Tercera entrega de las fichas del taller ofrecido entre febrero y abril de 2022 a integrantes del Centro de Estudios Patagónicos de Estudios Latinoamericanos, CEPEL, de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue.
Gerardo Burton (geburt@gmail.com)
1.- TRADICIONES DEL PENTATEUCO
Los cinco tomos o rollos, tal es el significado de la palabra griega pentateuco, también conocida como “la ley” o “la Torá”, constituyen una obra única. Sin embargo, desde hace mucho tiempo los especialistas han caído en la cuenta de que era una composición sucesiva de varios autores a lo largo de los siglos, por lo cual concluyeron que este conjunto de textos era la fusión de cuatro tradiciones principales escritas en distintas épocas.
El Pentateuco contiene los siguientes libros: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio-. Se compuso en varias etapas:
1.- El núcleo original es el relato de los acontecimientos del éxodo desde Egipto hacia Palestina -la “tierra prometida”- y la personalidad de Moisés. Aunque se le atribuye la autoría, Moisés no escribió el Pentateuco, que es la compilación de cuatro documentos muy posteriores a la época de la salida de Egipto, el cruce del mar Rojo y la peregrinación posterior en la península de Sinaí.
En principio, pueden identificarse dos estilos narrativos, uno yahvista, redactado en el siglo IX a.C. en Judá y que recoge el relato del Génesis con el nombre de Yahvé. Una segunda es la tradición elohísta, recogida hacia los siglos IX y VIII a.C. en Israel. Cuando ocurre la caída de este segundo reino -el del norte-, los relatos se funden en un solo texto que, después del reinado de Josías se completan con el Deuteronomio. La corriente Sacerdotal (P) se redacta tras el destierro en Babilonia hacia el siglo VI a.C.
2.- Se componen y se transmiten, ya oralmente, ya por escrito, pequeños fragmentos en forma de relatos, leyes, discursos, meditaciones sobre determinado acontecimiento, celebraciones litúrgicas... Estos textos ya contienen las cuatro vertientes: durante el reinado de Salomón se redactan los más antiguos -yahvistas-; los elohístas, después de la división del reino, la deuteronomista, contenida en el libro de ese nombre pero con influjo en las otras dos y, finalmente, la sacerdotal.
3.- En épocas sucesivas, los escribas (profetas, sacerdotes, sabios) releyeron estos fragmentos y establecieron los relatos tal como se los conoce hoy en día.
Las tradiciones:
1. La tradición YAHVISTA (identificada por la letra J), designa a Dios como Yahvé. Este nombre, en hebreo, se escribe YHWH y significa “soy el que soy”, una perífrasis que no supone ningún atributo ni categoría personal o fantástica. A Dios no se lo puede ver ni nombrar, ésa es la esencia del nombre. Esta tradición nació en la época de Salomón, hacia el año 950 a.C., en los ambientes reales de Jerusalén. En estos textos, el rey ocupa un lugar importante; él constituye la unidad de la fe y del pueblo. A tal punto que, entre los atributos o menciones de este Dios, está el de, por ejemplo, Yahvé Sebáot (1S 1,3) que significa Dios de los ejércitos (y que se interpreta como quien reina y conduce los astros, las constelaciones, y los poderes de este mundo).
YHWH en fenicio, en arameo y en hebreo moderno (imagen de internet)
Algunos rasgos del yahvista:
Es un narrador maravilloso. Sus relatos son muy vistosos, siempre concretos y llenos de imágenes. Dios es representado con frecuencia como un hombre (antropomorfismo): en el relato de la creación aparece alternativamente como jardinero, alfarero, cirujano, sastre... Es su forma de hablarnos de Dios y del hombre, y se revela profundo teólogo.
Un Dios muy humano. Se pasea con Adán como con un amigo (Gn 2), se invita a almorzar en casa de Abraham y comercia con él (Gn 18)... El hombre vive familiarmente con él y lo encuentra en lo cotidiano de su vida.
Un Dios diverso. Este Dios es el dueño: manda o prohíbe (Gn 3, 16); llama: Vete... Sal… Así les dice a Abraham, a Moisés; tiene un proyecto sobre la historia.
