martes, 1 de noviembre de 2016

Rogelio Martínez Furé: cimarrón de palabras

El festival de poesía estaba a punto de terminar, y Ada y Sinecio habían insistido en que ir a verlo. “Es premio nacional de Literatura del año pasado”, decían, como para convencer. Y en La Habana, esa tarde del 27 de mayo hacía calor, un calor húmedo que se reflejaba en el incendio que las flores del flamboyán de la plaza ponían entre cielo y tierra.
La cita era en el aula de poesía de Amnios, una revista cubana que dirige el poeta Alpidio Alonso. En una pequeña sala, con las butacas colmadas, estaba Rogelio Martínez Furé acompañado por dos de sus discípulos: Carmen González y Sinecio Verdecia y el anfitrión. Martínez Furé, sentado contra un rincón, conversaba en una entrevista. Alto, con una camisola de fondo azul con arabescos blancos, un pantalón de liencillo también blanco y su mirada hacia arriba, como en busca de las palabras que iría a pronunciar. Es el “ashé”, que carga a la palabra hablada, que le pesa y le otorga ese sentido profundo que la hace fundamental, originaria, permanente en su fragilidad.



Es una palabra que se relaciona con rituales, hechizos y conjuros mágicos y que no se traduce con exactitud y precisión. Puede significar un don concedido; todo lo bueno y también se vincula con el poder, con la energía, con la fuerza que tiene toda existencia humana. Así cantaba:

Aquí estoy:
Nombro las cosas
y me apodero de su esencia
al nombrarlas.
El ashé de la Palabra
me torna Palabra.
Fundadora,
iconoclasta y libre.

Martínez Furé es poeta, folklorista, etnólogo e investigador. Fundó el Conjunto Folklórico Nacional de Cuba y recibió numerosos premios, y el de literatura es el último de ellos. Es autor de una extensa obra poética, suya y anónima africana, que ha recopilado por décadas. Es famosa su edición  de Poesía anónima africana; del Tarikh y del Diwan, que recogen poemas y fragmentos de poemas y pensamientos de pueblos originarios del África.

A sus 79 años, el glaucoma le impide ver lo que transcurre pero sin embargo lo habilita para asomarse al revés de varias tramas. Y desde allí habla: de la oralidad en la poesía, del componente oral de la expresión como un camino propio, que eligió muy joven. Ese sesgo personal, dijo esa tarde calurosa y húmeda, con nubes panzonas con presagio de tormenta, se verificó apenas publicó sus dos primeros libros: Barriendo la república y La disyuntiva. Ya allí aparecían los elementos principales de la cultura popular cubana, atravesada por África, por la esclavitud, por la supervivencia ante el sometimiento aniquilador. Con la poesía es posible contar la otra historia de Cuba: el cimarrón de palabras inicia sus “descargas” poéticas, llenas de sentido, plenas de poder, del otro poder: el del pobre, el del negro, el del esclavo, el del marginado, el de que encontrará su camino a la liberación.

La obra de Martínez Furé, junto con la de Nancy Morejón, Excilia Saldaña y Georgina Herrera, entre otros, fue fundacional para la recuperación de la oralidad en la poesía cubana, tras la huella de Nicolás Guillén. De esa escuela surgieron Carmen González, Sinecio Verdecia, Israel Domínguez, Micael Iglesias y más aún. Verdecia proviene del grupo Chequendeque cuyos integrantes acompañan sus intervenciones poéticas con tumbadoras, cajón, palos de agua y otros instrumentos de percusión fabricados con semillas, caracoles, cuerdas; en fin, objetos de uso cotidiano con los que se comunicaban los mensajes en el pasado.

En ese intercambio -a veces no exento de tensión- entre la oralidad y la escritura de la poesía se sitúa Martínez Furé. Y a veces parece lamentar la lengua en que habla y por eso la mezcla con otras más antiguas, de sabores que le llegan del fondo de la garganta: lucumíes, yorubas, bantú. Del poeta martinico Aimé Césaire, adoptó conceptos que le permitieron analizar la realidad del Caribe y de América en el contexto del postcolonialismo. Y entonces se pone de pie y exclama:

Esta lengua,
otrora imperial y negrera,
la aprendieron mis abuelos
a latigazos cepo y bocabajo.

