Han pasado más de sesenta años, y sin
embargo, aún perduran aquél odio de clase, el mismo rechazo a la
invasión, el miedo irracional al otro, al diferente. En la
reactualización de la antítesis civilización-barbarie, sectores de
la población se han desplazado de la figura del Monstruo a la de la
Yegua. El mismo amor, el mismo odio, demuestran que en lo sustancial
poco ha cambiado desde aquel octubre de 1945. (Tomado de La Tecl@ Eñe)
Por Rubén A. Liggera*
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Daniel Santoro
En una nota anterior afirmamos que
según el concepto de la denominada “cultura oficial”,
-pensamiento arraigado, casi de sentido común, - el peronismo no
sería más que otra expresión de la “barbarie”. De tal modo
que, su relación con la cultura y la literatura sería una anomalía,
un hecho sumamente improbable o casi imposible. Antitético como un
oxímoron.[1]
Aquél “aluvión” que en 1945
irrumpe de manera incontenible en el sistema cultural argentino-aún
hoy, aunque en menor medida por suerte-resulta incomprendido por gran
parte de nuestra intelectualidad y vastos sectores sociales medios y
altos. “Alta cultura” versus “cultura popular”, o sea libros
en disputa con alpargatas, no es más que la representación de una
lucha más profunda que tiene que ver con el cuestionamiento del
poder y la distribución de bienes materiales y simbólicos.
¿Qué podría esperarse de aquella
“negrada” ensoberbecida? Nada más que guarangadas y ultrajes a
las letras y a las “bellas artes”.
Desde el fondo de nuestra historia
hasta los días que corren han colisionado violentamente las elites
dominantes y las masas sometidas. El puerto y el interior, el libre
comercio y la producción industrial con consumo interno, la
civilización y la barbarie. Este esquema -aunque binario y
simplificador-sirve para interpretar los momentos decisivos y
dramáticos de nuestro pasado.
Aún reconociendo que durante los
gobiernos de Perón no descollaron grandes escritores o eximios
poetas, quizás porque lo popular no recurre a la innovación sino a
la retórica conocida y nemotécnica, -aceptada con gusto por las
mayorías iletradas-, durante el primer peronismo el Estado fue un
inédito promotor de la cultura en Argentina.[2]
Sin embargo, desde 1947, con “La
fiesta del monstruo”, observamos una serie de textos literarios que
podría interpretarse como de sucesivas reescrituras de “El
matadero” de Esteban Echeverría. En este caso, solamente nos
ocuparemos del texto antiperonista iniciático.
Monstruos
El peronismo como tema literario
aparece en 1947, con “La fiesta del Monstruo”, un cuento de
circulación clandestina escrito por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy
Casares (luego publicado en 1955, derrotado Perón, con el pseudónimo
de Bustos Domecq en el diario Marcha de Montevideo)
Podríamos considerarlo como el inicio
de una serie de relatos que no son más que reescrituras de “El
Matadero” de Esteban Echeverría, bajo el concepto sarmientino de
“civilización-barbarie”, concebido durante el rosismo, a
mediados del siglo XIX.
No por casualidad, está inicialado por
un verso de Hilario Ascasubi: “Aquí empieza, su aflición” (La
Refalosa) En efecto, si en el poema quien habla es un sanguinario
mazorquero, el narrador de este cuento también es un “bárbaro”:
un muchacho peronista.
Con lenguaje paródico, grotesco y
burlón, que pretende remedar el habla popular y no es más que un
cocoliche inverosímil, Borges-Bioy ridiculizan a más no poder a los
seguidores de Perón.
El gordo, le cuenta a su novia, la
Nelly, las peripecias del viaje desde Tolosa, en las afueras de La
Plata, hasta la Plaza de Mayo para escuchar las palabras del
“Monstruo” el 17 de Octubre de 1947. Obviamente, se trata del
Presidente de la República, Juan Domingo Perón. Luego, la “mersa”
–las alpargatas, la barbarie- arremete contra un estudiante judío
–los libros, la civilización- contrario al líder (como el
unitario de Echeverría) y lo mata a piedrazos. En aquél contexto
histórico, además Perón era igual a Hitler. Por lo tanto, su
régimen era considerado antisemita y violento. Otro mito alejado de
la verdad histórica.
