sábado, 24 de noviembre de 2007

Jorge Gamarra: "los oficios son la verdadera academia"


A contramano de las tendencias artísticas que ubican en segundo plano el trabajo con los materiales y privilegian el golpe de efecto sobre el espectador, Jorge Gamarra defiende radicalmente la relación entre el artista y la materia en el proceso de ejecución de la obra. Justamente, "Las formas del hacer" es el título de su retrospectiva en el Museo de Bellas Artes neuquino, que estará habilitada hasta finales de diciembre.

Gerardo Burton
geburt@gmail.com



Si uno pudiera hacer el recorrido inverso, es decir, comenzar desde el fondo del gran recinto dedicado a las esculturas de Jorge Gamarra, la primera sensación no sería visual sino olfativa. Un perfume de maderas que luego se identifican como cedro impregna el aire, un aire traspasado por la luz y las formas que han dejado de ser precisamente eso, luz y formas para convertirse en algo nuevo, algo distinto.
Pero no, el inicio casi obligado del recorrido son las herramientas, instaladas como en el taller de Ramallo y Zapiola, en el barrio de Saavedra, en Buenos Aires, a metros apenas de la cancha de Platense sobre la avenida General Paz. Y Gamarra recuerda cómo fue su recalada en ese taller: un edificio antiguo, de barrio, grande como para alojar enormes bloques de maderas duras –quebracho, algarrobo, cedro, pino-, oscuras o claras pero siempre dóciles a la mirada.
Entonces, uno se acerca a esa solidez líquida de la escultura donde la luz acaricia las superficies, deja ver las tersuras y las irregularidades, las deliberadas rugosidades naturales o creadas por el artista. Como las arrugas en un rostro en torno de los ojos, que han visto todo; en una mano, que ha construido todo; en un brazo, que ha soportado todo peso, así las maderas alternan superficies lisas y fragantes con cortezas raspadas, nervaduras.
Cuando la firmeza de la madera no basta, Gamarra se asoma a la piedra y transforma granitos rígidos en curvas de luz, en formas que van y vuelven y que incitan a observar la otra parte, desde el otro punto de vista, desde donde no se está. Así los títulos de las obras: "Desgarramiento" y la piedra agrietada demuestra cómo puede la fisura alojarse en lo sólido; "Cadencias", "Línea discontinua" o "Ascensión" expresan las ondas de sombra y luminosidad en secuencias de danza y contraste sobre la materia.
El taller de Jorge Gamarra ocupa una casa chorizo de esas típicas de pequeños propietarios hijos de inmigrantes que otrora fueron mayoría en el barrio donde trabaja sólo con madera, cuenta, porque para la piedra necesita de otros ámbitos: "el polvo y la erosión deterioran las herramientas". Hasta allí va diariamente, antes de las ocho de la mañana desde su casa, a quince cuadras, y allí permanece durante doce horas de trabajo, cada día. Comparte con algunos alumnos parte de ese tiempo; con ellos discute, dialoga, experimenta, busca, confronta ideas, "así no estoy tan solo en un trabajo que es de por sí solitario".
Hace preparar la piedra en una marmolería en Morón, una localidad suburbana a media hora de automóvil desde su casa. Desecha el mármol blanco de Carrara y opta por piedras más duras.
Lo explica: el mármol utilizado para las mesadas tiene un máximo de dos centímetros de espesor. Pide que en el taller corten ese bloque en forma de prisma de 1,50 por 3 por 1,50 metros y lo fraccionen en pedazos de 1,5 por tres metros por 20 centímetros. Una de las variedades más utilizadas en su búsqueda del "negro absoluto" es el granito zulú, una piedra proveniente de Zimbabue, de una dureza extrema pero que luego de trabajada adquiere una delicadeza casi transparente. "Hay una veta en línea casi recta entre el Uruguay y Africa", relata.
En sus inicios como escultor en la década de los sesenta trabajó con madera y después con acrílico, "en 1969, cuando estaba el arte cinético". El idilio con este material duró seis años. Lo tallaba como si fuera piedra o madera, porque "logra espesores importantes y puede ser tan duro como quebradizo". El trabajo se hace lento "y es difícil sacarle la luz y lograr la transparencia. El acrílico se comporta como madera muy dura, con otras características", explica.
Al hablar de sus obras se detiene especialmente en los detalles del oficio. La base es el trabajo, el duro trajinar entre materiales que no se doblegan fácilmente y de los que hay que extraer la luz y la forma, con suavidad, con delicadeza, con la caricia de las herramientas.
De nuevo con el acrílico: "Es difícil lograr bloques sólidos de 50 x 40 por 40 centímetros, la escultura se hace más en bruto". Luego volvió a la madera y al acero inoxidable, bronce, hierro y otra vez quedó con la madera, y la piedra.
¿Con qué maderas trabaja?
-Utilizo maderas duras con muchos años de estacionamiento, normalmente de color oscuro. Así, los volúmenes se destacan mejor. La madera dura tiene un brillo propio, que sale de adentro hacia fuera.
¿Cuál es su método?
-Primero hago una maqueta o detalle para saber qué busco. Así voy organizando mi trabajo. A veces parto del dibujo, voy hacia la maqueta, siempre en una escala de uno a 10. Cuando la termino, ya tengo la idea de si voy o no a hacerlo. Algunas ideas quedan en maqueta.



DESARROLLAR "UN OJO ATENTO"


Gamarra, como muchos escultores –y cita el caso de Ennio Iommi-, es autodidacta. "En mí, el oficio es predominante, y eso es algo que las escuelas no dan. En las escuelas, uno sólo aprende a modelar y es rara la cantidad de artistas que sale de una escuela".
El oficio representa "el desafío que uno se impone. Por ejemplo, se parte de un pedazo de piedra; hay que buscar la forma en un proceso paso a paso, como los otros trabajadores hacen la industria. Hay que mirar mucho, mirar, lograr lo que llamo ‘un ojo atento’. También hay que tener en cuenta la imaginación; la imaginación es válida porque en el momento de ejecutar la obra, la idea se cumple. Cuando hice la primera escultura acrílica, salió tal como la había pensado, con la misma brillantez. Eso da una satisfacción y un placer inigualables".
Según su experiencia, los estudiantes "buscan escuelas, arte. En las muestras, buscan las técnicas, aprender los secretos de un oficio. El nuestro es, en gran parte, un aprendizaje con el ojo en un taller".
A la manera de las viejas escuelas de artes y oficios, Gamarra propone "fundar escuelas de escultura en las herrerías, en las carpinterías y en las tornerías". Y rechaza esa actitud "peyorativa para con los oficios que tienen ciertas tendencias artísticas; en realidad los oficios son la verdadera academia de pintura, de artes. Los oficios son la academia propiamente dicha, y por eso es necesario hacer una reivindicación del trabajo".
El director del MNBA-Neuquén, Oscar Smoljan, recordó que por primera vez una muestra no permanente ocupa un ala completa del edificio. Mencionó las incontables pruebas de iluminación realizadas para lograr el efecto requerido por el artista en cada obra y subrayó la donación de Gamarra al patrimonio de la ciudad. Una escultura, "Herramienta sobre travertino", queda incorporada al acervo artístico de la capital provincial. Según Smoljan, Gamarra es "un alquimista en busca de la síntesis milagrosa" que "moldea y esculpe sustancias mutándolas con maestría admirable".
"Trabaja metales imprimiéndole movimientos impensados y talla maderas y mármoles para que se comporten como si fueran otros elementos, para que simulen sufrir la transformación prohibida y reservada para otras sustancias de la naturaleza".


FICHA BIOGRÁFICA
Jorge Gamarra nació en Buenos Aires el 20 de febrero de 1939. A partir de 1965, realizó exposiciones individuales y colectivas. En 1976 y 1977 residió en Roma, donde obtuvo la beca Francesco Romero, otorgada por el Gobierno de Italia y el Fondo Nacional de Artes. Expuso en Asunción, Paraguay; en Milwaukee, Estados Unidos; en Quebec y Montreal, Canadá; en San Cándido y San Vigilio, Italia y en Francia.
A lo largo de su trayectoria, recibió numerosos premios, entre ellos el Paolini (1971), Museo de Arte Moderno, Buenos Aires; el tercer premio en el Salón Nacional de Artes Plásticas en 1975; el primero de la Bienal de Escultura Agustín Riganelli, otorgado por la Academia Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, en 1976; el Premio Palanza otorgado por la Academia Nacional de Bellas Artes en 1981; el del Salón Nacional de Escultura en Madera, Resistencia, Chaco, en 1989; el Primer Premio del Museo de Arte Moderno de México, en 1991 y el Primer Premio Jurado de los Artistas, Festival Olímpico del Arte de la Escultura sobre Nieve, en Valloire, Francia, en 1994, entre otros.
Sus obras están en los museos de Arte Moderno de Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, Eduardo Sívori, de Arte Moderno de Buenos Aires, Fundación Banco de Crédito Argentino, Banco de Galicia, Lever & Asociados en Inglaterra, y la Corporación Financiera Rothschild de Buenos Aires.
sefiní

viernes, 23 de noviembre de 2007

25 años de literatura en Neuquén

Una mirada sobre el libro "Un referente fundacional. Las letras neuquinas en elperíodo 1981-2005", por Ricardo Costa, publicado en septiembre pasado por El Suri Porfiado.

