viernes, 19 de marzo de 2010

“Los rastros de un poeta galés en la Patagonia argentina”


Por Sergio De Matteo

Publico este ensayo recibido hoy de parte del poeta y escritor pampeano. Su interés y originalidad están en cómo aborda la vinculación entre Dylan Thomas con los textos de los patagónicos. Se trata de una relación que rompe las clásicas unidades de tiempo y espacio y accede a la más poética confluencia de existencias. Quizás sea más mito y menos iluminismo. (G.B.)


Convulsionada Europa por la Segunda Guerra Mundial, apareció en Inglaterra en el año 1939 The New Apocalypse, primera publicación de un grupo de poetas denominado “The Apocalypse” —formación cultural integrada por Henry Treece, Nicholas Moore, Vernon Watkins, Tom Scott, Dylan Thomas, Herbert Read, entre otros—. A grandes rasgos, en un manifiesto del año ‘38, afirmaban que el hombre necesita liberarse de la máquina y del pensamiento mecánico; que ningún sistema político ni ninguna ideología artística —ni el superrealismo ni la escuela política de Auden— puede dar esa libertad; que el mito es un medio personal de reintegrar la personalidad.
A esa altura del siglo las vanguardias habían perdido su fuerza transformadora —dadaísmo, surrealismo, futurismo, etc.— y también las ideas del positivismo como el progreso y la igualdad de oportunidades, en cambio se afianzaba a grandes pasos la enajenación y el fetichismo que proponía el capitalismo con sus objetos seriados, y en una progresión aritmética los estados-nación comenzaban a estallar entre conflictos bélicos fulminantes, inhumanos (campos de concentración, bombas atómicas, etc.).
Entonces, atentos a lo que les exigía el campo del arte, especialmente la poesía, y contrariando las concesiones que se habían hecho hasta el momento frente a los aconteceres de la esfera política y social, cada uno de estos poetas condena la poesía “mecánica”, materialista de los años anteriores y buscan renovarse en los mitos; y señalan:

“Creemos que la edad de la razón toca a su fin, y que estamos en el umbral de una nueva era en la cual la vida será servida por la cultura, la razón, el arte, pero no sobrepasada y sojuzgada por ellos. La cultura debe inclinarse ante la vida, el arte ante la vitalidad y la sangre.”

Entre esas voces emergentes se destaca una y es la del poeta galés Dylan Thomas. Nacido en Swansea, en 1914. Desde su primer libro Eighteen Poems, sorprendió por la utilización de recursos estilísticos que sobrepasaban al de sus compañeros de ruta. Y fue agigantándose con otra serie de libros de poemas y, también, textos narrativos. Más allá de la leyenda que se ha tejido en torno a sus vicisitudes personales (alcoholismo), otro es el panorama que ha dejado en lo que es la práctica de la poesía y la narrativa. Roland Barthes ha señalado que “la poesía moderna está saturada de estilo; que entre la lengua y el estilo se sitúa la escritura”. En ese territorio donde el escritor comete sus asesinatos se convoca a las imágenes, el léxico, la elocución, la carga de la tradición, las rupturas, los homenajes y las influencias. Simbiosis y comunión en donde se encuentra el hombre que escribe y la letra, en donde se gesta —en la soledad de la producción y la multitud avasallante del contexto— y transgrede una sintaxis que siempre se encuentra en emergencia, pronta a los cambios, la renovación. Es el lugar en donde se adensa la presencia del autor, se encarna el verbo, haciéndose inexpugnable su compromiso con la escritura, la conquista de un estilo, la irrupción de una voz, sólida y original, distinta de las demás, que le permiten ser, estar en la literatura.

