Roberto Arlt inventó un género dentro del periodismo: las aguafuertes, que serán porteñas, españolas, cariocas, africanas, patagónicas. De esas viñetas de la vida cotidiana, se reproduce “El buen periodista”, en recuerdo de su autor, que murió el 26 de julio de 1942.
Gerardo Burton
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Es la noche del 26 de julio de 1942. Luego de presenciar un ensayo de su obra El desierto entra a la ciudad en el Teatro del Pueblo, el autor se dirige a votar al Círculo de la Prensa, sin imaginar que volverá al día siguiente para asistir a su propio velorio. De regreso a su cuarto de pensión, Arlt se acuesta, acaso dolorido en el costado izquierdo de su pecho, e ingresa en un sueño del que no despertará.
Ya no sabrá que su fracaso como inventor le valió haber fundado la novela moderna en este sur del mundo; tampoco conocerá que su obra teatral será estudiada y representada una y otra vez y menos le llegará ese nuevo periodismo que conservará, por décadas, la sonrisa irónica y la contumaz prepotencia del marginado que pelea su lugar en la literatura dominada por la clase pudiente. Será el abanderado de una utopía desgarrada que profetizará con la solidez de los ladrillos con que crece ante sus ojos la ciudad que ama y que desnuda en sus novelas, consideradas la verdadera vanguardia por la crítica de la segunda mitad del siglo XX.