Gerardo Burton
geburt@gmail.com


Cuando uno habla de Ricardo Costa no puede dejar de pensar en su poesía con ecos de los menos leídos que recordados Alberto Girri y Roberto Juarroz. La obsesiva precisión de las palabras, la desnudez de las imágenes, casi de metal por momentos; una geometría musical y el erotismo como apuesta lúdica son algunas de sus características.
Pero hoy Costa sorprende con un as en su otra manga: no ya la del poema certero sino la de la historia de la literatura de provincias, de una provincia, de Neuquén. En un período acotado que abarca un cuarto de siglo y enlaza, justamente, las postrimerías de la dictadura militar y el final del uno a uno con su bonanza -¿bonanza?- posterior.
En realidad, el libro que presentamos hoy, “Un referente fundacional” puede dibujar, desde un costado, la historia política y social de la provincia –o quizás, más acotado, de la ciudad- de Neuquén en ese período. Están todos los rasgos: el carácter aluvional que consolidó esta sociedad; la búsqueda entre ansiosa y desesperada por la originalidad; la búsqueda también ansiosa y desesperada de los pueblos originarios y su esposmádica y compulsiva incorporación a la escritura; los vaivenes económicos –hiperinflaciones, dolarizaciones, importación indiscriminada, devaluación-; la constitución de núcleos de escritura producida por inmigrantes de otras provincias y de Chile y otras naciones latinoamericanas. Bueno, la enumeración sería larga, pero está todo.
Costa no se priva de nada: en su libro nos puso a todos, desde Coirón y el Centro de Escritores Patagónicos en adelante. Si bien el arranque es con Irma Cuña, el mascarón de proa –y la imagen es del autor del libro- fue Palma Moreno. Pero el dibujo tiene sus marchas y contramarchas, y en ese itinerario lo único que se puede establecer como denominador común es el esfuerzo tozudo, la prepotencia de trabajo, la creación a como dé. No hay casi iniciativas oficiales, salvo los concursos de la Fundación del Banco Provincia gerenciada por Berta Schapiro y algunas ediciones aisladas. Están los “libros fundacionales”: Voces a mano, de Cultura de provincia y el imprescindible y único durante muchos años “Decires de cobreazul”, de Lilí Muñoz y Marita Molfese. También el semillero de los talleres literarios –Cristina Ramos, Mame Chiocconi, Ricardo Fonseca, Mariela Lupi-. Bueno, vean el libro que allí está todo.
También los grupos y acaso la cocina de sus actividades. Pero eso es historia de la literatura.
Dice el autor, por ejemplo: “entre finales de la década del '80 y principios de los '90, la literatura neuquina manifestó un desarrollo excepcional respecto de lo acontecido con la palabra escrita en otras regiones del país. Ello permitió que en los años inmediatamente posteriores a este período varias obras de autoría local cosecharan un destacado reconocimiento en el entorno literario nacional. No obstante la performance alcanzada, cabe reconocer que la gran mayoría de las obras gestadas durante las últimas dos décadas del siglo XX no ha sido aún transferida al campo educativo. No al menos mediante proyecto oficial alguno y tampoco en la magnitud deseada”.
Acá es donde empieza a plantear su hipótesis de trabajo, que se genera en torno de dos ejes: el pensamiento utópico –subraya el papel protagónico de Irma Cuña en este nivel- que se traduciría en la literatura en una suerte de “reserva utópica”, un concepto de García Canclini, y la “tradición de ruptura” inaugurada por la revista Coirón.
De ella dice que procura “delinear un perfil poético claramente despojado de las formas más encorsetadas de la literatura. Este golpe de timón que Coirón buscaba imprimirle al rumbo de la cultura, debía proceder de manera consecuente con la coyuntura socio-política y actuando de igual modo desde cada uno de los componentes de la ruptura en cuestión, es decir, pronunciándose desde un lenguaje innovador de las formas del discurso”.
Sin embargo, Costa habla de la literatura, de todos los géneros y de todos sus autores. Es decir, no se circunscribe a la poesía, si bien reconoce que es de mayor masividad –en cuanto a creadores, no en cuanto a lectores-.
También señala “el escaso apoyo brindado a la promoción y a la difusión literaria por parte de los diversos organismos de Estado” que “hizo que no todas las obra de autores locales pudieran llegar al público lector”. Además, menciona que “la falta de un proyecto político acorde con las circunstancias impidió sistematizar y bajar a la comunidad educativa el capital literario acumulado, espacio imprescindible para que el verdadero sentido crítico y reflexivo de la palabra se capitalice.
Desde luego que entre el personal activo y jerárquico del ambiente político-educativo se tiene conocimiento del patrimonio citado... No obstante, no se registra en el historial aplicativo del Consejo Provincial de Educación (C.P.E) ningún proyecto que contemple un proceso de transferencia de esta naturaleza. Es más, esta cartera tampoco hizo aportes bibliográficos de referencia sobre el particular, como publicaciones antológicas o guías de orientación que incluyeran textos de autores locales. Pero por otro lado, hubo emprendimientos asumidos por docentes que sí tomaron en cuenta a las Letras neuquinas a la hora de trabajar contenidos afines a la materia. Pero fueron, y lo siguen siendo, esfuerzos individuales”.
Vuelvo entonces al presente: el ensayo de Ricardo Costa planteará al menos dos polémicas en otros tantos ámbitos. Aunque ambos son propios para el autor, en el literario es donde quizás se generen las discusiones más encendidas. Todos conocemos cuán aguerridas pueden ser las internas. entre artistas, escritores y otros plumíferos del arte y el espectáculo.
En el ambiente educativo se producirán acaso menos controversias: es conocida la paquidermis del sistema y su dificultad para aceptar cambios, sugerencias, innovaciones que no provengan de la corporación.
Por eso subrayo el doble aporte de Costa: a quienes escribimos y maltratamos la literatura y a los que deberían incorporarla al estudio sistemático, pues es una mirada desde otra parte, donde quizás también esté la vida.