viernes, 11 de marzo de 2011

A propósito de Varguitas


Consideraciones sobre la repercusión de la invitación a Mario Vargas Llosa a inaugurar la próxima Feria del Libro en Buenos Aires.


por Gerardo Burton

La controversia generada por la invitación al escritor nacido peruano y nacionalizado español Mario Vargas Llosa a inaugurar la próxima edición de la Feria del Libro en Buenos Aires, un megaespacio de exhibición y venta de libros y objetos más o menos conexos, habilitó una discusión antes impensada por lo masivo sobre política cultural y negocio editorial.
El primer aspecto observado es que la elección recae en uno de los autores-éxito del conglomerado de editoriales extranjeras que, desde poco más de una década atrás, adquirió los principales sellos nacionales y concentra más del 80 por ciento del negocio en la actualidad. En ese lote no es menor la presencia del Grupo Prisa, propietario, además, del diario El País, notorio opositor a la política del gobierno de la Argentina. Esto dicho sin formular un juicio de valor sobre Vargas Llosa ni sobre su derecho a expresarse como se le antoje.
Pero en segundo plano aparece una discusión de fondo que tiene que ver con considerar al lenguaje como un recurso natural y como un medio de producción que contiene a la literatura pero la trasciende. El lenguaje abarca a todo lo que se hace con las palabras dichas, oídas, escritas, leídas, pensadas, recordadas, sentidas.
En palabras organizadas circula el idioma: a través de radios, diarios, televisión, revistas, libros, teléfonos, teléfonos celulares, la web, correos electrónicos, mensajes de texto. Los medios son incontables, siempre son más. El lenguaje atraviesa y es atravesado por toda la realidad: la política, la cultura, la sociedad, la economía. El lenguaje es un medio de producción sin opresores ni oprimidos, pero que expresa (y denuncia) quién es quién en este juego. Por lo tanto, se puede hablar también de resistencia cultural.
Porque se trata del castellano que se habla en este país, del castellano que se escribe (si se puede) y del que se utiliza (o utilizaba) para traducir idiomas extranjeros. También se trata de cómo y qué se escribe, esto es, si un texto (preferentemente en prosa) es reconociblemente escrito en la Argentina, en el Uruguay, en Chile, o da lo mismo que se escriba en París, Roma, Londres, Bombay, Buenos Aires o Madrid. Es decir, se trata de la forma de hablar, de la forma de escribir y de la forma de leer, y de cuál es el castellano que se utiliza como código, el de la ve corta o el de la uve, por ejemplo.
Para los autores y para los lectores no es menor este planteo. Entre los primeros, los hay al menos de dos clases: los narradores y los poetas. Estos cultivan un género que no ingresa ni siquiera en el horizonte lejano de los planes editoriales, a menos que se trate de algún monstruo sagrado. Sus obras circulan por autoedición, publicaciones que ellos mismos pagan o nadan en la web, en blogs y páginas más o menos diagramadas.
Pero en el caso de los narradores, la cuestión tiene connotaciones más económicas, por no decir de mercado. Hay formatos expresos o implícitos que las editoriales vía los suplementos literarios y culturales inoculan. Aunque no parezca deliberado, se impulsa la utilización de un castellano (le dicen español) neutro, carente de modismos y alejado de todo color local. Ese lenguaje es una caricatura del habla, de la misma manera que son caricaturas esos adolescentes globales uniformados con patinetas, gorras de beisbolista, camisetas multicolores y una jerigonza rapera de dibujo animado doblado al castellano.
Un poco más abajo hay otra pelea: la disputa por el idioma no es menor. No se está hablando aquí de bienes espirituales sino de productos industriales. Tan así es que la Real Academia Española decidió el año pasado uniformar la ortografía según la península ibérica y más, según el centro de España, Madrid y sus arrabales. A la manera de nuevas carabelas timoneadas por las fundaciones de las grandes empresas españolas (Telefónica, Repsol), los diccionarios, los fondos de las editoriales más importantes, los suplementos y revistas literarias y culturales, que trabajan como propaladores de esas compañías, y las instituciones de difusión del “español”, constituyen una nueva avanzada de adelantados sobre estas costas. Esta vez la depredación será con la lengua, que es designada casi universalmente como la única patria que queda a los pueblos, ahora que los territorios ya no definen la nación y las fronteras se diluyen.
Vale citar como ejemplo un artículo aparecido a finales de febrero en el suplemento económico del diario Clarín (I-Eco) titulado “Seseoso Rico, Seseoso Pobre: cuánto vale el idioma español”. Su autor, Sebastián Campanario, refiere una encuesta realizada por una investigación de la Universidad del Cema sobre el ingreso medio anual de los hispanohablantes.
Así, clasificando en diez regiones el mundo de gente que habla castellano (castellano peninsular, peninsular estándar, andaluz-canario, mexicano-centroamericano, caribeño, andino moderno, andino tradicional, chileno, rioplatense y paraguayo), pudo determinar que el ingreso anual promedio de toda la zona hispanoparlante es de 13.568 dólares. Este valor es un 153,26 por ciento superior en la zona del español peninsular estándar; y un 61,72 por ciento inferior en la zona del español paraguayo, que es la que tiene menor ingreso per cápita. Para quienes hablan la modalidad “rioplatense”, el ingreso es levemente superior al promedio: 14.702 dólares por año. Los que hablan con la zeta tienen un ingreso anual promedio de casi 34 mil dólares, que representa el 291 por ciento más que el promedio de los hablantes seseantes (los que pronuncian la zeta como ese). Esta curiosa distribución también refleja acaso las prioridades del mercado editorial en el momento de definir los lectores, y así se definen los rasgos de uniformidad de la escritura.
En España, hay grupos y fundaciones (Asociación del Progreso del Español como Recurso Económico, Eduespaña) que consideran que el idioma aporta el 15 por ciento del Producto Bruto Interno del reino. Existe, entonces, una mentalidad empresarial que abreva en el neoliberalismo pero que también pretende imponer con criterios neocoloniales su particular visión de la lengua en congresos, foros, academias y, sobre todo, mercados.

1 comentario:

Juan Quintar dijo...

Querido amigo:
Muy interesante, muy interesante su mirada sobre los mercados de la lengua y sobre la lengua misma. Me gustó.
Personalmente no quise que me pasara con el peruano lo que me pasó con Borges (camino que aún tengo que desandar). Esto es: que sus posturas políticas no me permitan apreciar su narrativa. Entonces, bueno, creo que me han quedado pocas novelas de V.LL. por leer. "El sueño del celta" está al nivel de sus mejores textos(La Guerra del fin del mundo, La fiesta del Chivo o El paraíso en la otra esquina). Después de leerlo, comprender políticamente a V.LL. es todo un desafío que no se si vale la pena. ¿Cómo puede ser la misma persona la que escribe "El sueño..." y la que a la vez dice que Evo Morales es racista? Al comienzo de "El sueño..." él cita a Rodó, y dice: "Cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno, sino muchos. Y estas personalidades sucesivas, que emergen las unas de las otras, suelen ofrecer entre sí los más raros y asombrosos contrastes". Quizá esa sea la clave. En fin... Varguitas no da para tanto, mas vale disfrutar de sus novelas... Creo que tiene razon la mujer cuando le dijo: "Mario, dedicate a escribir que es lo único que sabés hacer bien".