poeta que solamente escribiera cuando la necesidad de hacerlo fuera tan urgente como respirar. En estos cuatro casos, la poesía aparece como una necesidad existencial para explicar(se) la razón del desamor; para saber hasta dónde llegan los límites de la palabra; para describir la inequidad que anida en el corazón de toda sociedad como un pecado original o para unir ideas, imágenes, sonidos, palabras y percepciones en una correspondencia feroz y estrecha entre todas las artes.
Un segundo rasgo: la crítica de la vida social y cultural de estas provincias patagónicas se comparte y se extiende a una indiferencia hacia lo institucional, acaso la misma que las instituciones les tributan. “No dependo de los concursos”, se deslizó en las entrevistas. “Ni de los jurados, y a veces del público”, pueden añadir.
La conversación fue con cuatro poetas: Verónica Padín (31 años, neuquina); Selva Sepúlveda (26 años, bonaerense de Villalonga, residente en General Roca hasta hace un mes); Héctor Kalamicoy (30 años, nacido en Bahía Blanca) y Mario Inostroza (32 años, nacido en la capital neuquina). De los cuatro, Kalamicoy tuvo sus cinco minutos de fama hace unos días cuando desde un programa de radio se propalaron diatribas contra un fascículo con poemas suyos titulado “Introducción a un feo lugar”, publicado por el ministerio de Educación de la Nación como parte del Plan de Lectura. La embestida llegó a medios de comunicación social (¿?) de Buenos Aires, pretendidamente nacionales.
Los textos de Kalamicoy dieron en el plexo solar de las conciencias que se resisten a creer en el lenguaje figurado. Habría que preguntarse, como Alejandra Pizarnik: “Si digo agua, ¿beberé?”
Justamente Pizarnik es una de las poetas que la iconoclastia de Padín no perdona, aun a riesgo de llevarse las iras de varios y varias de sus colegas. En cambio, su poesía no remite “a un autor o movimiento”, aunque reconoce preferencias por el simbolismo en especial en lo relativo a aquello que vincula lo conceptual con la imagen. Se aleja del erotismo como tema casi obligado en la escritura hecha por mujeres y hace foco en una obsesión por el entrecruzamiento de las artes. Lo explica: “el cine, la fotografía, la música, aportan a mi escritura” y así no es solamente la obra de otros poetas fuente de su poesía.
Hay una suerte “de pelea con el estereotipo que dice que hay que usar diminutivo y cierta estética relacionada con el objeto amoroso”, explica Padín.
“No puedo evitar escribir sobre la imagen, filtrando lo que pienso: por ahí transita el aspecto poético”. Con el cutralquense Guillermo Gorordo, Padín presenta en bares y cafés el espectáculo “Cielos de la Isla Viento”, un trabajo de música y poesía “que consta de cuatro temas instrumentales y seis poemas entrelazados con la música, de manera que parecen canciones”.
El resultado es un disco compacto que lleva el título del espectáculo y que intenta “llevar la palabra poética al campo del sonido. Así, la música se sirve de la palabra y viceversa”. Esto implica “otra llegada a gente no habituada a escuchar poesía”.