Hoy es mía, nuestra,
materna.
Como cabello sangre y sudor.
Por eso, lengua amada,
haré lo que desee contigo.
Nadie podrá impedirlo.

Su ascendencia es rica y diversa, pues Martínez Furé viene de mandingas, franceses, lucumíes, españoles, chinos y, muy probable, de algún indio en lontananza. Contaba que en su barrio vivían chinos, judíos, gallegos, catalanes, congos, arará, iyesá, abakuá, gangá..., mientras los guajiros venían desde el Valle de Yumurí cantando sus pregones o sus puntos guajiros. Todo eso en Matanzas. Es el Caribe su centro y desde allí recuerda:

¿O acaso mi abuela Carlota
cimarrona en el “Año del Cuero”,
que renací en Angola?

A veces se dedica interpretar música folklórica cubana, brasileña y antillana y obras de vanguardia. Algunas composiciones suyas también son ejecutadas por otros poetas-músicos.


Poco antes de terminar el encuentro, Martínez Furé recordó que el viernes siguiente sería el de la maka mensual, una reunión donde los asistentes discuten, conversan, intercambian poemas, músicas y abordan un tema diferente. Ese viernes, el primero del mes de junio, también era una tarde bochornosa. La cita era en la sala Villena del edificio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Cerca del monumento a Guillén, la gente se reunía para guarecerse del sol. Pocos minutos después, un aguacero se abatió sobre los árboles, sobre los tejados y sobre los que esperaban al poeta que estaba dentro de la sala preparando los instrumentos.


Martínez Furé aludió a la lluvia, que probablemente hubiera acobardado a varios contertulios y empezó. Recordó a Anacaona, la cacica taína de Haití, que sse sublevó contra los españoles hasta que fue vencida y finalmente ahorcada a once años de la llegada de Colón a la isla. Por eso, dijo que la relación de Europa con América, que no fue un descubrimiento, tampoco fue un encuentro. “En todo caso, un encontronazo, porque luego de eso hubo diásporas eternas”.
Se definió como “un cimarrón de palabras, un clonador de identidades porque nombro a las cosas y me apropio de ellas”.

Se definió en contra del “jineterismo pseudo cultural o pseudo religioso” que construye identidades falsas en las sociedades americanas. Por caso, recordó que muchos desconocen que usamos habitualmente más de cinco mil vocablos de origen árabe -almohada, alcohol, álgebra, azahar, albahaca, alcalde, almirante, ojalá- y “no destacamos la riqueza de ese patrimonio”
Entonces, antes de cantar el poema final de la maka, recordó que la oralidad cimarrona se opone total y fundamentalmente a los regímenes postcoloniales que enseñorean en el mundo:

Mi identidad
no la vendo
ni la presto
ni regalo.

Me acompañará por siempre
adonde quiera que vaya.
Hasta después de la muerte
seguiré siendo cubano.
Y eso que asumo y proclamo:
¡caribeño! (“Carné de identidad”)



Enlaces https://www.youtube.com/watch?v=zDeYPp49U98
https://www.youtube.com/watch?v=QczfGtzrWzQ


Aimé, Cachita, el café

Aimé es socióloga pero ahora se dedica a orientar y alojar turistas en un piso del edificio donde tiene su casa. Allí hay tres habitaciones –dobles o triples, según el caso, con baño privado cada una-, un comedor de diario y una sala que da a dos ventanales frente a la Universidad de La Habana, un lugar histórico con escalinatas dignas, según un poeta argentino, de una nueva versión del cochecito con bebé de la película “Acorazado Potemkin”. Durante la dictadura de Batista hubo allí una gran represión a una manifestación estudiantil.



El lugar es ideal para la charla y la bebida: poesía y ron, se sabe. Y una música suave que llegue de atrás, desde el parietal o más allá. Un jazz tranquilo, un bolero o un tanguito. Quizás mejor un tanguito.