Elizabeth Azcona Cranwel —en un excelente estudio introductorio, además de la traducción y las notas, a los Poemas Completos, editada por Corregidor—, sintetiza las líneas de producción de Dylan Thomas diciendo que:

“El nacimiento, la infancia, la adolescencia, la sexualidad, la religión, la muerte, el idioma del paisaje, la leyenda, en la visión acelerada de un múltiple universo de símbolos conforman la esencia de esta poesía. Rebelión de las fuerzas vitales ante las formas que avanzan hacia su caducidad, música y memoria de un paraíso perdido en la niñez, gozo profundo ante los milagros y una constante búsqueda de la verdad inmutable del hombre, oculta en los mitos, los colores, los sonidos, las repeticiones eternas. Y que sólo se manifiesta a la luz de las palabras. Dylan Thomas trata de aprehender los limites de lo creado, la belleza y el terror de vivir, por medio de una participación activa en ambos extremos. Se trata del ‘éxtasis de la vida y el horror de la vida’ de que hablara Baudelaire. Y en esa travesía de opuestos, se cumplirá finalmente un acto de apertura y celebración.”

Reveladores son a veces los ejemplos o las asociaciones que se trazan entre escrituras, entre libros, por ende, también el mito intercede:

“Pero cuando el escritor, y este es el caso de Thomas, se convierte en un fenómeno que desborda el marco literario no suele ser sólo por un manejo inteligente de los recursos técnicos del oficio; cuando esto ocurre, es que el lector no lo ve como un creador de belleza o de ideas, sino que encuentra en él algo que le lleva a creer que está descubriendo una parte desconocida de sí mismo...”

ha escrito Emilio Olcina en el prólogo de Retrato del artista como perro joven, y que, de alguna manera, transparenta este ejercicio que se presenta en los párrafos subsiguientes, es decir una serie de asociaciones que algunos acordarán y otros dirán que no son posibles, pero de alguno u otro manera ciertas filiaciones caen por sus nombres, por sus símbolos, por el peso mismo de la producción poética. Además esa es la otra riqueza que tiene la literatura, la posibilidad de discutir, de hacer del hombre además de un animal simbólico, el hombre que vuelve a discutir la visión del mundo en el ágora. Entonces, esta mirada hacia la literatura de nuestros coterráneos sureños será partiendo, articulando y yuxtaponiendo (en esa “Continuidad de los parques” del gran Cortázar) desde la obra de Dylan Thomas como base para la exploración en otros autores locales.

Pero este artículo no es para celebrar la poesía de Dylan Thomas; aunque las líneas precedentes intenten mostrar a grandes rasgos su importancia e influencia en la poesía moderna. Justamente la idea de estas anotaciones es el hallazgo de homenajes —a través de conexiones textuales— que le realizan varios poetas patagónicos en la elaboración de sus propios poemas. Remarcar la intertextualidad existente entre los trabajos del poeta galés y algunos autores sureños, explotando esa categoría de interpretación del análisis literario, y que en otras oportunidades excede a la producción de la misma forma textual y, directamente, da cuenta de la relación con la figura imaginaria del autor.

En la poesía chubutense no sería una sorpresa que la producción del poeta galés influyera sobre las nuevas generaciones, debido a que en dicha provincia se entrega hace décadas el Premio de Poesía Corona del Eisteddfod del Festival Galés de Arte Eisteddfod de Chubut, como en la vieja tradición bárdica, e inclusive se escribe actualmente poesía en ese idioma. Pero aquí es importante resaltar que Dylan Thomas “manifestó a Stephen Spender, en diciembre de 1952, que no sabía leer galés y, por tanto, no había sufrido las influencias de la poesía bárdica galesa”. Entonces nosotros tampoco vamos a intentar demostrar si existe o no una influencia de dichas características, sino simplemente se colocará en relación una serie de poemas creados a partir de la poesía de Dylan Thomas; en esas huellas se hará la reposición, se identificará cada uno de los textos creados por poetas, o, también, la traducción o versión que han intentado ante “la angustia de la influencia”. Porque “la literatura —al decir de la profesora Silvia Barei— sirve como andamiaje que construye una estructura de encuentros y copresencias y de negaciones”. Es interesante esta particularidad en la que la producción de un poeta galés se incorpora en los textos escritos en la región, textos que reciben muchas influencias, entrecruzándose con las vertientes provenientes de las culturas originarias o aquellas que exceden justamente el mismo campo literario, y se contamina con discursos o imágenes de la música, la plástica. En dicho caso también aparece en el horizonte de expectativa sureño la nombradía y participación de muchos poemas la figura del pintor Vincent Van Gogh, tanto en su prosapia como en los colores que destacan su obra. En ese sentido, al modo de una red de comunicación y tráfico, nos animamos en este breve artículo a vincular estos autores dispersados por el territorio patagónico, que se hallan unidos y atados por la poesía de Dylan Thomas.




















