sábado, 31 de octubre de 2009

Entrevista a la escritora cordobesa María Teresa Andruetto





“Todos somos para el otro un desconocido”
En la novela La mujer en cuestión, que acaba de reeditarse, la autora explora el tema de la responsabilidad de la sociedad civil durante la dictadura. Allí elude cualquier enfoque maniqueísta. “Yo quería desplazarme del lugar del testimonio de la víctima”, dice.
Por Silvina Friera

Andruetto ganó la semana pasada el Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil.María Teresa Andruetto llega a Aeroparque desde Neuquén, donde estuvo dando un curso y unas charlas. Antes de rumbear para las sierras cordobesas, el lugar en el mundo que eligió para vivir y escribir, tiene cuatro horas de espera. Su sonrisa expansiva como una ráfaga de aire fresco conjura el cansancio del viaje, de estar “en tránsito”. Su tonada cordobesa, mitigada por el ruido ambiente, hace memoria. El disparador del encuentro es la reedición de La mujer en cuestión (DeBolsillo), una novela que va al hueso de la responsabilidad civil de la sociedad argentina durante la última dictadura militar. El lector nunca sabrá quién encarga un informe exhaustivo sobre la vida de Eva Mondino, sobreviviente del campo de La Ribera, uno de los principales centros clandestinos de detención que funcionaron en la provincia de Córdoba. El informante y narrador del texto, metódico y pulcro como un fiscal judicial, entrevista a la mujer en cuestión y a más de treinta personas. Los datos precisos son pocos. Eva estudió en la Escuela de Trabajo Social y luego se pasó a la carrera de Psicopedagogía, obtuvo el título en julio de 1976, año en que dio clases ad honorem en una cooperativa, militó en el centro de estudiantes, “esa manga de comunistas”, según dice una ex amiga de Eva, y comenzó a trabajar en un diario.

También en el ’76, la pareja de Eva, Aldo Benegas, ingresó como conscripto en la Marina y a ella la echaron del diario. El resto de la información, la desaparición de su pareja, el secuestro de Eva, su embarazo (no se sabe quién es el padre) y si el bebé murió pocos días después de haber nacido o fue apropiado ilegalmente por un alto funcionario de las Fuerzas Armadas, está sujeto al mosaico de versiones de los hechos, a lo que cada persona recuerda. A pesar de no poder establecer a ciencia cierta lo que pasó, el informante opta por los relatos que le parece se ajustan mejor a la realidad.

Andruetto publicó La mujer en cuestión en 2003. “El punto de partida tuvo que ver con una amiga que se había muerto y de la cual yo me iba enterando zonas de su vida que desconocía. Este detonante agitó algo que siempre estuvo en mi percepción: la idea de que hay mucho más mundo del que uno puede conocer en cada persona; que en el fondo todos somos para el otro un desconocido”, dice la escritora en la entrevista con Página/12. Desde que tuvo la punta del ovillo de esta novela supo que la palabra la tendrían los otros en vez de la víctima. “La dictadura me atraviesa de modos diversos y ha parecido de manera sesgada en mi narrativa. Cuando escribí la novela, ubiqué al personaje con un par de años más de los que yo tenía. Entonces la vi joven y vi también mis años jóvenes. Cuando encontré al informante, encontré la novela”, plantea la escritora.

–Todas las voces que van refiriendo distintos aspectos de la vida de Eva permiten dar cuenta de que se sabía lo que estaba pasando durante la dictadura. ¿Escribió la novela a contrapelo del “yo no sabía nada”?

–Me interesaba que las voces de lo social entraran a actuar en la novela. Más que Eva en sí, quería que se vieran los matices del cuerpo social y una idea que persiste en mí: la dictadura es algo que construimos entre todos. Más allá de que haya responsables, una buena parte de la población, y me incluyo porque no quiero salir del cuerpo social que generó la dictadura, fue haciendo caso omiso de la situación, repitiendo lo que otros decían. Diría que hubo una suerte de inercia social que acríticamente apoyó la dictadura. Aún hoy estamos todo el tiempo negando situaciones sociales difíciles o reproduciendo acríticamente ciertos conceptos.