Su bendición debe hacer feliz a su pueblo y a través de él extenderse a todos los pueblos. El hombre debe responder a esta llamada de Dios, debe obedecerle.
El pecado del hombre consistirá en querer suplantar a Dios. Este pecado atraerá sobre el hombre la maldición: Caín, el diluvio, la torre de Babel...
Es un Dios siempre dispuesto al perdón, fundamentalmente ante la oración de intercesores como Abraham (Gn 18) o Moisés (Ex 32, 11-14) y a renovar su bendición.
Pocos textos legislativos o de orden cultual.
2. La tradición ELOHÍSTA (letra E) llama a Dios Elohim. Nació hacia el 750 a.C., en el reino del norte, luego de la división tras la muerte de Salomón. Judá quedó al sur e Israel al norte. Es una tradición muy marcada por el mensaje de profetas como Elías u Oseas, a quienes concede gran importancia.
Elhoim: El (dios, divinidad). Viene de Elhoa (la divinidad, el dios) y es un plural mayestático (las divinidades). Se utilizaba la palabra El para referirse a Yahvé (imagen de internet)
Algunos rasgos del elohísta:
Su arte es menos vivo, más sobrio, menos concreto. Dios es distinto del hombre. El elohísta evita habitualmente los antropomorfismos. Este Dios inaccesible se revela por medio de sueños. Cuando habla personalmente, lo hace a través de teofanías o apariciones esplendorosas. No es posible elaborar una imagen de la divinidad.
El elohísta se interesa mucho por cuestiones de moral y su sentido del pecado va en aumento. Explica, por ejemplo, que Abraham no mintió (comparar Gn 12, 10s. -yahvista- con Gn 20 -elohísta). La ley dada por Moisés se preocupa menos de la forma de celebrar el culto que de la moral, de los deberes para con Dios y con el prójimo.
El culto verdadero consiste en obedecer a Dios y respetar la alianza, rechazando toda alianza con falsos dioses.
Los verdaderos hombres de Dios no son el rey o los sacerdotes, sino los patriarcas, los jueces, los líderes del pueblo y los profetas: Abraham, Moisés (el más grande), después Elías, Eliseo...
La reflexión del elohísta hunde sus raíces en la corriente profética y la reflexión de los sabios.
3. La tradición DEUTERONOMISTA (letra D) se halla contenida en el Deuteronomio, pero su influencia se extiende a los otros libros. Comenzó a escribirse en los ambientes levíticos del reino del norte hacia el siglo VIII a.C. y acabó en el de Judá, en Jerusalén. La composición de este libro atravesó por diversas etapas. Su redacción está influida por los códigos de la Mesopotamia, las leyes asirias; el código hitita. “No hubo un calco alguno directo, según expresa la Biblia de Jerusalén en su prólogo, sino que tales coincidencias se explican por la irradiación de las legislaciones extranjeras o por un derecho consuetudinario que había llegado a ser en parte patrimonio común” de esos pueblos. Después de la destrucción de Samaría, estos grupos se refugiaron en Judá y el libro quedó depositado en los archivos del Templo de Jerusalén. En el año 622 a.C., el rey Josías mandó reparar el Templo, y allí se encontró un “libro de la Alianza” (2 R 23.2). Este texto fue leído en presencia del rey y dio un nuevo impulso a la reforma religiosa que éste había iniciado. Este “libro de la Alianza” era el Deuteronomio, aunque en una forma más breve que la actual. A partir de ese momento, la legislación deuteronómica se convirtió en objeto de asidua meditación y proporcionó un criterio de primer orden para interpretar toda la historia de Israel. Posteriormente, la obra original fue completada y enriquecida con nuevos aportes, hasta que pasó a formar parte del Pentateuco.
Templo de Jerusalén en la época de Salomón (reconstrucción digital Wikipedia)
Algunos rasgos del deuteronomista:
Un estilo muy afectivo; el autor no se conforma con enseñar, quiere convencer y llevar a la obediencia. Es, entonces, un estilo peculiar, escrito con un lenguaje solemne y al mismo tiempo directo, cálido y preocupado por suscitar una incondicional fidelidad al Señor. Habla sobre todo al corazón. La repetición incansable de ciertas palabras y giros confiere a toda la obra una notable fuerza persuasiva.
