Desde Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy
Casares (Honorio Bustos Domecq), creadores de un “monstruo”
peronista grotesco y feroz, pasando por el Cortázar de “Casa
tomada”, “Ómnibus”, “Las puertas del cielo” y “El
examen”, o por “Cabecita Negra” del malogrado Germán
Rozenmacher, hasta llegar al “rolinga” de Juan Diego Incardona y
sus “conurbanos” de la caótica Buenos Aires de comienzos del
siglo XXI, el peronismo en el gobierno o en el llano, fue y es, tema
de intensos debates políticos o de inquietantes obras literarias. (tomado de la revista digital La Tecl@ Eñe)
Por Rubén A. Liggera*
(para La Tecl@ Eñe)
“Ese cuento [“Las puertas del
cielo”] está hecho sin ningún cariño, sin ningún afecto; es una
actitud realmente de antiperonista blanco, frente a la invasión de
los cabecitas negras...”
Julio Cortázar
En la anterior edición nos referimos a
los “monstruos”, -lo diferente, lo anómalo,-en la narrativa
argentina, desde Domingo Faustino Sarmiento refiriéndose a Juan
Manuel de Rosas, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares (Honorio
Bustos Domecq) a Juan Domingo Perón y anónimos cibernautas a la
Presidente Cristina Fernández (a) “La yegua”, una extrañeza de
la biología y monstruosidad al fin, en el bestiario misógino de la
política argentina.
Para no fatigar al lector, decidimos
dejar afuera a los “monstruos” cortazarianos de “Las puertas
del cielo”, porque lo haríamos ahora, cuando abordemos el tópico
“invasión” en la literatura argentina en estrecha relación con
el peronismo y su violenta irrupción en octubre de 1945.
El tema de la intrusión del “otro”,
el diferente, el bárbaro, extraño de la cultura dominante en
definitiva, aparece en varios relatos de Julio Cortázar.
Comenzaremos con “Casa tomada”, un cuento escrito en 1945.
Si bien el mismo Cortázar afirmaba que
fue producto de una pesadilla y debería ser leído como un cuento
fantástico, el contexto y el pensamiento político del autor por ese
entonces permite aceptar que fuera interpretado en clave política,
según la “hipótesis Sebrelli”(1966), que por alguna razón ha
resistido los embates del tiempo y de la crítica.
La historia es conocida: la casona es
ocupada lentamente por alguien o algo que no conocemos, pero podría
suponerse, legítimamente, que se trata de la incontenible avalancha
peronista; luego, los hermanos que la habitan deberán abandonarla:
“Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin
circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio,
eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego
la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada
puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina
cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido
venia impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra
o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo
tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía
desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la puerta
antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el
cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado…”[I](N
de la R: las negritas son nuestras)
Lo mismo sucederá en “Ómnibus” y
“Las puertas del cielo”, también publicados en Bestiario, de
1951, momento de su exilio voluntario de Cortázar en París. En el
primero, los protagonistas, Clara y el narrador, son acosados
sordamente por los pasajeros de un ómnibus. Todos llevan unos ramos
de flores, menos ellos. Finalmente, luego de un angustiante trayecto
por las calles de Buenos Aires, descienden y la amenaza quedará
atrás. Pero el muchacho compra dos ramos de pensamientos: “Alcanzó
uno a Clara, después le hizo tener los dos mientras sacaba la
billetera y pagaba. Pero cuando siguieron andando (él no volvió a
tomarla del brazo) cada uno llevaba su ramo, cada uno iba con el suyo
y estaba contento”[II]¿Acaso a partir de ahora serán iguales a
los demás?