Como afirma Ricardo Piglia, este cuento
es “La fiesta atroz de la barbarie popular contada por los
bárbaros. La parodia funciona como diatriba política, como lectura
de clase se podría decir. La forma está ideologizada al extremo (…)
´La fiesta del monstruo´ es un texto de una violencia retórica
increíble, es un texto límite, difícil encontrar algo así en la
literatura argentina”[3]
El Gordo, tal vez colectivero (un
trabajador, sin dudas) viste mameluco y “corbatita de lana con
dibujos animados”; tiene pie plano, es un “callorda”, de cuello
corto y panza “hipopótamo” (lo apodan “panza de vidrio”); se
llama a sí mismo Pato Donald, “chanchito” y “payaso” de la
Nelly. Es iletrado, apela a refranes y frases hechas: “pensaba
acostarme con las gallinas”, “Bien me parece tener leído en uno
de esos quioscos fetentes que no hay mal que por bien no venga”,
etc. Soñar que el Monstruo (“el gran laburante”) lo había
nombrado su “mascota”, “su Gran Perro Donzo: indica
subordinación, amaestramiento, fidelidad. (“Aplaudidores”,
dirían hoy)
Otro dato interesante: la
desvalorización de la juventud. Dicen B-B: “la merza”: “…todos
argentinos, todos jóvenes, todos del sur”, “farabutaje sin
abuela”, “chichipíos”,”el seno de los valientes”. Viajan
en camión, son comparados con ganado, pasan por una manga,
“transpiran grasa”, ”entonando la marcha que es nuestra
bandera”; se pedorrean, gastan bromas pesadas y cometen actos de
vandalismo: “No te digo niente de la olorosa que cantó por lo bajo
el tano Potasman, a la misma vista de Sarandí y de aquí lo aplaudo
como un cuadrumano a Tornillo sin Fin que en buena ley vino a ganar
su medallón de Vero Desopilante, obligándome bajo amenaza de
tincazo en los quimbos, a abrir la boca y cerrar los ojos: broma que
aprovechó sin un desmayo para enllenarme las entremuelas con la
pelusa y los demás producidos de los fundillos. Pero hasta las
perdices cansan y cuando ya no sabíamos lo que hacer, un veterano me
pasó la cortaplumita y la empuñamos todos a uno para más bien
dejar como colador el cuero de los asientos.”
La topografía popular del cuento, es
un “foco de población muerto de hambre”: Tolosa, Fiorito, Villa
Domínico, Ciudadela, Villa Luro, La Paternal, Villa Crespo.
Los almuerzos de la muchachada son los
clásicos “sanguiches de chorizos”, “arrolladitos con salame”,
“panetún”, “media botella de Vascolet” y “milanesa fría”
El paroxismo de la barbarie llega sin
duda con la muerte del joven estudiante: “El primer cascotazo lo
acertó, de puro tarro, Tabacman, y le desparramó las encías, y la
sangre era un chorro negro. Yo me calenté con la sangre y le arrimé
otro viaje con un cascote que le aplasté una oreja y ya perdí la
cuenta de los impactos, porque el bombardeo era masivo. Fue
desopilante; el jude se puso de rodillas y miró al cielo y rezó
como ausente en su media lengua. Cuando sonaron las campanas de
Monserrat se cayó, porque estaba muerto. Nosotros nos desfogamos un
rato más, con pedradas que ya no le dolían. Te lo juro, Nelly,
pusimos el cadáver hecho una lástima. Luego Morpurgo, para que los
muchachos se rieran, me hizo clavar la cortapluma en lo que hacía
las veces de cara.”
Finalmente, en una verdadera
banalización del mal, el cadáver del joven judío es quemado y sus
preciadas pertenencias son distribuidas entre los miembros de la
banda: “El remate no fue suceso. Los anteojos andaban misturados
con la viscosidad de los ojos y el ambo era un engrudo con la sangre.
También los libros resultaron un clavo, por saturación de restos
orgánicos. La suerte fue que el camionero (que resultó ser
Graffiacane), pudo rescatarse su reloj del sistema Roskopf sobre
diecisiete rubíes, y Bonfirraro se encargó de una cartera
Fabricant, con hasta nueve pesos con veinte y una instantánea de una
señorita profesora de piano, y el otario Rabasco se tuvo que
contentar con un estuche Bausch para lentes y la lapicera fuente
Plumex, para no decir nada del anillo de la antigua casa Poplavsky.
