Leído en La Conrado Cultural el 21 de mayo de 2015, junto con la autora y Nayla Vacarezza.
Muchas gracias por la invitación a presentar este libro. Gracias a Ruth, a la Revuelta y a Dahiana por su trabajo.
Me gustaría empezar hablando en voz baja, que esta presentación sea como un susurro, como el susurro de las mujeres que ofrecieron su testimonio a lo largo de la factura del libro. Me gustaría que estas palabras sean como un momento de brisa tras el vendaval, como la frescura de la lluvia cuando se fue, como la luz de la mañana apenas se abre la ventana al día nuevo, porque así es como se me presentan estos textos: una ventana en un cuarto cerrado, una brecha de esperanza en el sitio del dolor.
Eso es lo que me ocurre con este libro. Hay encierros, hay ocultamientos. Hay mujeres que estaban en sus pequeños territorios de sufrimiento y que un día convirtieron ese sufrimiento en resistencia y dejaron entonces de mirar el mundo como ese lugar ajeno, hostil e inabarcable y comenzaron a hacerlo propio. Desde su cuerpo. Desde ese cuerpo sobre el cual hasta ese momento decidieron otros: instituciones, códigos morales, dogmas religiosos, imaginarios sociales, sentidos comunes. Pero ese cuerpo pretendía decidir y con esa decisión se impuso disolver las normativas ajenas sobre todo lo concerniente a los cuerpos y también sobre el aborto. Repito, normas elaboradas para ellas pero no por ellas. Para hacerlo, es necesario un giro revolucionario: cambiar la mirada, ocupar otro lugar ético, porque en nuestra sociedad siempre se puede hablar –y está bien hacerlo, tiene una corrección sublime- del Otro, así con mayúsculas. Pero cuando se habla de la Otra, no es lo mismo. Se está diciendo algo distinto, es peyorativo. Es necesario cambiar estos significados, estos sentidos que pesan en contra.
Consideremos entonces esa transformación necesaria, ese cambio revolucionario a partir del tema que aborda este libro que presentamos: se comienza a decir algo distinto sobre el aborto en la voz es de quienes estaban en silencio. El silencio se ha roto y entonces conviene preguntarse con Dahiana Belfiori cuando cita a la gran poeta norteamericana Adrienne Rich: “qué tipo de voz está rompiendo el silencio y qué tipo de silencio se está rompiendo”.
Las mujeres que protagonizan estos diecisiete relatos son conscientes de su otredad, crecida al amparo de la marginalidad primero y luego de las luchas y las resistencias. El diseño del libro es otro atractivo: los dibujos, los espacios blancos. Belfiori hila su texto con minuciosidad y maestría, como esa caricia tierna sobre una realidad adversa, hostil. Así abre una triple posibilidad: escuchar, observar y esperar. Ante ninguna esperanza, hay esperanza.
Me pregunto por qué “Código” Rosa y no “Socorro” Rosa. Mientras la palabra “socorro”, pienso para mí, se refiere a las viejas organizaciones de inmigrantes y anarquistas de solidaridad social, el código es un conjunto de normas, hábitos y costumbres que comparte y defiende un grupo determinado, y a la vez permite organizar la vida de ese grupo; también –y es como esas señales que los amantes dejan en la corteza de los árboles- es un mensaje que busca ser entendido por ese grupo. Si se fuerza un poco el sentido, se lo puede asimilar al símbolo y entonces considerarlo un objeto que se tiene a medias entre dos o más y que sólo se completa cuando están todos (todas en este caso) juntas, cuando reúnen los pedazos.
Un código nuevo expresa e implica una cierta clandestinidad, una cierta marginalidad elegida conscientemente, como en esos grupos políticos donde la subversión o el rechazo a los sistemas es el principal motivo de unión. Porque aquí la cosa también es –y lo es de manera fundamental- política. No se trata del mero cuestionamiento a una práctica sanitaria o a una cuestión más o menos moral. Ni siquiera se trata de una crítica de algún dogma religioso. Nada de ortodoxias ni tablas morales ni modelos médicos. Es la afirmación del cuerpo de la mujer como territorio especial, como territorio de vida y de decisión de vida, como sitio privilegiado para ejercer la esperanza y la confianza en el futuro, según propia decisión. Por eso el código identifica a quienes lo conocen y descifran; por eso la circulación es telefónica y boca a boca; por eso los pequeños signos se transforman en gestos de salud, de recuperación. Por eso el color elegido –rosa- adquiere un contenido diferente del usual: aquí es potente, combativo y condensa la “resistencia y la rebeldía de nuestros cuerpos que hoy deciden gestarse a sí mismos”. Es una nueva “vida en rosa”, casi en las antípodas de la que cantaba Edith Piaf.
Si un texto es un tejido, acá hay un tapiz donde los relatos, los monólogos van conformando escenas de la vida cotidiana, de cómo la existencia puede ser mejor, cómo es posible hacer un espacio de vida mejor.
Esto es un aprendizaje. Y quiero remitirme –a riesgo de copiar la pedantería de cierto conductor de programas políticos afecto a las derechas- que aprender viene del latín, y tiene dos prefijos: ad, que es hacia, y prae, que significa antes. Hendere es el verbo y según leí, alude a la acción del gato cuando persigue a una laucha, escurridiza y veloz, hasta que logra atraparla. Así es el conocimiento, y así se persiguen, así se atrapan las cosas nuevas de la vida, los cambios, las transformaciones, las mutaciones. Aunque huyen de nosotros, es posible atraparlas, hacerlas nuestras y así cambiar nuestra existencia. Eso enseña este libro: que es posible con la ternura cambiar; que es posible la esperanza. Siempre.
Y permítanme un párrafo final: cuando Ruth Zurbriggen me pidió que presentara este libro sentí dos cosas: halago y temor. El halago ya se sabe por qué: el libro es muy bueno, y abre un camino, propone un horizonte más lejano y mejor. Y el temor: yo vengo del cristianismo, del catolicismo y aquí sabemos qué significa. Cuando era joven, pese a abrazar heterodoxias varias, siempre terminaba con algún sectarismo. Recuerdo pocos versos de Mario Benedetti, pero uno de ellos que me persigue en la memoria es el que dice que “en eso seremos más sectarios que dios padre”. Quizás entre esos sectarismos cayera el aborto. Hago mías las palabras de Oscar Wilde, quien en una ocasión dijo que no era “tan joven como para saberlo todo”. Entonces, a Dios gracias hoy no soy tan joven y puedo seguir aprendiendo, puedo experimentar la caída de sectarismos, ortodoxias, rigideces como cae la piel de las víboras y así se hace el pensamiento más liviano, más abierto y se expande. Ésta es una de las reflexiones, y no la menor, tras haber leído este libro. Muchas gracias.
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