viernes, 23 de mayo de 2025

Viajes: Núñez, Buenos Aires

 

Relatos breves de un itinerario que comenzó en Buenos Aires y luego, en México, abarcó parte del Distrito Federal y ciudades y pueblos de la península de Yucatán entre Cancún y Campeche. Una aproximación a un país exuberante en su historia, su cultura, su geografía y su pueblo.

Gerardo Burton (geburt@gmail.com)


Vuelta al barrio de la infancia y la adolescencia. Núñez. Las casas parecen haber avanzado sobre las veredas. Las casas que quedan de antes, rodeadas de edificios altos, comercios, estaciones de servicio, escuelas privadas. Tránsito infernal, gente que duerme en los umbrales.

Andar lento por estas calles que siempre fueron un paisaje, un escenario donde había que correr hasta la parada del colectivo, siempre tarde yo. En el rabillo del ojo quedan las imágenes de entonces, una esquina, el letrero de un almacén, árboles crecidos, inmensos hoy, el vacío dejado por los locales que no están, los dos conventillos aplastados por departamentos, la escuela diferencial luego geriátrico, el balcón de la calle Moldes con una escultura de mi madre adherida al muro, dos caras que miran al centro de la ciudad.

Anoche, un linyera comía recostado en un negocio. Fideos con tuco de una bandeja de telgopor. Luego, ya acostado del todo, bebía caldo de un jarro.

Al día siguiente, encuentro con viejos compañeros del colegio secundario. Uno fue gran amigo desde los primeros grados de la primaria estatal. La charla fue larga: nuestras vidas, familias, anécdotas. Nada de política, se sabe que es un tema proscripto de estas conversaciones. Los tres superamos los setenta años, coincidimos en cómo se prefiguraban nuestras biografías desde el colegio. El fútbol lleva a hablar de la vieja cancha de Platense, del club, de los juegos de los primeros años, detrás de los anteojos de miope recién estrenados.







La ciudad suele ser caótica por momentos. La salida de los chicos de las escuelas, la vuelta del trabajo, los distintos oficios que se cierran al terminar el día.

Es otoño. El viento del sudeste es frío, destemplado, húmedo. El parque sigue bello pese a los esfuerzos de los intendentes por poblarlo de pequeños edificios de dudosa utilidad.

Hoy, 10 de abril, hay paro general. El rumor del tránsito disminuyó hasta el susurro. El paro fue convocado por la (claudicante) CGT, central obrera donde confluyen los sindicatos peronistas. No las izquierdas.

Amigos, parientes. Pequeñas y efímera garúa. Atardece pronto, el otoño avanza entre colores y perfumes (también en hedores) hacia el invierno. En la ciudad se siente el río aun lejos. Imagino esa extensión mayor, sin fin, marrón, calmada casi siempre.

11 de abril: bloquean los peajes en la ruta hacia el aeropuerto. Nada es fácil en la Argentina. Las injusticias tienen sus respuestas, grandes o pequeñas; pronto o más tarde. Pero siempre aparecen.

Ciudad hostil, inhóspita. Empleados del intendente levantan y destruyen campamentos de linyeras. Pobres por todos lados, familias enteras habitan umbrales. Gente que recién despierta (es casi el mediodía) y conversan entre los autos estacionados, con sus mochilas cargadas con todo lo que despliegan o desplegarán una vez que encuentren otro lugar donde pasar el tiempo. Restos de ropas, comidas, enseres diversos.

Mientras, el gobierno oculta qué va a hacer con la economía y con el país. Lo único cierto es su apego tóxico a al dependencia más abyecta, casi equiparable al universo cloacal que construye con su léxico.

Andar por las veredas del barrio. Rotas, baldosas sueltas, mierda de perro. Rostros ceñudos, algunas miradas frescas. Muchachas en bicicleta. Sensuales. Sensual el viejo que camina entre hojas secas, bajo el techo amarillo de los árboles. Busco el ombú en el Parque Saavedra. Vueltas y vueltas. ¿Andarán también los abuelos, los primos? ¿Los amigos, los tíos? Poco hay de entonces: las copas de los árboles como cúpulas que ensombrecen las calles.

La brisa es húmeda, las nubes brillan como flores, el rumor de gentes y de vehículos es constante. Un océano sonoro aumentado por las máquinas y los bocinazos. A veces, sirenas que recuerdan la dictadura, el terror.

Ahora el ministro habla del déficit fiscal, y de lo bien que está marchando la economía. Veo los ojos de las muchachas, veo cómo caminan. Las sigo con mi mirada. Por momentos me voy con ellas. ¿Hasta dónde?

El atardecer pone gris el cielo, las nubes. Anticipa una garúa para la noche, en la autopista.

Difícil trayecto al aeropuerto. Mucho tránsito, choque en cadena, lento avance entre quejas tartamudas de los motores, cumbias, rap y gritos pop desde las ventanas abiertas que escupen aburrimiento, soledad, tristeza.

El aeropuerto es un coro informe de voces, gritos, murmullos, decorados con olor a café, carne asada y algunos dulces.


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