viernes, 26 de julio de 2013

Cuando León Ferrari estuvo en Neuquén

Artículo publicado en el diario Río Negro en ocasión de la exposición que el artista hiciera en el Museo Nacional de Bellas Artes local en diciembre de 2005






por Gerardo Burton

Hay artistas que son autodidactas, pero no todos los autodidactas son artistas. En el caso de León Ferrari, el arte se plantea desde su misma definición como actitud, como experiencia y como visión del mundo. No hay elementos desechables para Ferrari y, generalmente son los materiales de desecho los que más le interesan para su trabajo.
La sorpresa, el efecto generan un pensamiento y un sentimiento, acaso la ternura, acaso el estupor. Según Ferrari, no es posible hacer un juicio estético sobre una obra constantemente inconclusa “porque bastará que a ella se acerque un par de ojos tiernos o doloridos o luminosos para que el resplandor repare el daño, la herida, el error”.
La obra de Ferrari tiene una estrategia compositiva afianzada en la práctica iniciada por los dadaístas a comienzos del siglo pasado y continuada por el surrealismo. Esto es, la conjunción, yuxtaposición o aproximación de dos realidades en una situación completamente otra. El recurso se basaba en el montaje y en la confrontación de dos realidades, en principio, ajenas: sobre la réplica en escala reducida de un avión FH 107, colocaba un Cristo de santería; ambos estaban, a su vez, suspendidos, definiendo, con su posición absolutamente vertical, el sentido de una amenazante caída.

jueves, 25 de julio de 2013

De “Esas ramas altas”, de Jorge Isaías

Tres poemas elegidos al azar de este volumen editado por Ciudad Gótica en Rosario, en abril de 2013. Son textos cargados de lirismo y melancolía, que convocan a la introspección, a la meditación. Isaías demuestra que la contemplación no es patrimonio exclusivo de monjes o practicantes del budismo zen. Al final, una crítica de Ana Bugiolacchio.


XXII

En el ocaso
fue la sangre
del sol
entre las altas
llamaradas
de los pinos.
o el cobre
de los fresnos
en la quietud
de un abril
lejano
que abrió
como una llave
aquella luz
para siempre
recordada.




XXIV

Ahora que se fue
la miel de abril
al cielo azul
la nube
navegando
un aire diáfano
ahora que se fue
(yo creo para siempre)
la mariposa blanca
de diciembre
y aquel muchacho
vio cómo
el peine
se fue quedando
con todos sus cabellos
los amigos
se fueron yendo
espaciando sus visitas
y se quedó
solo
con su llanto
con sus libros
con ese porvenir
cada vez más módico
entrelazando
una memoria
algún recuerdo
es decir
casi nada
de sus sueños.


XXXII

Adónde llegará
el Otoño este año
con su carrera
matadora de hojas
pintando filamentos
sepias, rojizos, cobres
junto a la quietud del tordo
que con sus alas negras
sostiene la noche.
Al Otoño lo suspende
el hornero
con su piquito gris.



Cuando el recuerdo se hace pan entre el fuego y la lluvia. Reseña de los últimos poemarios de Jorge Isaías.


