A continuación, se reproduce el texto no leído en la presentación de dicho libro, no ocurrida el 17 de noviembre de 2018 en la casa de los Artistas Neuquinos, en la ciudad capital de Neuquén. La autoría del texto no leído pertenece, por ahora, a Gerardo Burton. El libro fue publicado por Espacio Hudson, la editorial que conduce Cristian Aliaga.
La sed puede
ser la exterioridad. Pero también es la carencia, la conciencia de
lo que falta: la necesidad que es madre de todas las cosas. El
líquido puede ser la saciedad, el exceso, la desmesura. Entre los
dos, Mansilla establece un viaje. Estos dos libros absolutamente
necesarios estaban agotados. Y eran -son- necesarios para la poesía
de la Patagonia, para la poesía en general.
Oscilan entre
dos leit motivs; la sed y el líquido. Y cada uno tiene su corte, su
séquito de materiales, de elementos, de palabras. Por ejemplo:
Mansilla habla de botellas, de destilados, de humedecer, de humedad,
de beber, de alcohol. Y también: sangre, orina, saliva.
Denominar
estaciones al libro remite a dos cosas: en primer lugar es una suerte
de via crucis panteísta que termina en una salvación sui géneris:
por el diluvio conducido por un Noé patagónico. En un segundo
plano, es un proceso de purificación, de ascesis pagana a la que
Mansilla nos tiene acostumbrados. Es una domesticación de los
sentidos a través del exceso, una subordinación del cuerpo a sus
deseos y una expansión de la mente en un sendero de música, gestos,
versos, ideas.
Nadie desconoce la búsqueda de otros soportes para la
poesía que Mansilla ensaya desde hace tiempo. Tampoco esa apertura
hacia nuevas poéticas, en inclusive, hasta el cansancio de toda
poética.
Esto como
aproximación a los dos libros que Espacio Hudson hace que
presentemos hoy y aquí. Una consideración más sobre la
versificación. Mansilla hereda a Whitman, de ahí pasa por Pound y
llega a Neuquén a través de Ernesto Cardenal. Los Andes no son un
obstáculo sino un puente, como lo han sido siempre para los
mapuches, para los chilenos que vienen y para los argentinos que van.
Mansilla cultiva un verso de largo aliento y en esto se hermana con
Spíndola, para hablar de otro patagónico. Son los dos herederos
confesos de Whitman, pero también de Neruda y de Vallejo. Puede
haber más en la Patagonia, pero nunca menos que ellos dos. Además,
cuando un poeta habla de quién lo ha influido hay que creerle sólo
un poco; y sospechar de quién no habla y buscarlo, porque seguro ése
es un modelo. Y aquí hay que hablar, señoras y señores, de Rubén
Darío. Mansilla no es modernista, pero en su verso cabe todo el
universo que hoy vivimos, vemos, percibimos y sufrimos. Y el
nicaragüense, esa especie de padre no reconocido, lo hizo, nos lo
dejó.
Voy a
terminar con una cita del texto de contratapa que cita a Mansilla. Él
definió como “conceptual” la etapa en que compuso Las
Estaciones de la Sed. Su labor
posterior fue dejar que los poemas se ordenen según su propia
dinámica, su ritmo interior. Y que quien lee o escucha dé
-encuentre- el sentido.
Quizás ya no
escriba poemas de amor, como le prometió a Macky. Creo que es
mentira, o como buen promesante, no cumplirá. Mansilla escribe
poemas de amor, de ese amor dolorido que lo hace buscar a su padre,
que lo hace intentar el arca y que, en el camino, lo extenúa sin
vencerlo porque siempre aparece quien lo ayuda. Entonces conviene
preguntarse quién es el héroe y, sobre todo, quién tiene sed.
Gracias.
1 comentario:
Hermoso texto. La idea de estación también me remite a parada, a pausa, a sentarse en un anden a la espera de algo que puede llegar, en un tren que sigue con su tránsito.
Abrazo
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