La Argentina está acostumbrada a los fascismos de baja densidad.
Desde 1955, el país vivió una democracia controlada,tutelada que obvió la participación de las mayorías. El punto culminante de esos ejercicios pseudodemocráticos fue el demócrata radical Arturo Illia, que obtuvo el 23 por ciento de los votos con la proscripción del peronismo.
Hoy en día, hay dos versiones de ese fascismo blando: el de la oracular Elisa Carrió, a todas luces descartable y prescindible, y el más peligroso de los medios de comunicación y el establishment.
En este punto tenemos que focalizarnos: como herencia de las jornadas de 2001, la autoridad que tenía el papel impreso de los diarios, ahora la autoridad moral es de las organizaciones no gubernamentales, rebautizadas de "la sociedad civil" para que no tengan ningún punto de contacto ni deuda con la política.
La realidad es que están vaciando -o queriendo vaciar- la política de contenido. Allá ellos. Hay que responder con Eva: no dejar ni un ladrillo que no sea peronista.
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