por Ana Bugiolacchio

En estos últimos dos años Jorge Isaías ha dado rienda suelta a su febril tarea poética y nos ha regalado cuatro libros de poemas esenciales y urgentes. Ellos son  “La Memoria más Antigua”, “El pan en llamas”, “Lluvia de marzo” y “Esas ramas altas”.
 “La memoria más antigua”   fue publicada por primera vez  en  1982 por Ediciones Trovador y reeditada  en 2011 por  Editorial Ciudad Gótica,  conservando el  minucioso Prólogo original de Angélica Gorodischer.
Dos son aquí los capítulos en los que el autor agrupa sus piezas poéticas: Deudas y Paisaje, y tal vez en esta somera catalogación se encierre la respuesta tan anhelada por el  poeta al escribir y recordar.
El paisaje es la propia manera de ver la vida, un paisaje que se vuelve a recorrer insistentemente buscando en él  seres y territorios perdidos, que, al tiempo que se recuperan,  se diluyen de manera veloz  y huidiza, tomando el color de la hora del día o de la estación del año en que la letra roza el papel.
 La escritura poética  -veloz y rasgada-  de Isaías revela  también en sus trazos esa misma búsqueda asombrada y perpleja que se vislumbra en  los ojos al recordar, entornándose un poco a veces  y encandilándose  otras. Los rostros y voces regresan con la luz mortecina y traen risas y recuerdos minúsculos que  tienen siempre el permiso de aparecer.
 Jorge Isaías dijo alguna vez que él escribe no para los que no quisieron hablar sino para los que no pudieron. El silencio, la vergüenza y el olvido  privan al hombre de la poesía y dejan al paisaje absolutamente solo.  “La memoria más antigua” lucha contra esa soledad e ingresa de modo susurrante como canción infantil o como una  especie de acertijo del mundo antes del mundo, del mundo puramente feliz,  donde no hubiera  lugar para la “intemperie” del olvido.
El “El Pan en Llamas”  se trata de una antología bellamente prologada  y seleccionada por Graciela Krapacher.  Los poemas  de Isaías aquí recogidos  provienen no sólo de textos clásicos como lo son Crónica Gringa, El Fabulador y otras Sepias o Poemas a Silbo y navajazo  sino también de antologías perdidas u olvidadas que la compiladora rescató “sin tener en cuenta las limitaciones cronológicas” y “bajo una especie de borradura demarcatoria” simplemente siguiendo el camino errático de “la desocultación de lo valioso”. Como en un rito chamánico, los grandes temas arden en esa gran hoguera:  el viaje, el sexo,  la pérdida de los orígenes, la transformación y el amor.
El tercer poemario, “Lluvia de Marzo”   nos regresa al mes propicio a las lluvias, mes en que las flores se aletargan y las hojas se preparan para regar los caminos. Jorge Isaías, como siempre en otoño, no deja pasar el tiempo y puede escribir -en la suspensión de las gotas cayendo-  el exacto rememorar del sonido de la lluvia “sobre un techo de cinc paciente y entregado.”  Los poemas transmiten la fascinación ante la lluvia y la certeza de sabernos invadidos y resguardados en ese previsible acontecer de agua que da comienzo a un nuevo ciclo.
Isaías logra en sus versos un doble movimiento que llega desde afuera hacia dentro y vuelve a llevarnos hacia la intemperie.  Funda así un tipo de percepción que es a la vez íntima y arquetípica. Los poemas son gotas, también, de un fluir perpetuo,, simple y a la vez hondo y desgarrado. La luz del escampe se avista a través de una pequeña ventana de la vieja casa de infancia -que es también nuestra casa- regada por todas las lluvias pero incorruptible como el árbol “donde mueren /los insectos/ y la última araña/ huye con su tela/ destruida/con su inevitable pena/sin saber/ qué hacer/en esta furia del cielo/hasta hace poco tan/ límpido y perfecto”.
 Por si la magia de estos tres poemarios fuera poca,  en abril de este año, Isaías publica una cuarta antología: “Esas ramas altas”  donde la geografía del árbol se nos ofrece para hospedarnos de la intemperie del olvido. Entre el intermitente canto de los pájaros y el aroma a resina, los versos se bifurcan como en un caleidoscopio donde las imágenes cambian a un tiempo de color y de formas. Al desdibujarse, producen símbolos superpuestos que pueden descifrarse de a uno o como totalidad siguiendo las reglas compositivas del deseo, la intuición  o el recuerdo.  A través de las ramas del árbol, percibimos el color rojo del fuego -que se enciende o se extingue-   entre los versos, mientras se está a punto de captar aquello que de inefable tiene la poesía. Una poesía que se percibe como profética, benéfica y  reveladora al mantener vivo el fuego minúsculo e inextinguible  que logra encender la memoria colectiva.
Todos podemos decidir tomar ese trozo de eternidad, devorarlo como un pan en llamas y  en esa comunión secreta,  nunca más volver a ser los mismos.
                                                                       

martes, 23 de julio de 2013

Laclau: populismo, institucionalismo y América Latina


Fragmento de una entrevista de Martín Granovsky publicada en Página 12 el domingo 21 de julio de 2013

