viernes, 8 de enero de 2016

Fierro y Cruz

Artículo publicado en el suplemento aniversario de La Mañana Neuquén, el 29 de noviembre de 2015


por Gerardo Burton



NEUQUÉN.- Uno de los rasgos que identifican, y en este sentido, distinguen de otros a los habitantes de Neuquén en particular y de la Patagonia en general es el modo en que se hace cultura.
Las figuras de Martín Fierro y el sargento Cruz, hacia el final de la “ida”, primera parte del poema de José Hernández, son una marca de identidad, un rasgo particular.

Cierto: además de darle la espalda a la civilización y cruzar la frontera con destino incierto, hay por lo menos tres acciones más de Fierro y Cruz que nos definen: hacer astillas el instrumento con que uno se expresa -la guitarra contra el suelo- para “no volverme a tentar” con el canto, es decir, no creérsela demasiado. El instrumento es sólo eso, un instrumento y no un fetiche. Segundo, el relato de la existencia entendida como “un telar de desdichas” que supone a la vez -tercera acción- contar “males que conocen todos/pero que naides contó”.
Estos elementos sirven para desrealizar lo realizado, es decir, para desmontar voluntaria y racionalmente adornos, oropeles, jerarquías, anteojeras, miedos y prejuicios y son por eso constitutivos del hacer cultural en la región. Aquí aparece un punto de contacto con otro rasgo preponderante: la actividad petrolera, que define todo como efímero, y cuyo único vínculo con el subsuelo no son precisamente las raíces sino la extracción.
En este panorama, vale recordar a Rodolfo Kusch cuando decía que la producción cultural es, en estas tierras, “la penosa operación con que el pueblo de América afirma su humanidad”. No es penosa en el sentido de castigo; sí en cuanto a esforzada. Porque de ese “telar de desdichas” del que hablaba Fierro, proviene el tejido -el texto- que escriben, pintan, actúan, cantan, filman, piensan y sienten los que habitan en Neuquén y en Patagonia. Es, entonces, un espacio que resiste, un espacio que hace política, un espacio que cuestiona y critica y “desrealiza” cánones y academias para volver una y otra vez a construir con un tesón que ordena el caos para no repetir viejos moldes o caducos preconceptos. De esta manera se reconstruye el tejido social desde otro lado, distinto del oficial u oficioso.
Pero también y en simultáneo, una gran parte de los esfuerzos institucionales -oficiales y privados-empresarios- apuntan a la cultura concebida como espectáculo. Se trata ésta de una cultura desmontable, producto de importación de otras latitudes provinciales y extranjeras que puede comprarse hecho, como cuando se adquiere algo llave en mano.
A tal punto que en un casino pueden montarse un teatro, una sala de conciertos y recitales, un salón de baile mientras se juega a la ruleta. Los espectáculos suelen ser atractivos para todos los gustos y sectores. Pero al mismo tiempo, y  aunque es una de las disciplinas más tradicionales desde las épocas del territorio, no hay en la provincia un elenco estable de teatro ni un edificio adecuado.
O, por ejemplo, la fértil producción de poetas y -ahora también- de narradores locales que se publica en editoriales transprovinciales o en las escasas que existen aquí, casi sin intervención oficial. No se siguió en Neuquén el ejemplo rionegrino o del Chubut en cuanto a editoriales provinciales estatales. Y así estamos.
Entendida la cultura como la relación recíproca entre la reconstrucción del tejido social y la restitución de un texto, la recuperación del texto de Neuquén y de Patagonia supone también recuperar dos luchas que atraviesan de manera transversal el pensamiento y la cultura de estos sitios por las cuales se mira e imita a los neuquinos-patagónicos: las peleas y reivindicación de las mujeres y de los mapuches. Y de las mujeres mapuches.

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