Algunas de las numerosas repeticiones son, por ejemplo: “El Señor, tu Dios”; “Escucha, acuérdate, Israel”; “Guarden los mandamientos, leyes y costumbres”.
Habla continuamente de tú y ustedes. Es sin duda el signo de dos etapas en la redacción. La alternancia entre el “tú” y el “ustedes” es un procedimiento oratorio para interpelar a los oyentes: el “tú” apunta menos a los individuos en particular que a la conciencia de la comunidad, en la que cada uno debe verse representado y medir su propia responsabilidad. En el libro actual, implica que el pueblo es uno (se le puede hablar tratándolo de tú) y que cada creyente, dentro del pueblo, conserva su personalidad (se les dice ustedes).
Algunas ideas-madre:
El Señor es el único Dios de Israel.
Él se ha escogido un pueblo; como respuesta a esta elección, el pueblo debe amar a Dios,
Dios le ha dado una tierra, pero a condición de que el pueblo le sea fiel, se acuerde, hoy, de su alianza.
Es sobre todo en la liturgia donde el pueblo, asamblea convocada por Dios como en el Horeb, se acuerda de la palabra de Dios y la escucha.
4. La tradición SACERDOTAL (letra P) nació durante el destierro en Babilonia, en los años 587-538 a.C. y siguientes. En el exilio, los sacerdotes releen sus tradiciones para mantener la fe y la esperanza del pueblo.
Algunos rasgos de la tradición sacerdotal:
El estilo es seco, más legalista y más litúrgico. El sacerdotal no es un narrador. Le gustan las cifras, las enumeraciones. Repite a menudo dos veces la misma cosa: “Dios dijo... Dios hizo”. Por ejemplo: el paso del mar Rojo, la creación (Gn 1), la construcción del santuario (Ex 25-31 y 35-40). El vocabulario suele ser técnico, cultual.
Son frecuentes las genealogías. Las genealogías son de dos órdenes: personales, familiares, e históricas -refieren y recuerdan los acontecimientos originarios que culminaron en este presente-. Se trata de algo importante para un pueblo desterrado, desarraigado. Así se confirman en una historia y relacionan esta historia con la de la creación (Gn 2-4; 5, 1; Nm 3, 1s).
El culto es primordial. Lo organiza Moisés. Aarón y sus descendientes se encargarán de asegurarlo mediante peregrinaciones, fiestas, sacrificios, el servicio del templo, lugar santo de la presencia de Dios. El sacerdocio es la institución esencial que asegura la existencia del pueblo; sustituye al rey y al profeta del yahvista y del elohísta.
Las leyes se sitúan generalmente dentro de unos relatos. De este modo se relacionan con sucesos históricos que le dan un sentido. Por ejemplo: la ley de la fecundidad (Gn 9, 1) en el relato del diluvio; la ley sobre la pascua (Ex 12, 1s) unida a la décima plaga...
Por todas estas características, los textos sacerdotales son los más fáciles de reconocer en el Pentateuco.
EN SÍNTESIS
Con la ruina del reino del norte y el primer destierro -hacia el 720 a.C.- comenzó un proceso de fusión de los textos de las tradiciones yahvista y elohísta, denominado por sus abreviaturas JE. Luego, a mediados del siglo VII a.C. -reinado de Josías- se añadió el Deuteronomio (D). Tras el destierro -530 a.C.-, se añadió la tradición sacerdotal (P), con lo cual las cuatro juntas originaron el texto definitivo: JEDP, que constituyen el Pentateuco en un solo volumen. Este trabajo parece terminado hacia el año 400 a.C. y se le atribuye con frecuencia al sacerdote Esdras.