–Dejó de ser un militante, por lo menos en el sentido tradicional.
–Después de que me fui del PSIN, la cuestión de la militancia... Mire, yo participaba dando entrevistas y con una serie de actividades periodísticas y eso lo seguí haciendo en Inglaterra. Estaba a favor del espíritu de los años ’70 pero muy en contra del militarismo. Esa sigue siendo mi posición actual. De alguna manera una posibilidad histórica se perdió a través del giro militarista. Participé en muchos foros. En los años del horror no desarrollé ninguna militancia específica pero sí participé en actividades respecto de los derechos humanos en los años duros. Después de eso, cuando se abrió la posibilidad de una acción política, empecé a desarrollar mis ideas de una manera más sistemática. A partir del 2003 se abrió una nueva realidad, con la asunción de Néstor Kirchner, y aquí estoy. No me siento a mí mismo como argentino sino como latinoamericano. Las ideas que aprendí en la izquierda nacional las sigo sosteniendo. La latinoamericanidad de nuestro proyecto es una de las fuentes de nuestra identidad política.
–Hay visiones distintas sobre los procesos políticos de los últimos años en la región. Unos análisis hacen hincapié en las diferencias entre, por ejemplo, Venezuela, Ecuador y Bolivia por un lado y Brasil, Uruguay y la Argentina, por otro, y otros análisis prefieren hablar de distintos caminos nacionales dentro de un mismo proceso general.
–Yo a la Argentina la pondría más en el eje de Venezuela, Bolivia y Ecuador. Pero creo que el clivaje que se da en América latina tiene sus raíces históricas. Hay que ver cuál fue la experiencia de la democracia en el continente. A diferencia de Europa, la región nunca experimentó el parlamentarismo como movimiento progresivo. Allá los parlamentos representaron la defensa del Tercer Estado frente al absolutismo real. En América latina, en la segunda mitad del siglo XIX, se trató de la consolidación de las oligarquías locales, y el Ejecutivo fue muchas veces la fuente de los cambios. Pasó en Chile. A comienzos de la década de 1890 el Parlamento chileno se opuso a los proyectos nacionalistas del presidente (José Manuel) Balmaceda.
–Quería terminar con el monopolio extranjero sobre el salitre.
–Sí. Por eso digo que en América latina se da una especie de divisoria en la experiencia democrática de las masas. Por un lado la democracia liberal y por otro la democracia nacional popular. La segunda se encarnó en regímenes como el varguismo en Brasil, como el primer aprismo, como el peronismo, como el primer ibañismo en Chile, como el Movimiento Nacionalista Revolucionario en Bolivia. Esa división entre la democracia liberal y la democracia nacional popular está siendo superada al presente. Si bien los regímenes latinoamericanos son parte de esa matriz histórica, hoy ya no entran en colisión con las formas del Estado liberal democrático sino que las integran: elecciones, división de poderes, etcétera. O sea que estamos quizás en el mejor momento democrático de los últimos 150 años. La evaluación de un régimen hay que hacerla desde el punto de vista del significado global de un movimiento y del cauce histórico que un movimiento organiza. Así es en toda América latina.
–¿No menciona poco a Brasil en su descripción regional?
