(foto: Sara Facio)
La obra de Leopoldo Marechal puede observarse como una totalidad, como una Poética que incluye la poesía y el teatro, el ensayo y la novela. Más allá del mayor o menor mérito que corresponde a cada uno de los trabajos, lo que importa señalar como detalle significativo es la coherencia de la obra, su elaboración a partir de ideas y sentimientos que conforman una concepción del mundo. En esta concepción confluyen diversos intereses estéticos, filosóficos y religiosos que se integran en la madurez vital y creativa del poeta.
El universo platónico, la interpretación de la Biblia a partir de sus significados proféticos, la visión del hombre como criatura trascendente, son invariantes de la obra de Marechal, y constitu-yen el basamento e ideología de su poética. De allí surgen otras ideas temporales e inmediatas relacionadas con el arte, la lite-ratura, la historia o la política. Pero las mismas siempre responden a esa concepción unitaria del mundo y de la vida.
Así, cuando intuye el carácter cíclico del arte, cuatro estaciones -clasicismo, academismo, romanticismo, neoclasicismo- "por las cuales el arte vive, se corrompe y vuelve a resucitar en el orden del tiempo, como las estaciones del ciclo anual", o cuando a través de los protagonistas de sus novelas repite el viaje del hombre amenazado por su propia finitud o por las fuerzas que mediatizan o destruyen sus posibilidades, o cuando, finalmente, lo argentino asoma como constante en sus poemas o su teatro pero en una proyección que trasciende la mera referencia geográfica e histórica. Sus ideas políticas, a la vez, se inscriben también en este universo y el carácter profético con que señala una Nueva Argentina demuestra que más allá de su adhesión al nacionalismo católico primero y más tarde al peronismo, hay en él una voluntad de coherencia y de armonía que se impone sobre lo episódico. Todos estos elementos que hacen a su personalidad se reflejan naturalmente en su obra.
La misma, en sus aspectos específicamente literarios, muestra una gran riqueza, una línea ascendente, el cumplimiento riguroso de su propio planteo estético. En 1922 publica su primer libro: Los Aguiluchos. En él se advierten diferentes influencias, resonancias de un cercano pasado modernista, pero su propia voz se percibe en cierta entonación vital, en el reconocimiento gozoso de la Naturaleza, en la exaltación pastoral que le permite revivir "el perfume salvaje de la tierra", y nombrar, con pasión, los seres y las cosas. Esta dirección de su poesía, esta fuerza que en Los Aguiluchos no termina de encauzar el canto, se define, por fin, en 1926, en su libro Días como flechas. La experiencia del ultraísmo (véase), la utilización de la metáfora en su más alto valor expresivo, la traducción, por medio de la imagen, de la realidad observada con una óptica subjetiva, son algunos elementos que encuadran al libro dentro del movimiento renovador de su generación. A la vez, Días como flechas afirma la singularidad del poeta que, con esos elementos, define lo que había quedado como intención en su primer libro. También aquí aparece la exaltación de la Naturaleza, también aquí lo pastoral, pero en un plano de mayor rigor formal. También aquí la pasión pero esta vez gobernada. Uno de sus poemas: "Largo día de cólera", puede ejemplificar esta actitud: "Lo esencial es romper el silencio, y el agua / de los grandes mutismos / Y el silencio es un buey que se arrodilla, / fustigado de voces. El reconocimiento de su propia voz, de su identidad poética, es, al mismo tiempo, motivo de canto: "Todo está bien, ya soy un poco dios / en esta soledad / con este orgullo que ha tendido a las horas / una ballesta de palabras".
De allí en adelante, Leopoldo Marechal, consciente de su instru-mento expresivo, organiza su Poética, buscando cada vez más el equilibrio, una serena contemplación de lo vivido, que ha de tra-ducirse, de acuerdo con las premisas de su universo platónico, en un orden, una armonía-peso, medida, número-que de algún modo alude a la Creación tanto como a lo curativo de sus versos. Así, en Odas para el hombre y la mujer (1929) reaparece lo pastoral, pero esta vez como sentimiento evocado desde la ciudad del poeta, más como esencia de lo poético que como realidad inmediata. En su poema '¡De la rosa bermeja", dice: "Porque la rosa roja se aprieta, y es un nudo que guarda su secreto"... " ¡Pero no descubramos lo que la rosa es fuera de nosotros!" Hasta en la mención de lo geográfico y lo histórico, se manifiesta esta actitud trascendente, por ejemplo, cuando dice en su oda "De la Patria Joven": "La Patria es un dolor que nuestros ojos no aprenden a llorar". El que invoca, el que la nombra, siempre está lejos y cerca, en la misma ambigüedad de espacio y tiempo del poema:
Extranjero soy: llevo mi soledad cogida de la mano
y oigo cantar el tiempo bajo los rotos puentes.