Palestina en tiempos de la Biblia (mapa de internet)
2.LIBROS HISTÓRICOS
Los libros históricos son Josué; Jueces; Samuel 1 y 2; Reyes 1 y 2; Crónicas o Paralipómenos) 1 y 2, Esdras y Nehemías; Rut; Tobías, Judit; Ester y los dos libros de los Macabeos.
Los dos libros de Crónicas fueron denominados, por la Biblia traducida por los setenta (Septuaginta) y en la Vulgata latina, como Paralipómenos, que significa lo omitido o adicional, ya que incorpora referencias a textos complementarios y propone una nueva lectura e interpretación de hechos que se narran en los libros de Reyes y Samuel y que tienen a David como modelo unificador del pueblo de Israel.
Los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes también son denominados los de los “profetas anteriores”, antecedente de los “posteriores” -Isaías, Jeremías, Ezequiel y de los doce “menores”-. Así, la tradición atribuye la composición de los libros a Josué para el que así se denomina, a Samuel para Jueces y los dos de Samuel y a Jeremías para Reyes. Lo cierto es que estos libros inician ciclos proféticos con Samuel, Gad, Natán, Elías, Eliseo, Isaías y Jeremías entre otros. También con ellos comienza el desarrollo institucional que va desde los jueces como autoridades comunitarias que resistían la figura del rey -la realeza era sólo atribuible a Yavé- hasta que eclosionan en la monarquía de David, continuada por Salomón y los demás reyes de Israel y Judá.
Con Josué el pueblo se establece en la Tierra Prometida. El libro ofrece un relato idealizado y simplificado de la salida de Egipto y la conquista de la tierra, hecho en el que Dios interviene de manera milagrosa. Todos los episodios se polarizan en torno de Josué, personaje principal y, para los Padres de la Iglesia, prefiguración de Jesús.
Los Jueces no administran justicia, “juzgan” o gobiernan al pueblo. Los principales son Josué, Ehúd, Débora, Baraq, Gedeón, Jefté, Sansón y su predominio se extiende durante un siglo y medio, hacia el 1125 a.C., pese a que la suma de los períodos mencionados en el libro da como resultado 410 años.
El libro de Ruth relata la historia de esta mujer moabita que confía en Yahvé y es premiada por esa confianza. Se destaca que sea una mujer y una extranjera que se somete a la ley del levirato, ya que, viuda, se casa con su cuñado Booz de cuya unión nacerá el abuelo de David, Obed.
Los libros de Samuel eran uno solo en la Biblia hebrea. Estos dos, junto con los de Reyes, son los cuatro libros que relatan la historia de la monarquía. Combinan y yuxtaponen varias corrientes de interpretación y abarcan desde los orígenes de esta institución hasta el fin del reinado de David. Este período comienza con la batalla contra los filisteos hacia 1050 a.C., que amenazaba la existencia de Israel. Saúl, que en 1030 aparece como continuador de los jueces, termina designado rey al ser reconocido por todas las tribus. Es un proceso que va paralelo con el desarrollo y afianzamiento del monoteísmo como concepto, al concentrar en Yahvé a las divinidades particulares de los pueblos de la Palestina. Los relatos narran las disidencias internas entre los israelitas respecto de la figura de la monarquía y, tras el fracaso del reinado de Saúl y se interpreta a David como el ideal, prefigura también de Jesús.
Los libros de los Reyes también eran uno solo en la Biblia hebrea. Relatan el reinado de Salomón, con sus detalles y atributos como rey sabio. Es el esplendor de Jerusalén y su templo. Pese a ese auge, la unidad no se consolida y a la muerte de Salomón, el reino se divide entre el del norte, Israel y el del sur, Judá. (aproximadamente 950 a.C.)