Presto, gordeta, quedó relegado al olvido ese episodio callejero.”
[4]
“Yeguas”
Han pasado más de sesenta años, y sin
embargo, aún perduran aquél odio de clase, el mismo rechazo a la
invasión, el miedo irracional al otro, al diferente; en este caso,
al “cabecita”, al postergado, al sumergido. Resentimiento que
cobra fuerte identificación en los líderes populares que los
representaron en el pasado y que aún encabezan sus reivindicaciones.
Para ellos, el desprestigio y si fuera posible, la muerte.
Desde Juan Manuel de Rosas y los
caudillos del interior sublevados contra el poder centralista,
pasando por el “Peludo” Hipólito Yrigoyen, el “Tirano” Juan
Domingo Perón, la despellejada Eva Perón, la “Yegua”
predecesora, el “Bizco” Néstor Kirchner, hasta su esposa y
actual Presidente, Cristina Fernández: la loca bipolar o
simplemente, la “Yegua”.[5]
El poder permanente y sus voceros-los
grandes medios y sus réplicas en las redes sociales- fogonean esta
imagen negativa de Cristina, de la Cámpora, del kirchnerismo y del
peronismo en general.
El espíritu cacerolero –espejo de
ese poder invisible- manifiesta con violencia su odio hacia el pueblo
y su conductora. No se ahorran insultos ni gestos denigratorios,
porque además, ellos van a las concentraciones como auto convocados,
sin banderías políticas(¿?), por sus propios medios, con espíritu
republicano mientras que la chusma es arriada por punteros y
sindicalistas, llevados a la plaza en bondis, con la promesa de algún
plan, unos pesitos o el chori y la coca.
La gente “como uno” y bien
pensante, nada tiene que ver con el pueblo sufriente y esperanzado;
no comprenden el significado de la palabra “militancia” de modo
que consideran que el populacho se moviliza por ignorancia o por
algún interés. Como aquella imagen de “La fiesta del monstruo”,
suponen que son arriados como ganado para apoyar y aplaudir a un
demagogo sin escrúpulos, por el cual además, son capaces de dar la
vida.
No conocemos textos literarios
actuales, pero acorde a estos tiempos de medios de comunicación
omnipresentes, sólo basta ver las fotografías o las imágenes
televisivas para interpretar connotativamente el mensaje explícito y
reponer lo que se oculta. Por un lado blanquitos, de mediana edad,
bien vestidos y supuestamente educados (aunque no muestren carteles o
monigotes alusivos con insultos varios que piden la destitución o la
muerte de la yegua)
Por otra parte, las imágenes y las
crónicas se cargan de significado negativo: una turba de desaliñados
o con torsos desnudos, preeminentemente jóvenes, de piel oscura, tal
vez ebrios que con bombos y redoblantes participan de un aquelarre
plebeyo.
No toleran –porque no comprenden
quizás- esa relación directa y sin intermediarios entre el pueblo
y sus líderes en las democracias latinoamericanas (llamadas
despectivamente “populistas”), que por su propia historia y
particularidades suelen alejarse del modelo socialdemócrata europeo.
Como ejemplo, un meme en un sitio
furiosamente anti kircherista[6]: sobre una imagen de ganado
conducido por varios arrieros a caballo y con fondo de la casa
Rosada, la siguiente leyenda arriba: “Gran arreo $ 1 M Si pagan
voy”, más abajo: “La participación especial de `la yegua´ y la
participación de ´chanchito `Máximo´”. Y al pie: “Auspician:
los 40 millones de argentinos”.
¿Quieren otro?: un gordo en pantalón
de baño está durmiendo la mona sobre un banco; detrás un colectivo
con la leyenda: “Kristina. ¡Carajo! Avellaneda”; un globo de
historieta reza: “Cacho teléfono!!!!!! Una tal Cristina dice que
hay laburo pal´ 1º de Marzo!...Cachooooo!”.