La reedición de la novela incluye dos trabajos críticos de Pampa Arán y Pablo Dema. “Si los altos jefes militares tuvieron una responsabilidad criminal y los políticos y sindicalistas que ocuparon cargos burocráticos durante el gobierno una responsabilidad política, al resto de la ‘gente común y corriente’ se le puede adjudicar una responsabilidad moral. Esta última sería la categoría en la que entran los familiares y conocidos de Eva según sus actitudes –plantea Dema en Literatura, represión y sociedad–. En general no aparecen personajes que ignoraban lo que estaba sucediendo, la mayoría estaba al tanto y, por temor a ser detenidos o por afinidad ideológica con el gobierno, ofreció algún tipo de colaboración al aparato represor estatal.”

–¿Por qué uno de los aspectos que más se cuestionan, entre quienes estuvieron detenidos en un campo de concentración, es la colaboración?

–Ya la palabra misma es un eufemismo; colaborar está puesto en un contexto de necesidad de sobrevivencia, más allá de los matices humanos que hay entre la colaboración de los presos y las presas, y sobre en todo en el caso de las presas, donde aparece el tema de lo sexual como un elemento más de la colaboración. También hay colaboraciones que han ido más allá de la necesidad. Me interesa explorar esta cuestión, no tanto en el caso de Eva, pero sí del personaje de un cuento que escribí, “Los rastros de lo que era”, sobre una mujer que regresa del exilio y se encuentra con el represor con el que tuvo una relación apasionada. Son las zonas oscuras de lo humano que me interesa mirar, que de un modo atenuado todos las tenemos. Lo que he mirado en los personajes ha sido una manera de mirarme; uno utiliza su propio reservorio, sus emociones, como una especie de bodega o de sótano al que acude. Como hacen los actores, que tratan de buscar en ellos algo para darle al personaje. La traición era el grado más extremo de la sumisión a la que se vieron sometidos los presos.

–Cuando hay que narrar situaciones extremas, complejas y dolorosas como la dictadura, usted sugiere desde La mujer en cuestión que la víctima no tiene que tener voz. ¿En el plano de la ficción sólo es posible trabajar con las voces y las miradas de los otros?

–Yo quería desplazarme del lugar del testimonio de la víctima. En la ficción, la víctima tiene que tener una voz nula o bien esa voz se tiene que mezclar en igualdad de condiciones con lo que otros dicen de ella; que lo que ella tenga que decir valga tan poco como lo que dicen los otros. Pero también descubrí bastante después de la escritura de La mujer en cuestión, que en varias novelas vinculadas con la dictadura el horror no está directo, no está en la voz de la víctima sino que está mediado por otras voces. El horror es tan grande, finalmente, que cualquier cosa que se diga es menos que eso que sucedió. En las novelas que exploran la dictadura hubo una etapa del testimonio, de la primera persona, una etapa de un relato maniqueísta entre los buenos y los malos, pero La mujer en cuestión entra en una etapa en la que se pasa al cuerpo social. Yo fui buscando un equilibrio entre las voces.

–¿Cómo explica la evolución de Eva, que pasa del compromiso político a estar encerrada en su huerta, viviendo del trueque?

–He visto mucha gente que ha tenido grandes compromisos sociales y en algún momento se quebró o terminó en una vida que huye un poco hacia lo new age, una especie de confusión ideológica donde todo se mezcla, o gente que consideró que ha sufrido demasiado. Yo no quería que Eva fuera una heroína, no la quería una mujer totalmente consecuente todo el tiempo sino más bien necesitaba que fuera una mujer que hizo lo que pudo; cómo para vivir se va tambaleando de aquí para allá, pasando de acierto a error y de error a acierto, sobre todo cuando se trata de un vivir que es casi un sobrevivir. Una Eva coherente no me hubiera permitido ver lo que le ha sucedido a mi generación. No tengo una mirada idealizada ni de la militancia ni de los ’70. Si bien valoro muchos aspectos de esa época, también sé que hay muchas cosas que no hemos hecho bien. A mí me gusta ese lugar de quien escribe y mira lo que ve, lo que hay. La escritura, como el título de la novela, es el lugar en cuestión. La escritura es el mejor camino de conocimiento que he encontrado hasta el momento.