Con “Introducción...”, su primer libro –en rigor, un fascículo con tres poemas largos –“¡Oh, Poeta!” y “Cómo te quiero KoKo”, además del que lleva el título de la publicación-, Kalamicoy desmontó la iconografía del Valle con un mecanismo de parodia. En los textos sucesivos, este autor apunta contra el “american way of life” en un tono que recuerda a los beatniks norteamericanos o al estilo collage que preconizaba Ernesto Cardenal hace unas décadas. Su escritura es “la búsqueda de expresión” y, en ese camino, “la palabra justa”.
Kalamicoy se propone “explicar cualquier hecho, pero la historia siempre lleva a un punto determinado”. El problema, insiste, es que “las cosas se naturalizan, se sabe quién es responsable pero se acepta el horror, se lo explica y nadie hace nada. Hay que buscar la rebeldía de la palabra”.
Para Mario Inostroza, “toda poesía es crítica, expresa una cierta rebeldía”. Se autodefine como “poeta de la palabra, enamorado de la expresión acertada” –en esto coincide con Kalamicoy, en cuanto a la búsqueda de “le mot juste”-. Su producción va de acuerdo con la “vivencia poética que tiende a encontrar el cuerpo del poema”. Esa corporalidad traduce “una existencia que escapa a la propia vida”.
Para este poeta es importante, de modo especial, cómo se distribuyen las palabras en el papel, ese dibujo que forma el poema como un ideograma y que traduce el ritmo interior, la respiración del texto. Se trata de un recorrido similar al del amante con el cuerpo de la amada, explica, “que se revela de a poco”.

... not least, Selva Sepúlveda define su “naturaleza nómade” mientras recuerda un verso del chileno Jorge Teillier –“esperábamos algo, sin duda algo en todas las puertas que abríamos y cerrábamos”-. Esa espera está en su búsqueda, en cuanto a lo laboral –oficios diversos; mudanzas signadas por lo laboral- y en lo relativo a la literatura. En su poesía “está la necesidad de cerrar algo” y eso es a veces un tango que no termina, un blues lacerado y la existencia cotidiana iluminada por “la paz que sobreviene al poema acabado, como algo que antes aturdía y no me dejaba dormir”.
Sepúlveda opina que “en la Patagonia hay muy buena poesía”, y su certidumbre está avalada por la precocidad de su incursión en la literatura. En efecto, en su Villalonga natal cuando cursaba los primeros años de la primaria, asistió al taller literario coordinado por Mary Zúñiga. Allí fue con sus hermanos, y con ella asistió al Encuentro de escritores de Puerto Madryn a los 14 años. Acaso eso la definió como participante y organizadora de reuniones similares; antes en Villalonga, ahora en Bahía San Blas, donde se radicó hace menos de un mes.
Ahora, la poesía de estos cuatro poetas en un Olimpo descarnado y desértico, como es la estepa y el oasis del Valle norpatagónico.

LOS TEXTOS




Héctor Kalamicoy
Nació en Bahía Blanca en 1978. Estudia Letras en la Universidad del Comahue; es corrector de imprenta. Publicó “Introducción a un feo lugar”, en la colección Escribiendo en la Patagonia del Plan Nacional de Lectura, como resultado de un concurso organizado por la SEA filial Neuquén.


En su cruz que dice INXS.

Bueno, parece que los jóvenes actores
toman la bifurcada para perderse en el bosque más oscuro.

Genial, es un motivo tan chistoso
tomarse en serio la muerte
de otros desconocidos.

¡Qué me importa! si no tengo otra cosa
a la que referirme. Simplemente
Heath Ledger
la cagó.

En este momento
debe estar comenzando a joderse en la morgue pálida y llena de sádicos
no más triunfo ni gloria ni conejos ni chaquetas
ni Oscars.


Alguien dice que lo entierren en
Australia, la de tiburones blancos, la de los amorosos y mullidos koalas,
la de la locura australiana de este ex cowboy gay, ex guasón, ex patriota
cruzó la línea

¿Vendrá Mel Gibson en persona?
No creo que quiera
asomarse a ese hueco en la funda de madera
representante de Jesús
demente en su cruz que dice INXS
él, tan dulce como el culo de una abeja, cuando mira a la
cámara, mira el mundo desde el más allá del cine.


¿Vendrá Nicole Kidman?
No puede llorar hace meses desde su rostro estirado
los diamantes no lloran y las actrices no lloran
ni paren ni sus ojos azules pueden voltearse
ni oscurecerse
tras la lluvia repentina. No va a venir. Eso es imposible. Estoy seguro. Tampoco va a envejecer nunca.

