martes, 26 de julio de 2016

La muerte de Evita, de Susana Villalba

Del libro Plegarias, un poema sobre la muerte de Evita, un 26 de julio. Fue escrito en 2001, vuelve a tener vigencia, dice la autora.


Llovió como si nunca fuera a terminar. Y nunca terminó. Toda la tarde llovió como si fuera de pronto otro lugar. El pueblo seguía la táctica del agua una vez más. Una vez más la gente se parecía al cielo y el cielo nunca. Nunca estuvo más lejos que esa noche. Madre de dios, nuestra difunta, levante los jirones de nuestro corazón. 
Al agua del sueño, jirones de alma, de nuestro cuerpo llevanos vos que no tenemos dónde llevarte. Tu cuerpo se esfuma como una voz. 
Como la seda cruje un paso en la sombra, un eco de jinetes negros. Escondanós en los pliegues de su muerte, de su pollera, en el vacío Pampa guarde nos como un viento que se detuvo para siempre en su bolsillo. Descanse, que el mundo no existe más. 
Sigue lloviendo y es la misma plaza, el subte con asientos de madera, mamá no podía llegar, corría, no me encuentra, yo no la encuentro, como un perro que no alcanza su cola, no alcanza su tiempo. 
No había nacido yo pero ella estaba ahí, bombardeaban la plaza, esta misma, damos vueltas, mamá corría a una playa de estacionamiento y perdía un hijo, no era yo, yo no la encontraba, todavía no la encuentro, ella no me reconoce porque todos corren, la empujan, sube a un tranvía hacia cualquier parte, dice que es mentira, algo estalla bajo la lluvia. No escuche abanderada, venga a nos, a llevarnos a su país en blanco y negro. 
Mamá da vueltas, doy vueltas, vamos al cine, ella se viste como Zully Moreno, la ciudad está sembrada de nomeolvides. No nos olvide ilustre enferma, somos un cuerpo que se corrompe bajo la lluvia, vidrio, un día embalsamado. Miramos fotos. Papá no aparece. No está. Un auto zumba en la noche. Llovió durante quince días. 
Estoy acá, no me ves pero estoy, corriendo en la misma plaza. Camino por las mismas veredas, como vos del trabajo voy a casa y en casa también llueve, todo huele a humedad, a asfixia. La niebla está adentro, en todo el barrio, se ven pocos negocios abiertos, poca gente en la calle. Cae la noche como si fuera consecuencia de la lluvia, como si fuera la lluvia lo único que queda. 
La gente forma fila durante días para irse con ella, adonde sea, adonde vaya. No desate los nudos santa que ya no va a parar. No para nunca esta caída. 
Mamá escucha radio. Papá no escucha. Yo todavía no existo. Somos los Perez García. En el patio llueve. El reloj se detuvo. No los encuentro, son de otro mundo. 
Hay una marcha de antorchas, de lágrimas, de lluvia, estampitas, carteles, está en todas partes. Está en la radio pero no se la ve. Santa de los anillos, virgen de las capelinas haga su magia, háganos aparecer. 
Que aparezca la casa, los azahares, luciérnagas, el tren. Diga una sola palabra que detenga la lluvia. Mamá con un vestido de flores, una plaza, un sol con pinturita naranja. No es que creíamos, estábamos ahí. 
Damos vueltas en la bruma, en la tregua de una fina llovizna. Incluso la tristeza que aparezca si es común, como cualquiera que está triste una tarde. Y otra no. Que aparezca la muerte si parece de una vida, si toca. Lo que sea en proporción al tamaño de un hombre, del árbol, de una casa. 
A no ser que sea lo humano nada más que una estrategia de dios para la tierra perdida de su mano y atada a su correa, una doctrina de la espera de algo más que agua que cae, que da vueltas y vueltas sobre sí, como los perros, los relojes, las monedas. 
Mamá escucha la lotería, papá mira la lluvia, miraba. Yo miro fotos, todos hablan, nadie dice nada. Mi hermana escucha música, mamá la busca en un tren, corre, siempre está corriendo. Yo no puedo nacer todavía porque bombardean la plaza, después porque ella corre por unos vagones. Al final nacía. Después todos mirábamos televisión. 
Dicen cuando no llueve que aparece en su mulánima, a las orillas de los ríos, arrastrando una estola embarrada, que por la noche frotan lavanderas fantasmas, dejan sus tules al rocío. Que cabalga cabizbaja como buscando un prendedor, que también buscan los peces en las piedras del fondo, dicen que el caracol de agua dulce reproduce aquel clamor.
Reina de la plaza, de los vestidos, protectora de todo lo que se escucha pero no se ve, venga a nos el tu reino. 
Bien mirada es una plaza de colonia, la fuente, el cabildo, la catedral, la estatua, la municipalidad, el Banco, la palmera, los puestos de chori, de llaveros, medallitas, las palomas, la gente que da vueltas. El otoño se instala como bruma, como un remanente cuando aclara, eterno día después. Recogen los papeles de una fiesta de domingo, los vasos descartables, las botellas. 
No nos dejes caer de la tentación, del deseo, del sol, madre de dios, decí que somos tambén una de las razones de la vida. Decí por nosotros con esa voz de altoparlante pueblerino y en la hora de la muerte con esa voz de ruido de lluvia de la radio. 
Mi hermano va a la canchita del Club de Cazadores. Lo espero en el olor a cuero y a penumbra del salón, a lavandina y a cenizas. Una foto detrás de los trofeos de billar, con una escarapela. La seño, la primera, llevan su camafeo apretado en el puño a ver si pasa. A ver si rasga la tela de los muertos y aparece en miríada. Miro cada relámpago a ver cuál es de fuego. 
Acaso exista el mal, rezó la multitud bajo una lluvia que apagaba las velas, un tumor inconmovible, inexorable como bruma que se expande, se instala entre los huesos, en la sangre. 
Virgen salitrera, guardiana de los perros y los barcos hundidos por su peso, cayeron todas las hojas del otoño, el invierno empieza porque te vas, la música fría del silencio. Silencio capitana, las palabras ya no quieren decir lo mismo.
El guión terminaba. Después yo nacía. Mamá decía que era mentira. Papá compraba un auto. Mi hermana manejaba. Yo me escondía por ellos, en el patio, cuando no llovía me encerraba afuera. Después se fueron todos. No, me fui yo. Después estaba ahí. En alguna parte. 
Relampaguea sobre la autopista. Llovió durante todo el día y sigue lloviendo. Se perdió la cosecha. No hay otra cosa que perder. No hay otra cosa que hacer que no trabajar. No pasan trenes. Los bares cerraron temprano. Una hilera de luces se borronea hacia el final de la calle. 
Generala del viento, de nada, de las gomas que queman en la ruta, levante su ejército de trapos mojados y de agua, lleve la tempestad hasta el registro de su voz. La voz es lo primero que se olvida.
De Plegarias