La ficha
María Teresa Andruetto nació el 26 de enero de 1954 en Arroyo Cabral, hija de un piamontés que había adherido al movimiento partisano y llegó a Argentina en 1948 y de una descendiente de piamonteses afincados en la llanura. Se crió en Oliva, en el corazón de la Córdoba cerealera, un pueblo marcado por la existencia de un asilo de enfermos mentales que, en tiempos de su infancia, era considerado el más grande de Sudamérica. En los años ’70 estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba y militó en una fracción maoísta del Partido Comunista Revolucionario. “Yo tenía una necesidad de lo social, provengo de estratos sociales económicamente bajos, pero con mucha conciencia del lugar social que uno ocupa”, advierte la escritora. “Eugenio Montale dice que hacen falta muchos hombres para hacer un hombre; nos construyen muchas personas, aunque a veces no sabemos cuánto están presentes los que estuvieron antes.” Es autora de las novelas Tama (Premio Municipal Luis de Tejeda), Palabras al Rescoldo, El Anillo Encantado, Misterio en la Patagonia, Stefano, Veladuras y Lengua Madre; del libro de cuentos Todo movimiento es cacería; de los poemarios Kodak, Pavese y otros poemas y Beatriz y de varios de los libros para jóvenes lectores, como Huellas en la arena, El árbol de lilas, Benjamino, Dale Campeón, La mujer vampiro, El país de Juan, El caballo de Chuang Tzu, entre otros.

Sábado, 31 de octubre de 2009


Las razones de un premio




Andruetto tiene razones para celebrar en estos días. La semana pasada ganó el Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil, dotado de 30 mil dólares, que se entregará el 1º de diciembre próximo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. El jurado sentenció que Andruetto se hizo acreedora de esta distinción “por la totalidad de su obra literaria, donde equilibra el lenguaje narrativo y poético, aborda temas y géneros diversos, propone diferentes planos de lectura y trata de manera innovadora los géneros tradicionales”. La escritora compitió entre 35 candidatos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, España, México, Paraguay, Perú, Portugal, Puerto Rico, Uruguay y Venezuela. En el mismo certamen, el colombiano Evelio José Rosero Diago obtuvo una mención especial. El Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil se puso en marcha en 2005 con motivo del Año Iberoamericano de la Lectura, dentro del Plan Iberoamericano de Lectura (Ilimita), programa de la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la región.



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La fiesta invisible




Por Sandra Russo
Hay un país a la vista que tiene la piel irritada. Ese país, ese lado del país, ese costado, es el de exhibición permanente. La parte por el todo, metonimia. No a todos los sectores ni a todas las interpretaciones del país se las cuelga de la misma cantidad de ventanas. Hay una banda de sonido permanente en los medios, música funcional, que refuerza la idea de que la que cantamos es una mala canción.

Los grandes medios, después de la promulgación de la ley, han perdido todo decoro. El relato alcanza niveles de ficción tan fuertes que a Mauricio Macri no le parece disparatado sugerir que fue Kirchner el que mandó a pinchar los teléfonos. Hay dirigentes de la oposición que denuncian que están entrando armas a Ciudad Oculta y al día siguiente, después de haberlo amplificado hasta el hartazgo, el coro trágico se pone a hablar de otra cosa.

Todo pasa, todo pasa, viajamos en un tiempo que es una calesita, giramos por los insultos más fuertes que se hayan escuchado en democracia, por las acusaciones más canallas que después se olvidan, bebemos la bilis de los oradores, la danza de los fantasmas, la queja perenne, la distorsión maníaca. El debate político se presenta como un combate con vencedores y vencidos. Es imperioso sembrar la desconfianza. Elisa Carrió también dice que el poder está “usurpado”. Todo se escucha como lluvia: somos quien oye llover.