No viene nadie. Esos son los únicos australianos que conozco.
Nadie viene por el actor.
Nadie da una oración.
Pondrán, dos tipos como yo,
su culo en un cajón y el cementerio tiene pasto o nieve
¡qué mierda! es Estados Unidos, puede estar Batman, dándole la última
palada de blanca para joderlo sin que se note
o puede que algún cowboy llore en la montaña como una niña sus veintiocho
años desperdiciados, en una noche de fiesta en la que nadie quiere morir.


Portarretrato

En Roca
por debajo de los cielos estábamos, nunca la lluvia
y por encima de la tierra
se venía acercando lentamente
el monstruo cerrado de los días circulares
llevarse la cuchara y masticar la misma ceniza
llevarse la cuchara y masticar la misma boca
todos los días los días desnudos
una gota indecisa en el alero
engordando.
Ahora, lo que se viene es igual a lo que ya fue
y el sol sale y se pone
y ya no interesa el trabajo
sólo pesa la creencia
el ladrillo divino acomodado con paciencia
en el jardín desolado
escarbado por los perros, escarbado por la gente.
En Roca
nadie vuelve por las tardes
es como todos los sitios desolados
debajo del cielo estábamos, nunca el viento
y por sobre la tierra habían plantas benévolas
y vecinos que ya no están, gente que se fue
más comprendo las palabras
más vacío y más amurado.
Sencillamente, las mañanas extienden las alas
y las tardes las pegan al cuerpo torcaz
pasan los ciclistas temblando en el frío hacia la noche
y las hojas
caen impulsadas con fuerza, pisoteadas en el barro.


Selva Sepúlveda

Nació en 1982 en Villalonga, Buenos Aires, donde comienza la Patagonia, allá entre los ríos Negro y Colorado. Vivió en Valparaíso, Cipolletti y General Roca. Hace un mes reside en Bahía San Blas, sobre el Atlántico, a cien kilómetros de Viedma. Es madre de una niña pequeña, desempeñó varios oficios –vendedora, empleada administrativa; editora- y desde chica participó, con sus hermanos, en talleres y proyectos literarios. Prepara un encuentro internacional de escritores en San Blas para 2009.
Obtuvo premios, sus poemas están en antologías. Salvo eso, permanece inédita.



A Warley…
Me baño con la tormenta
despojando invisibles impurezas.
La flor borrosa en los azulejos
me clavaba espinas.
La memoria agita máscaras
invitándome a bailar
Una mañana
hablabas de la mujer
que asesinó a tus hijos
Me pareció verte
tras la cortina
escuchando a cohen
tomando vino
lamiéndole la espalda
las tetas.
Me bañaba dormida
reclamando tu tos seca
y una malsana lucidez
me empujaba a preguntar
de dónde nace este sudor
que con un chispazo te nombra?
De dónde? Preguntaba, de dónde?
Diciembre sacudió la mano.
El vacío es una suma mal hecha -pensé
Refregué mi carne con asco
y bailé descalza
sobre los vidrios




estoy demasiado flaca
mi hija tiene el 25% de mi peso
y esa inocencia me devuelve
los días de lluvia
las corridas
por los pasillos de la escuela
el olor a aserrín
a kerosene
tenia razón Dante
ya no es como de pibes
cuando comíamos el azúcar a cucharadas

ahora todos los semáforos están en rojo
no tengo un mango
y mi hermano vive en Buenos Aires

los lunes son complicados
me corté el pelo
ese arranque tan femenino y estúpido
de creer que un par de tijeras
pueden arreglarnos la vida

tengo un intenso dolor
detrás de los ojos
como si fueran a desplomarse
soy demasiado joven para morir

ese porcentaje de mi cuerpo
muerde el lomo de un libro
hasta arrancarle un pedazo

