Gerardo Burton
geburt@gmail.com
Oración de la ante-víspera
Santa Eduviges del Valle
(porque hay una de los Montes, pero la conozco menos)
Vengo hoy a implorar tu gracia
tu intercesión ante quien corresponda
para encontrar la paz y el perdón
en vísperas del desconfinamiento.
Porque durante estos días de silencio, donde todo era posible
no hice yoga, ni chi kong, ni gimnasia;
no ordené las cajas de mi bodega
pero aprendí a reconocer las bodegas en las etiquetas de las botellas de tinto;
no cociné más que lo habitual
pero pasé tiempo escuchando a los elegantes y jóvenes chefs.
Contesté y firmé todos los petitorios, sin darles un solo peso;
multipliqué mi permanencia ante las pantallas, chicas y grandes,
hice estallar los desfasajes horarios
guasapeando a todos los rincones del mundo.
En síntesis, me comporté en la forma más lamentable que nunca hubiera podido suponer
y ahora se acerca el Juicio final.
A partir del lunes, las cosas volverán a ponerse en su lugar
y francamente, no sé qué cosas en qué lugares.
Santa Eduviges del Valle, sálvame.
He desperdiciado esta extraordinaria oportunidad que me daba la vida
y temo los reproches, el insomnio, la culpabilidad,
el exilio de toda nueva vida prometedora y resiliente.
¿Me escuchas, mi luminosa Eduviges?
¿Estás ahí?
Georgina Aguerre, por guasap sábado 9 de mayo 2020 en París (Versión castellana G.A. y g.b.)
Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.
Friedrich Nietzsche (citado por Rocío Cánepa)
En el principio
Cuando esté a punto
de saberlo todo
volveré.
A buscar ese destello
moribundo
y último
del crepúsculo
sobre las vías
desiertas de mi pueblo.
Jorge Isaías
(Trabajos)
el haber trabajado en una biblioteca en la edad justa en que era muy útil hacerlo, cuando todavía no había leído casi nada y todo era pura novedad, fue genial. Además, con mucho descaro, cuando me tocó atender al público, hasta recomendaba libros. Espero no haber formado lectores demasiado desorientados porque yo por esa época oscilaba, por ejemplo, entre Beauvoir y Henry Miller. O peor, entre Artaud y Neruda. El periodismo, por su parte, fue y todavía sigue siendo para mí una verdadera escuela de escritura. El hecho de tener que pensar en un lector definido y no poder delirarse con cualquier libertinaje estético o gramatical, o el hecho de estar obligado a un poder de síntesis, son herramientas invalorables para después poner en práctica cuando uno escribe. Un jefe mío en el diario La Opinión siempre decía “hay que ir a los bifes” y eso es una premisa que me repito permanentemente cuando escribo.
Tamara Kamenszain, entrevista periodística
Todo el aire del afuera impregna la habitación.
El día lo proyecta contra esta pared blanca.
No más que la blanca hoguera de la mañana, cuando nos
acercamos
a la luz,
del frío. Como el pecho
abierto, de la mañana fría.
El aire liso
el suelo y el aire
la tierra como una habitación
en el intervalo del fuego.
André Du Bouchet, “Antes de la mañana” (Trad. Víctor Bermúdez)
El llorar de los llorares
Y lloré por algo que yo no entendía.
Y lloré con ella.
Y el viento golpeó la puerta.
Y protesté “¡Qué elemental es el viento!
Y Dios -que por entonces
era ayudante de cocina- dijo
“Ya está bien. Acompañar la comida con lágrimas
hincha la panza”.
Y ella dejó de llorar.
Y yo dejé de llorar con ella.
Rogelio Ramos Signes, en “La casa de té”
De pie
los vi entre escombros
arrastrar la piedra hasta posarla
con sus ojos en alto
con sus manos menudas
en círculos de tierra
de alas de huesos.
Los vi
y cada noche lamí en las sentinas
por sobrevivir.
Y allí todavía cantas
María Pugliese, en “Vigías en la noche”
Ajenidad
Hemos andado a tientas por las estaciones
y
anclamos en bahías donde el mar no nos nombra.
Somos sin pertenencia.
Perdidas olas siempre regresando
a orillas inhóspitas y ajenas.
Dysis Guira, en “Pájaros de agua”
Viola de amor
El trémolo del crista. Otra vez
en la noche lo escucho temblar. Y sé
que bastaría buscar en la vitrina
para que su respuesta de amor acabara
siendo sólo un fenómeno acústico.
Para mí que te busco, todavía,
en la caja donde resuena muriente
y me corto los dedos con la triza. Para mí,
que conozco el sonido de la mutua
atracción de dos cuerpos
capaces de vibrar al unísono. Breve
será. “Afuera llueve”. Y una copa
se ha quebrado.
Concepción Bertone, en “Aria da capo”
Cielo
Sobre las montañas nevadas,
como una flecha oscura,
van los patos salvajes.
Cruzan.
Como tu sombra
sobre mi corazón.
Susana Cabuchi, en “Álbum familiar”
Arde, arde la zarza desde siempre
pero arde sin luz, sin calor
sin fuego.
Ya estabas dentro
no te habías ido nunca
Leandro Calle, en “entonces”
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