Los periodistas hemos quedado a los dos lados del río y llueven los cascotazos. Es difícil soportarse, entre unos y otros, y a uno mismo. La vida se volvió incómoda. Está plagada de ráfagas de indignación. Quizá por suerte seamos muy poco corporativos y no hayamos entrado en la Danza de los Colegas cuando llegó el momento de tomar posición. Nunca fuimos neutrales, después de todo. No tenemos manera. Estamos condenados, como todos, a las perspectivas.

Dicen que hay mucha gente que tiene mucho miedo, que los mozos y las mucamas se han vuelto sospechosos. El público de Mirtha Legrand lo cree. Ella se manifiesta así. Y por qué no habría que creerle. Hay mucha gente asustada. Pero no se entiende muy bien qué les da miedo. Cuál es el objeto de su revulsión.

Y sin embargo, en el medio de este tole tole que nos tiene a todos unidos por el agotamiento, pasan cosas sorprendentes. Cinco millones de niños hijos de desocupados o trabajadores informales tendrán un ingreso mínimo. Lo que vale una camisa en un negocio del Alto Palermo. Una tajadita. Una bienvenida a la vida, reconociéndoles lo que hoy no se les reconoce: que son personas. Las más débiles. Las que hoy mismo, como antes sus padres y sus madres, no tienen mucha conciencia del avasallamiento del que son víctimas constantes. El hambre es un crimen, sostienen los Niños del Pueblo de la CTA y las organizaciones sociales. Y qué hay con las organizaciones sociales, que algunos están descubriendo ahora, después de varios años sin piquetes. Ellas son las que más han hecho por los pobres que nos dejó el menemato. Ellas son los mismos pobres organizados. Algo de eso es lo que tiene alteradas a las señoras. Porque una cosa es ayudar a los pobres y otra que a los grasitas se les ocurra disputar poder. Las señoras no se lo plantean en estos términos. El antiperonismo tiene un fuerte carácter esteticista. Lo negro en general espanta. La política se vuelve estomacal: lo blanco no traga a lo negro.

Los spots contra la ley de medios siguen tronando en la pantalla y ahora vendrá la SIP a darles la razón a los ofendidos, y muchos insistirán en que en la Argentina no hay libertad de prensa, mientras siguen con su relato de Guerra Fría. El Estado totalitario que oprime la libertad de expresión. Esta semana me llegó por correo el libro de Pascual Serrano Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo. Tiene prólogo de Ignacio Ramonet. El punto de vista es muy interesante. Tanto Ramonet como Serrano se preguntan cómo funciona la censura en democracia. Me permito introducir este gran tema, el primero que ocultan los medios. No es ninguna casualidad que todavía mantengamos tan obstinadamente en la cabeza un fantasma más compatible con la ex Europa del Este que con la actual América latina. ¿Cómo funciona la censura en democracia?

En todo el mundo, los medios están viviendo un fenomenal proceso de concentración. El poder que disputan no es tan mal visto como el que disputan los grasitas. Los propios medios se encargan de que su causa y su inercia, que es la concentración, sea una causa humanista. En nombre de la libertad de expresión la Fox quiere convencer a los norteamericanos de que Obama quiere alinearse con Chávez.

“Es obvio que la censura ya no funciona por restricción, o por amputación, o por supresión, como lo hace en países donde se mata o se encarcela a los periodistas o se cierra un periódico”, dice Ramonet. Y vuelve a preguntarse lo mismo que Serrano: ¿Cómo funciona la censura en democracia? El libro entero es un intento de respuesta. Pero admite Ramonet que “lo que sí ocurre es que hay mucha información que no circula, porque hay sobreinformación. Hay tanta, que la misma información nos impide –como un biombo o una barrera– acceder a la información que nos interesa”.

Puede que cada tanto nos embargue la sensación de que estamos viviendo momentos de una intensidad impensada, y que esa sensación se alimente con las sensaciones de otros. No había pasado antes que la pobreza fuera utilizada como una chicana más, como la perenne y evidente prueba de un fracaso. Tampoco había pasado que un guante como ése fuera recogido tan pronto, y que de esta coreografía estúpida que baila la oposición de derecha finalmente salieran los primeros pasos de millones de niños hacia el horizonte de su propia ciudadanía.

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