Gerardo Burton
geburt@gmail.com
SANTUARIO
Piedra a piedra,
avanzamos.
Con una migaja de luz
hicimos nuestra casa.
La hicimos con sangre y arena, la hicimos con ceniza.
Con los resabios del sueño
forjamos la imagen del destino.
La forjamos con sal y viento, la forjamos con ceniza.
Con lo que dejó la tormenta
cercamos el muro del abismo.
Lo cercamos con polvo de huesos, lo cercamos con ceniza.
Este poemario nace de la lectura que hizo Roel de los poemas de Paul Celan, ése que dio vuelta la sentencia de Adorno y optó por la poesía luego de Auschwitz. Y, ya que hablamos de sentencia, hay otro rasgo bíblico en estos poemas: la sentencia en forma de aforismo.
El título del libro alude a una contraseña, esa palabra secreta que, pronunciada de manera correcta, otorga un salvoconducto: autoriza el ingreso a un territorio o su salida de él, garantiza la sobrevivencia. La contraseña es el espejo no deseado del símbolo, ese objeto que, partido, guarda un acuerdo entre las gentes a través de los años y que restablece su sentido original al volver a unir sus partes. El símbolo implica un reconocimiento del otro; la contraseña, el sentido de pertenecer, de saber que no se es otro, un extranjero.
En el fondo, el contexto de estos poemas es la guerra aunque sus palabras discurran entre imágenes y las estrictamente violentas -cadalso, mendigos, cuchillos, balas, armas- parezcan pertenecer a un repertorio de metáforas. No. No lo son. La guerra está detrás de todo, es el telón de este escenario aparentemente amistoso.
Y si no, veamos: shibólet es una palabra tomada de una cita del libro de los Jueces -capítulo 12, versículos 5 y 6-. Los israelitas de Galaad, conducidos por Jefté, la utilizaron como estratagema para reconocer quién era de su pueblo y quién no. La explicación está en la página 59 del libro.
La pronunciación de esta palabra definía la pertenencia a ese pueblo, y los efraimitas no la decían igual que los israelitas. Por esa diferencia en el habla, cuarenta y dos mil fueron degollados en las riberas del Jordán. Son los números de la Biblia, que en estadísticas es como el Indec de Todesca. Jefté era hijo de una prostituta y había sido despreciado y exiliado por bastardo. En su destierro “se le juntó una banda de gente miserable que hacía correrías”, dice la Biblia. Era un jefe guerrillero, entonces. Y dada su habilidad estratégica, fue elegido por el pueblo para encabezar la guerra contra sus enemigos.
Esa historia está detrás de estos poemas, que hablan de otra cosa como ocurre casi siempre con la poesía. Diego Roel construye en este libro una nueva ficción poética a partir de estos elementos: los poemas de Celan, los versos bíblicos. Y ellos son la huella, los trazos que marca Roel en busca de su voz, un itinerario que comenzó nueve libros atrás -once, si se cuentan los inéditos-.
Finalizada la trilogía “santa” entre comillas, que componen Dice Jonás, Via Lucis -ambos del 15- y Kyrios -2016-, Shibbólet y el inédito Kadosh son otra voz, distinta de los lejanos Padre Tótem y Cuaderno del desierto. En cada libro y sucesivamente, Roel dispuso los elementos para construir eso que Irene Gruss dice del poema: que es ficción, que uno puede contar la muerte de su madre, pero eso no es un poema. El poema es un objeto estético que se hace con lo que a uno le pasa o “con lo que pasa en general”. Y es una paciente construcción, que dura días, que no se hace todos los días.
Entonces, se utilizan todas las voces disponibles porque el poema es también una construcción dramática. Diego Roel -para mí, Ordóñez- se apropia de voces de santos medievales, de poetas muertos, de poetas lejanos, de Allen Ginsberg, de Jabès, de Horacio Castillo, de Celia Gourinsky, de Jorge Smerling. De tantos, de muchos. En este momento con estos poemas cierra el círculo del Mediterráneo, que contiene ya a Jabès y a los hebreos de la Biblia: están a punto de entrar los griegos y su diáfano aire en la luz más transparente.
Hay en la poesía de Diego Ordóñez una pluralidad de voces, una pluralidad de protagonistas, un yo múltiple. El otro día hablaba por teléfono con un poeta porteño. Él comentaba el espectáculo que el actor mexicano García Bernal está haciendo con Pessoa y lo elogiaba tanto que dan ganas de ir a verlo pese al costo. Y coincidimos: Pessoa estaba loco, totalmente chiflado. De otra manera no podría haber creado tantos otros yo, con su biografía, con su propia poética, con sus diferentes fechas y lugares de nacimiento. Y sobre todo no podría haber compuesto una obra tan compleja, tan bella como la suya. Pessoa podía hacerlo porque estaba chiflado. Era poeta, dipsómano, astrólogo, pagano, inconformista. Era todo eso y mucho más, y eso le permitió ser quien fue. Quien es.
El resto de nosotros, incluido Diego Roel, participa de esa locura inmensa, sin límites casi. La poesía nos da eso, y eso es necesario para construir, encontrar y componer nuestra voz. En ese camino estamos. En ese camino está Shibbólet. Gracias por la escucha.
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