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El vacío de la paloma
A esa hora invisible todavía
una tiznada paloma
se escapa de mi balcón.
Ha comprendido que atrapada
en la lujosa decadencia de los hierros
tal vez no me sea grata.
Por eso carga el cielo
y se va por las aguas del este.
El minúsculo arabesco ya no existe.
Pero su vacío permanece.
Y poco a poco
va creando el pico, las patas, las alas
de otra tonta paloma
que en hierros decadentes
tiembla.
Héctor Miguel Ángeli, en El vacío de la paloma
Fenómeno natural
En esta parte del mundo el viento entristece la luz.
Cada vez que sopla contra la casa, nada parece merecer
la más mínima contemplación.
Yo pensaba que una familia entera estaría abrazándose
ahora mismo bajo las cobijas, rogando por la clavadura
de las chapas contra el techo.
Ruedan botellas entre los yuyos y se desgaja la ropa colgada.
Un pollo escapa y resiste bajo el piletón de lavar.
Todo el aliento muerto de la miseria se ahoga contra esas
cuatro paredes.
Sin embargo, en apoyo oblicuo contra el viento,
la hija sale de la casa, se acurruca junto al pollo
y comienza a cantarle suave.
A pesar del temporal, ella cree que el amor es un fenómeno natural
que habita en lo más pequeño de la estepa.
Por eso abraza al animal y se convence de que la brutalidad del aire
es un mundo vacío que va muriéndose de a poco.
Ricardo Costa, en Fenómeno natural
Chuchu
Mi abuela
era un ser inconmensurable.
Nació no sé bien dónde,
El Cuy, Comallo o Ñorquincó,
no sé, al sur del sur.
Clementina Curifuta se llamaba.
Sangre indígena
gritaba todavía en sus venas,
sangre que ahora
es un vago rumor
en las mías.
Recuerdo su mirada como ausente,
algún impreciso gesto de ternura
allá lejos, en mi primera infancia,
y después el duro rostro
y las a veces ásperas sentencias
casi desprovistas de eses.
Murió mirando caer la nieve
una tarde de otoño.
No pretendo
alcanzarla con palabras.
Ella era ella.
Diego Reis, en Lo levemente ajeno
(cartón)
todas las mañanas/donde antes sancayetano/
la espiga y el rosario/con un piolín enredado en ese clavo/
el viejo da vuelta un cartón que deja leer: “hoy viene”//
todas las noches/el viejo/con una sonrisa/
da vuelta el cartón que entonces muestra: “mañana viene”//
todas las mañanas donde antes sancayetano/
la espiga y el rosario&con un piolín enredado en ese clavo/
el viejo repite el ritual y lee: “hoy viene”//
todas las noches/lo mismo/
hasta que sea cierto//
Rubén Gómez, en Viejo viento blanco
Me preguntáis por qué estoy aquí, en la montaña azul.
Yo no contesto, sonrío simplemente, en paz el corazón.
Caen las flores, corre el agua, todo se va sin dejar huella.
Es éste mi universo, diferente del mundo de los hombres.
Li Po
La arena nos muele
La ciudad agobia, el campo desampara, el desierto obliga a estar a solas con uno. No se trata de deambular en busca de un oasis, sino de seguir huellas invisibles sobre la arena, buscar el rastro de los que tenían ojo para que el enemigo se perdiera y los hijos llagaran salvos a casa, invisibles para los asesinos. La arena es blanda y muela todo, el sol destruye el cerebro extranjero y el ojo criminal. Un viejo sarahaui se vuelve inasible y comanda una resistencia de magos o fantasmas mientas imagina el desierto al que regresará siempre, seguido de miles, a la tierra que jamás será de los usurpadores. (Fez)
Cristian Aliaga, en La pasión extranjera
IX
El amor supo cuánto debió esperar
cuándo desaparecer.
Sabe ahora
nosotros también lo sabemos
cuál fue su equivocación:
Nunca debió dejarnos.
Nunca debió pensar que alejarse era salvarnos.
Jamás pedimos nuestra salvación
sólo vivir y morir en el incendio.
Glauce Baldovin, en Libro del Amor
Ahora es el vivir entre escombros,
el buscar la más leve señal bajo las ruinas,
el quererse morir sin saber nada,
sin días, sin cabellos, sin arena en las manos.
Ahora es el morder en soledad
el hosco hueso de la ternura,
el amor que furiosamente gotea
de los ojos al vientre de la tierra.
Ahora es el gemir, el anudarse a sombras,
a recuerdos oscuros;
el saber que la muerte de los otros
es nuestra propia muerte adormecida.
Susana Thénon, de De lugares extraños
De los cuerpos celestes
El firmamento me convoca. Restriega
su plácida testuz,
su pelusa de argento, su pescuezo
de hielo troquelado
en las lanas calientes
de mi panza de loba.