La “seducción por la barbarie” en
Cortázar se evidencia también en “Las puertas del cielo”: el
protagonista es un abogado que frecuenta las milongas y observa los
comportamientos sociales de Mauro y Celina, sirvientitas y demás
“monstruos”. Son verdaderas fichas de un sociólogo, que mira al
otro, al distinto, desde afuera: “Me parece bueno decir aquí que
yo iba a esa milonga por los monstruos, y que no sé de otra donde se
den tantos juntos. Asoman con las once de la noche, bajan de regiones
vagas de la ciudad, pausados y seguros de uno o de a dos, las mujeres
casi enanas y achinadas, los tipos como javaneses o mocovíes,
apretados en trajes a cuadros o negros, el pelo duro peinado con
fatiga, brillantina en gotitas contra los reflejos azules y rosa, las
mujeres con enormes peinados altos que las hacen más enanas,
peinados duros y difíciles de los que les queda el cansancio y el
orgullo. A ellos les da ahora por el pelo suelto y alto en el medio,
jopos enormes y amaricados sin nada que ver con la cara brutal más
abajo, el gesto de agresión disponible y esperando su hora, los
torsos eficaces sobre finas cinturas. Se reconocen y se admiran en
silencio sin darlo a entender, es su baile y su encuentro, la noche
de color. (Para una ficha: de dónde salen, qué profesiones los
disimulan de día, qué oscuras servidumbres los aíslan y
disfrazan.) Van a eso, los monstruos se enlazan con grave
acatamiento, pieza tras pieza giran despaciosos sin hablar, muchos
con los ojos cerrados gozando al fin la paridad, la completación. Se
recobran en los intervalos, en las mesas son jactanciosos y las
mujeres hablan chillando para que las miren, entonces los machos se
ponen más torvos y yo he visto volar un sopapo y darle vuelta la
cara y la mitad del peinado a una china bizca vestida de blanco que
bebía anís. Además está el olor, no se concibe a los monstruos
sin ese olor a talco mojado contra la piel, a fruta pasada, uno
sospecha los lavajes presurosos, el trapo húmedo por la cara y los
sobacos, después lo importante, lociones, rimmel, el polvo en la
cara de todas ellas, una costra blancuzca y detrás las placas pardas
trasluciendo. También se oxigenan, las negras levantan mazorcas
rígidas sobre la tierra espesa de la cara, hasta se estudian gestos
de rubia, vestidos verdes, se convencen de su transformación y
desdeñan condescendientes a las otras que defienden su color.
Mirando de reojo a Mauro yo estudiaba la diferencia entre su cara de
rasgos italianos, la cara del porteño orillero sin mezcla negra ni
provinciana, y me acordé de repente de Celina más próxima a los
monstruos, mucho más cerca de ellos que Mauro y yo” [III]La cita
habrá resultado extensa, pero valió la pena.
Cortázar volverá sobre el tema en “La
banda”, un cuento publicado en 1956, cuando “cocineras
endomingadas”, literalmente, ocupan el Gran Cine Ópera, donde se
exhibirá una película de Anatole Litvak, en una Buenos Aires, que
por 1947, ya gobernando el peronismo, andaba “escasa de novedades”
(SIC).
Obsérvese que no se trata de personas
sino de bultos, cuerpos, cosas: “A la derecha de Lucio se sentó un
cuerpo voluminoso que olía a Cuero de Rusia de Atkinson, lo que ya
es oler. El cuerpo venía acompañado de dos cuerpos menores que
durante un rato bulleron intranquilos y sólo se calmaron a la hora
de Donald Duck”. Y una vez más, estamos ante la anomalía, el
intersticio fantástico (¿o político?) en la cotidianeidad: “Había
algo ahí que no andaba bien, algo no definible. Señoras
preponderadamente obesas se diseminaban en la platea, y al igual que
la que tenía al lado aparecían acompañadas de una prole más o
menos numerosa. Le extrañó que gente así sacara plateas en el
Ópera, varias de tales señoras tenían el cutis y el atuendo de
respetables cocineras endomingadas, hablaban con abundancia de
ademanes de neto corte italiano, y sometían a sus niños a un
régimen de pellizcos e invocaciones” (…) “Lucio empezó a
preguntarse si no se habría equivocado, aunque le costaba precisar
cuál podía ser su equivocación. En ese momento bajaron las luces,
pero al mismo tiempo ardieron brillantes proyectores de escena, se
alzó el telón y Lucio vio, sin poder creerlo, una inmensa banda
femenina de música formada en el escenario, con un canelón donde
podía leerse: BANDA DE `ALPARGATAS´” ¡Libros, sí, alpargatas,
no, carajo!
