miércoles, 6 de diciembre de 2023

¿Es necesaria la pasión?

Texto leído durante las jornadas "Los cruces de la pasión", organizadas por Nodo, centro de atención y estudios psicoanalíticos, desarrolladas el 1 de diciembre de 2023 en la ciudad de Neuquén. La actividad se realizó con motivo de celebrarse los diez años de la fundación de la institución.



Gerardo Burton

geburt@gmail.com


Lo primero que pienso es que resulta extraño hablar de pasión en esta época. La sociedad occidental actual parece haber abandonado “la pasión de lo real” concebida en la modernidad y propone eludir el sufrimiento, mitigar el dolor, abolir el paso del tiempo en los cuerpos, esquivar los padecimientos. Es una especie de retorno al estoicismo latino que asociaba la virtud a una imperturbabilidad próxima a la indiferencia y otorgaba el dominio a la razón. La abolición del tiempo supone también la de la sucesión pasado-presente-futuro, suprime la historia como categoría.

Como contrapartida, la actitud general es responder al estímulo, a lo inmediato, a la urgencia del instante como un presente continuo, sin conexión con el antes ni con el después. Hay una suerte de pedagogía de lo efímero que disuelve raíces y propone pensamientos tan planos como las pantallas predominantes. Como jeroglífico dinámico, la imagen aplana contenidos, sentimientos, hechos, pensamientos y conductas y todo resulta intercambiable, sustituible, descartable. A la vez, la repetición incesante de aquello que estimula, atrae y seduce tiene un fin: descartar la noción de tiempo y así instalar la ficción de que el dolor y el sufrimiento no existen. Con la pasión ocurre lo mismo.

La invención del sujeto está puesta en cuestión. La dimensión del yo no pasa de ser una marca, un rastro. La falta de pasión en la sociedad resulta funcional al capitalismo: adormecidas por las redes digitales, que suministran pasiones vicarias (por ejemplo, el odio deletéreo en nuestra sociedad), las personas delegan en las corporaciones decidir desde cómo se reparte la riqueza hasta la duración e intensidad de una guerra, sin olvidar las condiciones comunes de la existencia. No importa, porque todo se configura como un espectáculo más o menos interesante que responde a la liviandad general.

Hay un poema de Roberto Juarroz en el que quiero que nos detengamos. Vale aclarar aquí que Juarroz tituló cada libro suyo como Poesía vertical; publicó más de doce poesías verticales en su vida. Este texto lleva el número 7 -no sabemos si es el original o el que le puso al ordenar una antología. Tampoco conocemos en qué Poesía vertical figura. El poema dice lo siguiente:

Las pasiones se pierden,

salvo una quizá:

la pasión por la pérdida.


Y todo lo demás también se pierde:

la rosa, los humores, tu rostro,

la vida, la ventana, la muerte.

También esta palabra se pierde,

su lectura, su ruido.


Sólo queda  un recurso:

convertir la pérdida en pasión.


Me gustaría hablar sobre dos temas de este texto: el primero, sobre la (aparente) pérdida de las pasiones, de todas salvo de una. Las pérdidas que el poeta enumera abarcan pequeños seres (la rosa), actos cotidianos (lectura), objetos (ventana), y también lo más importante: tu rostro; la vida; la muerte. Se pierden la lectura, el ruido de la palabra muerte. El poema tiene un tono descriptivo, dice qué ocurre con las pasiones casi en una actitud neutral, prescindente, indiferente.


Juarroz añade un elemento muy frecuente en su poesía, que es casi una característica: le impone un toque paradojal, un giro inesperado, insinuado al comienzo como posibilidad y afirmado como certeza hacia el último verso. Cuando parece que todo está perdido, que ya nada es posible ni queda salida -sea para el pensamiento, para el sentimiento, para la existencia- es posible una vuelta de tuerca: extraer algo de la nada, como un as que el mago tiene guardado en su manga. Hace de la pérdida esa pasión que anima y compensa la carencia absoluta a que está ¿condenada?, ¿destinada? la existencia. El poeta sabe que es sólo un recurso, una simulación, pero es el ancla que le permitirá saborear de nuevo la salida de un sufrimiento que también es pérdida. 

Otro ejemplo, esta vez del italiano Giuseppe Ungaretti. Ungaretti peleó en el ejército italiano durante la primera guerra mundial, la gran guerra europea. De esa época, de 1915, es este poema titulado Vela (en otras traducciones aparece como Duermevela) que figura en su libro El puerto sepultado:

Echado

toda una noche

junto a un compañero

destrozado

con su boca

crispada

vuelta hacia la luna llena

sus manos 

congestionadas

penetrando

en mi silencio

escribí cartas

llenas de amor.


Jamás me había sentido

tan aferrado

a la vida.