Hay muchos más, pero para no hacerla
más larga y cansadora por lo obvio, un par más. 1) Cristina recibe
un regalo de cumpleaños: ¡un helicóptero! (¡qué risa!) y 2) En
un cuadro de historieta un dibujo muestra a la presidenta vestida
como para matar y bailando cara a cara un con el presidente de Irán.
Este pregunta: “¿No habrá investigación?” y Cristina le
contesta: “No, pero después del tango, un poco de petróleo….
¿de acuerdo?”. Fin de letrinet. Literatura prosaica muy siglo XXI,
pero literatura al fin.
Tal vez convenga aclarar que en la
concentración popular del 1º de Marzo asistieron a la plaza en
apoyo de la Presidente muchas familias con sus hijos, agrupaciones
juveniles, además de los clásicos militantes organizados. Pura
alegría de por lo menos tres generaciones. Nada o muy poco del
estereotipado peronista del “aluvión zoológico”.
El mismo amor, el mismo odio, en fin,
demuestran que en lo sustancial poco ha cambiado desde aquel octubre
de 1945 cuando el “hecho maldito” transformara para siempre a la
política y a la sociedad argentina.
*Poeta y periodista
Referencias
[1] Figura retórica muy utilizada por
la poesía. Recordemos: El oxímoron es una figura lógica que
consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola
expresión, que genera un tercer concepto. Dado que el sentido
literal de oxímoron es opuesto, “absurdo”, se carga de sentido
metafórico: «Es hielo abrasador, es fuego helado, / es herida que
duele y no se siente/es un soñado bien, un mal presente/es un breve
descanso muy cansado” y así por el estilo, escribió el gran
Francisco de Quevedo, uno de los principales exponentes del Siglo de
Oro español, en el siglo XVII, para definir al “niño Amor”.
[2] Fiorucci, Flavia. “La
administración cultural del peronismo. Políticas, intelectuales y
Estado”, Working Paper Nº 20, University of Maryland, EE.UU. Este
esfuerzo fue abortado quizás por un mutuo recelo, pero sobre todo,
por la desconfianza de los escritores hacia el Estado benefactor,
paradigma político del peronismo.
Afirma la autora que la creación de la
Secretaría de Cultura, tenía como objetivo ”elevar el nivel
cultural de la población, llevando la cultura a todos los rincones
del país”, mejorar las condiciones de la clase intelectual, y en
especial, “los intelectuales de tierra adentro”, siempre
relegados. Se pretendía la democratización y la “federalización
del consumo de la cultura”, un logro en debate y en proceso de
construcción en los días que corren.
Lo cierto es que la gestión peronista
de la cultura se destacó –como señaláramos- por la creación de
la Secretaría de Cultura en 1948 y la triplicación de su
presupuesto, la creación de la Orquesta Sinfónica del Estado, el
Tren Cultural para que más gente acceda a los bienes culturales,
¡apoyo a la CONABIP!, que en 1954 alcanza a 1.623 bibliotecas
populares y a 5.535.521 lectores, incremento de conferencias y
audiciones radiales, elencos teatrales-uno de ellos infantil-que
recorrían el país, la Orquesta de Música Popular; en 1949 un
Certamen Nacional de Teatro Vocacional(ya hacia 1954 existían 165
elencos teatrales), la creación de la Dirección Nacional de Cultura
en 1954, a cargo del poeta José María Castiñeira de Dios, y en
1954, la primera edición del Festival Internacional de Cine de Mar
del Plata (la industria cinematográfica alcanzó uno de sus mejores
momentos). La unificación de la AEA (Asociación de Escritores
Argentinos) y la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) fracasó,
según Fiorucci, porque “se interpretó como un ataque a la
autonomía del campo intelectual”.
[3] Piglia Ricardo, “Política y
ficción: un entrevero argentino”, Revista Unidos, junio de 1986.
[4] Borges, Jorge L-Bioy Casares,
Adolfo, “La fiesta del Monstruo” en Nuevos cuentos de Bustos
Domecq, Bs.As, 1977
[5] Su acepción puede ser laudatoria:
mujer atractiva y con buen cuerpo, o despectiva: mujer de moral
cuestionable o reprensible. En los casos de Evita y de Cristina se
dan simultáneamente y en contradicción ambos aspectos: se las
admira y a la vez se las difama.
[6] El anti K: Comunidad, en
www.Facebook.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario