viernes, 8 de enero de 2016

La honda de David


por Gerardo Burton



a Eduardo D'Anna

Estas notas pueden parecer un plagio, y lo son. Surgen como respuesta en un diálogo a la distancia espacial y temporal con el poeta rosarino Eduardo D'Anna que hace unos años analizó críticamente la cultura nacional en su libro Nadie cerca o lejos. El centralismo cultural en la Argentina (Rosario, Identydad, 2005). El diálogo se expandió: también hubo intercambio de ideas, palabras y opiniones con Silvia Mellado en Neuquén.


La falta de emulación que Sarmiento observó en el mundo rioplatense prehispánico, según cita D'Anna en su libro, puede aplicarse a la Patagonia en el período que va desde la etapa territoriana hasta las primeras décadas de la provincialización. En la literatura nacional, esa carencia de modelos fuertes a imitar -Sarmiento se refería a los movimientos culturales europeos, como el romanticismo alemán o inglés, por ejemplo-, el liberalismo o el normalismo, fue el caldo de cultivo que favoreció la aparición de la gauchesca, la poética más original en las costas sudamericanas que fue adoptada casi de manera generalizada tanto por poetas “cultos” como populares. En Patagonia, luego de los viajeros -fundamentalmente extranjeros, pero también nacionales- no hubo posibilidad de emulación porque no hubo modelos -no llegaban o no les importaba llegar- y así fue como los escritores elaboraron con paciencia y observación, con talento y economía de elementos, un regionalismo muy particular.


Entonces, en ese período anterior a la institucionalización de los territorios, sólo había esas literaturas: viajeros, regionalistas y la oralidad -relatos históricos, poemas, cantos religiosos y contadas y leyendas, mitos- de las comunidades originarias. En el lapso que va desde finales del siglo XIX hasta pasada la mitad del XX, no había más remedio que recurrir a lo regional porque la moda llegaba tarde y sin estridencias. Además, puntualiza la poeta e investigadora Silvia Mellado, permanecían resabios de la literatura de la etapa territoriana, adscripta a un regionalismo de tipo decimonónico que destacan la épica del pionero, la necesidad de reconocimiento y de autonomía de estas regiones. El caso paradigmático es el de Asencio Abeijón. Y así ocurrió, por lo menos en Neuquén y gran parte de la Patagonia norte, hasta la fundación del Centro de Escritores Patagónicos en las postrimerías de la dictadura cívico-militar.

Poco después, el CEP devino en la revista Coirón, que tuvo una trascendencia superior a la que auguraban sus tres escasos números. En ambos -el centro y la publicación- coexistían típicos regionalistas -Milton Aguilar, Juan José Brion- con poetas al estilo neorromántico adocenado -María Elena Lastra, por caso- y con los “nuevos” capitaneados por Eduardo Palma Moreno, Sergio Sarachu y otros que respondían a poéticas más contemporáneas y que poco a poco iban desprendiéndose del estilo nerudiano. Así, los modelos fueron, entre otros, Alejandra Pizarnik, Juan Gelman, los norteamericanos de la generación beat, el surrealismo. Cada segmento estaba atravesado por un compromiso político específico que tenía como denominador común la lucha contra la dictadura.

Sin embargo, tal como ocurrió en otras épocas con las ciudades y provincias -las trece provincias- originarias, en la Patagonia también el régimen municipal fue lo más importante en la vida social y política. En muchas ciudades fundadas al sur del Colorado no se repitió el esquema urbanístico colonial importado por los conquistadores españoles. Entre ellas, Neuquén. No es posible observar en ellas el damero constituido a partir de una plaza central con la sede de la Iglesia Católica, el Cabildo -o la sede del poder vecinal- y el edificio para ejercer y administrar el poder temporal. Por el contrario, en muchos casos se pueden rastrear la simbología y la impronta masonas en el diseño urbano -diagonales, monolitos, pirámides, obeliscos y otras señales más específicas como los instrumentos de medición, las figuras geométricas-.En rigor, la institucionalidad que sirvió a la constitución de las provincias luego de la década de 1950 se fundamentó en la fuerza de los municipios. Así ocurrió con la capitalidad de Neuquén en 1904, que absorbió a la entonces pujante economía de Chos Malal, y con la dispersión de ciudades en Río Negro, donde se gestó una provincia con cuatro cabezas -Viedma, la capital; General Roca, Cipolletti y San Carlos de Bariloche, la más importante-. La existencia de ciudades con alta proporción de migración interna y externa encabezando distritos prácticamente despoblados y justamente por eso con tradiciones arraigadas en la transmisión oral sirvió por mucho tiempo para demostrar la hipótesis de la supuesta coexistencia del siglo XX con el siglo XVIII.

