miércoles, 14 de junio de 2017

Las despedidas de Mariana Rosa

Texto leído en la presentación de las plaquetas "Vestal" y "Un Abrigo Errante", de Mariana Rosa, de la cebolla de vidrio ediciones, en la sala Alicia Fernández Rego, el 7 de junio de 2017, en Neuquén.

por Gerardo Burton


Para Mariana Rosa la escritura es un camino abierto, aunque desde Crónica de un Salto hasta Primeros fríos, un poemario aún inédito, esté a punto de completar un ciclo. En medio, estas dos plaquetas que presentamos hoy, con las que la cebolla de vidrio ediciones completa un número redondo: treinta títulos en diez años.


Vestal y Un Abrigo Errante son dos poemarios breves y diferentes: el primero registra una tensión donde la poeta se abisma ante un cambio que requiere protagonizar una decisión. Recuerda, en el poema IV, que era “una amazona/que atravesaba al galope los páramos de la Patagonia”.

En cambio, Un Abrigo refiere una historia de amor, lejana en el tiempo mas no en la piel: aquí el erotismo está en los escenarios -basurales, la costa del río, el interior de un automóvil, una carpa en un campamento- y en el relato como de quien vuelve a esa pasión. Quizás recuerde ese poema absoluto de Kavafis titulado “Una noche”, donde el paisaje a veces hostil no puede opacar la altura y la profundidad de la pasión, que describe el itinerario de un eterno retorno.

El cuarto era pobre y vulgar,
oculto en los altos de una taberna equívoca.
Desde la ventana se veía la calleja,
sucia y estrecha. Desde abajo
llegaban las voces de algunos obreros
que jugaban a las cartas y que se divertían.
Y allí en la cama humilde, ordinaria
poseí el cuerpo del amor, poseí los labios
voluptuosos y rojos de la embriaguez –
rojos de tal embriaguez, que también ahora
cuando escribo, ¡después de tantos años!,
en mi casa solitaria, me embriago nuevamente.

Dice de sí misma que sus poemas requieren maceración, tiempo para madurar. Se escuda en consejos -en este caso el de María Meleck Vivanco- para demorar su aparición: sus textos son corregidos minuciosamente; recuerdan el trabajo del ebanista que nunca deja sus gubias ni el lustre de la madera sino hasta que renuncia, apenas satisfecho, a la tarea. Pienso que Mariana Rosa podría corregir de manera interminable sus poemas: siempre les halla una vuelta, una palabra, una imagen que faltan o que sobran o que, quizás, debieran cambiar de lugar.



Ese proceso de pulimiento del poema tiene que ver menos con el deseo de perfección que con los límites en la existencia: el dolor, la enfermedad, la muerte. Entonces, en Un Abrigo Errante, la poeta percibe -y narra- que el amor, que fue pleno en aquel tiempo, no lo es tanto. Perduran más el recuerdo del amor que el amor mismo, la memoria de la pasión que la piel que encendió, los reflejos de la luz en los cuerpos de los amantes más que los propios amantes. Y eso, lo efímero, necesita, exige dedicación para decir(se).
En Vestal, Mariana Rosa se planta ante lo que vendrá: mira con estatura de profeta ese tiempo que no conoce pero al que arriesga con esta despedida. Porque la poeta se está despidiendo de esta Patagonia: mientras vivió en Mendoza o en Buenos Aires, e incluso en sus primeros años de Holanda, nunca se sintió habitante de dos orillas. Ahora quizás sí. Y el cruce del Atlántico será el recomienzo de la espiral que dibuja el tiempo en la existencia.

En su trayectoria hay además otra tensión entre la labor poética y la realización académica. La poeta debe convivir -de hecho convive- con la estudiosa, y una apoya a la otra pero es la poesía la iluminadora. En la vida de Mariana siempre fue la poesía quien indicó los caminos: encarnó en la expresión del canto y del teatro y, desde sus aprendizajes con Alicia Genovese y Diana Bellesi, con Mary Oliver y Saron Olds expandió sus lecturas y su experiencia poética. En ese itinerario hay dos de acá: Macky Corbalán y Raúl Mansilla. No es ocioso, entonces, homenajear en los versos de Mariana a estos dos poetas.

En Un Abrigo Errante, el último poema es una despedida. Y, como en todas las despedidas, hay algo que no se quiere abandonar porque se sabe cuánto se perderá. Y también hay algo que ya está descartado, pues el camino es vértigo y, a veces, la desnudez de quien camina, de quien cambia de piel y de vestido, es justamente lo único que importa.

Para terminar, voy a leer este poema que acabo de citar.

VII.

Esa tarde dejaba el departamento vacío,
con urgencia entregaba la llave, subía a un colectivo,
mudaba mi vida a otra ciudad.

Entonces volviste, a buscar música tuya que yo guardaba.
Viniste cuando quedaban cajas y paredes blancas,
este intento deshecho para correr la esperanza un poco más allá.

Bastó un segundo.
La belleza puesta enfrente no puede limpiarse.
La dejamos ser, exuberante, en el vacío de la casa.

Cuando fue muy tarde bajamos a los besos hasta la calle;
el taxi ya no esperaba y pusimos lo que era mío en el baúl.
Me fui.
Comencé mi nueva vida así, arrastrándonos.



https://www.facebook.com/mariana.rosa.5205/videos/10211829585669032/

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