SELECCIÓN POÉTICA

Juan Carlos Bustriazo Ortiz | “Cuadragésima Sexta Palabra”

renacido pasaba con su gaita era él era él la noche ondeaba
ondulaba el gentío y él pasaba con su rostro rosillo lampagueaba
su pupila terrible celta en llamas su laringe animal ay insuflada
por la vida y la muerte que sonaban como el viento de dios con la garganta
el cogote animal que regresaba dylan thomas bermejo con su gaita
dylan rojo gemido dylan lágrima dylan odre de alcol balido panza
loca lengua caliente bofe entraña de los clanes remotos se asomaba
me rozó su quemor porque él se alzaba del hervor de vivir soplo soplaba
poderoso viviente de su gaita yo temblé de un temblido yo temblaba
de profundo temblor dylan rojeaba salvajoso de amor se calcinaba!

(noche del 16,
casa de edgar,
casa de abraham.)

de Libro del Ghenpín, Cámara de Diputados de la Provincia
de La Pampa, Santa Rosa, 2004, pág. 65.


Juan Carlos Moisés | “Habla Dylan Thomas”

He peleado
no en una guerra
no contra una tal Pamela
o una tal Caitlin, mi mujer
y una familia grande y pobre
ni contra el fantasma de la cerveza
ni siquiera contra mis propios poemas
—algo más fuerte me persiguió
durante toda la vida—
contra Dylan Thomas he peleado
y he perdido.

de Querido mundo, Ediciones El Lagrimal Trifurca, “Colección de Poesía
El Búho Encantado” / 24, Rosario, 1988, pág. 33.


Margarita Monges | “Sueño del país de Gales”

“...un verde
como no hay otro...”
Amy Lowell

Mientras el auto cruza
campos de Santa Fe:
maizales, girasoles,
qué me trae de pronto la memoria
de la tierra de Gales?

Castillos, brumas, verde.
verdes valles
—todavía son verdes los valles,
aún el Valle de Rhondda—
“un verde como no hay otro”
dijo Amy.

Las Montañas Negras
blancas bajo la nieve;
el parque del Castillo de San Fagan,
con su alta escalinata
y la estatua
de un diosecillo
mirándose serena
en el arroyo,
oculta entre el boscaje.

Cardiff
donde las hayas son tan altas
que llegan al cuarto piso
del Centre Hotel,
y desde la ventana
se ve correr el río Taff,
cruzando
el corazón de la ciudad.
Una ciudad con corazón.

En dónde
sino en Cardiff
puede haber un lugar que se llame
Moira Place,
y en todas las vidrieras
siempre el mismo retrato
de Dylan Thomas,
joven y delgadito,
y siempre con el mismo
saco tejido a cuadros.

Por qué recuerdo a Gales
ahora,
mientras corremos
entre arboledas y sembrados
verdes?

Porque la tierra de Dylan Thomas
no se puede olvidar,
tierra de antiguos bardos
que aún sigue coronando
a sus cantores,
y reverdece
en sus amables gentes
que se brindan
a quienes traen el corazón abierto.

Los viajeros se marchan.
Pero el que ha visto el verde
del país de Gales
nunca verá otro verde.

(en viaje a Rosario)

en Suplemento Cultural “Caldenia”, Diario La Arena, domingo 16 de
octubre de 1994, pág. 8.


Jorge Spíndola | “Y la muerte no tendrá dominio”

habrá más mi amor
habrá derrumbes
se caerá tu sombra desmayada

habrá más mi amor
se llevarán el bosque
quedarán fotografías de viejos mochileros
/yo estuve allá/ dirán alguna tarde

pero habrá más
nos meterán uranio entre las uñas
habrá liebres mutantes enlatadas

habrá un oleaje de párpados caídos

todo cae amor
y tu cuerpo es tan brillante
delante del colapso

habrá nubes de ácido querida
y aun así
haremos el amor
entre sábanas de ozono

habrá un oleaje de párpados caídos

y aun así
la muerte no tendrá dominio

de Calles laterales, Culturas del Sur del Mundo Ediciones, “Colección Poesía del Sur
del Mundo”, Trelew (Chubut), 2002, pág, 62.


