sábado, 24 de diciembre de 2011

viene en sombras/ desde abismos sin fondo// pronto será luz// burton navidad 2011

lunes, 21 de noviembre de 2011

CARTA ABIERTA/10 Por una tierra sin condenados

En medio de las grandes esperanzas, sucede nuevamente el penoso acontecer de la sangre derramada. El asesinato de Cristian Ferreyra es un hecho de inconmensurable gravedad. Afecta nuestras vidas no sólo porque nuestras vidas son de por sí afectadas por una memoria bien conocida, sino porque en cada una de estas muertes inocentes surge a bocanadas el signo de una historia irresuelta e injusta. Son muertes inocentes no porque en estos luchadores no haya alguna vez un hierro candente en la mano o un puño que se cierre sobre una piedra. Son inocentes porque son muertes que nos siguen diciendo que una porción enorme de la historia argentina, ni siquiera en esta época propicia, consigue tener un balance templado y equitativo. Esta época no ha sido esquiva en generar justas reparaciones. Por el contrario, sus políticas tienen el signo de una cabal apuesta por la ampliación de la igualdad. Por ello mismo, debe ser propicia para mencionar estos hechos que le son extraños o anómalos. Ferreyra es un nombre que surge de un anonimato tranquilizador, pero es el nombre de las cosas referidas al hierro, que de repente nos recuerda que somos mortales, seres precarios, que sólo tenemos nuestra muerte para representar toda una época entera con un fogonazo inesperado. Vivimos en ese sentido, todavía, en una época de hierro o con disyuntivas de hierro. Ferreyra, que era un militante de un movimiento social de autodefensa campesina, representa una larga historia. Es una historia que remonta por lo menos al siglo XVII, donde las comunidades indígenas cuyos nombres nos son vagamente familiares o desconocidos –cacanes, calchaquíes, ologastas, lules, vilelas, capayanes, famaifiles, fiambalás, colozacanes, andalgalás, quilmes, pacciocas-, podían entrar en guerra entre sí, aliarse de diversas maneras a los españoles o protagonizar sangrientos levantamientos que el ejército de los colonos españoles reprimía con saña, pero no sin esfuerzo. Es así que en 1632 el cacique Chemilyin pone sitio a ciudades importantes de La Rioja desviando el curso vital de los ríos, y pone cerco a la ciudad de Londres, llamada así en homenaje a la esposa de Felipe II, que era inglesa. Son historias lejanas, que se hablan con nombres extraños y pronunciados en otros idiomas. Pero el secreto de la historia, es que siempre es lejana hasta que un hecho de sangre acerca todo un material que parecía perdido para alimentar una acostumbrada brutalidad, que es milenaria y es también de nuestros días. Cristián Ferreyra habla de las modernas luchas por la tierra y habla también de luchas muy antiguas. No es necesario que imaginemos un pasado pulcro e incontaminado. La guerra y la violencia imperaban entre etnias cercanas, que podían unirse con el español o aliarse contra él. Por eso, sin una noción de lejanía indiscernible y heterogeneidad sorprendente no nos podremos hacer cargo de esa historia. Y debemos hacernos cargo hoy en un sentido reivindicativo respecto a la justa tenencia de las tierras campesinas, el respeto de los bosques y la crítica a una expansión agraria a fuego y escopeta. Sabemos que esa historia llega hasta nosotros, pero no llega de cualquier manera, sino a través de muchos cortes, disoluciones y desvíos. Llega a través de un hilo frágil e impuro, porque no es una historia de purezas ni de identidades contundentes. Pero llega de una forma dramática cuando ocurre un asesinato, y vuelven nombres que los siglos parecían haber acallado. Son campesinos que tienen su tierra amenazada. Son los campesinos en los que resta aún un filamento étnico muy antiguo. Surge el nombre de la etnia lule, vinculada ahora al moderno problema de las tierras. Son nombres que reaparecen cuando actúan el capanga, la policía rural dominada por las peores lógicas de los empresarios, pequeños o grandes de la tierra, vinculados a una irresponsable clase política; son nombres de pueblos y de lenguas muchas veces extinguidas, o con pobres vestigios que llegaron hasta nosotros, como los sanavirones, los tonicotes, los diaguitas, que en muchos casos conocían rudimentos de metalurgia, como parte de la gran civilización del maíz y del zapallo, del algarrobo y del chañar. Algunas de ellas son palabras legadas por estas culturas, otras provienen del nombre que le sobrepuso el idioma que hablamos a otros idiomas que se han perdido, pero vuelven a tocar nuestras puertas con un mensaje inequívoco, donde pueblos antiguos que se llamaban de modos que hoy ya no son audibles, vuelven por lo suyo bajo una denominación genérica que estamos en condiciones de comprender muy bien. Porque es el pueblo argentino, hecho de la fusión de miles de otros pueblos, y que se elige ahora con ese nombre también para señalar que la expresión pueblo argentino, entre tantas otras significaciones, es un resumen de tareas pendientes, reformas sociales profundas, esperanzas en una nueva sociedad. Tiene que ser en esta época y no en una próxima estación nebulosa e indeterminada, que se solucione el problema de tierras en la Argentina y que se consideren los planes agroalimentarios no como sinónimo de desbaratamiento de los montes sino de soberanía alimentaria. Es un problema multisecular, que queda en penumbras hasta que un asesinato lo ilumina. Del mismo modo, el asesinato de Mariano Ferreyra iluminó como una chispa al costado de las vías, la realidad oscura de la tercerización. La superposición de nombres es casual, la acumulación histórica de los problemas no lo es. En ciertos aspectos, muchas comunidades campesinas del país son ahora contemporáneas de los encomenderos, de la mita y del yanaconazgo. Pero también son contemporáneas de las grandes utopías arcaicas, como el regreso al ayllu, a la Nación Calchaquí o el Reino de los Quilmes, que forman parte de un lenguaje posible pero quizás reacio a ver las grandes herencias de injusticia reparadas a la luz de los que les debe ahora la nación moderna. No obstante, hay que decir que la expansión de la frontera sojera no es sólo una forma de la economía sino también puede ser en estos casos la expansión de la propiedad por la sangre. La avidez de un capitalismo depredador, la irresponsabilidad de inescrupulosos empresarios que siquiera son grandes propietarios, vive su medioevo de conquista con esbirros que eligen el camino del victimario porque saben que ellos son también víctimas potenciales. El gran capitalismo agropecuario tiene su mirada en la Bolsa de Chicago, en las operaciones políticas de gran escala, en los secretos de los gabinetes químicos que perfeccionan la semilla transgénica, nuevo padrenuestro de una teología que sin tener santidad tiene a Monsanto, mientras empresarios voraces, pioneros cautivos de un clima de mercantilización de todas las relaciones humanas, se comportan como forajidos de frontera, escapados de otra época, pero tiñendo de una agria tintura este momento histórico que aunque les es heterogéneo, caen en la incongruencia de querer apropiarlo. Cada vez que recibimos noticias infaustas, como la muerte de un miembro de la etnia Quom, de las muertes del Parque Indoamericano o las que corresponden al Ingenio Ledesma, parecen hojas lejanas de periódicos escritos por un alucinado que equivocó la periodicidad histórica. Pero no, son hechos que oscurecen nuestro presente, este mismo presente promisorio, con una lógica única e implacable: son una estructura de procedimientos insociales. Corresponden a una epistemología completa de negocios que mantiene cerrado el acceso democrático y posible a la tierra tanto rural como urbana, que comienza con genéricos intereses que podrán hablar de “sociedad del conocimiento” o “biocombustibles” mientras una disputa por 17 hectáreas de una empresa que posee 160 mil, causa tres muertes. Recordemos aquella ocasión: murieron dos ocupantes de tierras, uno de ellos apellidado Farfán y un policía, también Farfán, sin parentesco con el anterior. Hay una doble certeza aquí. Primero, la insensibilidad de los nuevos y grandes negocios que han tomado a la vieja industria de la caña de azúcar, que es un caso que tiene diferencias con la soja, pero muchas semejanzas, generando un capitalismo que fabrica combustibles con lo que anteriormente se producían materias primas alimenticias, que en el aspecto de las relaciones laborales reitera muchas conductas de la época de Patrón Costas. Y segundo, que las luchas por la tierra, tan viejas como la historia de la humanidad, enfrenta a pobladores con policías patronales, en escaramuzas lamentablemente muy frecuentes, donde mueren los hijos de la tierra, extrañados de ella ya sea porque son expulsados por los sicarios de la nueva renta agraria en complicidad con jueces o mandos policiales y políticos, o porque deben vestir el uniforme de los que son enviados a la primera fila de la represión. De allí que los más viejos apellidos de la historia de estas tierras puedan llegar a matarse entre sí, como parte de una oscura astucia de la razón capitalista. Debe darse fin a esta situación con una nueva ley de tierras ecuánime y democrática, que las mida con los teodolitos de la justicia social, esos mismos teodolitos que empleó el ingeniero Raúl Sacalabrini Ortiz y más atrás en el tiempo, el ingeniero Germán Ave Lallemant, ingenieros sociales y medidores de tierras al servicio de los pueblos. Una ley que frene la especulación, reconozca los derechos de los antiguos pobladores y cree una nueva conciencia colectiva respecto a una productividad que se equilibre con la naturaleza y no que la deprede sistemáticamente. No es aceptable que crímenes que ya asumen un carácter serial, no tengan adecuado tratamiento por el hecho de que en su ramificación ostensible, afecten a miembros de las clases políticas que mientras juegan con ademanes clientelistas, con una prestidigitación complementaria, protegen los grandes o medianos negocios con las brigadas policiales que deberían cuidar el usufructo equitativo de la tierra. Ya muchas organizaciones sociales, políticas y de derechos humanos, como el CELS, el Movimiento Evita y La Cámpora se han pronunciado. Las muertes que puntúan este período político, más dolorosas porque son en éste y no en otro, son alusiones de sangre a problemas irresueltos de la misma estructura histórica de este pedazo universal de tierra que llamamos Argentina. Algunos son problemas recientes, como los que provinieron del desguace ferroviario y la conversión en vidas precarias de miles de trabajadores que comenzaron a llamarse precarizados. La Argentina no puede ser un país que fabrique vidas precarias mientras habla de nuevas posibilidades tecnológicas. Otros problemas tienen una complejidad propia de la escena que sabemos interpretar y festejar como propia de un horizonte nuevo. Los dilemas entre la gestión de Aerolíneas, que apoyamos, y la acción de estamentos laborales cristalizados, es un tipo de conflicto nuevo que debe contar también con nuevas definiciones. El ámbito que afirma y acoge hoy a millones de esperanzas en el cambio debe llevar a una sociedad más justa y despojada de sus viejas ataduras de coerción, que también tiene su correlato en toda clase de trabazones mentales. No es fácil darle nombre al tipo de sociedad que queremos, y ciertamente, ese nombre nuevo aparecerá cuando se pronuncie colectivamente, en el interior de la conciencia de miles y miles de personas, y en el interior de un gran autodescubrimiento colectivo. Por el momento, tenemos que pensar que cada uno de estos conflictos dirige nuestra atención a cuestiones urgentes: a darle facultad soberana territorial a los movimientos sociales que expresan viejas reivindicaciones campesinas, alargando la mirada sobre los problemas de subsistencia de poblaciones enteras cuando la lógica del agronegocio no tiene contenciones; y por otro lado, a crear un horizonte político que con más sabiduría pueda intervenir en conflictos como el de Aerolíneas, donde viejas fuerzas reaccionarias siguen al acecho, esperando demostrar que una generación nueva no es apta para gestionar en altos niveles de responsabilidad política y tecnológica. Pero esa capacidad ya ha sido demostrada, ahora hay que demostrar entre todos que cuando decimos que hay cosas que faltan, no sólo se trata de problemas conocidos o deducibles de lo que quedó pendiente de un trayecto anterior. Lo que falta no es un problema de restas y sumas, sino de imaginación política. Son problemas que muchas veces no tienen definición adecuada en nuestro lenguaje y que no se descubren tan magnánimamente ante nuestra supuesta destreza política. Son problemas que aparecen muchas veces, desdichadamente, bajo el rostro del asesinato social, comprimidos en los pliegues históricos mal ensamblados del país, como placas tectónicas que se desacomodan y que apenas nos dejan ver un hecho de sangre, que significa mucho más que la crónica policial con la que muchos intentan encubrirlo. Al principio de la esperanza no lo asegura ninguna ley ni está escrito con marcas de hierro por la historia. Vive apenas en la imaginación colectiva y es frágil, aunque cuando se reconoce en millones tiene la fuerza de un llamado. A partir de allí comienza la política, dándole a la gestión y a las tecnologías las virtudes de un frente social novedoso que las recubra con los contenidos de eticidad de las democracias avanzadas, y si estas definiciones sirven, será para poder pensar e inscribir en nuestra esperanza de cambio, tanto a la defensa de la empresa pública de aeronavegación como a los condenados de la tierra. 21 de noviembre de 2011

lunes, 17 de octubre de 2011

Fondebrider: «la cuestión de la lengua se resuelve con dinero y política»