lunes, 25 de julio de 2016

El mayor océano, poemas





por gerardo burton

amor nos trajo a una misma muerte 
(amor condusse nou ad una morte)  

dante, inferno, canto V






mi mirada se pierde en las regiones de su cuerpo. 
el mayor océano es el cuerpo de una mujer enamorada. 
adonis



puede ser otra
la senda
y nueva la serpiente
este año

fuegos en los ojos, llamas
en la lengua

no hay poema ni oráculo
sólo cenizas que en
el ocaso arden








sólo la poesía tarda tanto en madurar 


la lluvia muerde la medianoche

las luces caen
sobre charcos y hojas húmedas

pero la poesía
demora
no madura
se empecina
lleva
su respuesta, pero no

ella tarda como escamas del río
brisas
que se vuelven torrentes

se toma su tiempo
entre humos, nubes, vapores
de locomotoras arcaicas

la poesía tarda entre besos
no madura

lo suyo, es sabido, tiene
mucho de azar
de sangre, de voces que alegran
el vino tibio de la pasión





las campanas del domingo
pelean
el aire con zorzales
la luz con nubes claras








1


despojos de los ancianos, palabras
borroneadas, camisas vacías


herencias dispersas, en
rincones y en puertas
en las ventanas que el limonero ilumina

una voz permanece, un golpe
de ala negra
aún hiere







2


rastros de tu padre en el espejo
más allá de la noche vienen
a esta mañana de lluvia
y pálidas nubes amarillas

un gesto en los labios, los ojos
gris desde el fondo
para romper la luz blanca, ese sol oculto en el vidrio
y volver de la madrugada terrible
del viaje último


no de esa carne
el recuerdo en esta piel, no en
estos ojos la huella
de miradas luminosas
y menos aún en el camino polvoriento
las pisadas veloces






placer
de matar
calles entre lunas, de silencios
y gritos
y el profundo océano sin luces
para qué