Crónicas, Esdras y Nehemías son libros redactados entre los siglos III y II a.C. El clero tiene una participación predominante tanto en la redacción como en el protagonismo de los acontecimientos narrados, porque es la época de la dominación extranjera. El pueblo, entonces, sólo tenía autoridades sacerdotales que regían la vida cultural y moral. Son textos post-exílicos y, aunque abarcan un amplio período, sobre todo Esdras y Nehemías, hay un hiato de medio siglo que, justamente, coincide con el del exilio. De esto no se habla. Hay una valoración importante de las genealogías, que siempre son importantes para establecer un destino, una vocación. El libro de las Crónicas se atribuye a un sacerdote de Jerusalén, antes del inicio del II a.C. Esdras y Nehemías se concentran en la restauración del reino y del templo en Jerusalén al amparo de la liberalidad de la dinastía de los aqueménidas -de la cual una de las principales figuras fue Ciro II el Grande, considerado un salvador por los teólogos y los redactores de la Biblia-. Ciro respeta las costumbres de los judíos y les permite gobernarse con una cierta autonomía y libertad respecto del imperio.
Tobías, Judit y Ester forman un conjunto con particularidades. En primer lugar, estos libros no tienen un texto original establecido ya que se reconstruyeron a partir de fragmentos y citas siríacas y griegas -también latinas- a las que se incorporaron posteriormente textos parciales, más antiguos, en arameo y hebreo, hallados en el Mar Muerto. Del libro de Judit se ha perdido el original hebreo y se estableció a partir de textos griegos con divergencias entre sí. El de Ester tiene una versión breve -hebrea- y otra más extensa -griega-. En segundo término, estos libros ingresaron tardíamente al canon -aun no están admitidos por la Biblia hebrea ni por la protestante-. Fueron reconocidos por el catolicismo sobre la base de discusiones y fundamentos de la época patrística.
En tercer lugar, tienen un género literario común: tratan la historia y la geografía con libertad -por ejemplo, distancias, fechas y dinastías- que interpretan según las necesidades didácticas.
Son historias alegóricas sobre la liberación del pueblo a partir de actitudes individuales o de intervenciones colectivas lideradas por mujeres -Judit y Ester-. Por lo general, se las describe como socialmente vulnerables -Judit es viuda y Ester, reina en una ciudad extranjera e integrante del harén de Asuero-, lo cual hace más importante el protagonismo de Yahvé y la elección en aquello que la sociedad descarta.
Los libros de los Macabeos fueron incorporados al canon católico pese a no integrar la Biblia hebrea. Refieren las luchas sostenidas contra los seléucidas por la libertad religiosa y política del pueblo judío. Son un alegato contra el helenismo, su pretensión imperial y la resistencia judía en un período de cuarenta años entre el 175 y el 134 a.C. El segundo de los libros, que relata la epopeya y muerte de Judas Macabeo, contiene afirmaciones sobre la resurrección de los muertos, y es el germen de ese concepto en el judaísmo tardío inmediatamente anterior al contexto cultural que dio origen al cristianismo.
3.LIBROS SAPIENCIALES
Se denominan sapienciales o poéticos y son los libros de Job; de los Salmos; el Cantar de los cantares; Proverbios; Eclesiastés; Sabiduría y Eclesiástico.
Esta literatura era conocida en la antigüedad y sobre todo en los pueblos establecidos entre el Mediterráneo desde Egipto hasta la India. En Mesopotamia se compusieron proverbios, fábulas y poemas sobre el sufrimiento, que se han comparado con el libro de Job. En Asiria, La Sabiduría de Ajicar fue traducida a varias lenguas y se incorporó, en lengua aramea, a varios textos bíblicos.
El sapiencial es un género más profano y humano que religioso. A la filosofía y cultura griegas predominantes, estos libros oponen la experiencia existencial según la cosmovisión del pensamiento judío: el arte del buen vivir. Pueden hallarse fragmentos sapienciales en los libros históricos y en los del Pentateuco. En los judíos se produce una operación que coloca a la sabiduría de estos textos en comparación con la de Dios y, en esto, es un antecedente de los Evangelios.
La forma más simple y antigua de esta literatura es el masal (proverbios) que son colecciones de dichos populares, máximas, aforismos, consejos y recomendaciones breves. Su estructura de repeticiones y remates sorprendentes facilita su memorización, ya que la transmisión y difusión de estos textos se hacía oralmente. En una etapa posterior los sabios reunidos en una especie de academia de ciencias morales recopilaron estos proverbios en colecciones denominadas genéricamente “salomónicas”. Los autores de estas colecciones son sabios, sacerdotes y profetas, tres categorías con estilos diferentes. No intervienen en el culto. Luego del destierro se incorporan textos más kerigmáticos y catequéticos -en especial en el Eclesiástico y en Sabiduría, que incluyen fragmentos de historia y de la ley-.