La lengua es el instrumento del que nos servimos los seres humanos para comunicarnos y fundamentalmente para decirle al otro quiénes somos. En consecuencia, es lícito pensar que nos constituye e identifica.
En este sentido, el castellano o español —en teoría, las dos voces nombran lo mismo, aunque el empleo de una u otra forma parte de una vieja polémica entre España e Hispanoamérica, que no termina de resolverse— debería identificar a unos 500 millones de hablantes, convirtiendo a la lengua en una de las más habladas en el mundo entero. Sin embargo, mal que les pese a los miembros de la Real Academia Española y muchas de las academias hispanoamericanas que le sirven de satélites, no es uniforme, sino de múltiples realizaciones. Y si bien ninguna de éstas es mejor que la otra, hay quien se arroga el derecho de que alguna de sus variedades se imponga por sobre las demás. Como suele suceder en estos casos, la cuestión se resuelve a la fuerza, lo que es decir con una cierta voluntad política y dinero. Se trata, claro de una ilusión como tantas otras, pero su discusión es de la mayor pertinencia. Consultada por esta revista hace exactamente un año, la crítica literaria argentina Josefina Ludmer señalaba que en los Estados Unidos se había percibido muy bien el giro que España dio en la década de 1990, que fue cuando ese país quiso convertirse en el centro exclusivo y excluyente del castellano. «Es el momento en que España invierte sumas considerables en los departamentos universitarios dedicados a los Latin American Studies y aparece el Instituto Cervantes —decía Ludmer—. Todo lo que se produce en castellano termina pasando por allí, y como ellos son los que financian, acaban siendo los que deciden qué se estudia, qué se investiga, qué circula. En esa estrategia es fundamental el papel que juega Telefónica, ligada al Cervantes». Y alertaba: «La lengua es como el agua o el aire, uno de los recursos esenciales de nuestro presente y el más estratégico con vistas al futuro. Mientras los españoles ponen el acento en este tema y los reyes van a todos los Congresos de la Lengua, en toda América Latina ni siquiera se está pensando en esto». Apenas unos meses antes, de paso por Buenos Aires, Angeles González Sinde-Reig, la ministra de Cultura española, lo decía con todas las letras: la difusión de la lengua española en el mundo es una política de Estado para España. ¿Por qué? La respuesta, puede buscarse en uno de los documentos del Foro de Marcas Renombradas de España, en el Plan Estratégico 2006-2010 y en el Proyecto Marca España. Allí se lee: «La estrategia de imagen de España debe ser un proyecto a largo plazo, un esfuerzo sostenido en el tiempo cuya gestión y responsabilidad se sitúe por encima de la legislatura política. Debe ser un proyecto de Estado, a partir de una estrategia definida que diseñe las distintas acciones a desarrollar, tanto en el aspecto político y comercial como en el cultural. Se ha destacado en este sentido la importancia estratégica de coordinar el esfuerzo de todas las instituciones públicas y privadas mediante un ente que tenga responsabilidad al más alto nivel, que actúe como «Guardián de la marca», con responsabilidad total y absoluta sobre estas cuestiones. En esta misma línea se ha subrayado la necesidad de actuar en el ámbito diplomático sobre las instituciones multilaterales, mediante la creación y desarrollo de lobbies específicos que representen los intereses de la marca España. La coordinación institucional de la imagen de España debe ir acompañada, además, de una estrategia común con el ámbito empresarial, y en especial, con aquellas empresas que ejercen de importantes embajadores de la marca España. La estrategia de marca España debe basarse, según se ha sugerido, en una idea dominante (como, por ejemplo, el concepto de prestigio) que pueda ser utilizada por todos los públicos objetivos de la marca España, tanto en el sector turístico, el empresarial, el cultural o el político. Pero sobre todo, debe establecerse una relación importante entre la marca España y el concepto globalizador de la lengua española, como uno de los principales atributos de la marca España». En síntesis, el castellano es una lengua con variantes propias en cada región donde se habla. Ordenar y administrar ese uso a través de gramáticas, diccionarios y sistemas de enseñanza tiene, por cierto, un valor estratégico tanto político como económico, sobre todo cuando se calcula que es una de las lenguas con mayor crecimiento en el mundo. Los temores de Josefina Ludmer —plenamente justificados— ya alertaron a argentinos y mexicanos, quienes sin enfatizar ni en la «defensa» ni en la «promoción», buscan afirmar la propia identidad lingüística respetando las otras lenguas de la región. Dicho de otro modo, la Argentina y México no plantean una versión propia del Instituto Cervantes, sino otra propuesta, otra idea, otras metas. Así, se trata de dos modelos enfrentados que, con distintos recursos, plantean una lucha en las que todos los hablantes, sabiéndolo o no, intervenimos diariamente. Quizás a la luz de estas cuestiones resulte entonces oportuno pensar de quién es el castellano y de qué manera, conjuntamente, podría administrarse mejor, pregunta que Ñ le ha formulado a filólogos, lingüistas, académicos, traductores y escritores de varias de las provincias de la lengua castellana a uno y otro lado del mar.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

La lectura enemiga

Por Ricardo Piglia La calidad literaria de Sarmiento fue reconocida primero por sus enemigos. Una anécdota contada varias veces por el propio Sarmiento condensa la historia de esa recepción. Rosas, a quien le han enviado servilmente un ejemplar de Facundo, les dice a sus colaboradores: “Así se ataca, señores, a ver si alguno de ustedes es capaz de defenderme del mismo modo”. La lectura enemiga es la que mejor percibe, más allá de los contenidos, la eficacia retórica. La anécdota sobre la opinión de Rosas funda una tradición que se puede contraponer a la lectura liberal de Facundo (de la que las notas de Alsina son el primer ejemplo). Los nacionalistas han valorado la forma inigualable de los textos de Sarmiento. La tradición oficial, en cambio, ha canonizado la verdad de los contenidos y la lección histórica y política de la obra. Por supuesto que Sarmiento está mucho más cerca, en su concepción de la lengua y en su estilo, de los grandes prosistas del nacionalismo (Anzoátegui, Ibarguren, Irazusta, Sánchez Sorondo, Castellani) que de la deplorable tradición estilística de los ensayistas liberales que dicen ser sus discípulos (Mallea, Martínez Estrada, Murena, Isaacson). Facundo es un caso claro (el más claro diría en toda la literatura argentina) de un texto escrito con una finalidad práctica y extraliteraria que ha ido ganando espacio en la literatura hasta convertirse en un clásico. Los procedimientos de construcción se han hecho más nítidos y han subordinado a los contenidos políticos y a las declaraciones ideológicas. Por una paradoja que es típica en la historia de la literatura este escritor panfletario y comprometido se ha convertido hoy en un escritor para escritores y el Facundo es un laboratorio de formas y de registros estilísticos y de resoluciones narrativas. La lectura enemiga es una categoría clave en la historia del desplazamiento del Facundo de la política a la literatura. La lectura enemiga siempre lee otra cosa: no la verdad de la obra de Sarmiento, sino sus procesos de encubrimiento y de ficcionalización. Si el político triunfa donde fracasa el artista, podemos decir que en la Argentina del siglo XIX la literatura sólo logra existir donde fracasa la política. De hecho, el eclipse político y la derrota están en el origen de las escrituras fundadoras de la literatura nacional. Facundo, El gaucho Martín Fierro, Una excursión a los indios ranqueles, las novelas de Eugenio Cambaceres fueron escritas en condiciones de libertad condicional o de autonomía forzada. Durante el siglo XIX los escritores argentinos parecen vivir una doble realidad; hay un revés secreto en su vida pública: son ministros, embajadores, diputados, pero no pueden ser escritores. (“Yo estoy bien, relativamente bien, pero sólo estaré feliz cuando me dedique a escribir novelas”, le dice Eduardo Wilde a Miguel Cané.) La literatura argentina del siglo XIX podría ser una metáfora del infierno para un escritor como Flaubert. Por cierto hay una contemporaneidad estricta entre la conocida carta de Flaubert a Louise Colet de enero de 1852, donde expresa su aspiración de escribir un libro sobre nada y la escritura de Campaña en el Ejército Grande de Sarmiento. La aspiración de Flaubert sintetiza el momento más alto de independencia de la literatura: escribir un libro sobre nada, un libro que busque la autonomía absoluta y la forma pura. Se condensa un proceso histórico: Marx y Flaubert son los primeros que hablan de la oposición entre arte y capitalismo. El carácter improductivo de la literatura es antagónico de la razón burguesa: la conciencia artística de Flaubert es un caso extremo de esa oposición. Hace un libro sobre nada, un libro que no sirve para nada, que escape al registro de la utilidad burguesa: la máxima autonomía del arte es a la vez el momento más agudo de su rechazo de la sociedad. A la inversa, en enero de 1852, Sarmiento busca en la eficacia y en la utilidad el sentido de la escritura: en Campaña en el Ejército Grande discute con Urquiza (que no lo escucha, que no lo reconoce, que casi no le contesta) y trata inútilmente de convencerlo de la importancia y del poder social de la palabra escrita. La Campaña narra ese conflicto y en el fondo es un debate explícito sobre la función y la utilidad de la escritura. La asimetría entre Sarmiento y Flaubert (que son los dos escritores que mejor escriben su lengua en ese tiempo) resume los problemas de la no-sincronía y del desajuste respecto de la cultura contemporánea que definen a nuestra literatura desde su origen. El lugar lateral y desierto de la literatura argentina (ajena a la herencia colonial y a las tradiciones prehispánicas, europeizada desde los márgenes) se manifiesta como escisión y doble temporalidad. Todo parece a la vez contemporáneo e inactual. Las primeras lecturas del Salón Literario (1837) intentan definir una estrategia que permita anular esa distancia y hacer presente la cultura. La tradición cultural dominante en la Argentina (hasta Borges) está definida por la tensión entre el anacronismo y la utopía. La pregunta básica es siempre dónde está el presente, o mejor, cómo estar en el presente. Y esa pregunta es un tema central en la obra de Sarmiento. En el uso de la ficción se cifra de un modo específico la tensión entre política y literatura en la argentina del siglo XIX. Desde el comienzo mismo de la literatura nacional se dice que la ficción es antagónica con un uso político del lenguaje. La eficacia de la palabra está ligada a la verdad, con todas sus marcas: responsabilidad, necesidad, seriedad, la moral de los hechos, el peso de lo real. La ficción se asocia con el ocio, la gratuidad, el derroche de sentido, lo que no se puede enseñar. Tratar de hacer la historia de ese lugar de la ficción es rastrear la historia de su doble autonomía: por un lado, sus relaciones con la palabra política y, por otro lado, sus relaciones con las formas y los géneros extranjeros de la ficción ya autonomizada (en especial la novela); en ese doble vínculo se define la escritura de Sarmiento. Facundo se escribe antes de la consolidación de la novela en la Argentina y antes de la constitución del Estado nacional. El libro está en relación con esas dos formas futuras. Discute al mismo tiempo las condiciones que debe tener el Estado (capítulo XV) y las posibilidades de la novela americana por venir (capítulo II). Por un lado, el Facundo es un germen del Estado (en el sentido en que Lévi–Strauss decía que el totemismo era un germen del Estado) y, por otro lado, es el germen de la novela argentina. Tiene algo de profético y de utópico y produce el efecto de espejismo: en el vacío del desierto se vislumbra como real lo que se espera ver. El libro está construido entre la novela y el Estado: los anticipa y los anuncia y se coloca entre esas dos formas antagónicas. Facundo no es Amalia de Mármol, ni es las Bases de Alberdi: está hecho de la misma materia, pero transformada y en el origen y como cruza o como forma doble. La clave de esa forma (la invención de un género) consiste en que la representación novelística no se autonomiza, sino que está controlada por la palabra política. Ahí se define la eficacia del texto y su función estratégica: la dimensión ficcional plantea una disputa sobre sus normas de interpretación que recorre la historia. La discusión sobre las distorsiones, los errores, las exageraciones y la novelización de la realidad que definió la lectura de sus contemporáneos está directamente ligada a esta cuestión. Desde la detallada revisión de Valentín Alsina hasta las opiniones de Alberdi, Gutiérrez, Echeverría, todas las críticas apuntan a que el libro no obedece a las normas de verdad que postula. Al mismo tiempo, todos reconocen en ese desajuste el fundamento de su eficacia literaria. (Recién cuando el libro se canoniza porque triunfa su ideología se resuelve ese debate.) La escritura de Sarmiento es una respuesta megalomaníaca a esa doble demanda. Todas las reiteraciones en el uso del yo y en la autorreferencia y todos los excesos y salidas de tono que han terminado por entrar en la leyenda de Sarmiento y en su anecdotario biográfico y semipsiquiátrico son a la vez una táctica política y un efecto de estilo. Son una categoría de su obra en el sentido en que el dandismo es una categoría en la obra de Baudelaire. Se trata de un núcleo retórico básico al que podríamos definir como el sujeto fuera de lugar. Quiero decir que esta posición “fuera de lugar” del sujeto es a la vez una de las claves de su estilo y de su situación en la sociedad. Esa escritura lo lleva al poder. Sarmiento hace pensar en esos folletinistas del siglo XIX de los que Walter Benjamin decía que habían hecho carrera política a partir de su capacidad de iluminar el imaginario colectivo. Pero Sarmiento llega más lejos que nadie; en verdad, hay que decir: el mejor escritor argentino del siglo XIX llegó a presidente de la República. Y entonces sucedió algo extraordinario: Gálvez cuenta que Sarmiento escribe un discurso para inaugurar su gobierno, pero sus ministros se lo rechazan. Y el discurso inaugural de Sarmiento como presidente se lo escribe Avellaneda. Podríamos decir que se resuelven ahí, en una figura emblemática, todas las tensiones entre política y literatura que recorren su escritura. A partir de ahora Sarmiento tendrá que adaptarse a las necesidades de la política práctica. Y tendrá que adaptar, antes que nada, su uso del lenguaje. Podemos imaginar ese discurso como el gran texto de Sarmiento escritor: el último texto, su despedida de la lengua. A veces pienso que los escritores argentinos escribimos, también, para tratar de rescatar y reconstruir ese texto perdido. Publicado en el suplemento Radar Libros, de Página 12, el 18 de septiembre de 2011.

