viernes, 27 de abril de 2018

La pauta que conecta

Texto leído en las Conversaciones de Otoño, desarrolladas entre el 19 y el 22 de abril en la ciudad de General Roca-Fisque Menuco, de Río Negro, organizadas por Silvia Butvilofsky y Chelo Candia. En esta ocasión el homenaje fue a Macky Corbalán, con una exposición de artistas plásticas.


Gerardo Burton
geburt@gmail.com

Hay algo que puede explicar por qué un homenaje a Macky Corbalán comienza con una muestra artística. Por qué estas mujeres están aquí, con un arte aparentemente diverso de la poesía de Macky Corbalán, como si no hubiera correspondencias, como si los vasos comunicantes estuviesen obturados. Recuerdo en estos días que Gregory Bateson, lingüista entre otras actividades, hablaba en su libro Espíritu y naturaleza de hallar “la pauta que conecta” las cosas, los objetos, los seres vivientes.


En Macky Corbalán la poesía es esa pauta que conecta. No se termina, no se agota en la escritura o en el decir. Menos en el lenguaje, que ella opone al concepto de poesía porque le sospecha -lo sabe, mejor dicho- los atributos del poder. La poesía elude, combate, supera y trasciende al lenguaje, y por eso impregna todas las cosas, como dice Bateson que dice Plotino de la belleza. Es que la belleza no es simplemente una cuestión de armonía clásica o apolínea. La belleza está en lo abyecto, en lo marginado, en lo odiado, en lo excluido. Y, fundamentalmente en todo lo que ese artículo neutro no abarca aunque lo pretende: también en la marginada, en la excluida, en la odiada, en la abyecta.

Y por esa expansión que provoca la poesía en la mente, en el alma, en las cosas, en los objetos y en los vivientes, no es posible oponerle un dique. La poesía es desmesura, y es por eso que estas artistas están aquí, ejerciendo una poesía por otros medios que no son la escritura, aunque sí, la palabra, la palabra en gesto artístico.

En sus últimos años, Macky Corbalán, hizo una práctica de esa expansión de la que hablo: ella imaginó tres espectáculos performáticos con disciplinas artísticas diversas -Poetas a la cucha; Mostro verso y Curia poetas- que se articularon en torno de un solo eje: la poesía, y convocaron a artistas de ámbitos distintos, a veces opuestos o al menos contradictorios. Fue ése otro gesto artístico, una intuición que ella lideró, a la vanguardia, mirando más allá del horizonte. Y, otra vez cito a Bateson:  él dijo que la causalidad no opera hacia atrás; la visión de Macky Corbalán también opera así: no hay retorno, no hay vuelta atrás del territorio de la poesía. Gracias.

jueves, 26 de abril de 2018

Las chifladuras de los poetas

Texto leído en la presentación de los libros "Shibólet", de Diego Roel y "Lamen", de Hernán Lasque, en la sala Alicia Fernández Rego de Neuquén, el 25 de abril de 2018. Estas palabras son por el poemario de Roel

Gerardo Burton
geburt@gmail.com


SANTUARIO

Piedra a piedra,
avanzamos.

Con una migaja de luz
hicimos nuestra casa.
La hicimos con sangre y arena, la hicimos con ceniza.

Con los resabios del sueño
forjamos la imagen del destino.
La forjamos con sal y viento, la forjamos con ceniza.

Con lo que dejó la tormenta
cercamos el muro del abismo.
Lo cercamos con polvo de huesos, lo cercamos con ceniza.




Un poema breve para empezar, porque luego seguramente habrá otras lecturas, pero éste sirve como ejemplo. Shibólet parece un poemario compuesto para la oralidad, para guardar en la memoria el golpe de los versos, sus acentos. Hay una apropiación del versículo bíblico, con repeticiones que se despliegan en forma espiralada, aumentando la carga de sentido con cada vuelta, a medida que la curva se aleja del centro. Los versos se repiten, como en letanía, como la marejada que golpea las playas hasta producir la ruptura que expandirá la costa, en este caso la mente, el conocimiento, la escucha de Dios.


Este poemario nace de la lectura que hizo Roel de los poemas de Paul Celan, ése que dio vuelta la sentencia de Adorno y optó por la poesía luego de Auschwitz. Y, ya que hablamos de sentencia, hay otro rasgo bíblico en estos poemas: la sentencia en forma de aforismo.