Israel considera a Salomón el sabio por antonomasia y lo ubica en un rango superior a todos los sabios de la región: Egipto, donde se registra un libro del Faraón de enseñanzas a sus hijos, Persia, Babilonia, Edom. A él se le atribuyen, además Eclesiastés, Sabiduría y Cantar de los cantares.
El catolicismo hace con la Sabiduría una “personificación literaria” que permitirá mucho más adelante culminar en el dogma de la trinidad. Aquí se puede comprobar aquello que Luis Alonso Shökel denomina “inspiración sucesiva” y que el dogma define como “verdad revelada”.
Varios de los Salmos son composiciones atribuidas a algunos sabios de Canaán (Hemán, Etán). Los Proverbios tienen origen en sentencias, aforismos, dichos populares de los sabios Agur y Lemuel (del norte de Arabia) y comparten un mismo sustrato cultural. En los libros sapienciales no hay, salvo en Eclesiastés y Sabiduría, alusión a los grandes temas del AT (alianza, elección, salvación) por lo cual se considera que son copia de los textos de pueblos vecinos. Sin embargo, incorporan de manera parcial el punto de vista yahvista: la revelación modifica el antagonismo entre sabiduría y locura y lo convierte en los binomios justicia/injusticia y piedad/impiedad. Es decir, incorpora un elemento ético -individual y colectivo- en el concepto de sabiduría que no es ya una actividad meramente especulativa del intelecto.
La sabiduría procede de Dios (Pr 21,30). El hombre se ve actuando (Jb 28,38-39; Si 1,1-10; 16,24; 39,12; 42,15; Pr 1-9; 8,22-32; Sb 7,22-8,1) En algunos textos la sabiduría figura un antecedente del Logos de Juan.
En Daniel 12,2 se habla de la retribución de ultratumba, con lo cual se inaugura la teoría de la resurrección de la carne, ausente hasta entonces del pensamiento judío. Se trata de una intuición basada sobre la mentalidad hebrea, que no concebía el alma separada del cuerpo y que luego será desarrollada por el judaísmo previo a la aparición del cristianismo.
El libro de Job es un diálogo entre este personaje y tres amigos suyos, sabios de Edom, a quienes luego se les incorpora otro interlocutor, Elihú, que intenta morigerar la polémica. Job es un justo que sufre sin fundamento, es piadoso y sus amigos intentan descifrar cuál ha sido el pecado que cometió -o que está por cometer- o si es la vanidad. En este libro se pulveriza la doctrina de la retribución, vigente en el judaísmo y que consistía en afirmar que en vida cada persona -hombre- recibe bienestar -riquezas, hijos, propiedades, mujer fiel- en compensación con su vida de piedad. Si así no ocurre, el sufrimiento personal es causado, seguramente por faltar a la piedad que exige la alianza con Yahvé. La felicidad es el premio por una vida de observancia de la ley y de seguimiento de la fe. Fue redactado probablemente en el siglo V a.C. Luego del destierro. La persistencia en la fe y la gratuidad de la respuesta de Dios tiene su repercusión en las cartas de Pablo (Col 1,24 y Rm 8,18). El Eclesiastés tiene una respuesta similar.
Los Salmos son un conjunto de poemas de tono lírico. Fragmentos de textos similares también aparecen en los libros históricos: el cántico de Moisés (Ex15); el cántico del pozo (Nm 21,17-18); himno de Débora (Jc 5); 2S 1.
El salterio es un instrumento de cuerda que acompañaba los cantos en el coro. Esas composiciones, por contigüidad, fueron denominándose con el tiempo “salmos” -en hebreo “tehil-him”, que significa himnos-. Los salmos son un conjunto de 150 poemas que en la versión hebrea y griega se reducen en dos ya que estas versiones unen el 9 y el 10 y el 114 y 115 pero dividen en dos el 116 y el 147.