jueves, 25 de agosto de 2011

Un fruto dulce y maduro



Por Enrique Rozitchner *

Séneca (4-65), la figura más representativa del estoicismo durante el Imperio, en su Epístola XII a Lucilio, presenta cómo vive su propio envejecimiento. Las señales de la vejez provienen menos del cuerpo que del mundo exterior que lo circunda; el mundo también envejece. El paso del tiempo se refleja en los objetos envejecidos que hemos amado durante toda la vida. La casa que edifiqué, el árbol que planté y vi crecer, de pronto se me muestran viejos. Como si Séneca admitiera su vejez a través del mundo que envejece con él, porque dondequiera que vaya encuentra señales de su envejecimiento. Se trata de una fuerte percepción, que no se orienta por referencias al cuerpo que se deteriora o al propio ego (Freud diría: menos narcisista), sino de modo indirecto. En esta experiencia, a la que efectivamente muchos tienen acceso, el sujeto envejece con el mundo que lo ha rodeado, con la comunidad en que creció o se desarrolló. Séneca, contra todo egocentrismo, pone el acento en que uno es uno y sus circunstancias de vida, el cúmulo de vínculos afectivos con los que ha vivido. La identificación proyectiva con la vejez del otro, con un mundo envejecido, como ese plátano de su finca que ha plantado y que ya no puede dar frutos, confirma su envejecimiento.

Tales señales de la vejez, lejos de ser borradas como amenazas o fantasmas, en el estoico se reciben con afecto, con la expectativa de obtener de ellas numerosas satisfacciones. La Epístola XII valoriza esas señales, propone amigarse con ellas, reconocerse en ellas y no rechazarlas como extrañas y siniestras. Según Séneca, en todo placer lo más voluptuoso se guarda para el final. Ese mundo transitorio y envejecido aparece como un fruto dulce y maduro del cual todavía es posible alimentarse. La enseñanza estoica apunta a que en la vejez también hay placeres, o aun se goza de no precisar ninguno de ellos, porque ya se ha gozado lo suficiente y su sabor impregna la boca. Al igual que Cicerón, Séneca considera la vejez realizada desde el modelo del hartazgo de la vida.

En la Epístola XII se postula una concepción circular del tiempo donde nadie es tan viejo que no puede vivir un día más, lo cual equivale a vivir una vez más el ciclo de toda la vida. Nacimiento y muerte, en la circularidad cualitativa del tiempo y de los días, son los extremos de los momentos intensos de la vida que igualan al joven y al viejo; cada día que se vive en la vejez remite a una densidad especial que incluye la existencia completa. Mientras que en la temporalidad longitudinal de la flecha del tiempo la intensidad de una vida se pierde sin resto, en el tiempo circular cada día trae la potencialidad del deseo y la posibilidad de reanimar los placeres vividos. La vida, en la visión de Séneca, se compone de círculos concéntricos –infancia, adolescencia, juventud, madurez, vejez– unos dentro de otros, y el gran círculo del nacimiento y de la muerte los abraza a todos.

En la Epístola XXVI a Lucilio, Séneca afirma que la vejez delimita el mundo de la edad cansada, aunque no, subraya, aplastada. Estas palabras y otras expresan un sentimiento de falta de correspondencia entre la percepción de su propio envejecimiento corporal y el alma: Séneca se descubre viejo, pero esa representación no coincide con su propio yo. El reconocimiento de esa diferencia entre lo que fue y lo que es se realiza ahora, como en la Epístola XII, a partir de ciertas señales de su vejez, sólo que en este caso proceden de una percepción interna. Ese cansancio de Séneca indica los cambios corporales de la senectud, aunque en él ese cansancio no se prolonga en el alma; distingue entre la vitalidad de su alma y el cansancio de su cuerpo. El vigor del espíritu, la potencia anímica o psicológica, no se corresponden con una corporeidad que se percibe cansada. Sin embargo, esa falta de correspondencia entre la psiquis y el soma puede darse (incluso invertida) en cualquier edad y no únicamente en la vejez.

La Epístola XXVI recuerda que el fin de la vida se acerca y se debe enfrentar la muerte. Este es un tope que Séneca advierte para la libertad del alma en la vejez: llegar a la sabiduría y al deleite del alma anuncia la antesala de la muerte.

El estoicismo, en cuanto a la experiencia del envejecimiento, sigue en vigencia porque nos presenta un modelo subjetivo bastante realista del esfuerzo que realiza lo anímico para recomponer sus relaciones con el cuerpo; Séneca mide constantemente sus capacidades y no se quiere engañar respecto de lo que puede y lo que no, de lo que obedece a la sabiduría y lo que obedece al cansancio de la edad. El dramatismo de este envejecimiento resulta mucho más intenso que los envejecimientos actuales, que pasan desapercibidos, a pesar de la masividad de la vejez en el mundo actual. Sin duda, Séneca no se desentiende de su envejecimiento; por el contrario, su yo se encuentra comprometido en un notable proceso de autoanálisis.

Para el sujeto estoico que envejece, la muerte tiene una función reveladora –en el sentido, si se quiere, del revelado fotográfico–: es el elemento fatal que le permite medirse. La actitud de Séneca frente a la vejez le evita lamentarse de lo que perdió, caer en la queja y la depresión, a la vez que observa las señales inequívocas del envejecimiento, aun con crudeza al percibirlo como un marchitarse, un cansarse, un fundirse. Sin embargo, al afrontar esa nueva situación vital, se dirige hacia una resolución. También él, como Cicerón, prefiere un apagamiento asintótico de la vida y no ese último empujón para terminar de una vez del que ha muerto en vida. La fortaleza anímica de Séneca conduce el desprendimiento lento y suave, poco a poco, de la naturaleza y de la vida, pero rindiendo cuentas todo el tiempo a sí mismo. La dinámica de reorganización del narcisismo, de la autoestima, implica también una nueva valoración de las cosas en el final de la vida. La muerte se vuelve muy importante para Séneca; ella, al llegar, juzgará su vida, le dará sentido a todos sus años vividos. A partir de ese momento, sin ningún adorno, Séneca será lo que es. A consecuencia de ese mecanismo asintótico del final de la vida, en la que ya no cabe ninguna queja, la meditación estoica se orienta al examen interior ante la proximidad de la muerte; ésta se presenta como la medida de su existencia, aquello que abrirá el juicio final respecto de sí mismo. Esta posición transforma en crucial la vejez, y la muerte en un acontecimiento de máximo sentido, de máxima verdad con respecto a sí mismo. La virtud estoica se resume en ese acto de morir.

Séneca enseña a prepararse para ese último día en que el estoico deberá enjuiciarse sin ninguna trampa, porque en ese momento se decide el valor de la palabra dada, la autenticidad de la vida o la simulación de la comedia que se representó. La última palabra, para Séneca, la tiene la muerte; lo que hemos hecho en la vida, la verdad acerca de nosotros mismos, surgirá al morir. Es cierto esta reflexión acerca de sí mismo se recomendaría para cualquier etapa de la vida, ya que la muerte está todo el tiempo presente. Al no hacernos cargo de ella, la proyectamos hacia el futuro, pero forma parte de la vida. En todo caso, en la vejez adquiere un relieve impostergable. Por esa razón, Séneca –como Epicuro– aconseja meditar sobre la muerte para aprender a morir, aunque sea una ciencia que sólo usaremos una vez. No se trata de una tanatología, que estudia al otro que se muere; Séneca piensa su propio morir. En el mundo contemporáneo, en cambio, casi nadie quiere pensar en su propia muerte y quizás ello se vincule con la falta de ética en muchos actos de los sujetos de nuestro tiempo. La meditación sobre la muerte que recomienda Séneca también implica una ciencia de lo que no se sabe, de lo inexperimentable. Y este meditar para aprender a morir es en sí mismo un aprendizaje de la libertad, un desaprender a servir, una invitación a permanecer fuera del alcance de todo poder.

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El último adiós a un músico popular y argentino


Figura clave de la música popular argentina, fue un artista capaz de arriesgar para avanzar en el folklore: rompía los moldes formales del género, pero en base a su profundo conocimiento. Fue el creador de Los Huanca Hua, M.P.A. y La Manija.
Por Karina Micheletto
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La carrera de Farías Gómez fue una continua búsqueda de proyectos y juntadas con amigos, con más o menos éxito de público.

