viernes, 8 de junio de 2007

Una cultura cimarrona

Gerardo Burton
geburt@gmail.com

Puestos a buscar en la historia argentina modelos de intelectuales que expresen la vida cultural de Neuquén, es posible recurrir, sin temor a equivocarse, por lo menos a tres: Sarmiento, Arlt y Walsh. Por una cuestión de sexo, de género –literario- y por su efectivo influjo en éstas que alguna vez fueron playas, habría que añadir a Pizarnik. Los cuatro coinciden en pertenecer a las orillas en sus respectivos tiempo y espacio. Cada uno construyó, a su manera, la periferia. Y en eso son modelo para los residentes –nacidos o no- en Neuquén.
Sarmiento, Arlt y Walsh fueron hacedores: desde la construcción de la Nación, desde el descubrimiento de la angustia del hombre actual y desde la revolución y sus urgencias respectivamente. Pero en los tres existió la voluntad de crear un mundo desde las cenizas del anterior. Con Pizarnik irrumpe la mirada consciente sobre la palabra, sobre el objeto artístico y sobre el lugar incómodo que ocupa, en su caso la poesía, como cualquier arte.
La incomodidad es el andarivel que permite la expresión cultural en una provincia signada por la explotación petrolera y su riqueza traducidas en una ficción de bonanza de estilo texano.

La ascendencia intelectual invocada sirve para proyectar una mirada sobre Neuquén, una ciudad nunca fundada que, de caserío en torno de una estación ferroviaria, se convirtió por decreto en capital.
Aquí existe una sociedad plural que no respeta las aristocracias de cuna, de fortuna ni de historia, ni las tolera. Es una sociedad plebeya como no pueden serlo las comunidades del Norte argentino, irrespetuosa con las ciudades cosmopolitas consolidadas en el siglo XIX y cimarrona como ninguna otra sociedad sudamericana.
En ellas el protagonismo cultural se debe a factores externos: la función que se desempeña en la sociedad por familia o por patrimonio, o la relación con los sectores del poder oficial –medios de comunicación, instituciones académicas, sociedades de artistas, biografías y familias fundacionales-.
Neuquén carece de un cuerpo de requisitos, no hay un canon consagratorio y eso devuelve a la voluntad la posibilidad de generar y definir qué es el talento, de instalarlo y de mantenerlo. Así los fragmentos son casi individualidades y los resultados dependen más que de la respuesta del público, de los lectores o de las audiencias, del trabajo y del rumbo que cada uno se trace.
Eso atenta contra la formación de grupos o movimientos perdurables, salvo en el caso de algunos elencos de teatro históricos -la compañía Lope de Vega y el grupo Río Vivo en Neuquén capital y el grupo Hueney en Zapala-. En poesía, pueden citarse la editorial Limón y el grupo Celebriedades.
El resto responde a la voluntad de reunirse con un fin determinado, en acciones prácticamente modulares que nunca constituyen un programa.

Entonces, los fragmentos. Todo comienza con los primeros pobladores, esos habitantes arquetípicos invocados en cada acto protocolar y creados por la hagiografía oficial, que constituyen la base criolla y paisana de la provincia y generan, en literatura, una obra dispersa en narrativa, poesía, canciones y artes plásticas vinculada estrechamente con la estética regionalista.
Las comunidades mapuches produjeron un proceso inverso y antagónico a la globalización durante la década de 1990. Mientras todo se universalizaba y la provincia adhería sin reservas a un menemismo que aún cultiva, ellos afirmaban y consolidaban su identidad particular mediante la reivindicación de sus derechos sin arredrarse por el contrincante que se les enfrentara en cada conflicto. Así surgió un nuevo espacio de discusión cultural.
Desde la década de 1960, con los proyectos de las grandes obras hidroeléctricas llegaron sucesivas oleadas migratorias de argentinos de otras latitudes en una especie de exilio cultural, social, laboral o político. Los equipajes fueron diversos en cada caso, y se expresan en las diversas hablas de la recién nacida cosmópolis.
Mapuches y criollos recibieron también un doble influjo desde el lado occidental de la Cordillera de los Andes: en fuga de las dictaduras y del desempleo, la provincia absorbió su mano de obra y sus costumbres y deseos.
Desde hace unos años, cinco quizás aunque puede ser más, se afianza un sector muy movilizado nacido al calor de las luchas en defensa de los derechos humanos que en Neuquén se dieron en forma ininterrumpida desde mediados de la década de 1970. Se trata de las mujeres, que constituyeron grupos, asociaciones y entidades de afirmación, discusión, desarrollo y difusión de teorías, arte y cultura femeninos. Lo curioso es que, como los mapuches, las mujeres establecieron una tendencia de pensamiento y son una presencia en la vida social y cultural de la provincia.