Hablé con los marinos que levantan el alba en sus anzuelos
Extranjero soy en un país grato al mar:
el nuevo día llora, recién nacido y pobre.
Cantada en una lejanía)
"Mi canción, ya perdida ya en bienaventuranza / será un idioma puesto sobre justa balanza", expresa Marechal en el primer poema de Laberinto de amor (1936) Ese idioma, deliberadamente sobrio, parece indicar un nuevo período que se continúa en Poemas Austra-les (1937), en los Sonetos a Sophia (1940), en El Centauro (1940), y en El Viaje de la Primavera (1945). En medio del orden, del peso, la medida la balanza del justo, surge entonces una nueva serie de canciones de amor que indican una nueva dirección -afectiva y expresiva- del poeta. Son las Canciones elbitences, dedicadas a Elbia (o Elbiamor como quiere el poeta), canciones que se incluyen en la Antología Poética, publicada en 1950. En Heptamerón (1966) reaparece el tema de Elbiamor:
Elbiamor, tu memoria se parece
a un dichoso año que resucita
Elbiamor, cuando piensas, tu Razón
Elbiamor, cuando sueñas,
la construcción del mundo
es una risa de albañiles.
En Heptamerón, Marechal reúne algunos trabajos publicados ante-riormente: La poética (1959); La Patria (1960) y La alegropeya (1962). Ese mismo año se publican Poemas de Marechal y El poema de Robot. Es el tiempo también en que su obra narrativa sale del olvido, en que se redescubre Adán Buenosayres suscitando el interés de los jóvenes por Marechal novelista. En 1965, Leopoldo Marechal publica su segunda novela: El banquete de Severo Arcángelo. Mientras Adán Buenosayres (1948) significa la mayor experiencia formal realizada en la novela argentina hasta entonces, El banquete de Severo Arcángelo se expresa en un idioma sereno, sin sobresaltos, con cierta sobriedad clásica que no excluye el humor o la ironía. Adán Buenosayres significaría, en lo narrativo, lo que Días como flechas significó en lo poético, en tanto El banquete de Severo Arcángelo sería la transcripción, en prosa, del segundo período poético de Marechal. Esta relación no es antojadiza sino que surge del equilibrio y correspondencia entre las partes de una Poética totalizadora, donde confluyen alternativamente, la pasión y el orden. Esto es válido tanto para la comprensión de su poesía, como para su narrativa, sus ensayos y su teatro. La premisa romántica de reelaborar mitos a través de personajes y episodios nacionales y cierta voluntad clásica coinciden en el teatro de Leopoldo Marechal. Otra característica es el sentido épico-trágico que aparece como consecuencia de esa actitud, el carácter mítico del héroe que cumple su destino, impulsado no tanto por las circunstancias sino por la fuerza oscura e irreversible de su sino. Esto se evidencia en Antígona Vélez, obra estrenada en 1951. Un oratorio: El canto de San Martín (1950) y Las tres caras de Venus, publicada en 1966, completan la labor de este autor que tiene inéditas once obras de teatro. Pero "lo teatral" más allá de su técnica y expresión específica, puede encontrarse también como un elemento complementario de los recursos narrativos de Marechal. Son "teatrales" los nombres y apariciones simbólicas y fugaces como ciertas actitudes de numerosos personajes de Adán Buenosayres, como es "teatral" el planteo y presentación de El banquete de Severo Arcángelo, en la acepción de "teatro del mundo", representación de lo real y lo ilusorio. La relación novela-teatro debe unirse a la relación novela-ensayo, ya que en la obra de Marechal el planteo cuenta tanto como el medio expresivo.
Sus dos novelas, al fin, ejemplifican muchas de las ideas del en-sayista, a la vez que éste se vale de imágenes propias de la na-rrativa o la poesía para expresar su pensamiento. En Cuadernos de navegación (1966), Marechal vuelve sobre sus temas, reitera anti-guas obsesiones. Su sentido religioso, esa "problemática viva" que se instala como centro de su pensamiento a partir de Descenso y ascenso del alma por la belleza (1939), se une a la contemplación estética, propia de su poesía a la revelación de ciertas claves de su novelística, a sus juicios sobre el arte ("Las cuatro estaciones del arte", "La autopsia de Creso"). De alguna manera esta “navegación” recoge las experiencias del poeta, del narrador, del ensayista, del actor y contemplador de su propia obra, y es un viaje paralelo a la travesía vital de su autor, un examen y ordenamiento de lo pensado y lo vivido.
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