Ayer por la mañana, a los 73 años, murió Juan Enrique Farías Gómez, “el Chango”, figura clave de la música popular argentina. Se encontraba internado desde el fin de semana en la clínica Otamendi a causa de una afección pulmonar, que agravó el cuadro por el cáncer contra el que luchaba desde hacía años. El título de su último disco, Chango sin arreglo, sintetiza quizá la doble marca que ha dejado este artista en la cultura argentina. La de ser, por un lado, el gestor de una música perdurable, rompiendo con los moldes formales de un género del que evidenciaba, al mismo tiempo, un profundo conocimiento (“sin arreglo”, en este caso, estaba lejos de significar “sin red”). Y también la de ser un artista capaz de arriesgar para avanzar en el folklore, un género que ha dado muestras de optar por permanecer estático, en tantos casos.

La lucha del Chango Farías Gómez contra su enfermedad fue activa y creativa hasta el final: sin ir más lejos, estaban en pie los conciertos de los martes en el Teatro del Viejo Mercado del Abasto, que en los últimos meses funcionaron como grandes encuentros con amigos, apuestas también por lo que iba a venir. Se habían puesto como nombre “Los Amigos del Chango” y se definían como una “orquesta popular de cámara” que interpretaba “música clásica argentina”. La integraban compañeros de numerosas aventuras musicales del Chango como el flautista Rubén “Mono” Izarrualde, el trompetista Ricardo Culotta, los guitarristas Agustín Balbo y Néstor Gómez, y nuevas generaciones como el baterista Jerónimo Izarrualde. Planeaban entrar a grabar el disco que ya tenía por nombre, justamente, Música clásica argentina.

Decir que el de Chango Farías Gómez fue un nombre fundamental del folklore argentino implica repasar sus criaturas musicales y la forma en que marcaron profundamente las diferentes décadas. El Chango fue arreglador, percusionista, guitarrista, cantante, docente, productor de trabajos ajenos (el bellísimo disco de Mercedes Sosa Corazón libre, grabado para la Deutsche Grammophon, lleva por ejemplo su marca de gracia). Pero Farías Gómez fue además un promotor, un gestor capaz de imaginar y poner en marcha, sumando otras voluntades talentosas, formaciones legendarias como Los Huanca Hua, el Grupo Vocal Argentino, Músicos Populares Argentinos (MPA) y La Manija, todas apuestas por la renovación de los sonidos de época.

En la era de oro que fue para el folklore la década del ’60, formó junto a su hermano Pedro, Hernán Figueroa Reyes, Guillermo Urién y Carlos del Franco Terrero Los Huanca Hua, aquel conjunto vocal que inauguró otro modo de cantar en conjunto, no sólo las melodías, abarcando con las voces también onomatopeyas e imitaciones de instrumentos, con complejos arreglos vocales e introduciendo la polifonía en el folklore argentino. En una segunda etapa de Los Huanca Hua, Marián Farías Gómez reemplazó a Figueroa Reyes. En 1966 el Chango dejó este grupo, que siguió dirigido por su hermano Pedro, y formó el Grupo Vocal Argentino, que marcó la actividad coral en la Argentina, incorporando al repertorio coral la música popular.

En 1976 debió exiliarse, primero en España y luego en Francia. En el exilio grabó un disco instrumental, Lágrima, con la participación del pianista Gustavo Beytelmann y el bandoneonista Juan José Mosalini, entre otros músicos radicados en Francia. A su regreso a la Argentina mostró con su hermana, la cantante Marián Farías Gómez, y con el pianista Manolo Juárez, el espectáculo Contraflor al Resto, que luego fue grabado. El folklore de los ’80 tuvo la marca potente de MPA, aquellos Músicos Populares Argentinos que completaban Jacinto Piedra, Peteco Carabajal, Verónica Condomí y Rubén “Mono” Izarrualde. No es exagerado decir que toda una generación de músicos retomó contacto con el folklore deslumbrada por aquella formación que hacía sonar de nuevo –renovaba– clásicos del cancionero o que ponía en arreglos maravillosos creaciones como “Digo la mazamorra”, de Peteco Carabajal, inaugurando nuevos clásicos. La MPA puso en escena también la voz inigualable de Jacinto Piedra, aquel santiagueño que murió joven, en un accidente. Incorporó batería e instrumentos eléctricos y, para poner en perspectiva la revolución que significó, es conocida la anécdota que repite Peteco Carabajal, sobre la forma (nada amable) en que fue recibido tamaño atrevimiento en su Santiago natal.

En los ’90, con el grupo La Manija, la apuesta del Chango sería por llevar al folklore más allá de sus raíces criollas, poniéndolo en diálogo con sus descendencias hispanas y africanas. La “condición negra” del folklore argentino, la evidente marca africana de ritmos como la chacarera, era uno de los temas que apasionaban al músico, sobre los que podía extenderse interminablemente en las entrevistas y charlas.

El repaso de su carrera es una continua búsqueda de reuniones, proyectos, juntadas con amigos, con más o menos éxito de público. Experiencias como el trío que formó en los ’70 con el bandoneonista Dino Saluzzi y el guitarrista Kelo Palacios, con la improvisación como eje, o el espectáculo que compartió con Gustavo Cuchi Leguizamón en los ’80 definen también sus iniciativas. Antes, en 1964, fue convocado por Ariel Ramírez para hacer los arreglos de percusión de su Misa Criolla y para interpretar la primera grabación de la obra, ese mismo año, junto a Los Fronterizos. Recién en 2003 editó un disco solista, ese Chango sin arreglo que lo define en título y música.

Marcas de familia

Farías Gómez nació en 1937, en Buenos Aires, y se crió en el barrio de San Telmo. Su primer grupo se llamó Los Musiqueros, que integró a los 16 años junto con Mario Arnedo Gallo y Hamlet Lima Quintana. La suya fue una familia musical: su padre, Enrique Napoleón (“El Tata”, o “El Huachito”), fue pianista, recopilador y compositor; su madre, Pocha Barros (“María Pueblo”), compositora y poeta. Sus hermanos Marián y Pedro (fallecido en 2004) también siguieron la vocación artística (Mariano fue el único de los hermanos que no se dedicó a la música). El linaje musical de los Farías Gómez se continuó en la siguiente generación, con los propios hijos del Chango, Juancho y Facundo (el Changuito, percusionista de la banda rock Los Piojos), y con sus sobrinos, Sebastián, Gabriel y Guadalupe.

La política fue otra marca de familia, al igual que su fuerte identidad peronista. Como funcionario, y asumiendo diferentes candidaturas políticas en diferentes partidos, su trayectoria fue menos lineal que la musical. En 1989 fue designado por el entonces presidente Carlos Menem director Nacional de Música, cargo en el que se desempeñó hasta 1991. Un logro de esa gestión fue la creación del Ballet Folklórico Nacional, bajo la dirección de Santiago Ayala “El Chúcaro” y Norma Viola. En 2003 entró a la Legislatura porteña como integrante de una de las cuatro listas de Mauricio Macri, Movimiento Generacional. “Si estoy en la lista de Macri es porque fue el único que me ofreció un cargo. Y como no quiero transformarme en un músico de protesta, prefiero ponerme a hacer cosas. Desde la Legislatura sé que puedo discutir ideas, buscar consensos y proponer soluciones. Pues bien, allí estaré. No importa por dónde entre”, explicaba entonces a esta cronista, con férreo pragmatismo peronista.

En 2005, ya como legislador del Frente para la Victoria, su voto, en contra del de su bloque, fue decisivo para lograr el juicio político a Aníbal Ibarra, como integrante de la sala acusadora. En 2007, finalmente, fue candidato a diputado nacional por la Democracia Cristiana, partido que respaldaba a nivel nacional la fórmula Cristina Fernández de Kirchner-Julio Cobos. En los últimos años se había retirado de la actividad política “porque sigue siendo muy asquete”, según había explicado, y había vuelto a la música. Rodeado de amigos, como siempre.

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martes, 26 de julio de 2011

Campanas registradoras




Por Eduardo Fabregat

“Trataron de llevarme a rehabilitación y dije no, no, no.” La artista que grabó eso, que llevó esa frase a sonar en los oídos de millones y millones de personas, cumplió el sábado con el curso prefijado y se despidió de este barrio. Otro cadáver joven, de la edad del poker de jotas de Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison y Brian Jones, de la edad del pibe de Seattle que se fue con una sobredosis de plomo. Cuando se conoció la noticia, entre los periodistas dedicados a la música hubo de todo menos sorpresa. Como sucedió con otra noticia conocida un sábado, la de Cobain, el cable que señalaba que habían hallado muerta a Amy Winehouse fue un final que todos conocían, que solo estaba esperando su día y hora, el momento de salir a la luz. Fue curioso que las primeras necrológicas señalaran que la cantante había “luchado contra la adicción”. Amy prefirió no luchar, hizo un hit de ello. Enfrentada a las exigencias de su vida, eligió beber y drogarse hasta morir.

Es una elección, y lo último que puede hacerse es juzgarla. Como persona ordinaria metida en situaciones extraordinarias (y la vida de una estrella de rock es sin dudas algo extraordinario), Amy hizo lo que pudo y lo que quiso. En algún momento dijo que tanto ruido la abrumaba, que ella prefería ser simplemente una música, pero tampoco es que jugó fuerte esa carta de artista atormentada que otros adoran representar. Amy Winehouse apareció, grabó dos discos excepcionales –Frank y Back to black, el de “Rehab”, el de “You know I’m no good”–, tuvo algunas performances inolvidables, arrasó en una entrega del Grammy y luego empezó a pagar el precio. La sobreexposición de su notable voz trajo la sobreexposición de su frágil imagen y la sobreexposición de sus miserias personales, un combo para el que nadie, nadie, está preparado.

Para Amy Winehouse –esa negra en un raquítico cuerpito blanco– se terminó todo, pero es sabido que en la música hay finales que son puro comienzo. En estos días rueda por Internet la filmación de un fan en Serbia donde se la ve perdida, borracha, incapaz de mantenerse en pie, ni hablar de recordar la letra de la canción o en qué tono está. Es triste y doloroso, pero también irritante, toda vez que se repara que en las sombras de ese show hubo un personaje que vio a la cantante hecha un guiñapo y la dejó ir igual al escenario. Amy puso mucho de sí para ser un “cadáver bien parecido”, pero también es cierto que la industria musical la supo fagocitar, sacarle el jugo que fuera necesario. Ayer, en las listas de venta se apiñaban diversos “productos” que exprimieron a la vaca: las versiones originales de sus dos discos, las versiones deluxe, las versiones en vinilo, el EP con versiones de clásicos del ska jamaiquino donde Amy canta “You’re wondering now”, ese tema de Sir Coxsone Dodd que dice “Y ahora te preguntás qué va a pasar, ahora que llegó el final/ ahora te preguntás cómo vas a pagar el precio de tu conducta”.

Poco antes de la muerte de Cobain, Nevermind cotizaba en Musimundo a 8 pesos / dólares. El 6 de abril de 1994 saltó a 20.

Dadas ya todas las formas habituales de despedida sensible (incluyendo el aluvión de ofrendas en la casa londinense donde murió), sabido ya que el resultado de la autopsia no fue concluyente y recién habrá precisiones en dos o cuatro semanas, no es mal momento para abrirle camino a cierta consideración ácida del asunto. Por corrección política y para evitar el obvio escarnio, nadie en la industria lo admitirá, pero lo cierto es que hoy hay más de un personaje que está brindando por Amy Winehouse, y no precisamente como homenaje. Una estrella del pop muerta deja mucho, muchísimo más dinero que una estrella del pop que no tolera más de cinco día en rehab. Una estrella del pop muerta dispara la venta de productos; una estrella del pop adicta a las drogas y el alcohol supone altos gastos en seguros, indemnizaciones por funciones suspendidas o canceladas, problemas con la ley, arrestos, abogados, médicos, destrozos en hoteles. This is it, la película de Michael Jackson, generó las mismas ganancias que una gira de Michael Jackson sin tener que bancar el lifestyle de Michael Jackson. A Amy Winehouse no había manera de meterla en el estudio y su gira europea acababa de quedar en el limbo. Hoy vuelve a ocupar el número 1 con Back to Black. De vuelta al negro, pavada de título.