–Brasil es un componente esencial de todo este proceso. Pero allí el movimiento jacobino de lo nacional popular tuvo que ser paliado por una serie de otras consideraciones. Nunca tuvo un populismo histórico de las características del peronismo. Brasil era un país enormemente regionalizado y Getúlio Vargas tuvo que ser el articulador de movimientos regionales sumamente diversos. Juan Perón, en cambio, fue el representante de un movimiento cuya base política y social estaba unificada. A través de interpelar al triángulo industrial de Buenos Aires, Córdoba y Rosario Perón apelaba a un movimiento homogéneo. En Brasil no se dio. El único que se lanzó a tener un tipo de discurso cuasi peronista fue Joao Goulart, y así le fue. Ese tipo de discontinuidad se ha dado en Brasil hasta el presente. Un fenómeno como el de Lula muestra ese tipo de ambigüedad.
–¿De verdad le parece ambiguo el fenómeno de Lula?
–De todos modos, debo decirle que en los momentos decisivos tomó una posición definitivamente cercana a lo nacional popular. Por ejemplo en Mar del Plata en el 2005 se opuso a la propuesta de formar el Area de Libre Comercio de las Américas. Gracias a la oposición de Brasil es que el ALCA no funcionó. El punto es que Lula debió establecer compromisos con fuerzas sociales, expresadas a través de formas políticas, en un marco más difícil, por ejemplo, que el afrontado por Rafael Correa. Si hubiera que hacer una caracterización gruesa diría que Brasil se ubica en el eje nacional popular. Chile, en cambio, vivió una transición mediante el pacto con las fuerzas del pasado. Solo ahora, a través del movimiento estudiantil y una protesta más fuerte, hay un realineamiento hacia la izquierda. En Uruguay todo está en la balanza. Teníamos antes a Tabaré Vázquez. Después del ALCA se fue a los Estados Unidos a tratar de establecer un acuerdo comercial, que no consiguió. Era incompatible con las reglas del Mercosur. Encontró oposición interna de su partido en la persona de Reinaldo Gargano, el canciller que era un dirigente histórico del Partido Socialista en la tradición de Vivian Trías. Con Pepe Mujica las cosas han mejorado, pero igual Uruguay sigue siendo un país que está un poco en la balanza.
–¿Qué tipo de intelectual es usted?
–Un intelectual tradicional sería incompatible con el tipo de posición política que siempre mantuve. No defiendo cosas en las que no creo. Y como un intelectual orgánico participo en el quehacer público. Por ejemplo, al dar una entrevista y opinar sobre lo que pasa. Yo pongo juntos el quehacer intelectual y la actividad política. Antonio Gramsci decía que un intelectual orgánico tiene la práctica de la articulación. Un periodista y un organizador sindical podían serlo. Finalmente, el intelectual orgánico y el militante son una misma cosa para Gramsci.
–Y, como intelectual orgánico tal cual se define, ¿cuáles son en su opinión los principales desafíos regionales de aquí en adelante?
–En temas más globales el desafío fundamental para América latina en los próximos años es cómo conectar dos ideas que en principio son difíciles de combinar: el principio de la autonomía y el principio de la hegemonía. No hay expansión de un sistema democrático sin un sistema de proliferación de cadenas que amplían las demandas. Eso es lo que implica la autonomía. Pero, al mismo tiempo, si esas formas autónomas de la voluntad de las masas no son unificadas en torno de ciertos significantes centrales, no habrá acción a largo plazo. Una de las cosas que me preocupa de los movimientos libertarios en Europa es que ellos enfatizan casi exclusivamente el momento de la autonomía. Pero sin voluntad de construir un Estado alternativo, las voluntades tenderán a diluirse. Y del otro lado, insistir exclusivamente en el momento de la hegemonía negando el momento de la autonomía es pecar de un hiperpoliticismo que niega a los movimientos sociales en su autonomía. Ese es el dilema: cómo unificar la dimensión horizontal y la dimensión vertical. Me parece que no lo están haciendo mal el chavismo en Venezuela, la revolución ciudadana en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y hasta cierto punto el kirchnerismo en la Argentina.
