En el salón azul de la Biblioteca Central de la Universidad Nacional del Comahue, en Neuquén, el 2 de septiembre de 2015
Este
libro nació en torno de dos cafés sucesivos y que siempre parecían
el mismo, bebidos a lo largo y ancho de varias mesas en bares de esta
ciudad. Este libro fue la respuesta a una pregunta. ¿Y ahora qué
hago? Y bueno, publicá un libro, fue la respuesta. Es el libro de un
periodista. Pero sobre todo, es el libro de un amigo. Y también es
el libro que recopila la experiencia de la palabra de alguien que,
con paciencia, con perseverancia, se dedicó a hurgar en los
entresijos de una sociedad que se iba haciendo compleja, se expandía
y planteaba cada vez más interrogantes.
La
experiencia de la palabra, dice el poeta Roberto Juarroz, está
signada por muchos factores, pero sobre todo por dos: la necesidad y
la intensidad. Necesidad, porque si la palabra no dice, hay algo que
se destruye. E intensidad, porque decir esa palabra implica una
singular densidad, una fuerza particular.
Estas
definiciones, expresadas para explicar la poesía, son en cierto modo
aplicables a estos Papeles de domingo, que presenta hoy Héctor el
Vasco Mauriño. O mejor, que re presenta, pues ya aparecieron en su
momento, en su coyuntura específica, cuando la vida política y
social de la provincia necesitaba estos papeles, y con la intensidad
con que los necesitaba.
Este
regreso de los artículos que el Vasco escribió a lo largo de dos
décadas en el diario Río Negro, desde esa “fortaleza de la
soledad” en que convertía su escritorio los sábados por la tarde,
cuando no había mate que alcanzara para apurar el remate del
comentario, habla de la impiedad de la realidad argentina, de ese
casi eterno retorno de las cosas y las palabras, para poder entender,
interpretar descifrar este mosaico que es la historia política de la
Argentina. Y en particular, la de este rincón polvoriento, y
boscoso, la de este oasis cerril e hidrocarburífero que es Neuquén.
El
escenario está planteado, lo conocen los lectores de entonces,
también los de hoy. Pero hay más: el interés de estos textos, que
trabajan en varios registros, desde la reflexión admonitoria y casi
moral hasta el aguafuerte irónico, sarcástico, que se aplica sobre
la propia imagen reflejada en el espejo, es por cierto sabor
anticipatorio que se percibía en el momento de ser escritos y que
ahora es evidente. Están los hechos principales ocurridos en una
provincia de grandes conflictos, un territorio matrero, un sitio de
gente que se alza frente a los poderes sin medir demasiado si le dan
la altura o la hondura. Lo hace, sin más.
Y
así, fue anticipatorio en las luchas de los años noventa con el
piquete, que se patentó aquí, o con la caída no por irremediable
menos trágica, del servicio militar obligatorio. O la brutalidad sin
límite del neoliberalismo -y permítanme usar una palabra ridícula-
en tierno maridaje con la policía brava.
Eso
se hizo acá, como también se hizo la pelea por la vigencia de los
derechos humanos o ese catolicismo de vanguardia de De Nevares, o la
resurrección de una pelea ancestral en la que los vencidos volvieron
y reconstruyen su nación.
Y
el Vasco mira eso y lo escribe. Desde un oficio de sobreviviente,
como es el periodismo para la generación que lo aprendió en
redacciones antes que en claustros académicos. El periodismo como
ejercicio de la política por otros medios. El periodismo como
refugio, ese nuevo derecho que tenemos ahora los argentinos. El
periodismo como espacio de privilegio para cuestionar el poder desde
el no poder, como un francotirador que domina la escena con su visión
aunque sabe que más que explicarla, señalarla, poco podrá hacer.
En
tiempos en que este oficio casi convertido en profesión está en el
punto más alto de cuestionamiento y en el más bajo de credibilidad,
esta publicación de los Papeles de domingo viene a decir que esos
sencillos consejos de Rodolfo Walsh sobre leer las guías
telefónicas, los partes policiales y las gacetillas oficiales porque
allí hay mucha información, están más vigentes que nunca.
Y
nos recuerdan a Roberto Arlt, quien, en el prólogo a Los
Lanzallamas, decía que el futuro era nuestro por prepotencia de
trabajo. Pero me permito citar completo ese párrafo y, donde Arlt
escribe “literatura”, puodemos leer, también, “periodismo”.
Va la cita: “Crearemos nuestra literatura no conversando
continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad
libros que encierren la violencia de un cross a la mandíbula. Sí,
un libro tras otro, y que los eunucos bufen”. Entonces, la
prepotencia de trabajo es la premisa de un anatema, de ese lapidario
final. Porque de eso se trata. De que bufen.
GB
Neuquén,
septiembre de 2015
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