Para quienes aman la canción y lo que la canción produce en el alma, es pura pérdida. Como sus colegas del Club de los 27, Amy Winehouse no solo deja un final amargo, sino también el interrogante de todo lo que aún podría haber dado. Algo seguramente más bello que el sonido de las campanas registradoras.

miércoles, 20 de julio de 2011

Maquinarias de captura



Por Horacio González *
La esencia de la discusión política es lo contrario del estilo con el que operan muchos medios de comunicación muy poderosos. Se debe hablar libremente y con un sentimiento de alegría interior por estar expresándose, aun en medio de disensos, críticas o diferencias efectivas. Hace años, por el particular funcionamiento de los medios de comunicación en un nuevo capítulo de los avances tecnológicos, pueden crearse foros de discusión sobre las notas periodísticas. Hasta el momento y salvo excepciones, el anonimato que los mueve provoca (y no tendría necesariamente que ser así) la posibilidad de que la nación en su conjunto esté sostenida en un enjambre de injurias que parecen la napa secreta de la vitalidad política del país. Luego, los articulistas con firma pondrán todo eso en lenguaje articulado y civil. Pero dejando el latido de escarnio como telón de fondo. Esta doble vida del lenguaje político a veces levanta sus tabiques, a veces se los mantiene a raya, pero ya caracteriza el modo de moverse en la acción política. Recrudecen las operaciones, es decir, el modo de hacer saltar lo dicho en un plano de deliberación anónima hacia al plano alto, el de la escritura clásica.

Todo ello ha permitido que se hayan creado maquinarias especializadas de captura, grandes antenas semiológicas que operan tanto en el mundo de los laboratorios científicos –quizá en los cotejos de ADN– como en algo que se le parece, que es en el aprisionamiento de palabras para hacerlas pasar por probetas de infamación o descrédito. Esto último pasó con una reunión de Carta Abierta, donde se habló libremente de la campaña electoral, en diversos tonos críticos, pero sin vulnerar el reconocimiento de los candidatos, cuya campaña hicimos y seguimos haciendo. Todas las oratorias de esa asamblea, en un último rasgo de saludable espontaneidad política que ya pocos se permiten, son enviados a la red desde siempre. No es una decisión de nadie, se dio así en una cultura política constituida por cámaras e imágenes donde pululan difusas significaciones y, entre ellas, las nuestras. El diario Clarín las toma y pretende crear con ellas un clima de divergencias que con justa razón ha preocupado a muchos. No hay tales divergencias por el solo hecho de que lo que está en juego es muy fuerte y poderoso. En virtud de ello, con un habla urgente, agitada y destinada a ser un llamado cívico, se ha hablado. Lo que está en juego es esta alternativa: o viviremos en una sociedad como la de la ciudad de Buenos Aires, inclinada mayoritariamente ahora hacia un estilo político que les sustrae a los pueblos su instrumento de reivindicación e identidad crítica con una pospolítica festilinda, o viviremos en una sociedad que examina y reexamina sus decisiones para refundar la política democrática no sometida al imperio de los gabinetes sigilosos de acción política.

Decían los grandes autores de la política clásica que todo manual de política, incluso el que le da consejos al príncipe, en el fondo es un escrito de educación popular. Carta Abierta se propuso desde siempre dejar en claro los fundamentos e inflexiones últimas de la palabra política, revelando sus nexos y articulaciones internas. El hecho de que haya sido aprovechada por Clarín de un modo desmoralizante hacia los actos de valentía intelectual no quiere decir que el proyecto de la reconstitución asamblearia del discurso político no sea válido. Por el contrario, porque ha mostrado su potencialidad es que es atacada por la maquinaria de captura, cuya principal metodología es mostrar a una audiencia ávida de consumir “secretos” que hay ciudadanos que en uso de su vocación crítica estarían denostando al pueblo, a sus propios candidatos, a los electores de los demás partidos. No hay nada de eso, sino al contrario, esto es, el mismo pensamiento libre que animó las grandes jornadas de reflexión colectiva en el país. Les recuerdo la polémica Alberdi-Sarmiento; la correspondencia Perón-Cooke y tantos otros folios decisivos del espíritu rebelde en el foro de las grandes discusiones nacionales. Son jornadas de las que surgieron grandes textos contra el prejuicio, la discriminación, la triste retórica de inventar: (a) réprobos o villanos al margen de la comunidad (propio del momento antiintelectual que vive la política argentina), y (b) mostrar almas candorosas que según dicen se dieron “un disparo en su propio pie”.

No, compañeros. Los órdenes políticos implican fisuras por doquier, en nuestro propio seno y en el de los demás, en medio de la composición y recomposición de grandes conglomerados político-sociales, cimentados con distintos argumentos y emotividades. Muchas de esas fisuras son duros momentos de verdad, que no lo son menos por ser tomados por turbios adversarios. Las causas populares avanzan electoralmente esgrimiendo la creencia veraz en sus proyectos y la virtud de autocriticarse. Los dichos en la asamblea de Carta Abierta, apilados con una técnica de repostería periodística por Clarín, que ojalá no sea el destino de los estilos periodísticos del país, fueron esencialmente críticos al macrismo como nueva expresividad urbana que diluye el sentido mismo de la polis. Crea, sin duda, nuevos públicos y simbologías, cuyos manuales, el de Durán Barba, están a la vista. Reaccionar contra esos modos presuntamente esterilizados de una política sin historia, sin raíces y cancelatoria de las diferencias fue nuestro propósito. Tenemos diferencias con la idea de Macri de ir aboliendo contrastes. No porque eso no deba hacerse al cabo de las grandes discusiones, sino porque nunca podría hacerse en el estilo macrista –contra el cual llamamos a votar en el ballottage–, estilo que dice querer “superar diferencias” pero no puede disimular que las crea, en su caso bajo la forma de la desigualdad social y urbana, de una mediocre gestión y, principalmente, de la dilución del tesoro mismo de los pueblos, el acto de expresarse en los grandes linajes políticos de las historias nacionales.

* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional, integrante de Carta Abierta.

martes, 28 de junio de 2011

La salida del callejón - 3 poetas 3



Esta selección incluye a tres poetas que, desde Neuquén, constituyen voces originales de la Patagonia, y así son reconocidos fuera de las fronteras de la región. Macky Corbalán, Raúl Mansilla y Ricardo Costa tienen trayectorias confluyentes y divergentes a la vez con la común convicción del poder de la palabra. (Publicado en Suplemento Tinta China, Trelew, Chubut, 12 de junio de 2011)


Gerardo Burton
geburt@gmail.com

NEUQUÉN.- Tres poetas, tres. Son quienes, a partir de la obra de Irma Cuña, que cierra la etapa regionalista y expande la poesía escrita en esta provincia, encuentran la salida del callejón. En el último tramo del siglo pasado se produce un salto que no pasa inadvertido: lo rural se entremezcla con lo urbano; lo ciudadano todavía no adquiere el ambiente de gran urbe, pero tiene sus problemas y conflictos; los personajes y los mitos se transforman, y la historia pierde su sentido estrictamente épico para centrarse en aspectos más críticos acerca de los procesos de ocupación e institucionalización de la Patagonia.
Es una descripción que no agota el universo en que se escribe hoy poesía en Neuquén; sin embargo se trata de un camino de casi tres décadas, que arranca en las postrimerías de la dictadura cívico-militar, precisamente a partir de la Guerra de Malvinas.
Con trayectorias confluyentes y divergentes a la vez, con poéticas diferenciadas y, en común, la búsqueda del verso y la convicción del poder de la palabra, Macky Corbalán y Raúl Mansilla compartieron, en la primera mitad de la década de 1980, las actividades del Centro de Escritores Patagónicos y la Revista Coirón, su medio de difusión, que no pudo con el maleficio del tercer número.
Posteriormente, ambos (y también Ricardo Costa) integraron el grupo Poesía en Trámite a partir de 1989 hasta avanzada la década posterior. Luego integraron la fugaz delegación local de la Casa Nacional de la Poesía. El posterior grupo Celebrios –un homenaje al poeta ecuatoriano Edwin Madrid- encuentra a Mansilla como fundador e inspirador de manifiestos.
Dos son patagónicos (Corbalán de Cutral Co; Mansilla de Comodoro Rivadavia y desde la adolescencia en Neuquén) y Costa es de Buenos Aires. Los tres desarrollan una labor incansable en la creación poética y, aun cuando sus estéticas son diferentes, coinciden en tres rasgos: la calidad, la originalidad y la doble cara de su poesía: lo universal y lo regional se intercambian, se interconectan, se complementan y se potencian.
Corbalán es una de las voces más características de la poesía hecha por mujeres, en la Patagonia y en el país. Mansilla aparece como maestro de poetas con un acento especial en la búsqueda de nuevas formas y ritmos que otorgan a sus textos una musicalidad y un color de imagen característicos.
Por fin, Costa se dedica a la labor del orfebre en la poesía: mide cada palabra, la sopesa, las imágenes establecen una tensión entre sí que confieren rigor y racionalidad extremos al poema.

En Corbalán el texto constituye ese espacio epifánico donde el ser se de(s)vela. Por eso, más que hablar de inspiración, ella prefiere referirse al trabajo, el arduo trabajo que concluye en el fuego sagrado, en ese placer único que inicia la fiesta.
Asegura que existe, para todo poeta, una obligación: leer y reflexionar sobre poesía y lenguaje, y así sus textos son un resultado de ese proceso de búsqueda y encuentro.
Encuentro de una nueva dialéctica que rompe el modo patriarcal en la poesía occidental e inaugura una tradición otra. En ella hay un desarrollo paralelo, esforzado, de más de dos décadas, del pensamiento lesbiano-feminista y de la poesía como sitio privilegiado de aparición del ser, como espacio seguro de epifanías, de alteridades, de projimidades.
Dice de su poesía que no tiene temas, sólo un desarrollo del pensamiento poético, “algo que es más lábil y en consecuencia más difícil”. Lo cierto es que permanece el compromiso ético con la palabra.
Es, también en su voz, “pensar la poesía, pensar en poesía”. Su tarea, según el modo de Denise Levertov, en el corte del verso produce el efecto del cincelado de la pasión poética, de una materia que a veces, y sólo a veces, parece informe. Hay un modelado de la materia, un limado de aristas a veces exagerado (por caso, en el poema inédito presentado en esta selección: luz entrando de pronto en la habitación/cerrada.)adjetivos extremos que por momentos pasan al otro lado de lo real (por ejemplo, en ... hormiga particular,/mi obsesivo insecto,/mi fruta firme, ácida
manzanita?).
Es un barroco al revés, es las antípodas del barroco, el núcleo duro, raigal, sin imágenes, del poema. Otro ejemplo: desde “La pasajera de la arena”, Corbalán marca un territorio: el de un erotismo ascético, austero, despojado pues sólo así demuestra de manera más precisa el componente trágico, siempre inminente, siempre presente: Ahora interpone su cuerpo/entre la lámpara/y esto que la mira,/entonces la luz es una forma,/una delicada ondulación de la carne,/un eclipse presentido/y esperado por siglos.
O, de regreso a esas antípodas del barroco que se señalaban, y también en la descripción “objetiva” de la pasión, que por eso parece que conmueve más: esta otra piel/que arde sin sol que la toque.