No hay estridencias en la descripción que hace el poeta de la situación. Es de noche, hay luna llena y aparentemente es un lapso de tregua en la trinchera. La luz cae sobre el rostro destrozado de su compañero muerto y él, que no olvida ni escamotea el dolor ni la tragedia del momento, escribe en medio del silencio cartas “llenas” de amor. Descubre esa pasión que lo mantiene “tan aferrado/a la vida”.

Un poco más. A mediados del siglo XVI, Juan de la Cruz componía su Noche oscura del alma y su Cántico espiritual. Allí figura uno de los más bellos poemas de nuestro idioma, escrito sobre la base de una letrilla popular. Hay otro con el mismo motivo, cuya autora es Teresa de Ávila. Acá va un fragmento del poema de Juan de la Cruz:

Vivo sin vivir en mí,

y de tal manera espero,

que muero porque no muero.

En mí yo no vivo ya,

y sin Dios vivir no puedo,

pues sin él y sin mí quedo,

este vivir, ¿qué será?

Mil muertes se me hará,

pues mi misma vida espero,

muriendo porque no muero.

Esta vida que yo vivo

es privación de vivir,

y así es continuo morir

hasta que viva contigo.

Oye, mi Dios, lo que digo,

que esta vida no la quiero;

que muero porque no muero.

Estando ausente de ti,

¿qué vida puedo tener,

sino muerte padecer,

la mayor que nunca vi?

Lástima tengo de mí,

pues de suerte persevero,

que muero porque no muero.


Este poema complementa, de alguna manera, los anteriores con los que establece un diálogo que es a la vez reclamo dolorido y éxtasis místico. El poeta se abandona a un sufrimiento cuyo final es liberador, según intuye, espera y conoce a través del sendero que le señala el poema. Aquí, la paradoja es que la muerte es vida y la vida es muerte hasta tanto no haya esa unión definitiva con su Dios. Y veamos un cuarto ejemplo, una alegoría que, en el canon bíblico se asocia a la relación del alma del creyente con Dios: el Cantar de los Cantares es el poema de dos amantes que dialogan sobre su boda. Sus antecedentes están en la tradición poética de los pueblos de la Mesopotamia que influyó sobre los poetas hebreos de la época posterior a Salomón (probablemente en el siglo I antes de Cristo). Habla la mujer:

Grábame como un sello en tu brazo,

como un sello en tu corazón,

porque es fuerte el amor como la muerte,

es cruel la pasión como el abismo;

es centella de fuego, llamarada divina;

las aguas torrenciales no podrán apagar el amor

ni anegarlo los ríos.

Si alguien quisiera comprar el amor

con todas las riquezas de su casa,

se haría despreciable. (7,6-7) 


Aquello que Juan de la Cruz intuía se realiza en este poema: la pasión alcanza su objetivo. La pasión, “cruel como el abismo”, garantiza la unión entre los amantes. Queda la pasión y luego, la vorágine: centella de fuego; llamarada divina. 

La italiana Alda Merini parece responder esto. Su poema “Huida de loba” alude en pocos versos a la vorágine amorosa, a sus honduras y a las consecuencias que ha dejado en su vida. Ella es la loba, se afirma en dos características del animal, la fiereza y la soledad y también menciona la victoria de su pasión, pagada a un alto precio, por sobre señuelos y engaños:

A quien me pregunta

cuántos amores he tenido

le respondo que mire

en los bosques para ver

en cuántas trampas ha quedado

mi pelo. (En La dama de pique)


A veces puede ocurrir que ese lugar vacío y abismal se llena con arte, que aparece como otra forma de esa salvación que promete el pasaje por el dolor y el sufrimiento. Así, la poeta peruana Blanca Varela evoca la desesperación de van Gogh en un poema titulado Arles sur Oise:

IV


Porque ya no eres un ángel sino un hombre solo sobre dos pies cansados sobre esta tierra que gira y es terriblemente joven todas las mañanas.

Porque sólo tú sabes que hay música, jadeos, incendios, máquinas que escupen verdades y mentiras a los cuatro vientos, vientos que te empujan al otro lado, a tu hueco en el vacío, a la informe felicidad del ojo ciego, del oído sordo, de la muda lengua, del muñón angélico.

Porque tú gusano, ave, simio, viajero, lo único que no sabes es morir ni creer en la muerte, ni aceptar que eres tú mismo, tu vientre turbio y caliente, tu lengua colorada, tus lágrimas y esa música loca que se escapa de tu oreja desgarrada.

