En ocasión de recordarse la publicación de la novela de Julio Cortázar en los años sesenta.
por Gerardo Burton
Una rayuela es el ascenso de la tierra al cielo realizado a
la intemperie. O del infierno al cielo, y la intemperie está atemperada por un
laberinto. Pero se llega al cielo. Un premio pobre, si se quiere, un Grial
devaluado al que el caballero andante accede mediante el deliberado desorden de
los sentidos que lo acompaña todo el itinerario. Es “la oscura necesidad de
evadir el estado de homo sapiens hacia… ¿qué homo?”
Pero en “Rayuela”, Julio Cortázar inicia también un descenso
que supone abandonar las seguridades burguesas y las firmezas del pensamiento
del “sapiens”, abre la posibilidad de desdoblarse en un otro que alienta la
busca incesante y desmonta con una paciencia metafísica los mecanismos de
hipocresía a fuerza de arte y surrealismo. Vencer al dragón, conquistar la dama
y encontrar esa vida que “está en otra parte”.
Este descenso implica una épica, esa épica del perdedor a
sabiendas que mira, desde Heráclito y desde los pensadores del margen que
quedaron a la intemperie, las alturas a que ha llegado la civilización
occidental de la década del sesenta.
Hay un estrecho vínculo entre la ruptura de la novela
tradicional, el lenguaje dislocado y la metafísica occidental que estalla en
pedazos a partir de “Rayuela”. El rescate de las esquirlas como indicios de lo
nuevo y de lo otro en tanto totalmente otro tiene dos articulaciones: la
palabra y el erotismo, y a veces sólo este último, y la música, el jazz que es
el paisaje sonoro más importante del texto.
Lo fragmentario anticipa la posmodernidad de fin de siglo,
la caída de las metafísicas ya flexibilización de las religiones. Además, la
intemperie como lugar en el mundo cumple la profecía con que años después
Cortázar saludará a los estudiantes de París: “ustedes son la guerrilla contra
la muerte climatizada que se les quiere vender como porvenir”.
La única respuesta está en el otro y en la ironía como
método de conocimiento y de re-conocimiento en la intemperie. Cortázar en
“Rayuela” llevó al límite los postulados de Rimbaud pero, en lugar de traficar
armas en Etiopía, desmontó el sujeto de la modernidad y de la razón y sus
monstruos.
En ambos –Rimbaud y Cortázar- la vida está en juego, sin
retorno. Nada hay más desolador que el agua de la lluvia metiéndose por el
cuello de la canadiense de Oliveira cuando el viaje por París termina y él
queda como un Ulises de utilería, sin Itaca ni Penélope. Sólo vuelve la
pregunta inicial, que se repite como un mantra: “¿Encontraría a la Maga?”
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