En cambio, Mansilla es el poeta adánico. O quizás prometeico, para no caer en tradiciones judeocristianas. El poema crea su propio mundo, su propia historia. Fluye el ritmo y este gran constructor de mitos (así, justamente, se titula uno de sus primeros libros) y luego vuelve sobre sí mismo.
En cuanto a los recursos, utiliza la catalogación, las enumeraciones, la mención de marcas comerciales e industriales como detritus de la sociedad de consumo, elementos provenientes de la publicidad, la filosofía, las religiones, las cosmovisiones de los pueblos originarios, los erotismos, las adicciones, las ideas y los pensamientos crudos: Esto fue una carpintería, ahora, de noche, las cajas son decenas de ojos de cartón/(o sólo son cajas con nombres cortos y contundentes?)//Saladix, Presto Pronta, Natura, Cocinero, Cif, Bagley, Fargo.//.../Ya no sé quién vive en mi cuerpo: el espejo de Dorian Gray, Dr. Jekill y Mr. Hyde, el Yin y el Yang. O sólo el hombre que de la casa al trabajo y del trabajo a su casa construyó esa pequeña cruz de madera clavada en la puerta.
O, por caso, en el último poema de esta selección (“Lo que se conoce”), que establece una enumeración temporal de sucesos que demuestran la permeabilidad de la conciencia. No es posible distinguir, en el ritmo del verso, quién enumera, o si el poeta es el enumerado, el que es visto por los objetos y los acontecimientos. Por momentos, parece el verso expandido al estilo de Allen Ginsberg y también de Walt Whitman.
Sus búsquedas tienen que ver con cierto exteriorismo al estilo de Ezra Pound pero combinadas con un profundo sentido lírico. El erotismo, los mitos, la vida en las grandes ciudades, la historia y sus finales abiertos.
El proceso de creación define al poema: no hay distancia, no hay distinción, pues el poema “está involucrado en su propia existencia”, como decía su maestro Wallace Stevens.
El rigor poético de Mansilla se aplica en una conciencia amplia de la creación: el proceso excede el acto de escribir o de leer. Abarca otros medios, otros formatos, otros soportes. Sigue con la experimentación verbal por otros medios.


El caso de Costa es también original: heredero inconfeso de Alberto Girri, de los poetas italianos contemporáneos que frecuenta y traduce, comparte con todos ellos la escasa exuberancia, la precisión en los términos, la máxima expresión con los recursos exactos. Quizás buscador de “le mot juste”, Costa es un clásico a su manera: en él es importante la reflexión sobre el acto creador y específicamente sobre el acto de creación poética.
Es el de menor componente regional de los tres, aunque su poesía es indudable e innegablemente patagónica. Sus textos se entroncan con la tradición iniciada en la región sur del país por Olga Orozco desde La Pampa y Buenos Aires e Irma Cuña desde Neuquén, Bahía Blanca, Buenos Aires y Neuquén de nuevo.
Costa no es surrealista, y tampoco es un lírico a secas. Su trabajo sobre la palabra lo acerca a Joaquín Gianuzzi, al ya mencionado Girri, a Juan Gelman, a César Vallejo y, como se dijo, también a los italianos.
Su indagación recuerda las preguntas de Roberto Juarroz: ese cuestionarse en torno de objetos en el espacio, la misma interrogación que proponen los objetos y las posibles respuestas. Por caso, en “Puntos”, concluye en que ese es el punto: flotar abrazados a la idea de la nada/mientras los cuerpos se mueven y la fundación se convierte/en un acto de amor junto al vacío.
Lo otro es la intervención de los órganos, de lo físico en la construcción del poema, en el hecho poético en sí. No se habla de corazón, por ejemplo, en el sentido psicológico o simbólico sino, justamente en su carácter de órgano integrante de un sistema en el que también, por azar, juega una naranja y ambos, en algún momento, tienen una correspondencia: En cambio, un corazón se pudre si no se lo corta/en el momento preciso./Queda dudando lejos, cavado en una ruina oscura,/a treinta y cinco centímetros por debajo/de la boca.

También las palabras adquieren esa calidad de vísceras. Sirven para sobrevivir, para iluminar, para despejar mundos. Mundos que permanecen entre dos, mundos íntimos, universos desplegados, como explica Costa: Entonces, el sólo hecho de haber sobrevivido de palabras/será suficiente para iluminar el mundo, otro. El que de noche/va de tus ojos a los míos y hace que la sombra de las preguntas/se hunda en la tibieza de tu boca.





MACKY CORBALÁN (Cutral Co, 1963). Es periodista, licenciada en servicio social. Una de las voces más originales al sur del río Colorado y cultivadora de una poética que ya trasciende la región. Se define como “poeta, lesbiana, feminista”. Como tal, participó activamente del grupo Fugitivas del Desierto (http://lesbianasfugitivas.blogspot.com).
Cada libro de Corbalán es una sorpresa, una agradable sorpresa que significa un aporte novedoso a la poesía.
Libros publicados: La pasajera de arena, 1992; Inferno, 1999 y Como mil flores, 2007).
Antologías: Poesía en la Fisura, por Daniel Freidemberg, 1995; Antología de Poetas de la Patagonia, 2006, Poetas Argentinas (1961-1980), 2008 y Antología Poesía del siglo XX en Argentina, 2010.

Selección:

Acaricio su rostro con el pie.
Su piel es fresca,
aun cuando afuera
puede oírse el alarido del aire
incendiándose.
Ahora interpone su cuerpo
entre la lámpara
y esto que la mira,
entonces la luz es una forma,
una delicada ondulación de la carne,
un eclipse presentido
y esperado por siglos.

(De "La Pasajera de Arena", Tierra Firme, 1992)


Los lamentos, las sirenas,
los disparos,
son el sudor de esta
noche ardiente.
Los lamentos.
Las sirenas.
Los disparos.
Dios respira con dificultad
en la cama de mis padres.

(De "Inferno", Tierra Firme, 1999)


FRUTAS E INSECTOS

1
Muerdo el aire en que estuvo
tu boca, el vacío me devuelve
el aliento zumbón de los
muebles que miran, piadosos
el abrazo asfixiante
del rechazo, esta otra piel
que arde sin sol que la toque.

2
¿Te dije o imaginé
decirte: abríme, horadame,
grabá tu nombre en
el revés de la piel?
¿Te dije o soñé decirte:
sé mi hormiga particular,
mi obsesivo insecto,
mi fruta firme, ácida
manzanita?

3
Esperé de vos y de mí
ser una. Contra todos
los augurios y consejos,
que la vida y la muerte
nos tejiera con hilos
de transparente,
indisoluble unidad.

Únicas. Una. Ambas.

No éstas, dos que cruzan la
calle para no saludar.

(De "Como mil flores", Hipólita, 2007)




Dame fuerzas, Tú, quien
quiera que seas: cielo diáfano,
coirón ardiendo en la pampa
helada, sola luz,
luz entrando de pronto en la habitación
cerrada.

(Inédito, 2009)




RICARDO COSTA (Buenos Aires, 1958) es docente y reside en la ciudad de Neuquén.
Obras publicadas: Árbol de tres copas (1988); Casa mordaza (1990); Homo dixit(1993); Teatro teorema(1996); Danza curva(1999); Veda negra(2001); Mundo crudo: Patagonia satori(2005) y Un referente fundacional-Las Letras neuquinas (1981-2005) y su (in)transferencia al campo educativo (2007).
Fauna terca (novela) será publicada durante 2011.
Algunos reconocimientos: Bienal Argentina de Poesía 1991: Concurso Premio Plural, México 1992; Fundación Antorchas. Becas y Subsidios a la Creación Artística 1995; Premio Fondo Nacional de las Artes 1998; Tercer Premio Conc. Iberoamericano de Poesía Neruda, Chile 2000, Conc. Poesía en Tierra. Fondo de Cultura Económica-Centro Cultural de España 2004 y Premio Internacional para Obra Publicada Macedonio Palomino, México 2008.

PUNTOS DE VISTA


La forma más sencilla de celebrar una fundación
es marcar un punto junto al vacío.
Un punto es una partícula del todo imponiéndose
sobre la nada.
Un punto establece el origen de todas las formas
que caben en el universo, y el universo se mueve
sobre una sucesión de puntos encadenados
en el espacio.
Sobre uno de estos puntos estamos nosotros,
abrazándonos y girando en un vacío que nos mantiene
flotando sobre un silencio absoluto.
Pero lo mejor de esto no es el silencio ni lo absoluto.
Lo mejor de esto es que nadie sabe que flotamos
porque obedecemos una ley fundamental.
Creo que ese es el punto: flotar abrazados a la idea de la nada
mientras los cuerpos se mueven y la fundación se convierte
en un acto de amor junto al vacío.

de Veda negra, 2001. Ediciones del Dock




UNA NARANJA

EL cuchillo recorta circularmente la naranja
bajo su cáscara.
Hace correr el jugo entre el filo y la pulpa,
marcando el cauce de un camino líquido
que rodea a la fruta para venirse a tu mano.
Viéndote ejecutar esa maniobra, pienso que
algo terrible ocurriría con mi corazón
si tu apetito cayera en desgracia.
Ese movimiento giratorio, ese descascarar
en crudo para llegar al brillo de la pulpa,
daría con la parte más débil de un hombre
y la desnudez de su sangre brotaría hasta
manchar sus ojos de la manera más vergonzosa.
La diferencia la marcaría el ángel que mueve
tus manos.
Porque la fruta gira entre tus dedos para que
su carne se abra por entero a la luz.
En cambio, un corazón se pudre si no se lo corta
en el momento preciso.
Queda dudando lejos, cavado en una ruina oscura,
a treinta y cinco centímetros por debajo
de la boca.

De Mundo crudo: Patagonia satori, 2005. Limón



FENÓMENO NATURAL

El viento aniquila la luz en esta parte del mundo.
Cada vez que sopla contra la casa, nada parece merecer
la más mínima contemplación.
Yo pensaba que una familia entera estaría abrazándose
ahora mismo bajo las cobijas y rogando por la clavadura
de las chapas contra el techo.
Ruedan botellas en el patio.
Se desgaja la ropa colgada.
Un pollo escapa y resiste bajo el piletón de lavar.
Todo el aliento muerto de la miseria parece ahogarse
contra esas cuatro paredes.
Sin embargo, en apoyo oblicuo contra el viento,
la hija sale de la casa, se acurruca junto al pollo
y comienza a cantarle suave.
A pesar del temporal, ella cree que el amor es un fenómeno natural
que habita en lo más pequeño de la estepa.
Por eso abraza al animal y se convence de que la brutalidad del aire
es un mundo vacío que va muriéndose de a poco.

De Fauna cruda (inédito, 2011)

NOCHE PERFECTA

Bajamos del auto para ver el atardecer.
En verdad que el peso del cielo parece apretar la última lámina
del día hasta doblarla por detrás del planeta.
Nosotros, tu pueblo, la buena memoria, todo permanecerá cautivo
mientras la noche nos eleve por sobre los límites del tiempo.
No de otro modo la naturaleza agradece la insignificancia
de nuestra presencia, así, con un corazón junto a otro;
algo que nadie sabe que sobrevivirá a la revelación del día.
Cuando todo termine, lo que quede del universo será pasado.
Nada más que eso.
Entonces, el sólo hecho de haber sobrevivido de palabras
será suficiente para iluminar el mundo, otro. El que de noche
va de tus ojos a los míos y hace que la sombra de las preguntas
se hunda en la tibieza de tu boca.

De Fauna cruda (inédito, 2011)









RAÚL MANSILLA nació en Comodoro Rivadavia, Chubut, en 1959. Desde joven reside en Neuquén. La poesía de Mansilla es una de las más originales en la región patagónica.
Ha publicado: Mariaísmo, 1984; De la Construcción de mitos y otros sucesos, 1988; Las estaciones de la sed, 1992; El héroe del líquido, 1999; No era un viajero inglés, 2004, y Ojos rojos, 2005.

La Carpintería
Toda la luz que hay en esta mesa pertenece al recuerdo de tus ojos sobre la botella de plástico retornable aquel verano.
Hablar es difícil, decir es difícil, escribir es difícil.
Esto fue una carpintería, ahora, de noche, las cajas son decenas de ojos de cartón
(o sólo son cajas con nombres cortos y contundentes?)

Saladix, Presto Pronta, Natura, Cocinero, Cif, Bagley, Fargo.

El horizonte quedó siempre ahí
y el plato corta la mesa y la mesa corta el suelo y la ruta come todo lo que hay en mis ojos y mis ojos se comen los ojos de las cajas
con nombres cortos y contundentes.

Ya no sé quién vive en mi cuerpo: el espejo de Dorian Gray, Dr. Jekill y Mr. Hyde, el Yin y el Yang. O sólo el hombre que de la casa al trabajo y del trabajo a su casa construyó esa pequeña cruz de madera clavada en la puerta.

Mi padre hizo una cruz de madera para su amigo que murió de cirrosis a los treinta y seis años. Yo era pequeño y vi la secuencia del serrucho del cepillo de la cola.
Hacer esa cruz fue tan difícil como la represa del Chocón.

De ese lugar salieron placares, sillas, sillitas, sillones, mesas, estantes, y el tremendo delirio del delirium tremens en el valle de los carpinteros; Keops, Kefren y Juan Mansilla.

Me voy pala villa a verlo a Mansilla, chiqui chic, chiqui, chic, chiqui, chic chiqui chic.

Y no da, no de para ser maldito, quizás explotando las puntas, los laterales, las chapas de zinc ostrilión, el piso de cemento alisado y las cajas de cartón que me persiguen desde niño.

Este era el paraíso de la madera, acá la viruta era en serio.

Tres por cuatro, cuatro por tres las arañas con sus telas cubren el techo y no dejan crecer mas cajas de cartón sobre la cama. Nadie pierde el tiempo, todos demarcan territorio, mean, son meadas oscilando en el techo con la excusa de atrapar insectos.

Todo precario, en cajas, listo para rajar, tomarse el palo. Las valijas y los bolsos cerca, todo dentro de una caja de cartón. Ellas mandan, ellas vuelven recicladas a morder tu sueño bueno. En cambio nosotros nos vamos escapando de esas cruces de mierda, de ese serrucho, de esa lija, de esa parca con ojos de cartón.








UN LUGAR DONDE CAERSE MUERTO
a Silvia Martínez

Podés caer tranquilo en este lugar arrugado, lleno de tierra, patio trasero de las arañas que no pasan la escoba hace meses.
A pocos metros, en la casa grande, no tan grande como en las películas, gime de dolor tu madre. La vida sigue estando ahí y el común lugar del pájaro cantando es la representación del mismo pájaro que canta hace doce mil años para tomar conciencia de que hasta que no se pare el corazón la cosa sigue: déle que te déle sobre el árbol.

Este pozo extraño es tu último lugar, donde podés caerte muerto, tranquilo en la gloria de las dos banderas argentinas que cruzan la vieja foto con los escritores famosos de la feria y la península valdés que señala al torturador que todavía sonríe atado a la sombra de sus perseguidores.

La roldana en el techo sostiene el peso de la historia en el abrigo del que fue rey en la foto, con las chicas, los amigos sonrientes, el globo terráqueo girando alrededor de la
botella de whisky de tres litros que trajo la vieja de la casa del patrón.
Quedan unos perfumes, desodorantes, jabones de otra vida, las fotos de sergio lavetti vivo muy vivo, cosas que no sirven pero que están como almanaques del pasado y libros, muchos libros quemándose en las pestañas del niño que prensa el cartón y separa la paja del trigo de los que saltan cantando que son las chicas del Folies Bergère.

Un lugar donde caerse muerto en el martes del calendario occidental y cristiano, el que te tocó, por defecto, el fondo de todos tus días, ladrillo más ladrillo techos multiplicados geométricamente en los ojos de las pelotas de fútbol del domingo donde el club de tus amores no era solo un club, lejos, lejos porque es martes y es el único lugar que tenés para caer el muerto que sos mientras vas por el agua mineral de la vieja y los fideos que come, tu viejo, ya sin dientes.

Tenés donde caerte muerto ahora mientras tu madre muere y te duele que el techo no esté más alto ni la morfina alcance para vencer el dolor de la verdadera compañera de tus días.

Tres por cuatro es tu concepto de espacio ahora en que creés que te las sabés todas porque aprendiste unidades de medidas cursis y exóticas y leíste vaya a saber qué secreto de tal pueblo originario en las cenizas que todavía no sos pero que podés ser si no salís a ver el sol que cae en ngullumapu (*) y tu cabeza posicionada para tal o cual lugar, vaya a saber querido conejo de las indias occidentales y América, querido perdedor victorioso porque tenés donde caer cuando la parca merodea el patio con tu vieja pidiendo sin lágrimas que se la lleven, porque tenés, la suerte de poder sacar palabras de la última manga del último houdini que no tuvo un lugar donde caerse muerto.
(*) En Mapudungun: Este. Tierra del Este. Pueblo del Este. Chile.





VERANITO DE SAN JUAN


No nombro esta noche por la santa madre de los nombres
que genera el año nuevo Mapuche
ni como el espejo de ese otro en el que creía mi padre y que yo también,
ahora que lo pienso equivocado por el veranito de san Juan, persignándote por cualquier cosa, teniendo miedo de decir las cosas como son o de enfrentar al almacenero que le vendía vino cuando estaba muy enfermo.

O

O, que daba la posibilidad de otra cosa, de que sea otra cosa distinta de lo que pensaba, que éramos hijos del fragmento que el siglo veinte había sido demasiado fuerte
Débiles del siglo veintiuno contando como siempre con los dedos.

La ballena que está a mi lado no es diminuta porque no razone ni tenga sentimientos
Es pequeña porque es un cenicero o un recuerdo de madera que te traje de Madryn, te acordás? Quizás ahí estábamos mejor, más en el centro, no tan en los extremos, es que el equilibrio es difícil, lejano, no para cualquiera.

Quisiera no escuchar ese tema porque me recuerda al otro que pensaba que el hondo suspirar era una herramienta de socavar las estructuras de aquella mirada tierna y que luego fue fiera, descomunal garra rasgando los vestidos de un año o más ya no sé, por otro lado qué importa si nunca más tendré cuarenta y tres, si nunca más mi barba será totalmente negra.

El día termina y está por comenzar otro, falta un minuto. Pero cambia algo?
………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………….. Estos puntos suspendidos marcan un minuto en la vida, en la divisoria de aguas entre un día y otro, 12,00 dice la máquina, que puede estar en el correcto uso horario. Sin embargo los números siguen siendo tan poco inocentes al demarcar territorio, están tan acostumbrados a definir nuestros actos, representan tanto los 666 los 999
como las 1000 y una noches de este veranito de San Juan.




HABLAR EN EL ESTANQUE
A Juanse

Hablar se está poniendo anticuado.
Yo hago cosas correctas pero mi cabecita va para otro lado,
atenta contra el status quo imperante en la pieza de 3 x 4.
.
En mi cuerpo se libran batallas que termina perdiendo el que madruga.
Por eso, equivocado, el peso de la tradición no golpea mi puerta.

Cuando estoy de aliado a mi cuerpo miro el techo
contando los días las horas los minutos en que será mi enemigo, nuevamente.

Miro al techo porque hablar se está poniendo viejo.

Se rompió el vaso y estoy descalzo, los vidrios son pequeños espejos donde la culpa se peina en mi cumpleaños.

Quizás nunca supe apretar el botón correcto
Hablar ya es algo en desuso.

Ningún sapo del estanque quiere ser hitler todavía
porque con croar no alcanza.

Hablar se está poniendo anticuado.




LO QUE SE CONOCE

Son las cinco y veintiséis de lo que se conoce como mañana.

Lo que se conoce como historia va en sentido de las flechas del reloj con el rostro de Jesús en un viernes que pudo haber sido santo en un viernes doblegado en un sobre con nosotros en la cama de una plaza, adentro de lo que se conoce como abrazo.

Perhaps, perhaps, perhaps, en las cinco y treinta y cinco de lo que se conoce como vida. Lo que duró que se conoce como mar para pensar el ir y venir en misma marea. El mar para pensar esa enorme cantidad de gotas juntas para decir AZUL o estaremos alguna vez acá, juntos sentados parados en cuclillas observando la línea perfecta de lo que se conoce como amor.

Son las cinco cuarenta y uno de lo que se conoce como desamparo, de lo que aparece ante los hombres en peste, en cabeza, en las calles donde solo pasan algunos autos con gente ebria y taxis amarillos con bajadas de bandera digital, en la ciudad que dejó el miedo de la gente que vuelve de perder lo que se conoce como dignidad.

Me gustaría verte me gustaría verte me gustaría verte me gustaría verte me gustaría escucharte me gustaría escucharte me gustaría escucharte en un breve chasquido en el tiempo en la flecha en la misma punta donde viajan nuestras dos certezas que conocemos en secreto de la cual no hablaremos y que se conoce como milagro o lo que dispongan los evangelios o lo que crea conveniente la acumulación de saberes amontonados sobre nuestros cuerpos en lo que se conoce como soledad.

Contra el olvido - "Quebrantos", de D. Fanego


Doce testimonios de argentinos en el exilio, en Italia. “Quebrantos”, de Delia Ana Fanego, reúne relatos autobiográficos registrados en la segunda mitad de la década de 1970. De esta recopilación dice Juan Gelman en el prólogo que se trata de “una memoria recién salida del infierno”.


Gerardo Burton
geburt@gmail.com

NEUQUÉN.- Uno de los relatos míticos del exilio está en la Biblia: son los testimonios de los judíos deportados en Babilonia (“¿cómo celebrar lejos de Jerusalén?”) que recogen los profetas y los salmos y sus rasgos más característicos aparecen el trasfondo de los doce relatos autobiográficos recopilados por Delia Ana Fanego en “Quebrantos. Historias del exilio argentino en Italia” (Ediciones Fabro, Buenos Aires, 2010, con prólogo de Juan Gelman).
Las historias, que según dice Gelman, relatan “una memoria salida del infierno” fueron registradas entre 1978 y 1979 cuando la RAI (Radio e Televisione Italiana) aceptó un proyecto documental de realizar una película para televisión con guión de Giuditta Rinaldi y las grabaciones hechas por la autora y Julia Constenla.
En muchos casos, se trata del viaje inverso al realizado por padres, madres o familiares de los protagonistas. La huída del país natal por motivos políticos está siempre en el escenario, aun cuando se presenten casos más larvados –la decisión de partir por motivaciones económicas o sociales, otra forma del exilio político-.
Fanego alude al lenguaje “áspero” de quienes sobreviven al horror. Es uno de los ejes centrales de esta obra en cuyo prólogo Gelman resignifica el sentido asociado del exilio a otros hechos de los años de la dictadura: “Ellos son testigos insoportables para los que dejaron de soñar con una vida mejor para todos”. Así, los autores del libro son Adelaida Gigli, Albertina Paz, Andrés Imperioso, Franco Castiglioni, Juana Bettanín, Lucía Torres, Teresa Cofferri, Walter Calamita y Wanda Fragale, además de tres testimonios identificados bajo los nombres de Daniel, Hugo y Jaime, algunos de ellos ya fallecidos, a quienes está dedicado el texto.
La autora defiende una característica: “la contemporaneidad (de los textos) con lo vivido”, ya que permite, por una parte, “el vasto despliegue de información que permite el recuerdo cercano” y a la vez “refleja el perfil ideológico y cultural de los protagonistas en el momento de los acontecimientos”.
Las experiencias tienen un denominador común, que se refiere a la situación política que originó la respuesta de la juventud de esa década: los fusilamientos de Trelew, las sucesivas dictaduras militares que interrumpieron los procesos democráticos previos y, luego las acciones de la Triple A como ensayo civil del golpe militar generaban un contexto de violencia que contribuyó a que muchos jóvenes optaran por la lucha armada.
En declaraciones periodísticas, Fanego consideró que el valor del libro “es no haber sido mediado por la memoria. Por eso es tan fresco, los testimonios los grabé y ahí quedaron. Cuando recuperé el material, algunos se encontraron con recuerdos ya perdidos, con historias que habían sepultado o se siguen abriendo hasta hoy. La memoria puede ser engañosa o una trampa”.
El libro se presentó hace unas semanas en el Centro Cultural Haroldo Conti (ex ESMA) en Buenos Aires y poco después en la Universidad del Comahue, en Neuquén.

