martes, 28 de junio de 2011

Volver a la poesía - Héctor Ordóñez

Héctor Ordóñez reeditó su “Aquel que supo” con nuevos textos. Poesía revisada y revisitada, de un autor que participó de los inicios de la renovación de la literatura en la Patagonia norte.

Gerardo Burton
geburt@gmail.com
NEUQUÉN.- Como en un ciclo interminable de inicio, final y nuevo comienzo, la poesía vuelve, y así también se vuelve a la poesía, consideró Héctor Ordóñez a propósito de la reedición de “Aquel que supo”. A la vez, la serie cíclica descarta la linealidad de la filosofía occidental y recupera las características del pensamiento oriental, con todas sus variantes y posibilidades.
Quizás por eso, a sus cincuenta y siete años, y veinte después de la primera edición, Ordóñez vuelve con este libro editado originalmente por Narvaja en Córdoba en 1991. El año pasado, la editorial Último Reino de Buenos Aires publicó una versión ampliada, con ilustraciones en tapa e interior (collages) de Carlos Juárez.
En esta ocasión, se repite el contenido de la primera edición con el agregado de textos premiados en un concurso-homenaje a Miguel Hernández y otros “poemas sueltos”. Constituye, de esa manera, un panorama de la escritura de Ordóñez, cuya resultante apunta a la recuperación del valor celebratorio de la palabra y a una estética que hoy se reivindica y asocia a la producción literaria de la generación de 1970.
El autor recordó que su primer libro, su “primer intento editorial” fue incautado por la policía en una requisa realizada en Córdoba capital en 1971, cuando estudiaba economía en la universidad de esa provincia. Era un cuaderno de tapas duras, y los poemas escritos con tinta, porque “ya lo formal ocupa su lugar en el poema”, explicó Ordóñez.
Luego, entre escritura y tras las vicisitudes propias de la época (breves exilios en Paraguay, en Mendoza), abandonó Buenos Aires y volvió a Chos Malal donde, al comienzo de la reinstauración democrática fue designado director de la filial San Carlos de Bariloche de Radio Nacional. Posteriormente, le tocó dirigir la radio de la Universidad del Comahue y la cooperativa CALF en la capital neuquina y, desde hace más de un lustro, está en Andacollo, un retiro ideal en medio de la Cordillera del Viento en el norte de la provincia.
Según sus propias palabras, “Aquel que supo” es el libro “de un poeta del exilio que se refugia en la Patagonia y vuelve a su pueblo”, y cita el poema “Pintura de un pueblo que no lucha”.
La poesía de Ordóñez murmura las historias y establece leyendas en su biografía. Pero el tono es el mismo, esa voz que murmura en la penumbra porque sólo necesita saber “que dos monedas/curan el dolor de una noche sin luna”, y que “la tinta/el rasguido de la pluma en el papel/son toda la música/ salvo el río blanco sobre negro y viceversa”.
Hay un mirar la vida que ocurre, que pasa mientras “surgen religiones en el vacío de dios”.
Ordóñez integró, a comienzos de la década de 1980, el movimiento de renovación de la literatura en la Patagonia norte: regresado a Chos Malal, se comenzaron a notar “fisuras” en la dictadura militar y eso sirvió para ocupar los espacios con creación y creadores. Así, con Elías Chucair y Juan José Brion como antecedentes, Irma Cuña y Raúl Mansilla, Diego Angelino y otros, se organiza en Neuquén el primer encuentro patagónico de escritores.
Eso sirvió “para conocer, para tantear” las posibilidades y continuar. Así volvió a la escritura y compiló un centenar de poemas que la lectura de Alejandro Finzi “dejó en veinte”. Es un libro “que refleja el aislamiento” y al mismo tiempo “la bohemia, el desarraigo” y la supervivencia del mundo español en la cultura del norte neuquino.
Para Ordóñez (como para tantos) son fundamentales sus lecturas: Yukio Mishima, Jean Arthur Rimbaud, Henry Miller, Charles Bukowski, Paul Auster, el viejo Walt Whitman y Charles Baudelaire, los padres de todo. Incesante es la búsqueda y el hallazgo, y permanente es el paisaje que se introduce en su escritura y en su oralidad. Ordóñez menciona continuamente la magia de las montañas de la cordillera; las pinturas y petroglifos de Colo Michicó (que están presentes en los collages de Juárez que integran esta edición), los colores y el viento, siempre el viento.
Ahora vienen textos breves, haikús o similares, con esa tensión poética que deslumbra y azora, sólo “pequeños fragmentos que pueden significar una despedida, que pueden encubrir un miedo a la repetición, porque somos monotemáticos”.
Después de todo, una propuesta: repensar la relación entre oriente y occidente, modificar ese pensamiento lineal que nos caracteriza y volver a lo cíclico, porque “no sabemos qué va a volver”.
(Publicado en El Extremo Sur, Comodoro Rivadavia, junio de 2011)

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