1

esos mares, azules de sed, se alzan
donde mueren las gargantas del alba

esos cielos
de la oscura noche vienen
hasta que los ojos del proscripto
puedan fijar las mariposas de la luz

tiernas luciérnagas en fuga




2

todo es luz, la
mariposa vuela en luz
y canta
el agua luminosa
de escamas que ocultan
el hondo cauce

todo es luz, y viento
y un alma que pretende
descifrar un mundo
que no tiene final







no se abrirán las aguas del mar rojo
no habrá siete años
de plagas ni lluvia de azufre
sobre tu ciudad

todo será en vano, no obstante

alguien se habrá purificado
otro se obstinará en su pecado
pero los crímenes no se castigarán

habrá un diluvio
y luego
todo será igual






marcas negras en el cielo gris
de
sólo aves serenas
que van hacia la línea
del viento


gris la luz del otoño entre las hojas
como el cielo más allá, como los
pájaros que cantan tristes melodías

hoy el frío anuncia las mañanas por venir
y el puñal helado que herirá los ojos
hasta que vuelva el fuego
de su exilio







que ladren
los mastines del dolor
que duelan
las heridas en el aire

bramidos de la carne descuidada
de la carne verde
en el río indetenible








son dentelladas en la nuca
gruñidos ahogados, el fin
de un cierto combate

jardines no habrá, ni
remansos

sólo aires que
mueven vientos
aguas que convierten océanos

fuerzas que no gobiernan
los dioses disponibles









el dolor de antes de la luz
una honda tristeza
en el momento más oscuro


plegarias de los pájaros nocturnos
hay en la sombra

fragancias del paraíso


ojos de nubes, la tormenta arrecia
sobre el río claro


rumores del agua fresca
de unos labios vienen

manantial sin fin, alguien espera

siempre falta un poco
  acaso el vuelo corto del gorrión
el canto triste
de la calandria

el abismo

por él, dar la vida
la sangre que
 tuvo sus tristezas
ya se sabe cuándo

hay estrellas
en la sombra azul


donde sepultan los olivos
bajo la luna de enero








la nuca de la noche, al azar
de intemperies vestida

duerme con los párpados cosidos
entre cielos, entre brumas
que dispersan el salobre aire

recuerdos como flechas, días que no tienen fin
salvo las nubes de sombra
el acaso que nada endereza
un abismo de negrura
agita sus cortinas sobre el errante navío
del lecho

mueve la brisa
esas tristes cortinas de la noche
párpados
de dudoso temblor

el lento remo del barquero
no se detendrá
ni aún en la orilla
que el viajero aguarda
sin deseo de volver

susurran en la brisa de mayo
los maíces viejos
cantan al cielo las calandrias
desde el sauce aún verde

duermen en la noche
en espera del semen, agua profunda
sangre, saliva, lágrimas
que nada
nada van a calmar







no es una
mirada, es su hurto
bajo sombras de álamos

es ella que elude, otra vez
la caricia, el beso

el salto al vacío son telarañas
de temor, babas
de la tarde que el viento lleva
en naves enloquecidas
a los rincones sin luz
del desierto

ya el camino es ancho
y arduo; ya nada podrán
contra la parábola en el aire
los intentos por volver

el desamparo y la intemperie
son el premio del tedio






hay una estrella en tu espalda
y el perfume que lleva la sombra en el aire

un viento mueve apenas
las espumas que la marea entre algas
deja a los pies de las vírgenes

un desierto mece en las orillas
el canto de los océanos
bajo nubes de tormenta







en la noche de sombras quietas
todo es vacío
salvo la congelada luz de plata

ni el rumor el lecho
ni el canto del río
nada
hostiga
la desnuda arena blanca






tanguito

al oeste de tus pezones
al oeste
no hay nada más que tu perfume
el aire que dejaste
al irte tras las nubes

al sur de tu cabellera de agua
y sin tus ojos
descubren las manos del ciego
la extensión de la sombra

es el viento, y la fragancia del
durazno, y los sonidos
que se llevaron la música al oeste

al oeste de tus pezones
ya no hay nada
ni las nubes
en tu perfume

no hay dolor parecido
a la ausencia







un gesto como de almas en la brisa
tan lejos, tan solo, tan sin final

la noche es una máscara
que oculta el verso amargo
y parte en dos
la tierra roja




la terrible, inevitable tiranía
de la sed de la carne
del hambre
y de la luz para el ojo

una herida muerde
con labios doloridos
mientras el sol lleva vientos
aves, hojas secas

árboles sin destino







estos desvíos hicieron una senda
hacia el océano inmenso
nunca igual en su bramido
de gris y espuma

callan las aves del hemisferio norte
recién llegadas
su graznido es plegaria inútil
que reverbera bajo la luz del mediodía
recostado
sin médanos









grieta en la piedra
heridas
que no cicatrizan

labios de ardor
sed que el fuego
sacia








alegría enciende
fuegos en la sombra

¿pero qué hay
en la madrugada
salvo muertos?






muere el corazón
chispas en la noche
de puertas cerradas
de miradas sin salida

¿dónde estuvo el viento, dónde
el polen de la alergia
y este dolor
y las nubes claras?