Mosaico que representa a David, sinagoga de Gaza, c. 508-509. Jerusalén, Museo de Israel (imagen tomada de internet).
En los salmos pueden distinguirse tres géneros: himnos (Sal 8); súplicas (Sal 51) colectivas (Sal 12) e individuales (Sal 22); y de acción de gracias (Sal 124). Sin embargo, en muchos pasajes hay intercambios de géneros, los límites se difuminan. Los autores son probablemente David de un bloque de 73 salmos; 12 a Asaf; 11 a los hijos de Coré -un elenco de cantores del coro del templo de Jerusalén- y otros 35 sin atribución autoral. Se pueden reconocer distintas colecciones: entre el 1 y el 41 una tendencia yahvista; el 41 al 83, tradición elohísta, y el resto, salvo los salmos 57, 60 y 108, con componentes predominantes yahvistas.
Proverbios es atribuido a Salomón. La parte central fue compuesta, probablemente, antes del destierro y el prólogo se incorporó en forma tardía. Tuvo su forma definitiva hacia el siglo V a.C. Conserva el tono de la sabiduría humana, con un detalle destacable: la valoración y el respeto por la mujer que se desarrolla, sobre todo, en el epílogo (Pr 31,10-31)
El Eclesiastés (Qohélet) es un poema largo. En la vida todo es relativo, fugaz. Tiene influencias de dos textos egipcios: Diálogo del desesperado con su alma y los Cantos melancólicos de los arpistas, y de la estoa griega con rasgos de epicureísmo y cinismo. Cohélet es un judío de Palestina del siglo III a.C., antes del resurgimiento macabeo y con influjos del contexto cultural de los Tolomeos.
Cantar de los cantares, o cantar por antonomasia. Narra las bodas de Salomón y la Sulamita -o Sunamita, según la historia de David, que era una mujer famosa, bella y poderosa del sur de Arabia-. Se leía en la Pascua. No habla de Dios; hablan los amantes. El poema narra una boda (es un epitalamio) desde el punto de vista de la novia, del novio y del coro. Se interpretó como la alegoría del amor de Dios por su pueblo y de éste por su Dios. Es el mismo tema que Oseas. Algunos exegetas ven la historia de las conversiones de Israel a lo largo de su historia. La unión de los esposos simboliza la elevación mística del espíritu a Dios (cfr. Juan de la Cruz). Probablemente fue escrito hacia la mitad del siglo V a.C.
Sabiduría, también atribuido a Salomón. Estos personajes, por su fama o su reconocimiento, encubren otras escuelas y autores anónimos que no se animan o no les conviene figurar. El prestigio de estos nombres funciona como un paraguas para ocultar identidades -en el caso de los profetas, por lo arriesgado de su mensaje- o para otorgar a los escritos una autoridad que de otra manera no obtendrían.
Este libro fue finalizado alrededor de mediados del siglo I a.C., probablemente en Alejandría en un contexto de predominio de la cultura helenizante. La sabiduría se contrapone a las religiones mistéricas, a la astrología y al hermetismo, que eran muy populares en ese entonces. A partir del neoplatonismo, sus textos hablan de la incorruptibilidad del hombre y su lugar junto a Dios luego de la muerte. También colabora en la elaboración del concepto de resurrección de la carne.
Eclesiástico o Sirácida, libro de Ben Sirac o Ben Sirá, escrito alrededor del 198 a.C. Identifica la sabiduría con la ley y los profetas, y se adapta a la tendencia de los jasidim -piadosos-.
4.LOS PROFETAS
Después de la Torá, o Ley, la Biblia hebrea contiene dos conjuntos de escritos, agrupados bajo el título genérico de profetas, cuya primera parte se incluye en parte de los libros históricos -Josué, Jueces, Samuel y Reyes, también denominados los profetas “anteriores”. La segunda está compuesta por los libros de Isaías, Jeremías, Ezequiel y los doce “menores”. Esta distinción se estableció en el siglo II a.C.