Cierto, son minorías cuya suma no expresa el total. Tampoco son contenidas por los organismos oficiales de cultura, excepto de modo parcial y donde el concepto de espectáculo se inmiscuye de manera peligrosa

En 1990, cuando Irma Cuña decidió retornar a Neuquén, inventó un término para amputar su obra del anaquel de lo “regional” donde el centro y las academias colocan la producción cultural de las provincias. Lo suyo, dijo entonces, era “literatura querencial”, porque habla de la querencia, de ese lugar al que uno pertenece no sólo por nacimiento sino también por elección y por construcción de relaciones, historias, raíces y ramas.
Fue ella la primera que se despegó de la estética al modo tradicional que caracteriza a los artistas, grupos y tendencias de Tucumán, Salta, Mendoza, Córdoba, Santiago del Estero y otras provincias. Inclusive en su obra la poesía se despojó de lo escrito en la Patagonia hasta la década de 1970: avanzó en el sesgo cosmopolita –por universal-, le quitó el equipaje telúrico que la adensaba sin remedio y le otorgó un nivel equiparable por su calidad y originalidad con el de cualquier otra región del país.

La literatura había salido de la dictadura con un grupo nucleado en torno de la revista Coirón, nombre de un arbusto autóctono batido por el viento. Su antecedente inmediato fue el Centro de Escritores Patagónicos y derivó luego en Poesía en Trámite, acaso la primera expresión de cosmopolitismo en la provincia. Algunos nombres: Raúl Mansilla, Macky Corbalán, Aldo Novelli, Mariela Lupi, Héctor Ordóñez, Eduardo Palma Moreno, Ricardo Fonseca, Oscar Cares, Ricardo Costa. Con escasos recursos se organizaron lecturas, presentaciones de libros, recitales y un encuentro binacional que demuestra cómo en esta ciudad y en esta provincia los hacedores culturales –o al menos los poetas- miran más a Chile y al sur patagónico que a, por ejemplo, al resto del Alto Valle, aunque en muchos casos se busque la aceptación de los círculos porteños, cordobeses o de las metrópolis de otros países americanos –por caso México-. En 2001 fue fugaz la gestión de la sede local de la Casa de la Poesía, que nació con la renuncia de López Murphy al ministerio de Economía.
En Neuquén también se reproduce el centralismo nacional: faltan los poetas y escritores del interior: Ricardo Ortiz, Carlos Blasco entre otros.

Y vale para la poesía lo mismo que para las otras artes: la práctica domina, el hacer marca los rumbos, la intuición se ejercita en la senda, no en el gabinete. En un mismo escenario coexisten la única delegación del Museo de Bellas Artes en provincias, este verano con grabados de Picasso, con los conciertos de rock en la fábrica Zanon gestionada desde hace tres años por sus obreros. En ese mismo tablado figuran artistas plásticos, dramaturgos, actores, directores de coros y de orquesta, músicos populares con los poetas herméticos, los neobarrocos y los concretos.
Esa contemporaneidad de estéticas no implica mixtura. El único dato común es la falta de respeto por las aristocracias y por el talento adjudicado por la cultura oficial. Las élites no despiertan ni imponen unción; las academias los tienen sin cuidado; si la universidad no los cobija, no sirve. Los neuquinos se niegan a aceptar jerarquías, son cerriles y bizarros. Los organismos oficiales de cultura hacen su tarea, pero es raro que puedan imponer el quehacer cultural. Ni la cultura como espectáculo ni la cultura en la torre de marfil.
Nadie se olvida que Neuquén es la provincia donde se escuchó por primera vez, en 1995, la palabra piquetero. Es la orilla de un país que está en la periferia. Es el mundo de los bizarros que se imponen por su voluntad, por su ruido, por su perseverancia y por su insolencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante esta nota.