Dylan Thomas | “In my Craft or Sullen Art”

IN my craft or sullen art
Exercised in the still night
When only the moon rages
And the lovers lie abed
With all their griefs in their arms,
I labour by singing light
Not for ambition or bread
Or the strut and trade of charms
On the ivory stages
But for the common wages
Of their most secret heart.

Not for the proud man apart
From the raging moon I write
On these spindrift pages
Nor for the towering dead
With their nightingales and psalms
But for the lovers, their arms
Round the griefs of the ages,
Who pay no praise or wages
Nor heed my craft or art.

de Dylan Thomas, Poemas 1934-1952, Visor. Alberto Corazón. Editor, “Volumen LX
de la Colección Visor de Poesía”, Madrid, 1976, pág. 80.
(Selección, traducción y prólogo: Esteban Pujals).


Margarita Monges (traducción) | “En mi oficio o arte huraño”

En mi oficio o arte huraño
ejercido en la noche quieta
cuando sólo la luna rabia
y los amantes yacen en el lecho
con todas sus tristezas en sus brazos,
yo trabajo a la luz cantante
no por ambición o pan
o el relumbrón y comercio de encantamientos
en los escenarios de marfil
sino por el común salario
de su corazón más secreto.

No para el hombre orgulloso que se aparta
de la rabiosa luna escribo
en estas páginas de espuma
ni para los muertos eminentes
con sus ruiseñores y salmos
sino para los amantes, sus brazos
en torno a las tristezas de todas las edades,
que no pagan ni alabanzas ni salario
ni se preocupan por mi oficio o arte.

en Suplemento Cultural “Caldenia”, Diario La Arena, domingo
16 de octubre de 1994, pág. 9.

jueves, 18 de marzo de 2010

Breve arte poética de Dylan Thomas










Un poema mío necesita de una falange de imágenes, puesto que su centro es una falange de imágenes. Yo creo que una imagen –si bien ‘creo’ no es la palabra justa; probablemente yo dejo que una imagen ‘se cree’ en mí emocionalmente, y después le aplico todos mis poderes intelectuales y críticos-, dejo que genere otra imagen, dejo que esta nueva imagen contradiga la primera; hago, de la tercera imagen generada por las otras dos juntas, una cuarta imagen contradictoria, y dejo que todas retocen juntas en el área de límites formales que me he impuesto.
Cada imagen contiene en sí el germen de su propia destrucción, y mi método dialéctico, como yo lo entiendo, es un constante erguirse y hundirse de las imágenes que se liberan del germen central, que es, a su vez, al mismo tiempo, destructor y constructivo.


De una carta a Henry Treece.
(En la foto: D.T. con Caitlin McNamara)

jueves, 11 de marzo de 2010

11 de marzo



no pudieron

de la burocracia del terror
de mazmorras húmedas
de los escombros de la
historia
del extranjero
volvimos
los sobrevivientes

acá
a este país bello y dulce
como el alba

burton, neuquén 2010

miércoles, 3 de marzo de 2010

Batalla de Agincourt



Por Horacio González *
En 1415 tuvo lugar la batalla de Agincourt, tema para especialistas en historia inglesa. Se recordaría menos si no la hubiera tomado Shakespeare en su Enrique V. El monólogo que pone en boca del rey Enrique es una formidable pieza que llama a no decaer nunca en el entusiasmo, a pesar de la inferioridad de condiciones. Pero el monólogo no es el del mero entusiasta, por encima de una realidad desfavorable. Se trataba de preguntarse por las bases mismas de la acción, la emotividad del hombre político que renace ante el umbral mismo del fracaso o el desastre. El discurso de Enrique V consistía en un brebaje, tomado de un solo sorbo, compuesto por el elixir del honor. El día de la batalla, ese “día de San Crispín”, iba a ser siempre recordado, cualquiera fuera el resultado, por componer una refundación de la vida en común. La hermandad de los valientes en medio de una empresa casi imposible. Entonces, con su horror y sus muertos, la batalla fundaría una nueva estirpe heroica, aunque no vanidosa. Sólo vigente en un callado recuerdo.