pienso en eso
en el libro amputado
la mordedura


Escenario de un lunes

Es la ruta impar
el kilómetro 900
escenario donde he llegado a ser
todo lo que mis padres nunca soñaron que sea
estoy a cuatro leguas del paraíso
recordando que alguna vez
fui scout, católica, virgen
(hay cosas que ni la memoria
puede recuperar)
Podría estar en una playa
atestada de gente,
con amigas
siempre alerta
porque cuando la marea sube
la masa bronceada
es capaz de clavarte
una sombrilla en el culo
pero esa madrugada
llegó tu cuerpo
con cinco puntos en la escala de Richter
a patear mi vaso de cordura
al ángulo
Golazo.
¿Con qué derecho viniste
a moverme el piso
justo ahora que el cielo
se ha colmado de perros
y mis cicatrices son enormes bocas
que te reclaman?
Es la ruta impar
El kilómetro 900
Diego de la Vega y la vaca loca
es el temporal
que arrancó los techos en Chasicó
y a Mostaza Merlo de River
¿Adonde iré a parar
en la Ford blanca
con este viento de san puta
sin DT y sin himen?
Es el cuento de Eric en estación Mapocho
mi sombra dislocada
en la banquina
la insistencia de nacer
sobre el lunar
que buscabas
hasta quedarte dormido
llueven perros, mi cielo
llueven perros.





1

Pido un sitio donde apoyar el cuerpo
una silla
un par de muletas
no puedo caer
alguien necesita asirse a esta masa de huesos
aprender a caminar
nutrirse de estos cuarenta kilos
debería hacer yoga
escuchar la voz interior
hay miles de voces
pidiendo a gritos que vuelvas
los hijos tienen hambre y lloran
para qué vas a volver?
para que?
para eso estamos las madres

2

ya no se puede fumar
en los espacios públicos
el agua ha dejado de ser
inodora
incolora
insípida
qué hago ahora que tengo la pelota
no logro concentrarme
esos gatos peliandose en el techo
estoy hundiéndome en este cuarto de machimbre
una caja inmensa
un bin con tapa
soy una cebolla llorando hacia adentro
derramándose hacia adentro


3

los tipos de la mesa vecina
comentan la jugada
que pudo haber sido gol
pero no fue,
no fue.




Verónica Padín

Nació en la ciudad de Neuquén en 1977. Profesora en Enseñanza Primaria hace diez años que trabaja dando clases de Lengua y Literatura a niños y jóvenes. Asimismo, está cursando las últimas materias del Profesorado en Letras en la UNCo. Ha participado en diferentes recitales de poesía y su obra poética permanece inédita.



No sanar
aunque perciba la delgada hora del día
en que las peticiones no son un rito
sino un montaje de cielos

sigue siendo un borrador
el tiempo
lo que tarda mi mano
en llegar a la palabra

si yo pudiera decir retorno
o porvenir si yo pudiera decir

si yo pudiera decir
frenar el vuelo de los pájaros
la espesura del mundo
el sueño que habré tenido
mientras persistía despierto
y no entendí

el tiempo tiene un pedazo menos.



Septiembre

Pertenezco libre no redimida al balbuceo de agosto
la casa se llena de conjeturas
acerca del miedo que ofrendamos
no evitar apartarse de lo que está lejos
articula los cuerpos que hay adentro

al lado de la ruda creció una pequeña violeta
la luz no fue



Bolsa I

No hay pájaros por acá
y la bolsa que vuela en el patio
acaso murieron antes
en urgente nocturno
vuelo
la bolsa que vuela en el patio
murmura un término
alma rodeada de viento

acaso morí antes
mi alma polietileno.


Bolsa II

La isla viento
la fuerza bruta del polietileno
ve cielos de la isla viento
colgados rosales matizados
Y yo casi siempre en el colectivo cuando camino cuando hablo callo
la calle grita
mi casa grita
Chet grita
silencio atornillado en la isla viento
en la fuerza bruta del polietileno.