–¿Por qué dice “hasta cierto punto”?
–En la Argentina todavía no se logró una confluencia completa entre el momento autónomo de la voluntad de los sectores populares y el momento de la construcción del Estado. Está en proceso. Faltaría todavía la confluencia de las dos dimensiones. Desde el 2001 se dio una enorme expansión horizontal de la protesta social: las fábricas recuperadas, los piqueteros, etcétera... Por otro lado, el kirchnerismo intenta construir un Estado popular. La confluencia en cualquier régimen es difícil. En el caso argentino se dieron avances decisivos aunque no se plasmó en fórmulas.
–¿Qué retardaría esa confluencia?
–Lo que puede retardarlas es una tendencia de los movimientos sociales a afirmarse como completamente independientes del Estado, tal cual ocurre con los indignados en España. Y lo que puede retardar la confluencia a nivel del momento hegemónico sería una tendencia centralizante que ignore la autonomía. En Grecia hay una confluencia de las dos dimensiones. Jean-Luc Mélenchon trata de hacerlo en Francia.
–¿Cómo juegan los conflictos en esa confluencia que usted preconiza?
–Por un lado está el institucionalismo. La idea de que toda demanda puede ser vehiculizada a través de los aparatos del Estado. Por otro el populismo: la ruptura frente al poder. Las dos tendencias consideradas a fondo y en términos absolutos son incompatibles. Hay que encontrar un intermedio. El conflicto no debe ser erradicado con la concepción de que toda demanda puede ser absorbida por el sistema, como lo pensaba (el primer ministro británico entre 1874 y 1880) Benjamin Disraeli con la idea de One nation, una nación. El proyecto del populismo sería que las demandas se aglutinen alrededor de un punto ruptural y que entonces exista un conflicto que no pueda ser obturado por nada. El institucionalismo puro lleva a la ausencia de política, porque busca que toda demanda pueda ser mediada administrativamente. El populismo puro también lleva a la ruptura de la política, porque no habría ninguna mediación. La idea gramsciana es la construcción de una mediación política. En eso estamos. Jorge Abelardo Ramos decía que la sociedad nunca está polarizada entre el manicomio y el cementerio. El jacobinismo extremo fue una forma de manicomio de lo político. El pueblo era definido de una forma cada vez más aberrante y no había ninguna posibilidad de construcción política institucional. El institucionalismo es la sustitución de la política por la administración. Julio Argentino Roca pedía paz y administración. En la bandera brasileña esa verdadera iglesia de Brasil que fue el positivismo de Augusto Comte puso “Ordem e progreso”. Si la realidad avanza solo por lo institucional, se consolidará el poder corporativo. Si solo avanza el populismo, no habrá un marco institucional para lo social.
–¿Cuál sería hoy la situación de la Argentina al respecto?
–No estamos mal. Existen fuerzas autónomas y existe un Estado que tiene capacidad de respuesta frente a las pulsiones sociales.

