martes, 26 de julio de 2011

Campanas registradoras




Por Eduardo Fabregat

“Trataron de llevarme a rehabilitación y dije no, no, no.” La artista que grabó eso, que llevó esa frase a sonar en los oídos de millones y millones de personas, cumplió el sábado con el curso prefijado y se despidió de este barrio. Otro cadáver joven, de la edad del poker de jotas de Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison y Brian Jones, de la edad del pibe de Seattle que se fue con una sobredosis de plomo. Cuando se conoció la noticia, entre los periodistas dedicados a la música hubo de todo menos sorpresa. Como sucedió con otra noticia conocida un sábado, la de Cobain, el cable que señalaba que habían hallado muerta a Amy Winehouse fue un final que todos conocían, que solo estaba esperando su día y hora, el momento de salir a la luz. Fue curioso que las primeras necrológicas señalaran que la cantante había “luchado contra la adicción”. Amy prefirió no luchar, hizo un hit de ello. Enfrentada a las exigencias de su vida, eligió beber y drogarse hasta morir.

Es una elección, y lo último que puede hacerse es juzgarla. Como persona ordinaria metida en situaciones extraordinarias (y la vida de una estrella de rock es sin dudas algo extraordinario), Amy hizo lo que pudo y lo que quiso. En algún momento dijo que tanto ruido la abrumaba, que ella prefería ser simplemente una música, pero tampoco es que jugó fuerte esa carta de artista atormentada que otros adoran representar. Amy Winehouse apareció, grabó dos discos excepcionales –Frank y Back to black, el de “Rehab”, el de “You know I’m no good”–, tuvo algunas performances inolvidables, arrasó en una entrega del Grammy y luego empezó a pagar el precio. La sobreexposición de su notable voz trajo la sobreexposición de su frágil imagen y la sobreexposición de sus miserias personales, un combo para el que nadie, nadie, está preparado.

Para Amy Winehouse –esa negra en un raquítico cuerpito blanco– se terminó todo, pero es sabido que en la música hay finales que son puro comienzo. En estos días rueda por Internet la filmación de un fan en Serbia donde se la ve perdida, borracha, incapaz de mantenerse en pie, ni hablar de recordar la letra de la canción o en qué tono está. Es triste y doloroso, pero también irritante, toda vez que se repara que en las sombras de ese show hubo un personaje que vio a la cantante hecha un guiñapo y la dejó ir igual al escenario. Amy puso mucho de sí para ser un “cadáver bien parecido”, pero también es cierto que la industria musical la supo fagocitar, sacarle el jugo que fuera necesario. Ayer, en las listas de venta se apiñaban diversos “productos” que exprimieron a la vaca: las versiones originales de sus dos discos, las versiones deluxe, las versiones en vinilo, el EP con versiones de clásicos del ska jamaiquino donde Amy canta “You’re wondering now”, ese tema de Sir Coxsone Dodd que dice “Y ahora te preguntás qué va a pasar, ahora que llegó el final/ ahora te preguntás cómo vas a pagar el precio de tu conducta”.

Poco antes de la muerte de Cobain, Nevermind cotizaba en Musimundo a 8 pesos / dólares. El 6 de abril de 1994 saltó a 20.

Dadas ya todas las formas habituales de despedida sensible (incluyendo el aluvión de ofrendas en la casa londinense donde murió), sabido ya que el resultado de la autopsia no fue concluyente y recién habrá precisiones en dos o cuatro semanas, no es mal momento para abrirle camino a cierta consideración ácida del asunto. Por corrección política y para evitar el obvio escarnio, nadie en la industria lo admitirá, pero lo cierto es que hoy hay más de un personaje que está brindando por Amy Winehouse, y no precisamente como homenaje. Una estrella del pop muerta deja mucho, muchísimo más dinero que una estrella del pop que no tolera más de cinco día en rehab. Una estrella del pop muerta dispara la venta de productos; una estrella del pop adicta a las drogas y el alcohol supone altos gastos en seguros, indemnizaciones por funciones suspendidas o canceladas, problemas con la ley, arrestos, abogados, médicos, destrozos en hoteles. This is it, la película de Michael Jackson, generó las mismas ganancias que una gira de Michael Jackson sin tener que bancar el lifestyle de Michael Jackson. A Amy Winehouse no había manera de meterla en el estudio y su gira europea acababa de quedar en el limbo. Hoy vuelve a ocupar el número 1 con Back to Black. De vuelta al negro, pavada de título.

Para quienes aman la canción y lo que la canción produce en el alma, es pura pérdida. Como sus colegas del Club de los 27, Amy Winehouse no solo deja un final amargo, sino también el interrogante de todo lo que aún podría haber dado. Algo seguramente más bello que el sonido de las campanas registradoras.

miércoles, 20 de julio de 2011

Maquinarias de captura



Por Horacio González *
La esencia de la discusión política es lo contrario del estilo con el que operan muchos medios de comunicación muy poderosos. Se debe hablar libremente y con un sentimiento de alegría interior por estar expresándose, aun en medio de disensos, críticas o diferencias efectivas. Hace años, por el particular funcionamiento de los medios de comunicación en un nuevo capítulo de los avances tecnológicos, pueden crearse foros de discusión sobre las notas periodísticas. Hasta el momento y salvo excepciones, el anonimato que los mueve provoca (y no tendría necesariamente que ser así) la posibilidad de que la nación en su conjunto esté sostenida en un enjambre de injurias que parecen la napa secreta de la vitalidad política del país. Luego, los articulistas con firma pondrán todo eso en lenguaje articulado y civil. Pero dejando el latido de escarnio como telón de fondo. Esta doble vida del lenguaje político a veces levanta sus tabiques, a veces se los mantiene a raya, pero ya caracteriza el modo de moverse en la acción política. Recrudecen las operaciones, es decir, el modo de hacer saltar lo dicho en un plano de deliberación anónima hacia al plano alto, el de la escritura clásica.