Ya terminada la rara función y la
ejecución de una banda musical trucha, el personaje, sentado en El
Galeón, embargado por una angustiante sensación de extrañeza
comprende finalmente los hechos: “Lo que acababa de presenciar era
lo cierto, es decir lo falso. Dejó de sentir el escándalo de
hallarse rodeado de elementos que no estaban en su sitio, porque en
la misma conciencia de un mundo otro, comprendió que esa visión
podía prolongarse a la calle, a El Galeón, a su traje azul, a su
programa de la noche, a su oficina de mañana, a su plan de ahorro, a
su veraneo de marzo, a su amiga, a su madurez, al día de su
muerte”[iv]
Para terminar con Cortázar debemos
citar su novela póstuma “El examen”, escrita en 1950, pero
publicada póstumamente en 1986. Aquí su anti peronismo se hizo más
explícito y tal vez su autocrítica posterior, hizo que no la
publicase en vida. Un grupo de jóvenes, todos ellos educados, es
decir, civilizados y cultos, observa a los adoradores del hueso, el
populacho, la barbarie, que invade Buenos Aires: “Todo Buenos Aires
viene a ver el hueso-dijo-. Anoche llegó un tren de Tucumán con mil
quinientos obreros. Hay baile popular delante de la Municipalidad (…)
Hicieron el santuario tomando la pirámide como uno de los soportes”.
La ocupación física de la Plaza de
Mayo se reiterará constantemente en las grandes decisiones políticas
argentinas y se reflejará en la literatura. Pero tal osadía no será
aceptada, nunca, jamás, por el cosmopolita habitante de la ciudad
puerto. Cortázar le pone voz a este acendrado sentimiento: “Esto
es cosa de la piel y de la sangre. Te voy a decir una cosa terrible,
cronista. Te voy a decir que cada vez que veo un pelo negro lacio,
unos ojos alargados, una piel oscura, una tonada provinciana, me da
asco.”[V] (N de la R.: el subrayado es nuestro)
En 1961, en plena resistencia
peronista, se publica “Cabecita Negra” del malogrado Germán
Rozenmacher. Se trata de un homenaje a “Casa tomada”, pues la
casa de este “buen burgués” es ocupada por una “china” y su
hermano policía: “El señor Lanari recordó vagamente a los negros
que se habían lavado alguna vez las patas en las fuentes de plaza
Congreso. Ahora sentía lo mismo. La misma vejación, la misma rabia.
Hubiera querido que estuviera ahí su hijo. No tanto para defenderse
de aquellos negros que ahora se le habían despatarrado en su propia
casa, sino para enfrentar todo eso que no tenía ni pies ni cabeza y
sentirse junto a un ser humano, una persona civilizada. Era como si
de pronto esos salvajes hubieran invadido su casa. Sintió que
deliraba y divagaba y sudaba y que la cabeza le estaba por estallar.
Todo estaba al revés. Esa china que podía ser su sirvienta en su
cama y ese hombre del que ni siquiera sabía a ciencia cierta si era
policía, ahí, tomando su coñac. La casa estaba tomada “(N. de la
R.: las negritas son nuestras).”
Rozenmacher evidencia la fobia racista
de nuestra clase media, exégeta-tanto ayer como hoy- de los
prejuicios y de las actitudes políticas de la clase dominante. El
final del relato es memorable: “Algo había sido violado. La
´chusma`, dijo para tranquilizarse, ´hay que aplastarlos,
aplastarlos`, dijo para tranquilizarse. ´La fuerza pública`, dijo,
´tenemos toda la fuerza pública y el ejército`, dijo para
tranquilizarse. Sintió que odiaba. Y de pronto el señor Lanari supo
que desde entonces jamás estaría seguro de nada. De nada” [VI]
El horror ante el invasor bárbaro, es
un temor recurrente de las clases dominantes que en ciertas
oportunidades de nuestra historia han visto peligrar sus privilegios
económicos, sociales y estéticos. En nuestra literatura, desde el
texto fundacional de Esteban Echeverría, “El matadero”, hasta
acá, la violencia política, la exclusión y los prejuicios raciales
aparecen recurrentemente. Y mucho más, luego de las jornadas
populares de octubre de 1945.
Desde el citado Bustos Domecq, creador
de un “monstruo” peronista grotesco y feroz, al “rolinga”
Juan Diego Incardona y sus “conurbanos” de la caótica Buenos
Aires de comienzos del siglo XXI, el peronismo en el gobierno o en el
llano, fue y es, tema de intensos debates políticos o de
inquietantes obras literarias.
*Poeta y periodista
[I] Cortázar, julio, El Examen, 2014.
[II] Rozenmacher, Germán, “Cabecita
negra”, en Cabecita negra, 1961.
[III] Cortázar, Julio, “Las puertas
del cielo”, ibídem.
[IV] Cortázar, Julio, “La banda”,
en Final del juego, 1989.
[V] Cortázar, julio, El Examen, 2014.
[VI] Rozenmacher, Germán, “Cabecita
negra”, en Cabecita negra, 1961.
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