En la obra citada, D'Anna utiliza el concepto de transhumancia para ejemplificar cómo los autores nacionales desde los principios -la revolución de Mayo en adelante- producían sus obras en ciudades distintas de las de su nacimiento u origen: algunos venían de España y se instalaban en Buenos Aires; otros nacían en las provincias y, también, recalaban en la capital del virreynato, y después, en la ciudad que sería la capital porque desde ella irradiaba la 'civilización' venida de Europa. La legitimación de la obra se daba por el paso del autor por la ciudad y, fundamentalmente, por la publicación de su obra en esa ciudad. En este punto, vuelve a intervenir Mellado: ella afirma que el arreo es el revés del viaje de expedición, y aparece en textos de autores patagónicos a los que cita -Liliana Ancalao, Tulio Galantini en el lado argentino y Gloria Dünkler y Jaime Huenún en Chile-. El arreo, continúa en su comentario a estas notas, “condensa en nuestra literatura la inscripción del cuerpo en tanto mercancía, en especial, cuando resignifica el tránsito forzoso de los cuerpos humanos en los siglos XIX al XXI. Al mismo tiempo, el arreo da cuenta de una red conflictiva de negociaciones en el ámbito de las figuras autorales y su posicionamiento en el campo cultural”.

En el campo patagónico, por tanto, también se da la transhumancia, producto quizá de las frecuentes migraciones internas de una ciudad a otra por diferentes motivos, fundamentalmente económicos o sociales. La diferencia es que no hay un sitio de legitimación que opere como Buenos Aires. Todas las ciudades, en este punto, están en el mismo plano. Pero puede citarse la experiencia de varios autores para ejemplificar el carácter de transhumantes de los autores: Irma Cuña, nacida en Neuquén, hizo su carrera en Bahía Blanca, Francia y México, vivió el exilio, regresó a Buenos Aires y pasó sus últimos -fecundos- años en su tierra de origen: había retornado a su “querencia”. Y hay otros: Raúl Mansilla nació en Comodoro Rivadavia y desarrolló su trayectoria en Neuquén; Bruno Di Benedetto está en Puerto Madryn pero nació en Avellaneda; Cristian Aliaga reside en Comodoro Rivadavia pero es oriundo de la provincia de Buenos Aires; Graciela Cros vive hace décadas en San Carlos de Bariloche, donde se radicó proveniente de Buenos Aires; Liliana Campazzo oscila entre Viedma y El Cóndor pero nació en Buenos Aires, como Raúl Artola, que vive en Viedma. Y los casos se multiplican: es imposible mencionarlos a todos. Se entrecruzan, también: nacidos en Chile llegaron a este lado de la cordillera con exilios forzados, sean estos políticos o económicos. El caso de Eduardo Palma Moreno también es ejemplar: exiliado en Neuquén durante la dictadura pinochetista, tras una larga carrera como docente universitario y poeta en la Patagonia norte, volvió a Temuco, Chile, desde donde itinera pendularmente con la nueva versión de la revista Coirón. Autores nacidos en otras provincias encontraron motivos similares para radicarse en esta región y reprodujeron con una suerte de exilio interno el que ocurría en el país con la dictadura y después.

Finalmente, en las provincias se produjeron movimientos similares de localidades de menor población hacia las capitales o hacia ciudades más pobladas. Por caso en Neuquén desde Cutral Co Macky Corbalán se fue a instalar a la capital; Silvia Mellado vino desde Zapala; de Chos Malal y vuelta, Héctor Ordóñez y, también de Chos Malal, Ricardo Fonseca. Son sólo algunos ejemplos.

Es quizás por esta razón que los poemas tienen frecuentes menciones al espacio, a la geografía, a la topografía, en fin, al paisaje. Aquí no se cumple la fábula de Borges y el camello. Acá no hay Corán que valga: si alguno quiere nombrar algo, si se quiere mencionar o traer al texto algún paisaje, se lo trae y basta, sin importar manifiestos o proclamas.

Las ciudades crecieron de manera aluvional, como sedimentadas después de un diluvio, o de un plegamiento tectónico. En cierto modo, conservan alguna independencia respecto de la provincia, a tal punto que las autoridades de unas no corresponden a la de la otra. Por caso, en la capital neuquina hace 16 años que gobiernan coaliciones opositoras al partido hegemónico, el MPN.

La municipalización de la cultura -la literatura, la poesía- existente en la Argentina, se reproduce de manera revulsiva en la Patagonia. Toda ciudad de la región, en lugar de dirigirse mansamente a la metrópoli, establece relaciones capilares con las otras ciudades. Y digo capilaridad por la forma de circulación de la obra y por la manera en que los autores se conectan. No hay una entidad o institución organizadora -el Estado suele estar ausente en estos como en otros casos- y tampoco iniciativas privadas, que son privadas de cultura pero no de lucro. Esto conforma una suerte de estado de resistencia en el arte y la poesía: si todo arte es político, si toda poesía es política, esto es un cuestionamiento severo no sólo a los resortes y mecanismos del poder, sino al poder mismo.