¿dónde esa voz blanca
como la rama del sauce en el río?
¿dónde fue la ebria estrella, dónde
la luz que atesoraban tus axilas?

¿qué temor había en esos ojos
color de ocaso, antes de la sombra?
¿qué temblaba como pluma
en la brisa
para que el silencio ordenara
las hojas de los álamos
el color, las flores del durazno?





aquí también huele a pez
y alguien duerme
en un valle
donde apenas vuelan
pelusas de álamo
en la luz vertical
vestigios del placer
recuerdos de la carne saciada




un beso y otro beso, y otro más
como la lluvia en la lluvia
y la tristeza en la guerra
esa tarde en la estación gris
cercana al hipódromo
y al parque
donde el jacarandá esperaba
aun la primavera





áspero olor de animal en fuga
queda la resaca
del oleaje nocturno
pero nadie mira
esa escena sin orden
ese caos




aún quedan de los tilos
rastros en la sombra


un abismo llama a otro abismo
y la noche es más oscura


aúlla el viento sin piedad
hasta que llega el alba



la catedral de sevilla, el barrio
de la cruz, los jardines murillo

el río discurre entre escamas de oro
mientras el viento
acuna sueños de arcaico sabor


muerde la higuera la piel del viento
llora, entre las hojas
la oscuridad que se abisma


casi en paz
la mañana se alza
entre el vocerío de las garzas







un cielo busca otro
cielo tras la luz de la retama
un océano lee
signos de honduras, penas
que en la espuma
mueren, mientras en un beso
se deshacen
los amantes






ojos con luz propia
de aguas hondas, de abismos
donde no hay sombra posible

ojos que de miel encienden
tardes, señales en el sendero

el horizonte guarda
entre pétalos de agapanto
el sol que muere







resuenan pasos en la casa vacía
palabras
algunas canciones

pero no hay nadie: sólo el viento
que lleva las voces
lejos
al fondo de la sombra
a lo más alto de la luz
donde ella está
donde llevó su pequeña dulce vida






ánforas de lluvia plenos
en brazos de debilidad leve
mueren los labios
en una sonrisa, mueren de amor
los que miran en la tarde que muere







cuando duele la luz caída
desde árboles, desde pájaros
que incendia la tarde

sólo lluvia sobre el mar
agua en el agua y la espuma
que alza salobre viento
sexo omnipresente y sin fin

un combate desigual
enciende árboles de otoño, muerde
el aire con el sol envejecido

no hay vencedor: los pliegues
de la sombra tienden
nubes, tampoco
habrá huida: el final
es arder hasta la ceniza
o descansar
en la margen ignorada


(parte de este poemario apareció en 2015 en el volumen "poetas de neuquén en la habana", que, junto con textos de |macky corbalán, sergio sarachu y raúl mansilla, se presentó en el festival de poesía de esa ciudad)

Evtushenko

Lectura de un poeta encontrado mágicamente en La Habana: Evgueni Evtushenko



Gerardo Burton
geburt@gmail.com


Cuando esa tarde entré en la Basílica de San Francisco, pensé que había un error en el programa. Anunciaban la lectura de Evgueni Evtushenko junto con otros poetas para la apertura formal del festival. Fue la primera vez que lo vi: alto como un álamo y tan vacilante en su andar como sólido en su verso, que horadaba el aire y flotaba en él.
No sabía que estaba allí, en La Habana; fue casi una aparición, como si de pronto se hubieran corporizado frente a ese altar en el caluroso atardecer Oliverio Girondo con su espantapájaros u Olga Orozco con sus guantes celestes para hacer café.

Un taller textil en La Habana

Una anécdota de los primeros años de la Revolución Cubana: el Che en una fábrica de toallas.

La Universidad de La Habana


Gerardo Burton
geburt@gmail.com

Trabajaba en una empresa textil en el barrio Alamar, en el municipio de La Habana Este. Quizás era la fábrica de toallas, o de guayaberas, que en enero de este año se convirtió en un centro cultural polivalente. Lo cierto es que durante el período especial, un eufemismo utilizado para designar la crítica etapa posterior a la caída de la Unión Soviética, Cary seguía empleada en ese establecimiento. La escasez de combustible que había restringido casi totalmente el transporte automotor, obligaba a los cubanos a movilizarse masivamente en bicicleta en su vida diaria.