jueves, 4 de abril de 2013

Yo es otro, a propósito de "Rayuela"


En ocasión de recordarse la publicación de la novela de Julio Cortázar en los años sesenta.


por Gerardo Burton


Una rayuela es el ascenso de la tierra al cielo realizado a la intemperie. O del infierno al cielo, y la intemperie está atemperada por un laberinto. Pero se llega al cielo. Un premio pobre, si se quiere, un Grial devaluado al que el caballero andante accede mediante el deliberado desorden de los sentidos que lo acompaña todo el itinerario. Es “la oscura necesidad de evadir el estado de homo sapiens hacia… ¿qué homo?”
Pero en “Rayuela”, Julio Cortázar inicia también un descenso que supone abandonar las seguridades burguesas y las firmezas del pensamiento del “sapiens”, abre la posibilidad de desdoblarse en un otro que alienta la busca incesante y desmonta con una paciencia metafísica los mecanismos de hipocresía a fuerza de arte y surrealismo. Vencer al dragón, conquistar la dama y encontrar esa vida que “está en otra parte”.
Este descenso implica una épica, esa épica del perdedor a sabiendas que mira, desde Heráclito y desde los pensadores del margen que quedaron a la intemperie, las alturas a que ha llegado la civilización occidental de la década del sesenta.
Hay un estrecho vínculo entre la ruptura de la novela tradicional, el lenguaje dislocado y la metafísica occidental que estalla en pedazos a partir de “Rayuela”. El rescate de las esquirlas como indicios de lo nuevo y de lo otro en tanto totalmente otro tiene dos articulaciones: la palabra y el erotismo, y a veces sólo este último, y la música, el jazz que es el paisaje sonoro más importante del texto.
Lo fragmentario anticipa la posmodernidad de fin de siglo, la caída de las metafísicas ya flexibilización de las religiones. Además, la intemperie como lugar en el mundo cumple la profecía con que años después Cortázar saludará a los estudiantes de París: “ustedes son la guerrilla contra la muerte climatizada que se les quiere vender como porvenir”.
La única respuesta está en el otro y en la ironía como método de conocimiento y de re-conocimiento en la intemperie. Cortázar en “Rayuela” llevó al límite los postulados de Rimbaud pero, en lugar de traficar armas en Etiopía, desmontó el sujeto de la modernidad y de la razón y sus monstruos.
En ambos –Rimbaud y Cortázar- la vida está en juego, sin retorno. Nada hay más desolador que el agua de la lluvia metiéndose por el cuello de la canadiense de Oliveira cuando el viaje por París termina y él queda como un Ulises de utilería, sin Itaca ni Penélope. Sólo vuelve la pregunta inicial, que se repite como un mantra: “¿Encontraría a la Maga?”

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