Todo ello ha permitido que se hayan creado maquinarias especializadas de captura, grandes antenas semiológicas que operan tanto en el mundo de los laboratorios científicos –quizá en los cotejos de ADN– como en algo que se le parece, que es en el aprisionamiento de palabras para hacerlas pasar por probetas de infamación o descrédito. Esto último pasó con una reunión de Carta Abierta, donde se habló libremente de la campaña electoral, en diversos tonos críticos, pero sin vulnerar el reconocimiento de los candidatos, cuya campaña hicimos y seguimos haciendo. Todas las oratorias de esa asamblea, en un último rasgo de saludable espontaneidad política que ya pocos se permiten, son enviados a la red desde siempre. No es una decisión de nadie, se dio así en una cultura política constituida por cámaras e imágenes donde pululan difusas significaciones y, entre ellas, las nuestras. El diario Clarín las toma y pretende crear con ellas un clima de divergencias que con justa razón ha preocupado a muchos. No hay tales divergencias por el solo hecho de que lo que está en juego es muy fuerte y poderoso. En virtud de ello, con un habla urgente, agitada y destinada a ser un llamado cívico, se ha hablado. Lo que está en juego es esta alternativa: o viviremos en una sociedad como la de la ciudad de Buenos Aires, inclinada mayoritariamente ahora hacia un estilo político que les sustrae a los pueblos su instrumento de reivindicación e identidad crítica con una pospolítica festilinda, o viviremos en una sociedad que examina y reexamina sus decisiones para refundar la política democrática no sometida al imperio de los gabinetes sigilosos de acción política.

Decían los grandes autores de la política clásica que todo manual de política, incluso el que le da consejos al príncipe, en el fondo es un escrito de educación popular. Carta Abierta se propuso desde siempre dejar en claro los fundamentos e inflexiones últimas de la palabra política, revelando sus nexos y articulaciones internas. El hecho de que haya sido aprovechada por Clarín de un modo desmoralizante hacia los actos de valentía intelectual no quiere decir que el proyecto de la reconstitución asamblearia del discurso político no sea válido. Por el contrario, porque ha mostrado su potencialidad es que es atacada por la maquinaria de captura, cuya principal metodología es mostrar a una audiencia ávida de consumir “secretos” que hay ciudadanos que en uso de su vocación crítica estarían denostando al pueblo, a sus propios candidatos, a los electores de los demás partidos. No hay nada de eso, sino al contrario, esto es, el mismo pensamiento libre que animó las grandes jornadas de reflexión colectiva en el país. Les recuerdo la polémica Alberdi-Sarmiento; la correspondencia Perón-Cooke y tantos otros folios decisivos del espíritu rebelde en el foro de las grandes discusiones nacionales. Son jornadas de las que surgieron grandes textos contra el prejuicio, la discriminación, la triste retórica de inventar: (a) réprobos o villanos al margen de la comunidad (propio del momento antiintelectual que vive la política argentina), y (b) mostrar almas candorosas que según dicen se dieron “un disparo en su propio pie”.

No, compañeros. Los órdenes políticos implican fisuras por doquier, en nuestro propio seno y en el de los demás, en medio de la composición y recomposición de grandes conglomerados político-sociales, cimentados con distintos argumentos y emotividades. Muchas de esas fisuras son duros momentos de verdad, que no lo son menos por ser tomados por turbios adversarios. Las causas populares avanzan electoralmente esgrimiendo la creencia veraz en sus proyectos y la virtud de autocriticarse. Los dichos en la asamblea de Carta Abierta, apilados con una técnica de repostería periodística por Clarín, que ojalá no sea el destino de los estilos periodísticos del país, fueron esencialmente críticos al macrismo como nueva expresividad urbana que diluye el sentido mismo de la polis. Crea, sin duda, nuevos públicos y simbologías, cuyos manuales, el de Durán Barba, están a la vista. Reaccionar contra esos modos presuntamente esterilizados de una política sin historia, sin raíces y cancelatoria de las diferencias fue nuestro propósito. Tenemos diferencias con la idea de Macri de ir aboliendo contrastes. No porque eso no deba hacerse al cabo de las grandes discusiones, sino porque nunca podría hacerse en el estilo macrista –contra el cual llamamos a votar en el ballottage–, estilo que dice querer “superar diferencias” pero no puede disimular que las crea, en su caso bajo la forma de la desigualdad social y urbana, de una mediocre gestión y, principalmente, de la dilución del tesoro mismo de los pueblos, el acto de expresarse en los grandes linajes políticos de las historias nacionales.

* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional, integrante de Carta Abierta.