La palabra profeta, en griego significa “el que dice con anticipación”. En la Biblia traduce las palabras hebreas “nabí” y “roeh”, que significan respectivamente “el que es inspirado por Dios” y “vidente”. En Israel eran los portavoces de Dios, que interpretaban los acontecimientos y los problemas de su tiempo a la luz de la palabra de Dios -en la Torá-. Discernían la presencia y la acción de Dios en la vida de Israel y del mundo. Para confirmar el carácter divino de su misión, anunciaban eventualmente el futuro, pero lo hacían siempre con la intención de iluminar una situación determinada y de provocar un cambio de actitud en los destinatarios de su mensaje. La lucidez para descubrir la voz de Dios, que habla a través de los acontecimientos, es la característica de la interpretación profética de la historia.
Ciertas formas de profetismo aparecen también fuera de Israel. Tanto en la Mesopotamia como en Canaán y en Egipto, había hombres y mujeres que hablaban en nombre de la divinidad, y muchas veces su lenguaje era similar al de los profetas del Pueblo de Dios. La Biblia menciona la existencia de “profetas de Baal”, con sus diversas manifestaciones extáticas (1 Rey. 18. 19-29). Pero mientras que en los otros pueblos el profetismo fue un fenómeno más bien marginal y episódico, en Israel marcó profundamente toda la vida religiosa, las instituciones políticas y las estructuras sociales.
Los orígenes del profetismo bíblico se remontan a la época de la instalación de los israelitas en Canaán. Sus primeras manifestaciones aparecen vinculadas al culto de algunos santuarios, como los de Betel, Ramá y Guilgal. Allí había agrupaciones o escuelas de profetas, en cuya práctica era frecuente provocar el éxtasis de diversas maneras, especialmente por la música y las danzas frenéticas (1 Sam. 10. 5-6; 19. 18-24). Su entusiasmo religioso revestía con frecuencia formas extravagantes. Estas agrupaciones proféticas, si bien fueron decayendo progresivamente, ejercieron al principio una influencia positiva en Israel. Con su vida austera, con su celo fanático por el Señor y su repudio total de la cultura y la religión cananeas, contribuyeron a mantener intacta la fe del Pueblo de Dios, esa fe heredada de Moisés, a quien la tradición bíblica considera el primero y el más grande de los Profetas (Deut. 18. 18; 34. 10).
Por otra parte, en los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes, se encuentran muchas páginas que presentan una gran afinidad con las ideas y el estilo del Deuteronomio. Esta afinidad espiritual y literaria permite afirmar que la colección de los “profetas anteriores”, en su redacción definitiva, es la obra de una escuela de escribas “deuteronomistas”, que meditan sobre el pasado de Israel con el fin de extraer una enseñanza para el presente. La actividad de esta escuela comenzó en los últimos años de la monarquía y continuó durante el exilio. Precisamente cuando Israel estaba disperso en el exilio, los profetas recordaban que la raíz de todos sus males era la infidelidad a la Alianza, y que el único camino de salvación consistía en convertirse al Dios vivo y verdadero.
Los profetas mayores se refieren con frecuencia al “resto de Israel” deportado a Babilonia y, en un sentido más amplio a “los pobres de Israel” que eran ese grupo reducido y fiel que mantuvo las costumbres, la fe y la alianza vivas en el exilio. El Dios que describen los profetas se diferencia absolutamente de los dioses griegos. Estos últimos son a-páticos; sin sentimientos ni emociones de piedad respecto de la humanidad; felices en su eternidad; indiferentes, despreocupados; tienen como ideal de felicidad la “ataraxia” -ausencia de deseos, pasión y temores-. En tanto, el Dios de Israel habita con el abatido (Is 57,17); “mi pensamiento no es el de ustedes” (55,8); no templos sino historia; no ofrendas ni sacrificios; no culto sino relaciones humanas de justicia y misericordia; distinción entre la relación con Dios y con el prójimo; lo sagrado y lo profano.
Fuentes: Biblia de Jerusalén (introducción); El libro del Pueblo de Dios (introducción); apuntes personales.
También se puede escuchar: https://www.youtube.com/watch?v=8Vu2B22plaw
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