El título del libro alude a una contraseña, esa palabra secreta que, pronunciada de manera correcta, otorga un salvoconducto: autoriza el ingreso a un territorio o su salida de él, garantiza la sobrevivencia. La contraseña es el espejo no deseado del símbolo, ese objeto que, partido, guarda un acuerdo entre las gentes a través de los años y que restablece su sentido original al volver a unir sus partes. El símbolo implica un reconocimiento del otro; la contraseña, el sentido de pertenecer, de saber que no se es otro, un extranjero.


En el fondo, el contexto de estos poemas es la guerra aunque sus palabras discurran entre imágenes y las estrictamente violentas -cadalso, mendigos, cuchillos, balas, armas- parezcan pertenecer a un repertorio de metáforas. No. No lo son. La guerra está detrás de todo, es el telón de este escenario aparentemente amistoso.


Y si no, veamos: shibólet es una palabra tomada de una cita del libro de los Jueces -capítulo 12, versículos 5 y 6-. Los israelitas de Galaad, conducidos por Jefté, la utilizaron como estratagema para reconocer quién era de su pueblo y quién no. La explicación está en la página 59 del libro.

La pronunciación de esta palabra definía la pertenencia a ese pueblo, y los efraimitas no la decían igual que los israelitas. Por esa diferencia en el habla, cuarenta y dos mil fueron degollados en las riberas del Jordán. Son los números de la Biblia, que en estadísticas es como el Indec de Todesca. Jefté era hijo de una prostituta y había sido despreciado y exiliado por bastardo. En su destierro “se le juntó una banda de gente miserable que hacía correrías”, dice la Biblia. Era un jefe guerrillero, entonces. Y dada su habilidad estratégica, fue elegido por el pueblo para encabezar la guerra contra sus enemigos.

Esa historia está detrás de estos poemas, que hablan de otra cosa como ocurre casi siempre con la poesía. Diego Roel construye en este libro una nueva ficción poética a partir de estos elementos: los poemas de Celan, los versos bíblicos. Y ellos son la huella, los trazos que marca Roel en busca de su voz, un itinerario que comenzó nueve libros atrás -once, si se cuentan los inéditos-.

Finalizada la trilogía “santa” entre comillas, que componen Dice Jonás, Via Lucis -ambos del 15- y Kyrios -2016-, Shibbólet y el inédito Kadosh son otra voz, distinta de los lejanos Padre Tótem y Cuaderno del desierto. En cada libro y sucesivamente, Roel dispuso los elementos para construir eso que Irene Gruss dice del poema: que es ficción, que uno puede contar la muerte de su madre, pero eso no es un poema. El poema es un objeto estético que se hace con lo que a uno le pasa o “con lo que pasa en general”. Y es una paciente construcción, que dura días, que no se hace todos los días.

Entonces, se utilizan todas las voces disponibles porque el poema es también una construcción dramática. Diego Roel -para mí, Ordóñez- se apropia de voces de santos medievales, de poetas muertos, de poetas lejanos, de Allen Ginsberg, de Jabès, de Horacio Castillo, de Celia Gourinsky, de Jorge Smerling. De tantos, de muchos. En este momento con estos poemas cierra el círculo del Mediterráneo, que contiene ya a Jabès y a los hebreos de la Biblia: están a punto de entrar los griegos y su diáfano aire en la luz más transparente.


Hay en la poesía de Diego Ordóñez una pluralidad de voces, una pluralidad de protagonistas, un yo múltiple. El otro día hablaba por teléfono con un poeta porteño. Él comentaba el espectáculo que el actor mexicano García Bernal está haciendo con Pessoa y lo elogiaba tanto que dan ganas de ir a verlo pese al costo. Y coincidimos: Pessoa estaba loco, totalmente chiflado. De otra manera no podría haber creado tantos otros yo, con su biografía, con su propia poética, con sus diferentes fechas y lugares de nacimiento. Y sobre todo no podría haber compuesto una obra tan compleja, tan bella como la suya. Pessoa podía hacerlo porque estaba chiflado. Era poeta, dipsómano, astrólogo, pagano, inconformista. Era todo eso y mucho más, y eso le permitió ser quien fue. Quien es.

El resto de nosotros, incluido Diego Roel, participa de esa locura inmensa, sin límites casi. La poesía nos da eso, y eso es necesario para construir, encontrar y componer nuestra voz. En ese camino estamos. En ese camino está Shibbólet. Gracias por la escucha.