Es el discurso de la emoción política en torno de un heroísmo prodigioso; el heroísmo de los que estaban en minoría y hambrientos. Implica la recreación humana a partir de su irrisoria condición de debilidad. Es la epopeya de los exhaustos y alicaídos que extraen un arrebato épico casi de la nada. Los poemas de René Char en sus cantos de la resistencia francesa retomarían el tema bajo el nombre del “tesoro perdido”, pues el recuerdo de un fervor desaparecido seguía siendo una nostalgia fecunda. Eran esos hombres comunes que en un momento de sus vidas toman sobre sí una tarea extraordinaria. Creaban la hermandad de los resistentes desprovistos de fuerzas materiales. Sólo poseían su convicción, su pensamiento o su gratuidad militante.

Todos los momentos generosos de una sociedad parten de sentimientos que brotan inesperadamente. Nadie es un héroe. La situación heroica es la más común de las situaciones. Surge de la fragilidad, la angustia o de la desesperanza. No vivimos hoy momentos de entusiasmo cívico, colectivo o político. Si el entusiasmo es la forma laica de un deseo trascendente, no estamos en una época propicia a estos afanes. Por el contrario, nos hallamos inmersos en sociedades que creen ser hedónicas y son apenas espasmos de avaricias reivindicantes. La incredulidad generalizada es un subproducto de la democracia mediática, del predominio de pequeñas maniobras, de la irritación táctica y de tácticas irritadas. Sin “discursos de San Crispín”.

La palabra pública reflexionante ha sido reemplazada por mandobles calculados, ensayos chulos de lenguaje, monosílabos que si son groseros calan más. El concepto de lo político, con su sujeto dramático, ha sido reemplazado por la “operación política”, la noticia “plantada”, la obstrucción tramada en trastiendas políticas. El despliegue de ideas sostenidas por razonamientos complejos ha sido reemplazada por chicanas y gracias televisivas, mezquinas acciones toleradas llamadas “palos en la rueda” o “pases de factura”; las construcciones en común han sido reemplazadas por exorcismos y cuarentenas: “no quedar pegado”, “le soltó la mano”.

Entendámonos: los requiebros en el habla colectiva y las metáforas del acervo picaresco no son enemigos de la democracia, son el grano de sal que condimenta el viejo pacto entre los lenguajes cultivados y el manantial justiciero de las ironías populares. Pero ahora la política nacional parece estar en estado permanente de chicotazo verbal, con especialistas en “meter la tapa” en programas de tevé, investigadores de la vida privada, moralistas que prometen adecentamiento y parecen emisarios espectrales de Savonarola, manoseadores de biografías con técnicas de basural, gritones mutuamente profesionales de frases como “yo lo dejé hablar, ahora hablo yo”, que son el síntoma disgregador de un espacio dialogal del que deben surgir sujetos políticos y no energúmenos trastrocados. Estamos tentados a decir que falta el “discurso de San Crispín” –el alegato de Agincourt– para despertar la conciencia pública de sus encasillamientos facciosos.

Las migas deshechas de los pensamientos políticos que otrora producían el entusiasmo público acabaron siendo formas atrincheradas del rencor. El país se mira sus manos, medio vacías o medio llenas según quién opine, y recrea el espectáculo de una sociedad viva pero turbada, ensimismada y a punto de ser arrastrada por cualquier bribonada política. Durante el conflicto con el campo se discutió qué cosa impulsaba a las conciencias, el motor anímico que llevaba a manifestar en las calles. Las formas ya encuadradas del pueblo fueron condenadas en nombre de una conciencia incontaminada, regenerativa. Eran los “dignos” de alma traslúcida contra los hombres suburbanos subidos en camiones. Un nuevo clasismo “sin intereses” pudo presentarse como superior a las formas heredadas de adhesión popular. El gran éxito de las difusas derechas fue el hacer creer que retenían para sí la militancia desinteresada y emitir un sello condenatorio contra los engarces habituales de la movilización colectiva. Esa batalla la perdió el Gobierno. Y también la sociedad, aunque ella no se haya dado cuenta.