El universo
restriega su frágil cornamenta
en este globo terráqueo de mi cuerpo.
Ana Istarú, de Verbo madre
La verdad que los muertos conocen (fragmento)
Querido, el viento cae como piedras
desde el agua de corazón blanco y cuando tocamos
Entramos completamente. Nadie está solo.
Los hombres matan por esto, o por tanto como esto.
¿Y qué de los muertos? Yacen sin zapatos
en los botes de piedra. Ellos son más parecidos a la piedra
que lo sería el mar si se detuviera. Ellos rehúsan
Ser bendecidos, garganta, ojo y ... hueso.
Anne Sexton, en The Complete Poems (trad. g.b.)
4
Hoy las puertas se cierran y
todo contacto humano se vuelve peligroso
Demián ya lo sabía cuando luchaba contra el ejército invisible
en los jardines del palacio
no creímos que había una nueva manera de caminar sobre la tierra
en puntitas, con reverencia como pidiendo perdón por los daños
cuidando su agua limpia, su aire no contaminado, su celeste cielo
hamacándonos en silencio desde el miedo a la esperanza
nuevo compás de un tiempo en que los vecinos
nos prestamos la comida y la certeza
de estar, aunque no nos veamos.
Mirta Agostino, de Poemas sin corona, inédito
III
¿Por qué rezábamos mientras escondíamos
la mugre
debajo de la alfombra,
del patio de tierra apisonada,
los espejos sanos?
¿Cuándo llegamos a destino,
en cada viaje
y lo extranjero
se vuelve
piel curtida?
¿Cómo haré para ver
que no hay conjuro
para el desorden?
Los mundos legibles
manifestarán su respuesta en el humo.
¿Y lo invisible de mi pobre fe?
¿Será desgracia con suerte?
Carina Medina, Questions, 5th. Avenue, en La causa de las cosidas
un desorden de las cosas
tengo pasaporte para volver al nido
mi pasaporte de mujer que escribe colgada de una rama
miráme a la cara y aceptálo
miráme los huesos los fluidos de la palabra
porque estoy tan casada del ir y venir
de la ola
de la flor
del movimiento de la luna despareja
tengo vencida la actitud
gastadísima la mirada de leer entre líneas
de ayudar intentando no perjudicar
miráme a las caras todas las que tengo
te pueden contar un lindo cuentito a coro
sobre el tamarisco que resplandece dos veces por año
sobre médanos de lucha interior
sobre el desorden del vuelo del resto de las cosas
Fernanda Maciorowski, en los gorriones
Encontrar, en la búsqueda de algo concreto, aquello que no buscaba.
Quise disponerme
a preparar un espacio para escribir y
metiendo manos encontré
un pulóver de lana tejido a dos agujas lleno de nuditos en la parte del revés para que no se desarme.
Que no se desarme.
Todavía calza en mi cuerpo
de otra forma, tal vez más corto y ajustado
esto puede señalarme el principio de desatar.
Extrañar esa holgadez de carne.
Desatar nudos.
Respirar y escribir.
Este frío que se acerca me trae un tejido inaugural.
Frío y holgadez, me gusta. Así como el sabor de la menta en un helado en pleno invierno.
Holgadez de sentirse llena en un espacio tan grande como la casa
dejar el pulóver a un lado del sillón un pequeño espacio repleto de imágenes.
Qué es la memoria sino nudos?
Frotarse las manos tener en la punta de la lengua
todos los brazos que se cruzan afuera en la calle amarilla de hojas secas
de olor pardo en el aire.
Un encierro duradero de palabras
para decirlas juntas
luego cuando el aire se respire de verdad
un aire de brazos juntos.
El pulóver lo cuelgo en una percha miro los nudos que no quiero desatar porque
son historias de este cuerpo de carne lleno de vacíos
que ahora intento nombrar.
Disponerme a desarmar y a unir por intuición
cada hoja amarilla para que no muera
de soledad
entonces sí, desarmémonos
Eugenia Cavallín, inédito. Otoño 2020
la pared despojada remite al duelo
separa en capota de cristal
este caparazón pensamiento mágico
del mundo de achuras frescas
sin decir miedo
rezar
es parecido
y se atrapa la canción en ciclo de monotonías
procurando extremos de seguridad algodón
adiós tranquilidad de arroz con manteca
este viento no es del bueno
y nutre explicaciones
motivo suficiente
para comprar un ancla
o un barco
y adiós
o acá
Romina Olivero, en dorado en sus puntas
Aptitud II
cuando una palabra
rompe el aire cruje el silencio se retira el temor
se dispersa la nostalgia se diluyen los/
minutos de la espera
mientras, el viento se impone en
la meseta
detiene las palabras
en la esquina, en/
los rincones
la voz renace,
enfrenta el devenir
con el amor a cuestas
Marta Ramos, en Derrotero, inédito
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