(de Arles sur Oise, en Valses y otras falsas confesiones)


Veamos: pasión es un término polivalente: puede designar tanto a un enamoramiento, como al compromiso político y también al misticismo, esto es, el abandono de la persona a la contemplación divina. El denominador común está en la etimología de la palabra: es el pasaje por el dolor, el sufrimiento, por soportar la carencia, sobrellevar la falta, dejarse llevar por el sentimiento más allá de la voluntad y la razón. Está en la raíz del pensamiento cristiano: es la pasión de Cristo, ese paso de la vida a la muerte a través del sufrimiento que causan el tormento y la crucifixión y luego la liberación de esa muerte. 

El filósofo Byung-Chul Han, dice que uno de los principales pensadores del siglo pasado, Martin Heidegger,  “se esfuerza por poner al descubierto el plano de la pasividad en el pensamiento. Se da por sentado que el pensamiento es, en su dimensión más íntima, un pathos. Pathos guarda estrecha relación con pathein, que significa sufrir, soportar, tolerar, sobrellevar, dejarse llevar por, dejarse determinar por” (Vida contemplativa, pág. 51)

El sufrimiento al que alude Han puede transformarse, tal como propone en El viajero y su sombra, Nietzsche: “de nosotros depende el desposeer a la pasión de su carácter temible e impedir que se convierta en torrentes devastadores. No hay que hinchar el desprecio hasta hacer de él la fatalidad eterna: queremos, por el contrario, trabajar lealmente en la tarea de transformar en alegrías todas las pasiones humanas”. A la “devastación” con que las pasiones amenazan, Nietzsche opone esa tarea que hará mutar al sufrimiento en alegría. Quizá sea ésa la labor de la acción en la historia, la participación comprometida con el tiempo histórico tal como insinúan Paulina Vinderman e Irma Cuña con estos poemas:

21


Hay guerra en la noche extranjera.

Los olivos tienen nidos de sangre

y las paredes gotas de sal.

La inercia de mi corazón me obliga

a escribir, a abrazar a la lluvia,

a decirle a la Historia

que la muerte no es un sortilegio.


(Paulina Vinderman, en Puerto Ausencia)


Una planta se ha tumbado en su maceta.

Llueve y hay viento frío.

Quiero pensar mi calor

cerca de la tarta que se hornea.

No hablen hoy de niños

sin ropas,

sin comida,

sin albergue.


Hoy quiero guarecerme

en renglones de imágenes poéticas

o en contorsiones de malabarismos teóricos.

Que desfilen héroes antiquísimos

que sólo morían

en el grueso infolio de las crónicas,

bajo los estandartes de la fama.

Tampoco quiero espantarme

por los estudiantes de Pekín

con su grito diferente,

apenas otro.


He pagado el alquiler,

he corregido infinitos informes de mis alumnos.

He soñado anoche

-como todas estas noches-

con mi adolescencia entre padres y tíos amados.


Ahora,

después de la sorpresa de la lluvia,

escucho esta maquinita tipitop,

este alfabeto que se entreabre susurrando apenas,

en la tibieza


(1989)

(Irma Cuña, Guarida, en Otros poemas)


Aun con el riesgo de ser considerado pasado de moda, recuerdo que, en El ser y la nada, Jean Paul Sartre sentenciaba que el hombre (¿hablaría hoy de hombre y mujer?) se sacrifica en vano para que Dios nazca. Por eso, resulta ser “una pasión inútil”. 

Acaso César Vallejo responda a esa afirmación de Sartre. El poeta peruano pone en juego esa sed de trascendencia, ese abismo que espera más allá y que la pasión insinúa. En su poema “Masa”, el diálogo entre vida y muerte no finaliza, es un continuo comienzo con cada vez mayor luminosidad, en una expansión cósmica del tiempo histórico.

Al fin de la batalla,

y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

y le dijo: “¡No mueras; te amo tanto!”

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.


Se le acercaron dos y repitiéronle:

”¡No nos dejes! ¡Valor! ¡vuelve a la vida!”

Pero el cadáver¡ay! siguió muriendo.


Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,

clamando: “¡Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!”

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.


Le rodearon millones de individuos,

con un ruego común: “¡Quédate hermano!”

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.


Entonces todos los hombres de la tierra

le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado:

incorporóse lentamente,

abrazó al primer hombre; echóse a andar.


10 de noviembre de 1937 (de España, aparta de mí este cáliz)


Justamente, una posible interpretación de la pasíón sea ésa: una propuesta histórica de redención cuyo fundamento son los otros. Según Vallejo, impulsados por el abrazo solidario, los hombres (y mujeres) de la tierra (y de todos los tiempos, agrego) se expanden en el abrazo que abre el camino, los caminos. Se trata de una tarea colectiva que, aunque en estos tiempos carece de prestigio y es huérfana de mérito, resulta siempre necesaria. Acaso ese andar y el deseo de hacerlo respondan la pregunta inicial de estas palabras.


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