El negocio de la trata en la ruta del petróleo

http://opsur.wordpress.com/2010/04/21/el-negocio-de-la-trata-en-la-ruta-del-petroleo/

Los hidrocarburos y la soberanía nacional

http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-225046-2013-07-23.html

sábado, 20 de julio de 2013

Alda Merini: Poemas







Su esperma bebido por mis labios
era la comunión con la tierra.
Bebía con mi magnífica
exaltación
mirando sus ojos negros
que huían como gacelas.
Y jamás una manta fue más cálida y lejana
y jamás fue más feroz
el placer dentro de la carne.
Nos partíamos en dos
como el timón de una nave
que se abría para un largo viaje.
Teníamos con nosotros los víveres
para muchos años todavía
y besos y esperanzas
y no creíamos más en Dios
porque éramos felices.




AHORA QUE VES A DIOS

Si tú callas
más allá del mar
si tú conoces
el ala del Ángel
si tú dejas la madre tierra
que te ha devastado tanto
ahora puedes decir
que está la tierra del pobre
la tierra del poeta
toda ensangrentada por la soledad
y ahora que ves a Dios
reconoces en ti mismo
la flor de su lengua.

EL BESO

Qué flor me nace sobre la boca
apenas me miras
y temes ser despedazado.
Inundaciones imprevistas
son tus ojos ardientes
pero la flor no quiere morir
se queda allí sin carne
a esperar la muerte.



Alda Merini, en traducción de Delfina Muschietti. “Soy una pequeña abeja furibunda. Me gusta cambiar de color. Me gusta cambiar de medida”. Alda Merini eligió estas palabras para abrir su página web. Nació en Milán en 1931, donde murió en 2009, a causa de un tumor óseo. Fumaba 70 u 80 cigarrillos al día, pero a sus 78 años sostenía que el tabaco le había alargado la vida. Siempre llevaba un collar de perlas, pero vivía y murió en la indigencia por elección personal.
Se la considera una de las voces más claras y profundas de la poesía italiana del siglo XX. Con lucidez extrema, Merini narró en sus poemas la experiencia de la locura (vivió casi 20 años en manicomios, de 1961 a 1978) y de la estrechez física y económica. “Me inquieto mucho cuando me atan al espacio”, escribió.
En 1953 publicó su primer libro, Presencia de Orfeo. Empezó a escribir siendo una niña, y uno de sus primeros poemas se lo dedicó al legendario banquero Enrico Cuccia. “Una vez me lo crucé por la calle y le dije: ‘Yo tengo hambre’. Él contestó: ‘Buena señal’. Y tiró derecho”.
“La poesía nace de un terreno de dulzura, de amor. Las verdades me vienen de los sueños, los muertos me visitan”, contaba.


Escribió también prosa y aforismos, y en 1996 fue propuesta para el Premio Nobel de Literatura por la Academia francesa. Su gran obra, La Terra Santa, le valió en 1993 el Premio Eugenio Montale. Otros de sus libros son Testamento, Vuoto d’amore, Ballate non pagate, Superba è la notte, L’anima innamorata, Corpo d’amore, La carne degli Angeli, Più bella della poesia è stata la mia vita o Clinica dell’abbandono.


"La poesía es la más honda de las religiones", Celia Gourinski


(Entrevista aparecida en El vendedor de tierra, revista de poesía, en junio de 2009)


Celia Gourinski nació en Buenos Aires, en 1938. Estudió filosofía y música. En 1959, publicó su primer libro de poemas, Nervadura del silencio. Le siguieron Regreso de Jonás (1971), Tanaterótica (1978), Acaso la Tierra (1981). Aun permanecen inéditos: En ocasión de la aparición de un cometa, Inocencia feroz* y Cadencia rota. En la siguiente entrevista nos habla de la palabra, sus proyectos y el futuro de la Poesía.

Por Alejo González Prandi, Andrés Haedo y Celedonio Torres Ávalos

¿Cuál es la motivación esencial que le impulsa a escribir? ¿Hay algo en particular?
- Si: que no tengo más remedio. Escribo cuando revientan mis tripas, porque lo trato de evitar con todas mis fuerzas. Si no, no escribo. Y no quiero que piensen en supuestas catarsis destinadas al diván del psicoanalista.

¿Cómo recuerda sus inicios con la poesía? ¿Cuándo concientizó ser poeta?
- Lo asumí muy de pequeña. Yo solía hacer como un juego prohibido: tapaba con plastilina todos los agujeritos de mi cuerito para que mi madre no supiera qué hacía a la noche; entonces ponía velas y retratos y hacía morisquetas y bailaba, bailaba, bailaba y daba vueltas, vueltas y vueltas y me caía, naturalmente, entonces pronunciaba: “cote”. “Cote” era el caos y la creación. Era muy chiquita, tenía cuatro años y todavía no escribía; ergo asumía el después.