Fue la pepita de oro encontrada para hacer creer, luego, que el máximo atentado contra la institucionalidad vigente –un vicepresidente considerado por el periodismo pendenciero como un “obispo entre infieles”–, sea considerado un gesto republicano y no una grave alteración del cuadro constitucional. Juristas destacados, políticos éticos y analistas sesudos –es fácil conseguir esos títulos en la fábrica de certificados de la alta prensa nacional– insisten en que ese hombre, vicepresidente de marras, cumple correctamente su misión y nada importan los actos secesionistas que se producen por el solo hecho de estar sentado en esa silla, como Kagemucha, el criado japonés. Este hombre trivial con sus ávidos asesores de otros carnavales, ha descubierto que hacer política es quedarse apenas sentado, dejando un recado cismático cotidiano en el seno del Estado con sólo poner sus posaderas en una angarilla del Senado. En esta institucionalidad dividida, su voto tiene valor catastrófico, revelando cómo un sistema que se postula republicano se desgarra por la presencia del hombre sin cualidades, sin dignidad, pero con su trasero en el “juste lieu”. Los empalagosos citadores del republicanismo trucho –no del verdadero, el de los fundadores de la teoría política– lo consideran una curiosidad, como quien mira un grato desfile de la Reina de la Vendimia. Esta batalla la está también perdiendo el Gobierno. Y la sociedad, aunque ella no se dé cuenta.

Se recordará esta época como la de los petimetres que ponen en vilo a un gobierno haciendo declaraciones en la puerta de sus petithotels del Bajo Belgrano. ¿Qué puede decirse? ¿Que en esa situación se debieron cuidar procedimientos? No cabe duda. Pero otra cosa es el infortunio de las instituciones, que por un espectacular equívoco se cree que son defendidas por estos personajes que conocen y usufructúan de las características de una sociedad con profundas corrientes refractarias al cambio, a la gran aventura libertaria del vivir y a la innovación política. Léase a la prensa hegemónica en su combate ciego: una palabrita suspicaz del FMI es recibida con regocijo por los adversarios del Gobierno, pero al otro día pasarán por “antiimperialistas” proclamando la protección de las reservas, a la tarde saludarán a algún enviado de Estados Unidos proclamando la cartilla “demigolpiste” de los académicos latinoamericanos reciclados en los partidos conservadores norteamericanos, a medianoche podrán sentirse “atropellados” con Redrado, alborozados con la jueza Sarmiento, anunciar a la siguiente mañana la suspensión de la ley de medios audiovisuales con vergonzosas coartadas de bufete, y al caer la noche del otro día promover una depuración robespierreana de la república, los “virtuosos” contra los “corruptos”, con un moralismo simplificador que no pocas veces fue el sustrato de dictaduras mesiánicas. Y a la hora del té podrán observar como togados imperturbables de alguna academia internacional que se está “sobreactuando” en la protesta por la explotación petrolífera en Malvinas. Y los fines de semana, los editoriales en comandita de los grandes medios, augurando “el fin del ciclo” o preguntándose con un halo de ingenuidad “¿cómo harán para mantener el poder en los dos años que faltan?”.

Todo está sujeto a escarnio en el país. Así no es posible restituir la pertinencia de la palabra pública en la nación, dicha como soporte invisible de su armazón moral. Acciones de progreso colectivo y social evidentes corren peligro ante un nuevo reaccionarismo que supo expropiar los estilos reivindicativos y militantes, anexándolos como “ala de los luchadores” en la procesión neoconservadora. No hay fórmulas probadas para desarmar este enorme equívoco detrás del que corre una parte sensible de la sociedad. Pero en algún momento podrán aparecer los equivalentes del “discurso de Agincourt”.

* Sociólogo, profesor de la UBA, director de la Biblioteca Nacional.