Bolsa III

La arbitrariedad de la rosa
que un día se posa
y un día se aniquila
como los días que vuelven a viernes
a ese funeral primero en donde nadie vende flores
porque en mi casa nadie vende flores
ni mi madre que está perdida ni que en sueños se vislumbra

otro viernes
vuelve la espiral como un gusano torpe
miedo
a las tardes que vomitan viento

parece que al gusano le gusta el viento
mancharse en el desierto
ver las bolsas
mofarse del vaivén
de las arrinconadas de las que parten de las desaparecidas de las que persisten
como barriletes sin niño sin piola.

viernes nuevamente desempolvado
arremete desierto
sin playa
sin barranca.



Linderos del cielo

En los linderos del cielo
con una segunda voz
se mueven los cableados
donde yacen las palomas

han cantado las hojas
las hojas mientras volabas
una sustracción de mis alas
me lleva a la tierra, otra vez

me asemejo a las palomas
pero ellas ya están trazadas
en el cielo vos aéreo
juntando los dos confines

ahí vienen las alas, otra vez
ostinato
han cantado las hojas
y yo subo.


Mario Inostroza

Nació en 1976 en Neuquén capital. Se define como “lector empecinado, poeta y controversial alumno universitario fracasado”. Tiene un libro preparado –“Reciprocidad verbal”- para publicar; fuera de eso es totalmente inédito salvo las ediciones en el fanzine de poesía “Penumbrales” que vio la luz en 2005. Trabaja como preceptor en la modalidad “educación en contexto de encierro”, en la Unidad 12 del barrio San Lorenzo, de la capital neuquina.



NOCTURNO DETRÁS DEL CAMINO



Nocturno
detrás del camino
sólo la brisa comprende lo que sientes


a sus sombras
la luna desnuda de silencios
y a mis pensamientos


bajo sus hojas con tus caricias
la arboleda entreteje reflejos confusos


la humedad de la hierba
nos une
a la humedad del deseo


eclipses gemidos
de entre son
rumores asombros


nocturno detrás del camino no es un jardín de exclamaciones decapitadas


somos
párpados adentro
los mismos árboles
mecidos
bajo nuestros cuerpos


la vida al fin nos mira
llovizna de palabras recién nacidas
desde susurros habitados


Ahora
detrás del camino nocturno
y petrificado entre sus labios mortecinos
ya todos los silencios son del alba


(UVAS VERBALES)

…la mariposa
para que hable esta rosa /
desnuda al viento…


…llovizna viajas
por las piernas abiertas
de la arboleda…


…más que desnuda
y hacía el centro del bosque /
llevo a la luna…




UN DÍA CON DIANA

Se abre el ahora,
palpita apenas la ley
que agita al mundo.

El alba imperceptible
se incendia entre sus piernas.



Lumbre en sus cuerpos:
Se abren paso entre la piel
los dedos de aire.

La vida esculpe a tientas
su verdadero nombre.



Triste hasta el grito,
sólo ha vuelto a revivir
con su marea.

Y ella entra al calor feliz,
cazando en la boca ocre.



Sediento, el día
bebe noche allá dentro:
Claridad súbita.

Se abisma el charco lunar
entre labios de fuego.



Luz que arde erguida,
oscuridades que hallan
miel para su hambre.

Rompe diques, lo anegan
labios de agua: Haz de ámbar.
Radiante en su afán,
por nubesenos de ansias
va hasta su cumbre.

Mediodía encarnado
junto al rumor de estrellas.



Luna y sol se atan,
fulgor del deseo: Amar,
siempre es dos, tú y yo.

Dos: Puente a lo Otro, espejo
del ser, mar de presencias.



Ve un río inmóvil
por su pecho, en sus senos
hay otro que avanza.

Se engendra un dios a orillas
del fluir de sensaciones.



Rayos y sombras
se expanden, se contraen:
Dispersión cósmica.

Dentro de ellos se extinguen
millones de universos.



(Diosa, ola amable
que en mis ojos reposas
y a mi sangre hablas.

Corre el viento eco adentro:
No es su voz, son mis versos...)