(Publicada en El Extremo Sur, Comodoro Rivadavia, junio de 2011)

Volver a la poesía - Héctor Ordóñez

Héctor Ordóñez reeditó su “Aquel que supo” con nuevos textos. Poesía revisada y revisitada, de un autor que participó de los inicios de la renovación de la literatura en la Patagonia norte.

Gerardo Burton
geburt@gmail.com
NEUQUÉN.- Como en un ciclo interminable de inicio, final y nuevo comienzo, la poesía vuelve, y así también se vuelve a la poesía, consideró Héctor Ordóñez a propósito de la reedición de “Aquel que supo”. A la vez, la serie cíclica descarta la linealidad de la filosofía occidental y recupera las características del pensamiento oriental, con todas sus variantes y posibilidades.
Quizás por eso, a sus cincuenta y siete años, y veinte después de la primera edición, Ordóñez vuelve con este libro editado originalmente por Narvaja en Córdoba en 1991. El año pasado, la editorial Último Reino de Buenos Aires publicó una versión ampliada, con ilustraciones en tapa e interior (collages) de Carlos Juárez.
En esta ocasión, se repite el contenido de la primera edición con el agregado de textos premiados en un concurso-homenaje a Miguel Hernández y otros “poemas sueltos”. Constituye, de esa manera, un panorama de la escritura de Ordóñez, cuya resultante apunta a la recuperación del valor celebratorio de la palabra y a una estética que hoy se reivindica y asocia a la producción literaria de la generación de 1970.
El autor recordó que su primer libro, su “primer intento editorial” fue incautado por la policía en una requisa realizada en Córdoba capital en 1971, cuando estudiaba economía en la universidad de esa provincia. Era un cuaderno de tapas duras, y los poemas escritos con tinta, porque “ya lo formal ocupa su lugar en el poema”, explicó Ordóñez.
Luego, entre escritura y tras las vicisitudes propias de la época (breves exilios en Paraguay, en Mendoza), abandonó Buenos Aires y volvió a Chos Malal donde, al comienzo de la reinstauración democrática fue designado director de la filial San Carlos de Bariloche de Radio Nacional. Posteriormente, le tocó dirigir la radio de la Universidad del Comahue y la cooperativa CALF en la capital neuquina y, desde hace más de un lustro, está en Andacollo, un retiro ideal en medio de la Cordillera del Viento en el norte de la provincia.
Según sus propias palabras, “Aquel que supo” es el libro “de un poeta del exilio que se refugia en la Patagonia y vuelve a su pueblo”, y cita el poema “Pintura de un pueblo que no lucha”.
La poesía de Ordóñez murmura las historias y establece leyendas en su biografía. Pero el tono es el mismo, esa voz que murmura en la penumbra porque sólo necesita saber “que dos monedas/curan el dolor de una noche sin luna”, y que “la tinta/el rasguido de la pluma en el papel/son toda la música/ salvo el río blanco sobre negro y viceversa”.
Hay un mirar la vida que ocurre, que pasa mientras “surgen religiones en el vacío de dios”.
Ordóñez integró, a comienzos de la década de 1980, el movimiento de renovación de la literatura en la Patagonia norte: regresado a Chos Malal, se comenzaron a notar “fisuras” en la dictadura militar y eso sirvió para ocupar los espacios con creación y creadores. Así, con Elías Chucair y Juan José Brion como antecedentes, Irma Cuña y Raúl Mansilla, Diego Angelino y otros, se organiza en Neuquén el primer encuentro patagónico de escritores.
Eso sirvió “para conocer, para tantear” las posibilidades y continuar. Así volvió a la escritura y compiló un centenar de poemas que la lectura de Alejandro Finzi “dejó en veinte”. Es un libro “que refleja el aislamiento” y al mismo tiempo “la bohemia, el desarraigo” y la supervivencia del mundo español en la cultura del norte neuquino.
Para Ordóñez (como para tantos) son fundamentales sus lecturas: Yukio Mishima, Jean Arthur Rimbaud, Henry Miller, Charles Bukowski, Paul Auster, el viejo Walt Whitman y Charles Baudelaire, los padres de todo. Incesante es la búsqueda y el hallazgo, y permanente es el paisaje que se introduce en su escritura y en su oralidad. Ordóñez menciona continuamente la magia de las montañas de la cordillera; las pinturas y petroglifos de Colo Michicó (que están presentes en los collages de Juárez que integran esta edición), los colores y el viento, siempre el viento.
Ahora vienen textos breves, haikús o similares, con esa tensión poética que deslumbra y azora, sólo “pequeños fragmentos que pueden significar una despedida, que pueden encubrir un miedo a la repetición, porque somos monotemáticos”.
Después de todo, una propuesta: repensar la relación entre oriente y occidente, modificar ese pensamiento lineal que nos caracteriza y volver a lo cíclico, porque “no sabemos qué va a volver”.
(Publicado en El Extremo Sur, Comodoro Rivadavia, junio de 2011)

miércoles, 15 de junio de 2011

Tres poetas, tres

Artículo aparecido en el Suplemento Tinta China, de Trelew, Chubut, el 11 de junio de 2011. Nota y textos de Macky Corbalán, Raúl Mansilla y Ricardo Costa.

jueves, 9 de junio de 2011

La nada y las cosas




Por Noé Jitrik

El inolvidable John Lennon escribió y cantó “Nothing is real”, una sentencia cuya profundidad y fuerza sugestiva, poética, no se le puede escapar a nadie, aunque se pueda percibir en ella un tenue dejo budista: se sabe de qué modo él y sus amigos fueron atraídos por esa lejana y serena filosofía. Pero eso no importa: importa más bien el alcance de esa frase: ¿acaso no hemos sentido todos, alguna vez, que eso que llamamos real estaba ausente o se nos perdía, que no perduraba, que el aire parecía llevárselo todo? En especial todas esas probables cosas que están como contenidas en el “nothing” que, por esa razón, no es “la nada” o una nada absoluta sino una expresión de lo inalcanzable de las cosas, nuestra impotencia.

Ese modo de decir tiene su historia; los estoicos griegos lo sospecharon y los idealistas creyeron encontrar la solución; el propio Mallarmé, que escribió un soneto, que se desdice a sí mismo dejó su soneto como un algo que no terminamos de entender. Incluso, Marshall Berman, parafraseando al mismo Marx, consumado filósofo de las cosas que perduran en la historia y en la sociedad, también lo dijo, “todo lo sólido se desvanece en el aire”, aunque con menos carga subjetiva y filosóficamente dolorida.

Volviendo a Lennon estado de ánimo se dirá, pero que es evidente que no todos los seres humanos comparten: algunos, muchos, no se dan cuenta de lo que encierra esa frase, viven en la ilusión convencidos de que lo que es es y lo que no es no es; otros combaten lo que eso podría querer decir expresándose, a sabiendas, mediante férreas sentencias marxistas, que sólo los filósofos idealistas, o Jorge Luis Borges, se animan a contradecir al costo de un inmediato vilipendio. Haciendo poco caso de los sentimientos que brotan de dicho idealismo, los marxistas de todo tipo proclamaron y proclaman, a voz en cuello, que lo único que existe es la realidad o sea que “todo” es real, aun lo mental, no ya las figuraciones del imaginario cuya realidad de cosa desborda su carácter específico: una pintura es un objeto a la vez perceptible e imaginario. Se supone que saben lo que es la realidad, además de percibir lo inmediato de las cosas que integran ese “todo” y de sentir su peso.

¿Cómo oponerse a ello? Pero, al mismo tiempo, ¿cómo renunciar a ese sentimiento de incertidumbre, de filtración o de pérdida que nos entristece y nos hace penetrar en una dimensión temblorosa, como si nos arrojáramos, sin saber nadar, en un profundo cenote pero que al mismo tiempo nos confiere el don de la transitoriedad, en suma, de percibir y sentir lo que se pierde?

Nadie ignora que la afirmación anti Lennon, pro-proto-filo-post marxista, es compartida, en un nivel superior –en el otro no hay problema, al pan pan y al vino vino– por todos los que intentan cauterizar las heridas que afligen al mundo, lo cual ha dado origen y sostén a políticas muy inmediatas y concretas: ningún político prosperaría si no se ocupara de las cosas concretas, diría alguno con toda convicción, si no se atribuyera comprenderlas y si por dudar de su existencia renunciara a hacer algo con ellas. No se podría, teniendo en cuenta el dolor que reina en el mundo y la necesidad de paliarlo, pensar de otro modo, aun no siendo secuaces de Lenin: Juan Domingo Perón, no precisamente uno de sus herederos, decía con duro e irrefutable acento: “la única verdad es la realidad”. “¿Qué es para usted la verdad, qué la realidad?” se le podría haber preguntado, pero eso parece tan obvio que casi es tonto decirlo. La realidad era lo que estaba enfrente, con una contundencia casi ofensiva: admitirlo desbarataba toda pregunta, todo cuestionamiento y si permitía actuar sobre ella entonces ahí estaba la verdad, no en las meras criaturas de la mente.

¿Qué valor, por lo tanto, tiene la frase de John Lennon? Se le podría decir que, en efecto, estamos de acuerdo, nada es real, pero la frase que dice que nada es real posee un nivel de realidad irrefutable, tanto que da lugar a una bella canción que todo el mundo entiende, como canción, no como un “es así” con el que es imposible manejarse. ¿Hay un antagonismo entre la poesía y las cosas? Más bien poesía y cosas circulan juntas como por un río subterráneo que las une y las hace indistintas, una y otra tienen la consistencia de los sueños.

Se puede, en consecuencia, negar o afirmar lo real, siempre quedará, como un “algo” sólido y que no se desvanece, la afirmación o la negación, las palabras que lo enuncian y que son, ellas, inmortales, las conozcamos o no. Para los idealistas tradicionales ser era ser percibido, o sea cuando hay una conciencia que las distingue y desaparecen cuando esa conciencia se eclipsa o se distrae pero, al mismo tiempo, esa conciencia no sólo precede a la percepción sino que es despertada, si está dormida, o creada, si no existe todavía, por algo que es exterior a ella.

Creo, a esta altura del razonamiento que la frase en cuestión es más una queja que otra cosa: la queja se produce porque las cosas reales nos son esquivas, porque las perdemos o porque no las hemos llegado a poseer. Queja amorosa, queja por el tiempo que se lo lleva todo, queja por la muerte que acecha o porque la poesía derrota a la muerte sólo en las palabras, no en el sujeto capaz de producirla. Quizás, inclusive, queja trivial porque todo eso que la motiva ya lo conocemos, está en nosotros desde que nacemos y en relación con todo. “¿Para quién te acicalas, vanidoso? Para la muerte”, pone en un epígrafe Arturo Cerretani en una de sus memorables novelas, como si nos quisiera recordar que un poeta llamado Francisco de Quevedo pasó toda su vida tratando de entender que la muerte no espera. Obviamente, no lo entendió, pero nos dejó una preciosa herencia: “serán ceniza mas tendrá sentido, polvo serán mas polvo enamorado”.