viernes, 12 de abril de 2019

Paco Urondo: la opción armada

Texto leído en la presentación del libro "Paco Urondo, biografía de un poeta armado" de Pablo Montanaro el 11 de abril de 2019 en el salón azul de la Biblioteca Central de la Universidad Nacional del Comahue, en Neuquén.



Francisco Paco Urondo











por Pablo Scatizza
pscatizza@gmail.com


Agradezco a Pablo la generosidad de haberme invitado a esta presentación, que considero excesiva incluso, dado que no soy poeta, quizá un poco escritor, pero para nada especialista en Paco Urondo, de quien confieso que sólo he leído algunos poemas y, por supuesto, su Patria fusilada.

Por ello, porque no es mi especialidad, no voy a hablar de literatura ni de poesía, y menos aún al lado de poetas y escritores como los que me acompañan acá. Les dejo semejante trabajo a ellos.
Pero sí quisiera compartir algunas reflexiones respecto a algo que me quedé pensando, luego de leer el libro de Pablo. En una de las dimensiones que atraviesan su trabajo, y que atraviesan la vida del poeta revolucionario cuya biografía narra. La violencia.

El tema de la violencia armada, de la opción de Urondo por las armas, es un eje que recorre el libro y lo pone en tensión. Muchos testimonios dan cuenta de ello: justamente, la tensión que generó esa decisión de Urondo, no mayoritariamente compartida (y eso es interesante), por quienes fueron sus compañeros y compañeras.

Me permito citar sólo una, que disparó algunas reflexiones, pero hay muchas opiniones más al respecto. Alfredo Carlino dice en su testimonio, según relata Pablo: “(Paco) No era un militante ni un activista, era un fino poeta y un gran periodista. Entró directamente a la guerrilla y la asumió. Esa es la parte suicida de él. Estaba totalmente convencido que la cosa pasaba por la violencia. Estaba influenciado por Jean Paul Sartre, a quien leía mucho. El gran ideólogo era Sartre, quien además preconizaba la violencia”.

Y me quedé pensando en eso. En la violencia, en Sartre y sus lecturas posibles; y en el Paco de Montanaro. En la violencia y sus formas; en la violencia y sus usos; y en los sentidos de la violencia cuando se la despoja de todo planteo moral. Tal como es necesario hacer cuando se quiere reflexionar sobre este fenómeno, y tal como lo hicieron Paco y los y las revolucionarias de los sesenta y setentas.
No voy a opinar sobre la sentencia de Carlino respecto de que Sartre fue el “el gran ideólogo de la violencia” y menos respecto a que la “preconizaba” (juicios que considero cuanto menos discutibles); pero aludir al filósofo francés de los sesentas y  a la violencia, a ciertas formas de la violencia, es aludir también muchos otros y otras pensadoras, intelectuales y pensadores que permearon con sus ideas sobre la violencia y sus aristas a los y las jóvenes de aquellos años.

Hablar de Sartre es, primero, hablar de Franz Fanon y a los Condenados de la Tierra, el libro publicado por este intelectual argelino en 1963 y de cuyo Prólogo se encargara el propio Jean Paul. Textos revolucionarios, ambos, dotados de una gran autonomía uno de otro. A tal punto que no son pocos los testimonios que recuerdan que estaba “el libro de Fanon”y el “prólogo de Sartre al libro de Fanon”, como un documento independiente. Es también hablar del Che, por supuesto, de Mao, de Marx, de Cooke, de Lenin, de Trotsky, de Régis Debray, de Simone de Beauvoir...

Pero no voy a hablar acá de ninguna de estas mentes ni sus trabajos. Los traigo sólo para colorear aún más el cuadro en el que estas ideas componían la compleja pintura de los sesentas. Un cuadro en el que la violencia definía, me animo de decir, el estilo de la pincelada, y sobre ello quisiera compartir algunas reflexiones: sobre el cruce entre la violencia y la poesía, o más bien de lo poético de la violencia cuando esta persigue fines revolucionarios, y por lo tanto liberadores. Fines que sin dudas, a la luz de la lectura del libro de Pablo, perseguía Paco Urondo.

Aún así, es en vano, creo -o cuanto menos riesgoso- hacer una crítica de la violencia en función de sus fines, y sí creo necesaria hacerla a partir de sus medios. (Crítica en el sentido kantiano del término, de conocimiento...; o incluso marxiano, en tanto “desenmascaramiento” de la violencia, para exponerla, conocerla).

Porque si pensamos los usos de la violencia en función de sus fines, terminaríamos en el callejón sin salida de tener que hacer un juicio de valor sobre ella, lo cual nos pondría frente a la falsa disyuntiva moral de sentenciar si la violencia es buena o mala en sí misma. Así, si sirviera a fines justos sería una violencia buena –o al menos “bien utilizada”, “útil”- y si sirviera a fines injustos se trataría de una violencia mala –“mal utilizada”, “inútil”. Y la justicia de los fines, convengamos, pueden ser arbitrarios.