Es por esto que, a diferencia de la literatura nacional -la cultura, la poesía argentina-, que son municipales -de las ciudades de Buenos Aires, o de Rosario, o de Córdoba o La Plata, por ejemplo-, en la Patagonia no existen jerarquías ni supremacías entre ciudades o subregiones. Inclusive, esa capilaridad se extiende tras la cordillera de los Andes, que rechaza su función de frontera y se convierte en puente, en camino permeable que permite establecer comunicaciones fluidas con autores y autoras chilenas que con los de otras regiones del país, por caso la Pampa húmeda.

Para muchos autores y autoras esta capilaridad construye además una escena de la literatura nacional. Es la etapa de Cruz y Fierro en las tolderías; es la etapa del matrero, que enfrenta al establishment y la cultura, la historia, la literatura, el arte y, fundamentalmente, la poesía oficial. Y otra vez interviene Silvia Mellado: para ella esta situación se conecta con Martín Fierro y la arriada o leva forzada para “cuidar la frontera”.

La etapa del matrero se puede asimilar a la alegoría bíblica que refiere la asunción de David al reinado de Israel, un pastor venido desde el margen. Desde un sitio oscuro y postergado en su comunidad, David llega para salvar al pueblo de la amenaza exterior. Es puesto en ese trance casi por casualidad, pero desde esa periferia donde habita, vence al mayor poder de esa región en esa época, encarnado en la figura del “gigante” Goliat con apenas piedras y una honda.

Y un rasgo más, que no es menor: hay en Patagonia una operación de rescate -y no sé si es operación de rescate o directamente irrupción- de la oralidad a partir de la recuperación de la lengua mapuche por los poetas de comunidades originarias, en especial en Chubut y Santa Cruz que contagia las otras hechuras poéticas. La poesía se lee desde el libro, y también se escucha en los recitales, en las lecturas, en los festivales donde los poetas se encuentran en conversaciones que no dictan cátedra, que no generan jerarquías, que, en suma, desconfían del canon.

Cierto: las relaciones son horizontales, los contactos son directos y “puentean” las instituciones establecidas. No hay jerarquías, y la academia ignora -hasta el momento- la producción poética, aunque algunos autores y autoras ya surgen de esos ámbitos. Sin embargo, su creación es “a pesar” de la academia y, quizás, sirva de soporte a esa actividad.

Otro tanto sucede con la crítica: se ejerce desde la academia, aunque en gran parte sobre libros de autores residentes en otras ciudades que se editaron allí, o que desarrollaron su actividad en esas ciudades, fundamentalmente Buenos Aires -estudios sobre César Aira, Néstor Perlongher, Manuel Puig, Claudia Piñeiro-. Sin embargo, como en todo, hay excepciones: el Neuquén el Centro Patagónico de Estudios Literarios dirigido por Laura Pollastri y Gabriela Espinosa, y la cátedra de literatura patagónica de Luciana Mellado en Comodoro Rivadavia.

No existe la crítica literaria periodística: los libros que se publican en la región son anunciados con notas a sus autores o autoras, de manera absolutamente acrítica y complaciente, y sin ningún juicio de valor sobre la literatura producida. Merecen notas en diarios, radios y ocasionalmente televisión, pero no pasan el nivel de la entrevista al autor o al presentador. Y luego, nadie que lea esas obras se refleja en los medios de comunicación social: nada. Es el ninguneo por defecto.

Y eso se reproduce en las cada vez más frecuentes “ferias del libro”, donde los poetas y narradores locales actúan de teloneros de las figuras de la literatura nacional o internacional que son invitadas a participar. Las diferencias están en los programas de actividades y en los recursos: los huéspedes foráneos tienen cubiertos sus gastos de estadía y cobran honorarios; los locales, bien gracias.

Y regreso a la horizontalidad y a la capilaridad: existe una crítica ejercida entre los poetas y los escritores que no circula por los canales oficiales o institucionales. Los encuentros -formales e informales-, los festivales y las lecturas, improvisadas o no, sirven como escenario para intercambiar opiniones, comentarios, sugerencias y, ¡por fin! críticas. Con acciones como éstas se sostiene la red capilar en la creación patagónica: una prepotencia de trabajo que se ejerce como la honda de David que abandona sus actividades habituales para hacer centro en la frente del enorme filisteo. Es un pequeño poder contra el poder ya descripto por Martínez Estrada en la Radiografía de la pampa; es una lanza que se entierra en la ciudad de la yegua tobiana, dominadora excluyente de la escena, a tal punto de confundir la literatura que se produce en ese territorio con la del país entero.

Es lo dicho más arriba: la literatura y el arte, pero sobre todo la poesía, constituyen un espacio de resistencia, una revulsión ante el poder y la posibilidad -intuida, esbozada, entre guiños- de la subversión de lo establecido. En eso, Patagonia tiene historia.


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