(Pensar en esto me hizo volver a un ensayo de Benjamin que había leído hace muchos años, así que agradezco a Pablo el empuje. Se llama, justamente, “Para una crítica de la violencia” y fue publicado en 1921, y allí reflexiona justamente sobre la legitimidad de los usos de la violencia, en tanto instauradora o conservadora de derecho, más allá de los fines que persiga o diga perseguir)
Pensaba entonces, junto con el libro, ¿qué hay de poesía en la vida de Urondo, en su acción revolucionaria, más allá de sus escritos y más allá de los fines que perseguía al optar por la lucha armada?

¿Qué lleva a un poeta a tomar las armas? Una pregunta, si se quiere, retórica, pero también problemática, histórica. Y desde ese punto, sólo desde su historicidad, pueden ensayarse posibles respuestas. O al menos, algunas hipótesis. Es la historicidad que le da Pablo a la vida de Urondo, y lo celebro. Es  pensar a los sujetos y sus acciones más allá de los resultados que hoy conocemos, y desde la propia incertidumbre que ellos y ellas tuvieron acerca del futuro. Que ese futuro que hoy conocemos no era la única opción que tuvieron ante sí (ni que el “desarrollo de la historia” definió como inevitable), sino que esas opciones fueron varias, condicionadas por múltiples factores cuyo análisis nos pueden acercar más o menos a una explicación (o comprensión, si apuntamos a los motivos) acabada, pero que siempre estará en el plano de la sospecha y la posibilidad de refutación.
Se ha discutido mucho sobre la violencia revolucionaria, y no estoy aquí para hablar de esos debates. Es muy conocido el cruce que abrió la carta de Oscar del Barco (el famoso debate “No matarás”, allá a principios de este siglo, en la que activos militantes revolucionarios de los sesentas cerraron filas a favor o en contra del uso de las armas y su eventual (o no) desencadenante de la represión estatal y paraestatal que caracterizó a ese período).

Pero, ¿qué lleva a un poeta -repito- a tomar las armas? ¿Donde radica la legitimidad de su uso, si es que existe? ¿Basta con la convicción del poeta en la justicia de sus fines? ¿O dicha legitimidad se funda más bien en el potencialidad constructora de un nuevo derecho que tiene en sí misma la violencia revolucionaria (y aquí flota el espíritu de Benjamin), especialmente cuando se trata de una “contra-violencia”, por la cual los oprimidos deciden optar ante una situación de violencia estructural que los niega, en tanto un “otro” eliminable?

Este último interrogante nos lleva, claro, a atender no a la violencia que emerge en un momento dado, sino al proceso que de alguna manera puede explicar su gestación. Alejarnos del peligro que implica quedarnos con la foto, para historizar el fenómeno en su mediana y -mejor aún- larga duración. Un proceso que, en este caso, no comenzó cuando hombres y mujeres de distintas extracciones políticas (peronistas, marxistas y todos sus sincretismos) decidieron apelar a las armas y enfrentar de distintas maneras al poder establecido.

Antes que intentar responder, entonces, me pregunto si la legitimidad en el recurso a la violencia de Paco Urondo radica sólo en lo poético de esa opción revolucionaria que implicó su entrega total, de su vida misma, por una causa que consideraba justa, o antes que en esos fines que personalmente puedo considerar justos sin duda alguna, dicha legitimidad se encontraba en la posibilidad real, en ese momento histórico y en ese contexto determinado, que el uso de la violencia armada habilitaba a construir un nuevo orden de derecho que reemplazara al entonces existente. No se trataba, como diría Benjamin, de una “violencia pirata”,  inútil para fundar o modificar circunstancias de un modo relativamente consistente, sino de una violencia tenía entonces -al menos potencialmente- la función de ser creadora de derecho. De un nuevo orden social.

Pensaba en esto luego de leer la biografía de este poeta armado, tal como lo llamó Pablo. A partir de  esa historicidad es posible encontrar en su libro; la que nos brinda la posibilidad de comprender los motivos que llevaron al poeta a optar por la violencia; a conjugar la peligrosidad de su letra con las armas que decidió empuñar. Porque justamente, creo, de eso se trata. De intentar comprender; de explicar, sí, pero tratar de comprender los motivos que pudo haber tenido tal o cual persona (en este caso, Urondo) para llevar a cabo determinada acción o decisión. Al menos eso es lo que a mi me interesa, en tanto historiador, y agradezco a Pablo que con su libro me haya permitido tener más herramientas para hacerlo.

Dijo Urondo cuando estaba preso en Devoto, allá por 1973: “Los compromisos con las palabras llevan o son las mismas cosas que los compromisos con las gentes, depende de las sinceridad con que se encaren tanto una actividad como la otra”. Y veo en esa afirmación representados a quienes hoy ocupan esta mesa, a cada uno, y en especial al poeta, escritor y periodista que nos presenta este valioso libro.


Muchas gracias

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